Ramón Alfonso Sallard
Carlos Salinas de Gortari es incapaz de la autocrítica. Es decir, posee el mayor defecto que le atribuye a su odiado rival Andrés Manuel López Obrador. En su visión, la debacle económica del país es responsabilidad de otros; él no tuvo nada que ver con la adopción del modelo ni, mucho menos, con los resultados negativos que éste ha arrojado en 25 años. Ni siquiera acepta que fue un error escoger a Ernesto Zedillo para sucederlo en el cargo. Él no se equivocó. En todo caso, su antiguo subordinado lo traicionó.
En octubre de 2000, el ex presidente quiso hacer un ajuste de cuentas a través de su libro México un paso difícil a la modernidad, que había escrito pacientemente durante cinco años, pero el tiro le salió por la culata. Para Salinas, Zedillo incurrió en múltiples traiciones: a los principios de política exterior, a la responsabilidad de velar por las instituciones nacionales, a la defensa de los derechos humanos, al Estado de derecho, al fortalecimiento de la soberanía popular, a los ideales de Luis Donaldo Colosio… Y, desde luego, la principal traición fue contra él y su familia. ¿La razón? Problemas psicológicos y de origen.
Para reforzar su tesis, el ex presidente cita en su libro la obra de Gregorio Marañón: Tiberio, historia de un resentimiento, en la cual el autor describe cómo el triunfo, lejos de curar al resentido, lo empeora. Tal sería, entonces, la razón de la violencia vengativa del resentido Zedillo contra su protector, una vez alcanzado el poder. El problema con este planteamiento es que el propio Salinas da una versión distinta en el mismo capítulo: “Para sostenerse, el nuevo presidente necesitaba elegir una figura que pagara sus errores: no fueron suficientes ni las primeras destituciones en su gabinete ni el intento de convertir en chivos expiatorios a los líderes de la guerrilla chiapaneca. Tuvo que volver al pasado y recrear el sacrificio ritual del presidente anterior. La estrategia le otorgó al nuevo gobierno los márgenes de sobrevivencia perdidos a partir del error de diciembre”.
Por fin: ¿fue el resentimiento lo que motivó a Zedillo a lanzarse contra Salinas, o fue una decisión pragmática, una estrategia exitosa que obtuvo los resultados esperados? Como fuere, Carlos olvidó sus esqueletos en el clóset y la respuesta de Ernesto fue brutal. De hecho, el plan promocional del libro tuvo que ser suspendido, y el ex presidente se vio obligado a dejar el país de inmediato. El motivo: la difusión, en el principal espacio de noticias de Televisa, de una conversación telefónica entre los hermanos Adriana y Raúl Salinas de Gortari.
El mayor del clan, procesado por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y recluido en el penal de alta seguridad de Almoloya, tronó contra su hermano el ex presidente durante el ríspido diálogo que sostuvo con Adriana: “Es una cobardía gigantesca de Carlos estarme mandando recados con Juan José (hijo de Raúl) para que le mande dinero porque es de él…” Raúl estaba fuera de control. De ahí la amenaza: “Todo lo voy a aclarar, de dónde salieron los fondos, quién era el intermediario, para qué eran y a dónde fueron… voy a decir qué fondos salieron del erario público (sic), para que se devuelvan”.
Lo único que Carlos Salinas de Gortari pudo replicar fue que la grabación de la conversación telefónica entre sus hermanos, había sido realizada por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de manera ilegal. Que había sido editada y luego filtrada al periodista Joaquín López Dóriga. Pero el golpe que le propinó su acusado fue contundente. Cuando el ex presidente regresaba a Europa con la cola entre las patas sabía, aunque se negase a reconocerlo públicamente, que una vez más había vuelto a perder. Que en lugar de reivindicarse y reivindicar a los suyos, el clan Salinas se hundió más en el fango. La cantaleta aquella de que no hay derrotas terminales, generaba más dudas que certezas al ex presidente. Pero él sabría esperar una nueva oportunidad, con Zedillo fuera de Los Pinos. Vicente Fox sería el vehículo propicio para enfrentar el descrédito, bajo una lógica política impecable: espacio que no ocupas, alguien más lo ocupa. Así fue como, al poco tiempo de iniciado el sexenio panista, Carlos Salinas de Gortari ocupó el vacío de poder que generó la incompetencia y frivolidad del guanajuatense. Continúo.
Carlos Salinas de Gortari es incapaz de la autocrítica. Es decir, posee el mayor defecto que le atribuye a su odiado rival Andrés Manuel López Obrador. En su visión, la debacle económica del país es responsabilidad de otros; él no tuvo nada que ver con la adopción del modelo ni, mucho menos, con los resultados negativos que éste ha arrojado en 25 años. Ni siquiera acepta que fue un error escoger a Ernesto Zedillo para sucederlo en el cargo. Él no se equivocó. En todo caso, su antiguo subordinado lo traicionó.
En octubre de 2000, el ex presidente quiso hacer un ajuste de cuentas a través de su libro México un paso difícil a la modernidad, que había escrito pacientemente durante cinco años, pero el tiro le salió por la culata. Para Salinas, Zedillo incurrió en múltiples traiciones: a los principios de política exterior, a la responsabilidad de velar por las instituciones nacionales, a la defensa de los derechos humanos, al Estado de derecho, al fortalecimiento de la soberanía popular, a los ideales de Luis Donaldo Colosio… Y, desde luego, la principal traición fue contra él y su familia. ¿La razón? Problemas psicológicos y de origen.
Para reforzar su tesis, el ex presidente cita en su libro la obra de Gregorio Marañón: Tiberio, historia de un resentimiento, en la cual el autor describe cómo el triunfo, lejos de curar al resentido, lo empeora. Tal sería, entonces, la razón de la violencia vengativa del resentido Zedillo contra su protector, una vez alcanzado el poder. El problema con este planteamiento es que el propio Salinas da una versión distinta en el mismo capítulo: “Para sostenerse, el nuevo presidente necesitaba elegir una figura que pagara sus errores: no fueron suficientes ni las primeras destituciones en su gabinete ni el intento de convertir en chivos expiatorios a los líderes de la guerrilla chiapaneca. Tuvo que volver al pasado y recrear el sacrificio ritual del presidente anterior. La estrategia le otorgó al nuevo gobierno los márgenes de sobrevivencia perdidos a partir del error de diciembre”.
Por fin: ¿fue el resentimiento lo que motivó a Zedillo a lanzarse contra Salinas, o fue una decisión pragmática, una estrategia exitosa que obtuvo los resultados esperados? Como fuere, Carlos olvidó sus esqueletos en el clóset y la respuesta de Ernesto fue brutal. De hecho, el plan promocional del libro tuvo que ser suspendido, y el ex presidente se vio obligado a dejar el país de inmediato. El motivo: la difusión, en el principal espacio de noticias de Televisa, de una conversación telefónica entre los hermanos Adriana y Raúl Salinas de Gortari.
El mayor del clan, procesado por el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y recluido en el penal de alta seguridad de Almoloya, tronó contra su hermano el ex presidente durante el ríspido diálogo que sostuvo con Adriana: “Es una cobardía gigantesca de Carlos estarme mandando recados con Juan José (hijo de Raúl) para que le mande dinero porque es de él…” Raúl estaba fuera de control. De ahí la amenaza: “Todo lo voy a aclarar, de dónde salieron los fondos, quién era el intermediario, para qué eran y a dónde fueron… voy a decir qué fondos salieron del erario público (sic), para que se devuelvan”.
Lo único que Carlos Salinas de Gortari pudo replicar fue que la grabación de la conversación telefónica entre sus hermanos, había sido realizada por el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) de manera ilegal. Que había sido editada y luego filtrada al periodista Joaquín López Dóriga. Pero el golpe que le propinó su acusado fue contundente. Cuando el ex presidente regresaba a Europa con la cola entre las patas sabía, aunque se negase a reconocerlo públicamente, que una vez más había vuelto a perder. Que en lugar de reivindicarse y reivindicar a los suyos, el clan Salinas se hundió más en el fango. La cantaleta aquella de que no hay derrotas terminales, generaba más dudas que certezas al ex presidente. Pero él sabría esperar una nueva oportunidad, con Zedillo fuera de Los Pinos. Vicente Fox sería el vehículo propicio para enfrentar el descrédito, bajo una lógica política impecable: espacio que no ocupas, alguien más lo ocupa. Así fue como, al poco tiempo de iniciado el sexenio panista, Carlos Salinas de Gortari ocupó el vacío de poder que generó la incompetencia y frivolidad del guanajuatense. Continúo.
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