Empresa y espíritu: La vocación empresarial
La palabra talento en esta parábola tiene dos significados. Primero: Es una unidad monetaria, tal vez la de mayor denominación en los tiempos de Jesús. Los editores del “Comentario de la Nueva Biblia”, concuerdan con que un talento era una suma de dinero muy grande; en tiempos modernos, éste habría sido el equivalente a algunos miles de dólares. Así, sabemos que la cantidad dada a cada sirviente fue considerable.
Segundo: Más ampliamente interpretada, la palabra talento se refiere a todos los diversos dones que Dios nos ha dado para cultivar y multiplicar. Esta definición acoge a todos los dones, incluyendo nuestras habilidades naturales y recursos, así como nuestra salud, educación, posesiones, dinero, y oportunidades.No pretendo construir una ética completa para el capitalismo a partir de esta parábola. Hacerlo así sería cometer un ejemplar error exegético e histórico, similar a aquellos cometidos por los teólogos de la liberación y de los teólogos de la dominación. Sin embargo, una de las más sencillas lecciones de esta parábola tiene que ver con cómo usamos nuestras capacidades y recursos dados por Dios.
Esto, sostengo, debe ser parte de una ética que guíe la actividad económica y la toma de decisiones en el mercado. En un nivel, de la misma manera en que el señor esperaba actividad productiva de sus siervos, Dios quiere que usemos nuestros talentos hacia fines constructivos. Aquí vemos que al prepararse para su viaje, el señor permite a sus siervos decidir acerca de la mejor manera de invertir.
Con relación a esto, ellos tienen plena libertad. De hecho, ni siquiera les ordena invertir para obtener ganancias; en vez de esto, él simplemente asume la buena voluntad de ellos y sus propios intereses en sus propiedades. Dada esta implícita confianza, es fácil entender el disgusto eventual del señor con el siervo, que no obtuvo ganancias. No es tanto la falta de productividad que ofende al señor sino la actitud subyacente que el siervo exhibe ante el señor y su propiedad.
Uno puede imaginarse el razonamiento del siervo: Sólo dejar pasar; pondré este talento fuera de vista de tal manera que no tenga que preocuparme por él, cuidarlo, o dar cuentas de él”. Un erudito de la Biblia, Leopold Fonck, observa que “no es solamente el mal uso de los dones recibidos lo que trae la culpa a quien los recibe, sino también el que no los use”. El maestro invitó a cada uno de los sirvientes diligentes a regocijarse en su propio regocijo, una vez se habían mostrado productivos para sí mismos. Ellos fueron generosamente recompensados; de hecho, el señor dio el talento del siervo perezoso a aquel que había recibido diez.
La parábola de los talentos, sin embargo, presupone un entendimiento local de la apropiada administración de dinero. De acuerdo a le ley rabínica, enterrar el dinero era considerado como la mejor seguridad contra el robo. Si una persona a quien se le ha confiado dinero lo enterrase tan pronto como lo recibiera, sería libre de responsabilidad, por cualquier cosa que le pasara al dinero.
Para el dinero meramente envuelto en una tela, la cuestión era diferente. En este caso, la persona era responsable de cubrir cualquier pérdida incurrida debido a la naturaleza irresponsable del depósito. Sin embargo, en la parábola de los talentos, el señor exhorta a tomar un riesgo razonable. Él considera el acto de enterrar el talento y así terminar sin pérdidas como irracional, porque considera que el capital debe revertir en una cantidad razonable. En este entendimiento, el tiempo es dinero (otra forma de comprender el interés).
Una segunda lección crítica de esta parábola es ésta: No es inmoral beneficiarse de nuestros recursos, ingenio, y labor. Aunque escribiendo para una audiencia y contexto enteramente diferente, el economista austríaco Israel Kizner emplea el concepto de alerta empresarial, para mostrar el significado de la habilidad natural, tiempo, y recursos personales.
Basándose en la obra de Ludwig von Mises reconoce que al buscar nuevas oportunidades y al encargarse de una actividad dirigida a un fin, los empresarios luchan no sólo por perseguir logros, donde medios y fines están claramente identificados, sino también por la energía y estado de alerta que se necesita para identificar por cuáles fines uno debe luchar y saber cuáles medios están disponibles.
Sin exagerar en la similitud entre el concepto de Kizner y la parábola de los talentos, parece haber una conexión natural entre el descubrimiento de oportunidades empresariales y la advertencia del Señor en Mateo 25 de ser cautelosos a su regreso y de ser cuidadosos de su propiedad. Así, con respecto a las ganancias, la única alternativa es la pérdida, la cual en el caso del tercer siervo constituye una mala administración.
Sin embargo, la renuncia voluntaria de la riqueza, tal como sucede en la limosnería, o una forma más radical de renunciar al derecho de poseer una propiedad (como en el voto de pobreza tomado por miembros de algunas órdenes religiosas), no debería ser confundido con la pérdida económica.
En el primer caso, un bien legítimo se abandona al intercambiarlo por uno hacia el cual se tiene un llamado único. En el otro caso, fallar deliberadamente en una empresa económica, o hacerlo como resultado de la pereza es mostrar irrespeto por el don de Dios y la responsabilidad propia como administrador.
Sin embargo, debemos distinguir apropiadamente entre las obligaciones morales que deben ser económicamente creativas y productivas, por una parte, y emplear nuestros talentos y recursos prudente y magnánimamente, por otra parte. Esto está claro a partir de nuestra discusión de la parábola de los talentos y el mandato cultural que aparece en Génesis 1, el cual señala que al someter la tierra, las personas necesitan estar atentas a las posibilidades de cambio, de desarrollo, e inversión.
Además, ya que los seres humanos son creados en la imagen de Dios y han sido dotados de razón y libre voluntad, las acciones humanas necesariamente implican una dimensión creativa, Así, pues, en el caso del tercer siervo que colocó su único talento bajo tierra, no se hizo uso de su habilidad para estar alerta de posibilidades futuras las cuales incluían cualquier retorno productivo del dinero del señor- lo que condujo a que fuera severamente recriminado.
Quizá no hay, tal vez, ilustración más clara de emplear los talentos y recursos personales prudentemente para el bien de todos que los monjes cistercienses de los monasterios medievales. En cuanto éstos, eran gobernados por una constitución religiosa que dividía el día de cada monje en segmentos dedicados a la oración, contemplación, culto, y trabajo; la cantidad de tiempo disponible para invertir en actividades productivas fue apretadamente regulada.
Además del temprano y frecuente uso de molinos, los monjes cistercienses también experimentaron con plantas, abonos y crianza de ganado que les permitían usar su creatividad dada por Dios sabia y productivamente para acumular dinero para el monasterio y ayudar al pobre.
La economía muestra que la tasa de ganancias del capital a largo plazo es similar a la tasa de interés. La tasa de interés, a su vez, es el pago dado por posponer el consumo presente para uno futuro (a veces denominado la tasa de tiempo preferencial). Al señor en la parábola de Jesús no le era suficiente recuperar meramente el valor original del talento; más bien, el señor esperaba que el siervo incrementara su valor al participar de la economía.
Aun un mínimo nivel de participación, tal como mantener el dinero en una cuenta para que gane intereses, habría producido una pequeña tasa de ganancias en el capital del señor. Enterrar el capital en la tierra sacrifica aun esa tasa mínima de ganancias, lo cual fue lo que enojó al señor con respecto a la indolencia de su siervo.
En el libro del Génesis, leemos que Dios dio la tierra con todos sus recursos a Adán y Eva. Adán debía combinar su trabajo con el material en bruto de la creación para producir bienes utilizables para su familia. De manera similar, el señor de la parábola de los talentos esperaba que sus sirvientes usaran los recursos a su disposición para incrementar el valor de su pertenencia.
Más que mantener pasivamente lo que habían recibido, los dos siervos fieles invirtieron el dinero. Pero el maestro se enojó de manera justa por la timidez del siervo que había recibido un talento. A través de esta parábola, Dios nos manda a usar nuestros talentos productivamente. Por medio de la misma, somos exhortados a trabajar, ser creativos, y rechazar la pereza.
A través de toda la historia, las personas se han encargado de construir instituciones que maximicen la seguridad y minimicen el riesgo tanto como el siervo que falló trató de hacer con el dinero del señor. Tales esfuerzos existen desde los Estados de Bienestar grecorromanos hasta las comunas luditas de los 60, hasta el totalitarismo soviético en escala absoluta..
De tiempo en tiempo, estos esfuerzos han sido acogidos como soluciones ‘cristianas’ a las inseguridades futuras. Sin embargo, la incertidumbre no es sólo el azar que debe ser evitado; éste puede ser una oportunidad para glorificar a Dios a través del sabio uso de sus dones. En la parábola de los talentos, la valentía frente a un futuro incierto fue generosamente recompensada en el caso del primer siervo, al que se le confió la mayor cantidad. Él usó los cinco talentos para adquirir cinco más. Habría sido más seguro depositar el dinero en un banco y recibir una tasa de interés nominal.
Al tomar riesgos razonables y mostrar habilidad empresarial, se le permitió retener su dotación inicial así como sus nuevas ganancias. Además de lo anterior, se le invitó a regocijarse con el señor. El sirviente perezoso pudo haber evitado su destino sombrío demostrando una iniciativa más empresarial. Si él hubiera hecho un esfuerzo por incrementar los bienes de su señor, aunque hubiese fallado en el proceso, no hubiera sido juzgado tan duramente.
La parábola de los talentos implica una obligación moral de confrontar la incertidumbre en una forma aventurera. No hay un ejemplo más apto de tal individuo que el del empresario. Los empresarios miran al futuro con valentía y un sentido de oportunidad. Al crear nuevas empresas, abren nuevas opciones para la gente con respecto a ganar un salario y desarrollar sus habilidades.
Sin embargo, nada de lo que ha sido dicho debe ser tomado para implicar que el empresario, debido a la importancia que él o ella tienen para la sociedad, debería ser eximido de rendir cuentas en el sentido espiritual. El comportamiento inmoral puede ser encontrado entre los empresarios no menos que entre cualquier grupo de seres humanos pecadores. No obstante, es importante que ni se canonice la pobreza ni se demonice el éxito económico.
Sin duda, en la búsqueda de su vocación, los líderes de negocios serán tentados de muchas maneras. A veces, la tentación será pensar que el ruidoso mundo de los negocios y las finanzas es espiritualmente insignificante y que el objetivo final es similar.
En tales momentos, los empresarios deben reflexionar nuevamente sobre el vigésimo quinto capítulo del evangelio de Mateo y captar el hecho que Dios les ha confiado con sus talentos y espera que los empresarios sean industriosos, generosos, e innovadores con ellos. Y si ellos son fieles a su llamado, podrían esperar escuchar las palabras pronunciadas por el Señor de esos siervos: “Bien hecho, siervo bueno y fiel. Has sido fiel en lo poco; te haré dueño de mucho. Entra y regocíjate en el gozo de tu Señor” (Mateo. 25:21)
Acton Institute
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