La fragilidad de un presidente negro

Nazanin Amirian / Público

Se salió del guión. Criticó la actitud racista de un policía blanco hacia un ciudadano negro y los blancos organizaron un monumental ataque, por lo que el presidente negro –aunque mulato– Barak Obama fue obligado a disculparse ante un sistema basado en el poder de los blancos que le había colocado ahí arriba para dar la imagen de un país que siempre vence, incluso al racismo inherente a sus cimientos.

Le sacaron de su confusión: él, al igual que los ex secretarios de Estado Condoleezza Rice o Colin Powell, no es más que la cara negra de un poder absolutamente blanco. Lo ocurrido no era excepcional.

Una ciudadana blanca, desde una zona exclusiva para ricos –que se da por supuesto que son blancos– avisa a la policía de que un negro estaba entrando en un domicilio. Ni se imaginaba que él pudiese vivir en tal barrio, aun siendo una eminencia de la Universidad de Harvard. Lo mismo pensó el policía blanco que humilló y detuvo al profesor.

Obama, en falso, representa la era posracial, y los progresos increíbles en esta materia parece que los valora desde la comparación de la actual situación con cuando los negros utilizaban fuentes y aseos diferenciados. La realidad de hoy es contundente: la renta de una familia negra media es diez veces menor que la de una blanca; la tasa de mortalidad de bebés negros es dos veces mayor que la de los blancos, y menor es la esperanza de vida de sus adultos.

La probabilidad de que un negro acabe en prisión es ocho veces más que la de un blanco, aunque se trate del mismo delito. Así, atrapados en un sistema de desigualdad estructural, uno de cada cuatro se encuentra entre rejas.

La aberrante idea de la supremacía de un colectivo sobre otros ha llegado a santificarse en los libros religiosos que les considera “Elegidos por la gracia de Dios”. ¿Por qué no ha habido un profeta o un ángel negro, si “también van al cielo todos los negritos buenos”? Antes como ahora, sin un racismo popular y cómplice resultaría imposible explotar, cometer limpiezas étnicas o conquistar otros pueblos para esclavizarlos y apoderarse de sus recursos.

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