…huele a podrido en Guerrero

Ricardo Rocha

—Tú no me aguantas ni un round, siempre estás borracho —le dijo Armando Chavarría a su adversario.

—Tú todo lo arreglas a golpes… como cuando eras dirigente estudiantil —le reviró Zeferino Torreblanca.

El agarrón fue público durante un debate en Acapulco cuando en 2004 los dos peleaban la codiciada candidatura perredista al gobierno de Guerrero.

Luego acordaron un frágil matrimonio por conveniencia en el que Torreblanca —salvo por hacer su secretario de Gobierno al propio Chavarría— nunca cumplió con los compromisos del pacto que le alquiló el logotipo del PRD. Al contrario, ya gobernador creó su propia corriente —Izquierda Renovadora— que inició una lucha sorda pero muy visible contra el Polo Guerrerense de Izquierda que, casualmente, encabezaba Chavarría. Además de jefaturar un gobierno lejanísimo a la plataforma del sol azteca y cercanísimo a los empresarios y a los viejos cacicazgos priístas; en el que privilegia a sus aliados con las arcas estatales desde las grandes obras hasta el abasto de papelería. Y fue mucho más allá al tramar su propia sucesión para heredar a su delfín e incondicional, el secretario de Desarrollo Rural Armando Ríos Pitter.

En paralelo, Armando Chavarría vino construyendo su propia candidatura hasta que la confrontación —incubada en la penumbra de las profundas diferencias ideológicas— se hizo escandalosamente pública. A fines de 2008 renunció al gobierno estatal para alcanzar una diputación y luego el liderazgo del Congreso. Al tiempo que tejió una alianza política que incluía no sólo al PRD sino al PT, Convergencia y hasta al PAN. Un poderosísimo frente que prácticamente estaría garantizando su triunfo a pesar de oponerse a los designios del gobernador y su ya inocultable alianza con el PRI.

Por ello —y hay que decirlo con todas sus letras— el principal sospechoso de la ejecución de Chavarría es Zeferino Torreblanca. Aun cuando se hable de enemigos de extrema derecha o de su iniciativa para investigar al auditor del gobierno estatal, Ignacio Rendón Romero, acusado de corrupción y a quien Chavarría estaba dispuesto a llevar a la cárcel. Incluso el gobierno ha filtrado como líneas de investigación el pasado de Armando como dirigente estudiantil, probable correo del Partido de los Pobres de Lucio Cabañas, casi rector de la Universidad Autónoma de Guerrero y hasta sus amoríos universitarios.

Nada de esto convence a los guerrerenses que en todas partes comentan que Zeferino le retiró a propósito la escolta y que las balas 380 súper y 9 milímetros con que Chavarría fue ejecutado son de uso cotidiano de los judiciales estatales. Eso, pero sobre todo la feroz disputa por la gubernatura, es lo que despierta un pestilente tufo de sospecha. Al grado de que la familia de Chavarría, en voz de su esposa y probable sucesora Martha Obeso, le mandara decir a Torreblanca que ni se apareciera en ninguno de los actos funerarios oficiales o personales.

Mientras que en el Congreso guerrerense y aun en la calle rueda una trovada: ¡Zeferino, desgraciado, nos mataste un diputado!

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