Alfredo Toro Hardy / Rebelión
Según señalaba The Economist de fecha 11 de julio de 2009, el 65% de las reservas mundiales de divisas se encuentran denominadas en dólares con apenas 26% en euros. El predominio del dólar se remonta a los acuerdos de Bretton Woods y respondió a la necesidad de evitar la hiperinflación resultante de la falta de confianza en el papel moneda, que predominó en los años de entre guerras. A una tasa fija de cambio de 35 dólares por una onza de oro, la divisa norteamericana resultaba inexpugnablemente segura. A pesar de que desde tiempos de Nixon el dólar entró en flotación, el billete verde siguió campeando ante la inexistencia de opciones. Aunque la aparición del euro hizo suponer que las cosas cambiarían, éste nunca se transformó en un competidor efectivo.
No obstante su brillante carrera, la intención de huir del dólar se evidencia por doquier. Las llamadas economías BRIC (Brasil, Rusia, India y China) proponen reemplazar al dólar por los Derechos Especiales de Giro (DEG). Creados por el FMI en 1969, éstos representan una reserva global compuesta por una canasta promedio del dólar, el euro, la libra y el yen. Aunque en la actualidad los DEG representan apenas el 1% de las reservas totales en divisas, se buscaría hacer subir sustancialmente ese porcentaje. A la vez, China ha acordado con Rusia, Argentina, Hong Kong, Bielorusia, Malasia y Corea del Sur expandir el uso de sus respectivas monedas en el comercio bilateral. Otro tanto está negociando con Brasil. La OPEP busca sustituir sus ventas en dólares por una canasta de divisas, mientras que el ALBA se adentra por la ruta del SUCRE como divisa de intercambio comercial.
La razón de esta huída se sustenta en un temor concreto. Estados Unidos financia su propia economía y su déficit fiscal por vía de los ahorros del resto del mundo, abusando del privilegio de señoraje que deriva de poseer la divisa líder. Durante varios años dejó caer su moneda para aumentar sus exportaciones y reducir su déficit de cuenta corriente, lo cual constituyó la salida fácil frente a la necesidad de poner su casa en orden. Es decir, reducir su déficit fiscal y aumentar sus niveles de ahorro interior. Más expedito y menos doloroso resultó utilizar su posición de dominio para trasladar a otros el costo de los ajustes. Ahora que el desorden de su casa ha provocado una gran crisis financiera y económica, proyectada sobre los cuatro puntos cardinales del planeta, Estados Unidos imprime frenéticamente dólares para hacer frente a sus propios problemas. El costo de ello se traslada de nuevo a quienes denominan sus reservas en dólares.
Según Charles Morris, para finales de 2006 se contabilizaban 5 billones (millones de millones) de dólares en reservas internacionales, con China sola poseyendo 1,2 billones (The Two Trillion Dollar Meldown, PublicAffairs, New York, 2008). ¿Qué pueden esperar los poseedores de esos dólares cuando según The Economist del 13 de junio 2009, el déficit fiscal estadounidense se cuadruplicará este año para llegar a 1,85 billones de dólares, estimándose que alcance un estimado de 19 billones de dólares para 2019? Para septiembre de 2008, cuando la crisis financiera tenía todavía muchas sorpresas por mostrar, la deuda pública norteamericana alcanzaba ya los 9,7 billones de dólares (Veéase Wikipedia, “United States Public Debt”). No en balde el dólar comienza a ser visto como una papa caliente de la que hay que librarse antes de que sea demasiado tarde.
El problema es que una crisis importante de confianza en relación con el dólar, en las circunstancias que se encuentra actualmente la economía mundial, tendría efectos catastróficos. Cuando no se sospechaba la aparición de la actual crisis económica, David Levey y Stuart Brown señalaban: “Una súbita falta de disposición por parte de los inversores extranjeros de continuar añadiendo activos en dólares, a su ya larga cuenta de activos en esa denominación, desencadenaría un pánico que lanzaría por la estratosfera las tasas de interés y haría caer en una grave crisis a la economía estadounidense, arrastrando consigo al resto del mundo” (“The Overstretch Myth”, ForeignAffairs, marzo/abril 2005).Si ello ocurriese ahora, sería gasolina sobre fuego.
Quienes denominan sus reservas en dólares, con particular referencia a quienes encabezan la lista de tenedores de bonos en esta divisa, se ven en el predicamento de deshacerse de una moneda poco confiable o de abstenerse de hacerlo, asumiendo los costos y riesgos de su tenencia, por temor a desatar una corrida que mucho los afectaría. Es como una relación de pareja que oscila entre la infelicidad y el temor a los costos de la ruptura. El matrimonio con el dólar se ha transformado, en efecto, en un inmenso dolor de cabeza.
Según señalaba The Economist de fecha 11 de julio de 2009, el 65% de las reservas mundiales de divisas se encuentran denominadas en dólares con apenas 26% en euros. El predominio del dólar se remonta a los acuerdos de Bretton Woods y respondió a la necesidad de evitar la hiperinflación resultante de la falta de confianza en el papel moneda, que predominó en los años de entre guerras. A una tasa fija de cambio de 35 dólares por una onza de oro, la divisa norteamericana resultaba inexpugnablemente segura. A pesar de que desde tiempos de Nixon el dólar entró en flotación, el billete verde siguió campeando ante la inexistencia de opciones. Aunque la aparición del euro hizo suponer que las cosas cambiarían, éste nunca se transformó en un competidor efectivo.
No obstante su brillante carrera, la intención de huir del dólar se evidencia por doquier. Las llamadas economías BRIC (Brasil, Rusia, India y China) proponen reemplazar al dólar por los Derechos Especiales de Giro (DEG). Creados por el FMI en 1969, éstos representan una reserva global compuesta por una canasta promedio del dólar, el euro, la libra y el yen. Aunque en la actualidad los DEG representan apenas el 1% de las reservas totales en divisas, se buscaría hacer subir sustancialmente ese porcentaje. A la vez, China ha acordado con Rusia, Argentina, Hong Kong, Bielorusia, Malasia y Corea del Sur expandir el uso de sus respectivas monedas en el comercio bilateral. Otro tanto está negociando con Brasil. La OPEP busca sustituir sus ventas en dólares por una canasta de divisas, mientras que el ALBA se adentra por la ruta del SUCRE como divisa de intercambio comercial.
La razón de esta huída se sustenta en un temor concreto. Estados Unidos financia su propia economía y su déficit fiscal por vía de los ahorros del resto del mundo, abusando del privilegio de señoraje que deriva de poseer la divisa líder. Durante varios años dejó caer su moneda para aumentar sus exportaciones y reducir su déficit de cuenta corriente, lo cual constituyó la salida fácil frente a la necesidad de poner su casa en orden. Es decir, reducir su déficit fiscal y aumentar sus niveles de ahorro interior. Más expedito y menos doloroso resultó utilizar su posición de dominio para trasladar a otros el costo de los ajustes. Ahora que el desorden de su casa ha provocado una gran crisis financiera y económica, proyectada sobre los cuatro puntos cardinales del planeta, Estados Unidos imprime frenéticamente dólares para hacer frente a sus propios problemas. El costo de ello se traslada de nuevo a quienes denominan sus reservas en dólares.
Según Charles Morris, para finales de 2006 se contabilizaban 5 billones (millones de millones) de dólares en reservas internacionales, con China sola poseyendo 1,2 billones (The Two Trillion Dollar Meldown, PublicAffairs, New York, 2008). ¿Qué pueden esperar los poseedores de esos dólares cuando según The Economist del 13 de junio 2009, el déficit fiscal estadounidense se cuadruplicará este año para llegar a 1,85 billones de dólares, estimándose que alcance un estimado de 19 billones de dólares para 2019? Para septiembre de 2008, cuando la crisis financiera tenía todavía muchas sorpresas por mostrar, la deuda pública norteamericana alcanzaba ya los 9,7 billones de dólares (Veéase Wikipedia, “United States Public Debt”). No en balde el dólar comienza a ser visto como una papa caliente de la que hay que librarse antes de que sea demasiado tarde.
El problema es que una crisis importante de confianza en relación con el dólar, en las circunstancias que se encuentra actualmente la economía mundial, tendría efectos catastróficos. Cuando no se sospechaba la aparición de la actual crisis económica, David Levey y Stuart Brown señalaban: “Una súbita falta de disposición por parte de los inversores extranjeros de continuar añadiendo activos en dólares, a su ya larga cuenta de activos en esa denominación, desencadenaría un pánico que lanzaría por la estratosfera las tasas de interés y haría caer en una grave crisis a la economía estadounidense, arrastrando consigo al resto del mundo” (“The Overstretch Myth”, ForeignAffairs, marzo/abril 2005).Si ello ocurriese ahora, sería gasolina sobre fuego.
Quienes denominan sus reservas en dólares, con particular referencia a quienes encabezan la lista de tenedores de bonos en esta divisa, se ven en el predicamento de deshacerse de una moneda poco confiable o de abstenerse de hacerlo, asumiendo los costos y riesgos de su tenencia, por temor a desatar una corrida que mucho los afectaría. Es como una relación de pareja que oscila entre la infelicidad y el temor a los costos de la ruptura. El matrimonio con el dólar se ha transformado, en efecto, en un inmenso dolor de cabeza.
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