Ramón Alfonso Sallard
SallardBenjamin Siegel, a quien le molestaba su alias Bugsy, era ya toda una celebridad en Estados Unidos cuando se trasladó a nuestro país en la década de los 40 del siglo XX. Su afición por el derroche y por hacerse acompañar de estrellas de Hollywood en fiestas sin fin, habían atraído sobre él la atención de los medios de comunicación, que relataban con frecuencia algunas de las andanzas del gángster por el mundo del espectáculo. Su tormentosa relación con la actriz y cantante Virginia Hill, una voluptuosa mujer que ya había tenido en el pasado otros romances con mafiosos, era tema de conversación. Con ella llegó a México.
Según informes oficiales desclasificados muchos años después y firmados por Harry J. Anslinger, comisionado antinarcóticos norteamericano durante más de tres décadas, Siegel y su novia presidieron las “más fastuosas fiestas de que se tenga memoria en el Distrito Federal”, durante las cuales convivieron con la crema y nata del poder en México. Algunas crónicas periodísticas de la época también dieron cuenta de la presencia de ambos en la capital del país. “Tiraron la casa por la ventana”, escribió un asombrado redactor de la sección de Sociales del diario Excélsior. A la pareja, después de su espectacular presentación en sociedad, se le vio también por Baja California, Sonora, Nayarit y Sinaloa.
El representante de la mafia estadounidense regó dinero por montones, con el propósito de convencer a la clase política de entonces de brindar protección a su actividad ilícita. Incluso encontró socios mexicanos para la siembra de amapola, al igual que para el contrabando de opio al mercado de su país. Siegel fue, entonces, quien dio los primeros pasos para estructurar la industria de la droga en México, hasta entonces dispersa en pequeñas bandas de contrabandistas nacionales y extranjeros. Los miembros de La Comisión, órgano directivo de la mafia, aprobaron su plan de trabajo desde Nueva York. Resolvieron así el problema de abasto que enfrentaban con uno de sus productos más lucrativos: la goma de opio. Y es que el mercado norteamericano demandaba de manera creciente sus derivados (morfina y heroína), pero éstos escaseaban desde el estallido de la segunda guerra mundial, al dañarse los centros de producción en Asia y las rutas de contrabando a Estados Unidos.
Sinaloa, por sus condiciones climatológicas y geográficas, se convirtió en la mejor opción para la naciente industria de las drogas. Además, el estado de los once ríos contaba con autoridades dispuestas a entrarle al negocio, aunque no siempre ocurrió así. Tal fue la razón del asesinato del gobernador Rodolfo T. Loaiza, la madrugada del 22 de febrero de 1944, durante un convivio en Mazatlán, con motivo del carnaval anual del puerto. Casi un año después de los hechos, Rodolfo Valdés, El Gitano, autor material del homicidio, generó un escándalo de proporciones mayúsculas con su confesión, pues reveló en detalle la amplia red de intereses que el occiso afectaba, entre ellos el negocio ilícito de las drogas que empezaba a crecer de manera acelerada.
El general Pablo Macías Valenzuela, para entonces gobernador en funciones de Sinaloa y ex secretario de Guerra y Marina, fue señalado por El Gitano como autor intelectual de los crímenes. Además, diversos indicios lo ubicaban como el principal promotor, protector y beneficiario del narcotráfico. Tan graves eran las acusaciones de sus presuntos vínculos con el crimen organizado, que el militar solicitó licencia a su cargo y fue sometido a un Consejo de Guerra. La intervención del secretario de Gobernación y futuro presidente de México, Miguel Alemán Valdés, evitó el encarcelamiento y sentencia del procesado, y también le permitió regresar al cargo para concluir su periodo de gobierno (1945-50). Continúo con esta historia.
SallardBenjamin Siegel, a quien le molestaba su alias Bugsy, era ya toda una celebridad en Estados Unidos cuando se trasladó a nuestro país en la década de los 40 del siglo XX. Su afición por el derroche y por hacerse acompañar de estrellas de Hollywood en fiestas sin fin, habían atraído sobre él la atención de los medios de comunicación, que relataban con frecuencia algunas de las andanzas del gángster por el mundo del espectáculo. Su tormentosa relación con la actriz y cantante Virginia Hill, una voluptuosa mujer que ya había tenido en el pasado otros romances con mafiosos, era tema de conversación. Con ella llegó a México.
Según informes oficiales desclasificados muchos años después y firmados por Harry J. Anslinger, comisionado antinarcóticos norteamericano durante más de tres décadas, Siegel y su novia presidieron las “más fastuosas fiestas de que se tenga memoria en el Distrito Federal”, durante las cuales convivieron con la crema y nata del poder en México. Algunas crónicas periodísticas de la época también dieron cuenta de la presencia de ambos en la capital del país. “Tiraron la casa por la ventana”, escribió un asombrado redactor de la sección de Sociales del diario Excélsior. A la pareja, después de su espectacular presentación en sociedad, se le vio también por Baja California, Sonora, Nayarit y Sinaloa.
El representante de la mafia estadounidense regó dinero por montones, con el propósito de convencer a la clase política de entonces de brindar protección a su actividad ilícita. Incluso encontró socios mexicanos para la siembra de amapola, al igual que para el contrabando de opio al mercado de su país. Siegel fue, entonces, quien dio los primeros pasos para estructurar la industria de la droga en México, hasta entonces dispersa en pequeñas bandas de contrabandistas nacionales y extranjeros. Los miembros de La Comisión, órgano directivo de la mafia, aprobaron su plan de trabajo desde Nueva York. Resolvieron así el problema de abasto que enfrentaban con uno de sus productos más lucrativos: la goma de opio. Y es que el mercado norteamericano demandaba de manera creciente sus derivados (morfina y heroína), pero éstos escaseaban desde el estallido de la segunda guerra mundial, al dañarse los centros de producción en Asia y las rutas de contrabando a Estados Unidos.
Sinaloa, por sus condiciones climatológicas y geográficas, se convirtió en la mejor opción para la naciente industria de las drogas. Además, el estado de los once ríos contaba con autoridades dispuestas a entrarle al negocio, aunque no siempre ocurrió así. Tal fue la razón del asesinato del gobernador Rodolfo T. Loaiza, la madrugada del 22 de febrero de 1944, durante un convivio en Mazatlán, con motivo del carnaval anual del puerto. Casi un año después de los hechos, Rodolfo Valdés, El Gitano, autor material del homicidio, generó un escándalo de proporciones mayúsculas con su confesión, pues reveló en detalle la amplia red de intereses que el occiso afectaba, entre ellos el negocio ilícito de las drogas que empezaba a crecer de manera acelerada.
El general Pablo Macías Valenzuela, para entonces gobernador en funciones de Sinaloa y ex secretario de Guerra y Marina, fue señalado por El Gitano como autor intelectual de los crímenes. Además, diversos indicios lo ubicaban como el principal promotor, protector y beneficiario del narcotráfico. Tan graves eran las acusaciones de sus presuntos vínculos con el crimen organizado, que el militar solicitó licencia a su cargo y fue sometido a un Consejo de Guerra. La intervención del secretario de Gobernación y futuro presidente de México, Miguel Alemán Valdés, evitó el encarcelamiento y sentencia del procesado, y también le permitió regresar al cargo para concluir su periodo de gobierno (1945-50). Continúo con esta historia.
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