Ramón Alfonso Sallard
El negocio de las drogas se disparó en Estados Unidos durante la década de los treinta del siglo XX, una vez derogada la Ley seca que prohibía a ese país la producción, comercialización y consumo de alcohol. Las grandes organizaciones criminales, surgidas al amparo de La prohibición, principalmente en Nueva York y Chicago, apostaron su futuro a los narcóticos. Buscaron en el extranjero mano de obra barata y facilidades de todo tipo para la producción de drogas, con la idea de regresarlas a su país a un precio más competitivo. Las corporaciones delictivas encontraron las condiciones propicias para crecer en México, y particularmente en el estado de Sinaloa.
La segunda guerra mundial facilitó las cosas. La amenaza nazi-fascista-imperial hizo que sus adversarios se unieran. No sólo la capitalista Estados Unidos y la comunista URSS marcharon juntas al frente de guerra: el crimen organizado estadounidense también se sumó a los aliados. El dominio de la mafia sobre los sindicatos de transportistas y de trabajadores de muelles, evitó que el enemigo realizara actos de sabotaje en puertos y carreteras. Además, utilizó sus buenos oficios en la isla de Sicilia y en varios lugares más de la Europa ocupada.
El pacto del gobierno norteamericano con la mafia, como ha sido documentado allá con suficiencia, hizo que las tropas del Eje padecieran frecuentes sabotajes en las zonas de influencia del crimen organizado. Sus miembros sirvieron también como red de protección y aprovisionamiento para la resistencia. Los ciudadanos de muchas comunidades difícilmente habrían sobrevivido de no haberse dado este acuerdo.
Salvatore Lucania, mejor conocido como Lucky Luciano, cabeza de la delincuencia organizada estadounidense, fue quien logró el trato con las autoridades de su país adoptivo. El mafioso purgaba una pena de 30 a 50 años de prisión por diversas actividades ilícita. A cambio de su ayuda, el gobierno le ofreció excarcelarlo y deportarlo a Italia, en cuanto ésta fuera liberada del dominio fascista de Benito Mussolini. Ambas partes cumplieron el pacto.
Pero el creador de Murder Inc. no se retiró del negocio. Desde el viejo continente siguió controlando sus intereses económicos en Estados Unidos, a través de algunos de sus asociados, entre los que destacan Meyer Lansky y Benjamin Siegel, el famoso Bugsy, creador de Las Vegas en los años 40. Él fue quien visualizó, incluso con la oposición de Luciano y otros capos de la mafia, el gran negocio que sería en el futuro la instalación de casinos en el desierto, en donde se pudiera realizar todo tipo de juegos y apuestas de manera legal.
De Siegel fue también la idea de convertir a México, y muy especialmente a Sinaloa, en el principal productor de amapola y goma de opio. La decisión resultaba congruente con la esencia del sindicato del crimen, conformado a principios de los 30 sobre bases estrictamente empresariales. Luciano, el convocante, había eliminado la limitación de la pureza de sangre que prevalecía hasta entonces en la mafia norteamericana –sólo participaban en los órganos de dirección personas de ascendencia italiana—e incluyó en calidad de asociados a diversos grupos que compartían su visión, sin importar el origen étnico. Lansky y Siegel, que eran judíos, creían, como Luciano, en las virtudes del capitalismo y veían los negocios de una manera más “americanizada” que los antiguos jefes. No fue sorpresivo, entonces, que fueran ellos el principal soporte del máximo líder para instaurar el nuevo orden.
Aunque Luciano eliminó oficialmente el cargo de Capo di tutti capi de la estructura –a la usanza siciliana--, y sustituyó la dirección unipersonal por un cuerpo colegiado, lo que ocurrió en realidad fue que adquirió mayor poder, pero sin el costo de asumir las decisiones conflictivas, que se diluían en el grupo. A este órgano ejecutivo lo llamó La comisión, una especie de Consejo de Administración conformado en principio por doce miembros, entre cuyas facultades se encontraba dirimir los conflictos internos, así como también trazar las metas y objetivos del consorcio criminal a corto, mediano y largo plazo.
Como la idea fue de Siegel, el gángster recibió de la Comisión la encomienda de encontrar socios en México. También se le ordenó buscar la protección de autoridades federales y locales, cosa que logró con mucho éxito. Mañana continúo con esta historia.
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
El negocio de las drogas se disparó en Estados Unidos durante la década de los treinta del siglo XX, una vez derogada la Ley seca que prohibía a ese país la producción, comercialización y consumo de alcohol. Las grandes organizaciones criminales, surgidas al amparo de La prohibición, principalmente en Nueva York y Chicago, apostaron su futuro a los narcóticos. Buscaron en el extranjero mano de obra barata y facilidades de todo tipo para la producción de drogas, con la idea de regresarlas a su país a un precio más competitivo. Las corporaciones delictivas encontraron las condiciones propicias para crecer en México, y particularmente en el estado de Sinaloa.
La segunda guerra mundial facilitó las cosas. La amenaza nazi-fascista-imperial hizo que sus adversarios se unieran. No sólo la capitalista Estados Unidos y la comunista URSS marcharon juntas al frente de guerra: el crimen organizado estadounidense también se sumó a los aliados. El dominio de la mafia sobre los sindicatos de transportistas y de trabajadores de muelles, evitó que el enemigo realizara actos de sabotaje en puertos y carreteras. Además, utilizó sus buenos oficios en la isla de Sicilia y en varios lugares más de la Europa ocupada.
El pacto del gobierno norteamericano con la mafia, como ha sido documentado allá con suficiencia, hizo que las tropas del Eje padecieran frecuentes sabotajes en las zonas de influencia del crimen organizado. Sus miembros sirvieron también como red de protección y aprovisionamiento para la resistencia. Los ciudadanos de muchas comunidades difícilmente habrían sobrevivido de no haberse dado este acuerdo.
Salvatore Lucania, mejor conocido como Lucky Luciano, cabeza de la delincuencia organizada estadounidense, fue quien logró el trato con las autoridades de su país adoptivo. El mafioso purgaba una pena de 30 a 50 años de prisión por diversas actividades ilícita. A cambio de su ayuda, el gobierno le ofreció excarcelarlo y deportarlo a Italia, en cuanto ésta fuera liberada del dominio fascista de Benito Mussolini. Ambas partes cumplieron el pacto.
Pero el creador de Murder Inc. no se retiró del negocio. Desde el viejo continente siguió controlando sus intereses económicos en Estados Unidos, a través de algunos de sus asociados, entre los que destacan Meyer Lansky y Benjamin Siegel, el famoso Bugsy, creador de Las Vegas en los años 40. Él fue quien visualizó, incluso con la oposición de Luciano y otros capos de la mafia, el gran negocio que sería en el futuro la instalación de casinos en el desierto, en donde se pudiera realizar todo tipo de juegos y apuestas de manera legal.
De Siegel fue también la idea de convertir a México, y muy especialmente a Sinaloa, en el principal productor de amapola y goma de opio. La decisión resultaba congruente con la esencia del sindicato del crimen, conformado a principios de los 30 sobre bases estrictamente empresariales. Luciano, el convocante, había eliminado la limitación de la pureza de sangre que prevalecía hasta entonces en la mafia norteamericana –sólo participaban en los órganos de dirección personas de ascendencia italiana—e incluyó en calidad de asociados a diversos grupos que compartían su visión, sin importar el origen étnico. Lansky y Siegel, que eran judíos, creían, como Luciano, en las virtudes del capitalismo y veían los negocios de una manera más “americanizada” que los antiguos jefes. No fue sorpresivo, entonces, que fueran ellos el principal soporte del máximo líder para instaurar el nuevo orden.
Aunque Luciano eliminó oficialmente el cargo de Capo di tutti capi de la estructura –a la usanza siciliana--, y sustituyó la dirección unipersonal por un cuerpo colegiado, lo que ocurrió en realidad fue que adquirió mayor poder, pero sin el costo de asumir las decisiones conflictivas, que se diluían en el grupo. A este órgano ejecutivo lo llamó La comisión, una especie de Consejo de Administración conformado en principio por doce miembros, entre cuyas facultades se encontraba dirimir los conflictos internos, así como también trazar las metas y objetivos del consorcio criminal a corto, mediano y largo plazo.
Como la idea fue de Siegel, el gángster recibió de la Comisión la encomienda de encontrar socios en México. También se le ordenó buscar la protección de autoridades federales y locales, cosa que logró con mucho éxito. Mañana continúo con esta historia.
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