Carlos Monsiváis
Anuncio del GDF (agosto 2009)
“Febrero 2010:
La CIUDAD puede quedarse
SIN AGUA
La ciudad de México vive la peor
sequía en su historia.
Sólo queda agua para
LOS PRÓXIMOS 6 MESES
No es una advertencia, es una realidad.
Ahorrar agua depende de ti
¡CUÍDALA!”
La distopía, la utopía negativa, es ya la moda, la profecía y el estado de ánimo en el territorio de la ciencia ficción en cine y literatura. Baste recordar un puñado de películas: Cuando el destino nos alcance, el título inmejorable de Soylent Green, la película de Richard Fleisher sobre la sociedad que canibaliza a sus muertos; El día después de mañana, sobre las catástrofes provocadas por el calentamiento global; La noche de los muertos vivientes, el filme de George A. Romero sobre los cadáveres que emergen destructivos y antropofágicos de las radiaciones nucleares; las decenas de películas donde la humanidad no tiene por qué salvarse; Farenheit 451, la novela de Ray Bradbury y el filme de Francois Truffaut, sobre la persecución de libros y lectores (Farenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel); el nuevo icono, el virus de origen desconocido que llega como nuevo torbellino de fuego a destruir las masificadas Sodoma y Gomorra; los incontables filmes en un futuro donde la única señal de comportamiento humano es la violencia extrema (la saga de Star Wars, con el robot como la conciencia moral y Darth Vader como el villano que le hacía falta a las representaciones anquilosadas del mal), y todas las cintas en donde, al final, sólo queda una pareja entre ruinas, acariciando la posibilidad de poblar de nuevo la tierra; la interminable historia de Terminator, con Sarah Connor, la madre que debe salvar al salvador de la humanidad, John Connor…
Todo es pesadumbre, desconfianza en cualquier forma de progreso que no sea autodestructivo, confianza en que la presente (la generación que está en las salas de cine o atiende el DVD) es la última generación feliz del planeta porque es la última que creyó que el futuro estaba delante, y que el presente aún no se veía devastado. Pero el saqueo del planeta ha cambiado el sitio de la distopía, que ve visiones ambulatorias de un porvenir hecho a imagen y semejanza de la guerra nuclear o bacteriológica a un mañana hereda las consecuencias del presente derruido. La moraleja es obvia: la culpa es del pasado que eliminó el porvenir.
* * *
Hay desde luego en la clase política herederos del Cándido de Voltaire, incapaz de concebir algo que lo aleje de la felicidad, así por ejemplo, el presidente Felipe Calderón que el 19 de agosto critica a los que difunden una imagen negativa de México de un país donde prevalece el caos y la inseguridad. “Hablar mal del país es para muchos, no sólo un esfuerzo cotidiano, hasta de eso viven… Hay que hablar con objetividad de las cosas que tiene México, que sí ofrece nuestro país. En la medida en que se multiplique este esfuerzo por mostrar con claridad y seguridad las enormes ventajas que tenemos respecto de otros países y regiones, por mostrar verdaderamente lo que somos capaces es la manera en que se construirá, precisamente, el futuro del país”.
Todo depende de las palabras. Las realidades no cuentan, los pleitos literalmente morales por el agua en las comunidades campesinas, el robo de pipas de agua en Iztapalapa, el énfasis desdeñoso y autoritario del director de Conagua. Esto no existe porque si uno lo dice habla mal de México, un país que florece, magnífico en los informes, y luego no se reconoce en el desastre. Según Calderón, en México prevalece la armonía y la seguridad. Es cosa de hallarlas, de no desesperar, en algún sitio deben encontrarse. Hable bien de México y luego aplauda seis veces seguidas con la vista fija en el Oriente y vendrá el arcoíris y encontrará la olla llena de orden y fin de la violencia.
* * *
Hace tres décadas el novelista Frank Herbert dio a conocer Dune, la primera novela de una serie donde el elemento primordial, el objeto de las guerras, el secreto del imperio planetario es el agua, que existe en un planeta contenido en animales inmensos que surgen de la arena (se recomienda no ver las dos atroces versiones fílmicas que vuelven la novela un cuento de hadas, lo que a lo mejor sí es). Dune, filmada en México, corresponde a una literatura distópica cada vez más centrada en el agua, la redención que se aleja. (Ya lo escribió José Gorostiza: “Agua, no huyas de la sed, detente”) A la literatura se han sumado las exhortaciones de los gobiernos del mundo y el llamado a respetar el líquido precioso y siempre lo que imperaba era la indiferencia disimulada, que se conformaba con la emisión de comerciales: “Una gota de agua nos está quitando el sueño”. Y había festivales del agua y declaraciones de tempestad en vaso de agua y así sucesivamente.
De pronto la distopía desde el gobierno: “La ciudad de México vive la peor sequía en su historia. Sólo queda agua para los próximos seis meses. No es una advertencia, es una realidad”. ¿Y qué pasa ante este aviso escalofriante? Por lo visto, en las redes internas y externas de la sociedad el tema no existe. Ya se beberá cuando se acabe, mientras concentrémonos en la política o en hablar bien de México o en ignorar la gravedad de la sequía. Preocuparse ahora es ya fraccionar la pesadilla, operación neoliberal que todavía no encuentra los empresarios debidos. Alguna solución se encontrará, colonizaremos Júpiter donde el agua abunda o cambiaremos las exigencias anatómicas o veremos la próxima película distópica.
Escritor
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
Anuncio del GDF (agosto 2009)
“Febrero 2010:
La CIUDAD puede quedarse
SIN AGUA
La ciudad de México vive la peor
sequía en su historia.
Sólo queda agua para
LOS PRÓXIMOS 6 MESES
No es una advertencia, es una realidad.
Ahorrar agua depende de ti
¡CUÍDALA!”
La distopía, la utopía negativa, es ya la moda, la profecía y el estado de ánimo en el territorio de la ciencia ficción en cine y literatura. Baste recordar un puñado de películas: Cuando el destino nos alcance, el título inmejorable de Soylent Green, la película de Richard Fleisher sobre la sociedad que canibaliza a sus muertos; El día después de mañana, sobre las catástrofes provocadas por el calentamiento global; La noche de los muertos vivientes, el filme de George A. Romero sobre los cadáveres que emergen destructivos y antropofágicos de las radiaciones nucleares; las decenas de películas donde la humanidad no tiene por qué salvarse; Farenheit 451, la novela de Ray Bradbury y el filme de Francois Truffaut, sobre la persecución de libros y lectores (Farenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel); el nuevo icono, el virus de origen desconocido que llega como nuevo torbellino de fuego a destruir las masificadas Sodoma y Gomorra; los incontables filmes en un futuro donde la única señal de comportamiento humano es la violencia extrema (la saga de Star Wars, con el robot como la conciencia moral y Darth Vader como el villano que le hacía falta a las representaciones anquilosadas del mal), y todas las cintas en donde, al final, sólo queda una pareja entre ruinas, acariciando la posibilidad de poblar de nuevo la tierra; la interminable historia de Terminator, con Sarah Connor, la madre que debe salvar al salvador de la humanidad, John Connor…
Todo es pesadumbre, desconfianza en cualquier forma de progreso que no sea autodestructivo, confianza en que la presente (la generación que está en las salas de cine o atiende el DVD) es la última generación feliz del planeta porque es la última que creyó que el futuro estaba delante, y que el presente aún no se veía devastado. Pero el saqueo del planeta ha cambiado el sitio de la distopía, que ve visiones ambulatorias de un porvenir hecho a imagen y semejanza de la guerra nuclear o bacteriológica a un mañana hereda las consecuencias del presente derruido. La moraleja es obvia: la culpa es del pasado que eliminó el porvenir.
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Hay desde luego en la clase política herederos del Cándido de Voltaire, incapaz de concebir algo que lo aleje de la felicidad, así por ejemplo, el presidente Felipe Calderón que el 19 de agosto critica a los que difunden una imagen negativa de México de un país donde prevalece el caos y la inseguridad. “Hablar mal del país es para muchos, no sólo un esfuerzo cotidiano, hasta de eso viven… Hay que hablar con objetividad de las cosas que tiene México, que sí ofrece nuestro país. En la medida en que se multiplique este esfuerzo por mostrar con claridad y seguridad las enormes ventajas que tenemos respecto de otros países y regiones, por mostrar verdaderamente lo que somos capaces es la manera en que se construirá, precisamente, el futuro del país”.
Todo depende de las palabras. Las realidades no cuentan, los pleitos literalmente morales por el agua en las comunidades campesinas, el robo de pipas de agua en Iztapalapa, el énfasis desdeñoso y autoritario del director de Conagua. Esto no existe porque si uno lo dice habla mal de México, un país que florece, magnífico en los informes, y luego no se reconoce en el desastre. Según Calderón, en México prevalece la armonía y la seguridad. Es cosa de hallarlas, de no desesperar, en algún sitio deben encontrarse. Hable bien de México y luego aplauda seis veces seguidas con la vista fija en el Oriente y vendrá el arcoíris y encontrará la olla llena de orden y fin de la violencia.
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Hace tres décadas el novelista Frank Herbert dio a conocer Dune, la primera novela de una serie donde el elemento primordial, el objeto de las guerras, el secreto del imperio planetario es el agua, que existe en un planeta contenido en animales inmensos que surgen de la arena (se recomienda no ver las dos atroces versiones fílmicas que vuelven la novela un cuento de hadas, lo que a lo mejor sí es). Dune, filmada en México, corresponde a una literatura distópica cada vez más centrada en el agua, la redención que se aleja. (Ya lo escribió José Gorostiza: “Agua, no huyas de la sed, detente”) A la literatura se han sumado las exhortaciones de los gobiernos del mundo y el llamado a respetar el líquido precioso y siempre lo que imperaba era la indiferencia disimulada, que se conformaba con la emisión de comerciales: “Una gota de agua nos está quitando el sueño”. Y había festivales del agua y declaraciones de tempestad en vaso de agua y así sucesivamente.
De pronto la distopía desde el gobierno: “La ciudad de México vive la peor sequía en su historia. Sólo queda agua para los próximos seis meses. No es una advertencia, es una realidad”. ¿Y qué pasa ante este aviso escalofriante? Por lo visto, en las redes internas y externas de la sociedad el tema no existe. Ya se beberá cuando se acabe, mientras concentrémonos en la política o en hablar bien de México o en ignorar la gravedad de la sequía. Preocuparse ahora es ya fraccionar la pesadilla, operación neoliberal que todavía no encuentra los empresarios debidos. Alguna solución se encontrará, colonizaremos Júpiter donde el agua abunda o cambiaremos las exigencias anatómicas o veremos la próxima película distópica.
Escritor
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
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