Adolfo de la Huerta (1881-1955)

Álvaro Cepeda Neri

El sonorense Adolfo de la Huerta (nada que ver con el golpista Victoriano Huerta) no es un personaje menor en la historia, tras la caída del porfiriato, ya que de inmediato se unió a Madero, participando desde 1909 en el Club Antirreleccionista de Guaymas para luchar contra el enésimo intento de reelección de Porfirio Díaz.

A éste, Madero lo obligó a desistir, renunciar y embarcarse en el Ipiranga rumbo a Francia donde vivió sus últimos años y murió (aunque sus huesos ya no reposan en la tumba de París, pues los oaxaqueños porfiristas los trajeron y los tienen escondidos en una iglesia, donde veneran a Díaz).

En una época cuando privaron la astucia de Carranza, la ingenuidad de Madero, el arrojo y perspicacia de Obregón (el Macbeth de Huatabampo, como lo llama Aguilar Camín, cuando éste intentó ser un analista histórico); la inteligencia de estadista de Calles... De la Huerta no fue, a mi juicio, un hombre de talento político.

Fue, como es su fama, un buen hombre, de ideales, honrado, que movido por su patriotismo y piedad por la pobreza de los campesinos, el drama indígena (fue el pacificador de los yaquis, sin derramamiento de sangre ni otra clase de violencia) entró a “la bola”. Pero de los que prefirieron salvar su alma, sin atreverse a recluirse en un convento a dedicarse de lleno al canto, con su voz privilegiada y dotes para enseñar el “bel canto” (a esto se dedicó al final de su vida).

Este libro, a más de medio siglo de su aparición (1957) son las Memorias de Don Adolfo de la Huerta. Las fue contando en su exilio (efímero presidente interino de la República, apenas seis meses, durante el inestable 1920) que duró diez años y dictando a veces, a Roberto H. Guzmán, su secretario particular que lo siguió y acompañó hasta su muerte.

Este maestro de canto, gran pianista, ha de tomarse en cuenta porque, después de todo, figuró, opacado, por Obregón y Calles, con los que no tuvo “química”, primero como gobernador interino en Sonora (entregó los ejidos a los campesinos de Álamos) y promulgó en la entidad la Constitución de 1917.

De la Huerta organizó la contrarrevolución contra Obregón, con un levantamiento armado en 1923, para ser derrotado y a mediados de 1924 huyó al exilio, donde en Los Ángeles constituyó una escuela de canto, para a su regreso en 1935 ser reivindicado por la generosidad de Lázaro Cárdenas, para morir en la capital del país.

Es por todo eso que sus memorias son de interés, para enterarse de una versión e interpretación de los hechos en que participó desde la Decena Trágica hasta su rebelión en Veracruz. Contadas y escritas con naturalidad, estas memorias vienen como anillo al dedo, en vísperas del Centenario de la Revolución de 1910 (porque hubo las Revoluciones de 1810, la de 1854 o Gloriosa Revolución de Ayutla; la Revolución de la Reforma). Grabadas de viva voz de Adolfo, “Fito” le nombraban, con agregados del confidente.

Ficha bibliográfica:
Autor: Adolfo de la Huerta
Título: Memorias
Editorial: Ediciones Guzmán

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