Ramón Alfonso Sallard
El PRI duró en el poder más de siete décadas porque simple y sencillamente era un partido de Estado. Algunos académicos cercanos al antiguo régimen han querido matizar la naturaleza de esta organización llamándole “partido dominante”, pero su argumentación es insostenible. Tan insostenible como que hoy el PRI hable de democracia y honestidad.
A diferencia de todos los partidos políticos en el mundo, que surgen para alcanzar el poder, en México el Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del PRI, nació desde el poder para mantener el poder. He ahí su condición de partido de Estado.
Después de una guerra de todos contra todos, que terminó por devorar a los mejores hombres y mujeres emanados de la Revolución, el general Plutarco Elías Calles llamó a la constitución del PNR con la intención de aglutinar en su seno a todas las corrientes revolucionarias y a los cacicazgos regionales. La idea era que la organización política, de corte corporativista, fuera el espacio en el que los distintos liderazgos dirimieran sus diferencias y disputas de manera pacífica, y desde luego se repartieran el poder. De esta forma se acabarían las constantes rebeliones armadas de los caudillos y se cerraría el paso a los adversarios de fuera. Todo dentro del sistema, nada fuera de él.
El asesinato del general Álvaro Obregón, caudillo invicto de la Revolución, que llevaba el mismo camino del dictador Porfirio Díaz, fue el punto de quiebre. Un movimiento armado que surgió bajo el lema de “sufragio efectivo, no reelección”, no debía consentir que el ex presidente retornara a ese mismo cargo, así fuera cuatro años después de haberlo dejado. Su asesinato, a manos del fanático religioso León Toral, dio oportunidad al presidente Calles para declarar el fin de la era de los caudillos y el inicio de la época de las instituciones.
El PNR duró poco, pues Calles tampoco resistió a la tentación de seguir en el poder. Ya no de manera directa, pero sí a trasmano. Se erigió en el Jefe Máximo de la Revolución, hasta que el general Lázaro Cárdenas puso fin esa situación y lo expulsó del país. El partido cambió de nombre durante el sexenio cardenista y se convirtió en un partido de masas de corte socialista. Pero llegó el cachorro de la Revolución, Miguel Alemán, y deshizo todo. Surgió entonces el Partido Revolucionario Institucional que en su nombre lleva la contradicción.
El partido de la revolución institucionalizada, como lo llamó Luis Javier Garrido, pronto se convirtió en el partido del fraude patriótico. Aquel que nunca pierde y cuando pierde, arrebata. Lo decía con toda claridad Fidel Velázquez, dirigente de la CTM durante más de medio siglo: “Por las armas llegamos al poder y sólo por las armas nos iremos de él”.
Se equivocó, es cierto. No vivió lo suficiente para ver la debacle. La lucha de millones de mexicanos para terminar con el régimen de partido de Estado finalmente fructificó y el PRI perdió la Presidencia de la República en 2000. Nuestra tragedia es que la alternancia no dio lugar a la transición democrática. El PAN traicionó los anhelos ciudadanos largamente confeccionados y hoy padecemos una regresión autoritaria. A tal grado están las cosas que el PRI puede regresar al cargo del que fue expulsado, apelando a la ausencia de memoria histórica de electorado. Por lo pronto ya es mayoría en la Cámara de Diputados junto con sus aliados, los mercenarios del Partido Verde presuntamente Ecologista.
El PRI duró en el poder más de siete décadas porque simple y sencillamente era un partido de Estado. Algunos académicos cercanos al antiguo régimen han querido matizar la naturaleza de esta organización llamándole “partido dominante”, pero su argumentación es insostenible. Tan insostenible como que hoy el PRI hable de democracia y honestidad.
A diferencia de todos los partidos políticos en el mundo, que surgen para alcanzar el poder, en México el Partido Nacional Revolucionario (PNR), abuelo del PRI, nació desde el poder para mantener el poder. He ahí su condición de partido de Estado.
Después de una guerra de todos contra todos, que terminó por devorar a los mejores hombres y mujeres emanados de la Revolución, el general Plutarco Elías Calles llamó a la constitución del PNR con la intención de aglutinar en su seno a todas las corrientes revolucionarias y a los cacicazgos regionales. La idea era que la organización política, de corte corporativista, fuera el espacio en el que los distintos liderazgos dirimieran sus diferencias y disputas de manera pacífica, y desde luego se repartieran el poder. De esta forma se acabarían las constantes rebeliones armadas de los caudillos y se cerraría el paso a los adversarios de fuera. Todo dentro del sistema, nada fuera de él.
El asesinato del general Álvaro Obregón, caudillo invicto de la Revolución, que llevaba el mismo camino del dictador Porfirio Díaz, fue el punto de quiebre. Un movimiento armado que surgió bajo el lema de “sufragio efectivo, no reelección”, no debía consentir que el ex presidente retornara a ese mismo cargo, así fuera cuatro años después de haberlo dejado. Su asesinato, a manos del fanático religioso León Toral, dio oportunidad al presidente Calles para declarar el fin de la era de los caudillos y el inicio de la época de las instituciones.
El PNR duró poco, pues Calles tampoco resistió a la tentación de seguir en el poder. Ya no de manera directa, pero sí a trasmano. Se erigió en el Jefe Máximo de la Revolución, hasta que el general Lázaro Cárdenas puso fin esa situación y lo expulsó del país. El partido cambió de nombre durante el sexenio cardenista y se convirtió en un partido de masas de corte socialista. Pero llegó el cachorro de la Revolución, Miguel Alemán, y deshizo todo. Surgió entonces el Partido Revolucionario Institucional que en su nombre lleva la contradicción.
El partido de la revolución institucionalizada, como lo llamó Luis Javier Garrido, pronto se convirtió en el partido del fraude patriótico. Aquel que nunca pierde y cuando pierde, arrebata. Lo decía con toda claridad Fidel Velázquez, dirigente de la CTM durante más de medio siglo: “Por las armas llegamos al poder y sólo por las armas nos iremos de él”.
Se equivocó, es cierto. No vivió lo suficiente para ver la debacle. La lucha de millones de mexicanos para terminar con el régimen de partido de Estado finalmente fructificó y el PRI perdió la Presidencia de la República en 2000. Nuestra tragedia es que la alternancia no dio lugar a la transición democrática. El PAN traicionó los anhelos ciudadanos largamente confeccionados y hoy padecemos una regresión autoritaria. A tal grado están las cosas que el PRI puede regresar al cargo del que fue expulsado, apelando a la ausencia de memoria histórica de electorado. Por lo pronto ya es mayoría en la Cámara de Diputados junto con sus aliados, los mercenarios del Partido Verde presuntamente Ecologista.
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