Miguel Ángel Granados Chapa / Plaza Pública
Si se impone el rigorismo formal y se impone también el autoritarismo presidencial, César Nava será elegido jefe del PAN cuando se reúna el Consejo Nacional el 8 de agosto próximo, pues el viernes pasado quedó cerrado el registro de candidato a esa posición, y sólo se inscribió el ex secretario particular de Felipe Calderón. Se ha consumado así el designio de Los Pinos de que sea candidato único. Pero no lo será de unidad.
Si, en cambio, se atiende la circunstancia política generada por seis preaspirantes a dirigir el PAN, Nava podría abandonar una vez más su objetivo de presidir su partido y al quedar sin participantes el proceso electoral, el Consejo Nacional podría asumir decisiones coyunturales, como la de elegir a un candidato que no se hubiera registrado, como es el caso de Ernesto Ruffo Appel, que emergió como la figura capaz de conciliar las posiciones extremas surgidas a raíz de la derrota panista del 5 de julio y la renuncia de Germán Martínez a la presidencia del partido.
A pesar de ser el primer candidato panista que derrotó a su adversario priista -adversaria en su caso, Margarita Ortega- y rompió el monopolio del entonces partido hegemónico sobre las gubernaturas estatales, Ruffo no fue admitido en el primer círculo panista. Apenas unos meses después de concluir su gobierno pionero en Baja California, en marzo de 1996 se presentó como aspirante a dirigir el PAN. Pero lo hizo contra Felipe Calderón, que como secretario general en el trienio de Carlos Castillo Peraza era como su continuador natural, de allí que hiciera Ruffo padecer su primera derrota política en su breve militancia: en 1986 había ganado la alcaldía de Ensenada y tres años después el gobierno del estado, cuando esos triunfos eran insólitos.
Ante esa circunstancia Ruffo se marginó de la vida panista y sólo reapareció en 2000, cuando Vicente Fox lo nombró comisionado de la frontera norte, un cargo que apenas sería configurado legalmente y no tenía una ubicación de primer nivel. Fue una decisión incomprensible de Fox: habiendo muy pocos panistas con experiencia gubernativa, la situación demandaba echar mano del mayor número en esa condición. El ex gobernador de Chihuahua, Francisco Barrio, fue llamado al gabinete, pero no así el de Baja California, que terminó renunciando al percibir la falta de interés real de Fox en las funciones que vagamente le fijó. Y Ruffo inició una nueva etapa de apartamiento que quizá podría concluir ahora si, con 13 años de demora, logra encabezar a su partido. De serlo, ocurriría una suerte de revancha respecto de quien lo derrotó entonces, porque llegaría al cargo contra la voluntad de Calderón o por lo menos contando sólo con su resignación.
Puesto que Calderón mismo había ganado la candidatura presidencial contra la voluntad de Fox y el líder nacional panista Manuel Espino, apenas llegó a Los Pinos enfrentó una de las necesidades a la que imprimió rango de prioritaria, que era recobrar el control del partido. Comenzó a conseguirlo en la Asamblea Nacional de hace dos años, cuando en León se eligió al Consejo Nacional que a su vez, disminuido el poder de Espino en ese órgano, elegiría a Germán Martínez como jefe del partido. El secretario particular de Calderón, César Nava, había expresado su gana de llegar a ese cargo, pero expresamente esperó la decisión de su jefe, que se inclinó por su secretario de la Función Pública y postergó a Nava, a quien a la postre alejaría de Los Pinos. Nava logró ser candidato a diputado y ganó su elección hace tres semanas, con lo cual quedaba en posición formal de asumir lo que parecía su nuevo destino, la coordinación de los legisladores panistas en San Lázaro. Pero, siempre su suerte en manos de Calderón, mudó de rumbo para suceder a su paisano y amigo Martínez.
Mas la decisión presidencial en tal sentido -pues a nadie se le ocultó que era Calderón quien bendecía a Nava- no recibió apoyo generalizado. Antes al contrario, su postulación suscitó el intento de varias figuras con distintos grados de presencia, que finalmente acordaron no contender pero no permanecer impasibles. Puesto que su propuesta de aplazar la elección de nuevo presidente nacional fue desoída, y convencidos de que el PAN requiere una profunda reflexión, integraron una estrategia conjunta seis panistas que sólo en una coyuntura excepcional como ésta podrían reunirse. Los senadores Santiago Creel, Ricardo García Cervantes y Humberto Aguilar; el diputado saliente Gerardo Priego y el entrante Javier Corral, y el ex líder nacional Manuel Espino impulsan una campaña para impedir la elección de Nava, a través de la abstención de más de un tercio de los consejeros nacionales (pues se requiere una votación calificada, de dos tercios, para elegir al presidente).
Es difícil romper el control de Los Pinos sobre el consejo, porque en el partido del gobierno cientos de consejeros forman parte del aparato gubernamental y lo muestran de una manera u otra -por simple acatamiento mecánico o por convicción-. Pero se ha logrado que un importante sector de panistas descrean del falso dilema de que no estar con Calderón es estar en su contra. Es legítimo que el Ejecutivo aspire a contar con el apoyo de su partido. Pero no lo es suponer que sólo a partir de incondicionales suyos en los cargos de dirección partidaria puede obtenerlo. El asentimiento acrítico y hasta servil puede ser la actitud más distante al apoyo que un gobernante requiere, sobre todo en la hora de la derrota.
Cajón de Sastre
No parece que César Nava sea suficientemente sensible para tomar por sí la iniciativa de retirarse de la contienda. Si lo fuera, no lo haría sin costo. Tan pronto como quedó claro que, ahora sí, el presidente Calderón lo llevaría a la dirección de su partido, se recordó parte del trabajo en común que han desempeñado, y que no se caracteriza por la transparencia. Nava fue director jurídico de Pemex y después Calderón le entregó responsabilidad semejante en la Secretaría de Energía. En el primer caso, Nava instrumentó los contratos de servicios múltiples impugnados desde diversos miradores y aun llevados a los tribunales. En el segundo, el responsable de los asuntos legales pagó millones de pesos por servicios de despachos que hicieron lo que correspondía hacer a la dirección a su cargo. Así lo documenta Proceso en su número de ayer.
Si se impone el rigorismo formal y se impone también el autoritarismo presidencial, César Nava será elegido jefe del PAN cuando se reúna el Consejo Nacional el 8 de agosto próximo, pues el viernes pasado quedó cerrado el registro de candidato a esa posición, y sólo se inscribió el ex secretario particular de Felipe Calderón. Se ha consumado así el designio de Los Pinos de que sea candidato único. Pero no lo será de unidad.
Si, en cambio, se atiende la circunstancia política generada por seis preaspirantes a dirigir el PAN, Nava podría abandonar una vez más su objetivo de presidir su partido y al quedar sin participantes el proceso electoral, el Consejo Nacional podría asumir decisiones coyunturales, como la de elegir a un candidato que no se hubiera registrado, como es el caso de Ernesto Ruffo Appel, que emergió como la figura capaz de conciliar las posiciones extremas surgidas a raíz de la derrota panista del 5 de julio y la renuncia de Germán Martínez a la presidencia del partido.
A pesar de ser el primer candidato panista que derrotó a su adversario priista -adversaria en su caso, Margarita Ortega- y rompió el monopolio del entonces partido hegemónico sobre las gubernaturas estatales, Ruffo no fue admitido en el primer círculo panista. Apenas unos meses después de concluir su gobierno pionero en Baja California, en marzo de 1996 se presentó como aspirante a dirigir el PAN. Pero lo hizo contra Felipe Calderón, que como secretario general en el trienio de Carlos Castillo Peraza era como su continuador natural, de allí que hiciera Ruffo padecer su primera derrota política en su breve militancia: en 1986 había ganado la alcaldía de Ensenada y tres años después el gobierno del estado, cuando esos triunfos eran insólitos.
Ante esa circunstancia Ruffo se marginó de la vida panista y sólo reapareció en 2000, cuando Vicente Fox lo nombró comisionado de la frontera norte, un cargo que apenas sería configurado legalmente y no tenía una ubicación de primer nivel. Fue una decisión incomprensible de Fox: habiendo muy pocos panistas con experiencia gubernativa, la situación demandaba echar mano del mayor número en esa condición. El ex gobernador de Chihuahua, Francisco Barrio, fue llamado al gabinete, pero no así el de Baja California, que terminó renunciando al percibir la falta de interés real de Fox en las funciones que vagamente le fijó. Y Ruffo inició una nueva etapa de apartamiento que quizá podría concluir ahora si, con 13 años de demora, logra encabezar a su partido. De serlo, ocurriría una suerte de revancha respecto de quien lo derrotó entonces, porque llegaría al cargo contra la voluntad de Calderón o por lo menos contando sólo con su resignación.
Puesto que Calderón mismo había ganado la candidatura presidencial contra la voluntad de Fox y el líder nacional panista Manuel Espino, apenas llegó a Los Pinos enfrentó una de las necesidades a la que imprimió rango de prioritaria, que era recobrar el control del partido. Comenzó a conseguirlo en la Asamblea Nacional de hace dos años, cuando en León se eligió al Consejo Nacional que a su vez, disminuido el poder de Espino en ese órgano, elegiría a Germán Martínez como jefe del partido. El secretario particular de Calderón, César Nava, había expresado su gana de llegar a ese cargo, pero expresamente esperó la decisión de su jefe, que se inclinó por su secretario de la Función Pública y postergó a Nava, a quien a la postre alejaría de Los Pinos. Nava logró ser candidato a diputado y ganó su elección hace tres semanas, con lo cual quedaba en posición formal de asumir lo que parecía su nuevo destino, la coordinación de los legisladores panistas en San Lázaro. Pero, siempre su suerte en manos de Calderón, mudó de rumbo para suceder a su paisano y amigo Martínez.
Mas la decisión presidencial en tal sentido -pues a nadie se le ocultó que era Calderón quien bendecía a Nava- no recibió apoyo generalizado. Antes al contrario, su postulación suscitó el intento de varias figuras con distintos grados de presencia, que finalmente acordaron no contender pero no permanecer impasibles. Puesto que su propuesta de aplazar la elección de nuevo presidente nacional fue desoída, y convencidos de que el PAN requiere una profunda reflexión, integraron una estrategia conjunta seis panistas que sólo en una coyuntura excepcional como ésta podrían reunirse. Los senadores Santiago Creel, Ricardo García Cervantes y Humberto Aguilar; el diputado saliente Gerardo Priego y el entrante Javier Corral, y el ex líder nacional Manuel Espino impulsan una campaña para impedir la elección de Nava, a través de la abstención de más de un tercio de los consejeros nacionales (pues se requiere una votación calificada, de dos tercios, para elegir al presidente).
Es difícil romper el control de Los Pinos sobre el consejo, porque en el partido del gobierno cientos de consejeros forman parte del aparato gubernamental y lo muestran de una manera u otra -por simple acatamiento mecánico o por convicción-. Pero se ha logrado que un importante sector de panistas descrean del falso dilema de que no estar con Calderón es estar en su contra. Es legítimo que el Ejecutivo aspire a contar con el apoyo de su partido. Pero no lo es suponer que sólo a partir de incondicionales suyos en los cargos de dirección partidaria puede obtenerlo. El asentimiento acrítico y hasta servil puede ser la actitud más distante al apoyo que un gobernante requiere, sobre todo en la hora de la derrota.
Cajón de Sastre
No parece que César Nava sea suficientemente sensible para tomar por sí la iniciativa de retirarse de la contienda. Si lo fuera, no lo haría sin costo. Tan pronto como quedó claro que, ahora sí, el presidente Calderón lo llevaría a la dirección de su partido, se recordó parte del trabajo en común que han desempeñado, y que no se caracteriza por la transparencia. Nava fue director jurídico de Pemex y después Calderón le entregó responsabilidad semejante en la Secretaría de Energía. En el primer caso, Nava instrumentó los contratos de servicios múltiples impugnados desde diversos miradores y aun llevados a los tribunales. En el segundo, el responsable de los asuntos legales pagó millones de pesos por servicios de despachos que hicieron lo que correspondía hacer a la dirección a su cargo. Así lo documenta Proceso en su número de ayer.
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