Jesús González Schmal / El Periódico
El embrollo o manipulación publicitaria de la etapa electoral, ha dejado de lado la dramática situación que vive el país que no deriva de la casualidad, sino de le evidente ineptitud o mala fe de quién toma las decisiones fundamentales al amparo del cargo que de facto ejerce, quién se dice titular del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón.
En efecto, la crisis internacional que se produjo de la magnitud que alcanzó la especulación de los consorcios financieros que no se respaldan en producción y trabajo, sino en la audacia y estimulo al dinero fácil de quienes manejan los mercados bursátiles según los informes que ellos mismos rinden y que, solo, ocasionalmente se revela que son falsos o están inflados. Este efecto se trasladó a México porque, tanto los panistas, como antes los priistas, son adictos al modelo neoliberal que posibilita éstas maniobras.
El fondo de todo esto es la compulsiva inclinación de quienes llegan al poder político y quieren también poder económico para lo que se asocian con los que han ganado posición en la acumulación de fortuna. De ahí que en lugar de hacer política económica y buscar incrementar la producción y el trabajo para los mexicanos, se someten a los designios de quienes dogmáticamente creen que se pueden hacer riquezas financiera para unos cuantos y de lo que ellos arrojen de la mesa después del banquete, se podrá recibir el beneficio que la nación que cada día crece pero en pobreza y abandono.
En este esquema de gobierno calderonista que a su vez heredó de Zedillo y a Fox, la educación como el pivote del desarrollo se relega en manos de la corrupción sindical y el campo se deja a la deriva con la confianza de que los campesinos tendrán la opción de trabajar en los Estados Unidos. A su vez, todo lo que significa esfuerzo y gobernar predicando con el ejemplo de austeridad y eficacia se ignora y elude, dando lugar al desastre de un equipo de gobierno sujeto a la suerte y a la apuesta de la globalización que ya da cuenta de un fracaso estrepitoso.
El embrollo o manipulación publicitaria de la etapa electoral, ha dejado de lado la dramática situación que vive el país que no deriva de la casualidad, sino de le evidente ineptitud o mala fe de quién toma las decisiones fundamentales al amparo del cargo que de facto ejerce, quién se dice titular del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón.
En efecto, la crisis internacional que se produjo de la magnitud que alcanzó la especulación de los consorcios financieros que no se respaldan en producción y trabajo, sino en la audacia y estimulo al dinero fácil de quienes manejan los mercados bursátiles según los informes que ellos mismos rinden y que, solo, ocasionalmente se revela que son falsos o están inflados. Este efecto se trasladó a México porque, tanto los panistas, como antes los priistas, son adictos al modelo neoliberal que posibilita éstas maniobras.
El fondo de todo esto es la compulsiva inclinación de quienes llegan al poder político y quieren también poder económico para lo que se asocian con los que han ganado posición en la acumulación de fortuna. De ahí que en lugar de hacer política económica y buscar incrementar la producción y el trabajo para los mexicanos, se someten a los designios de quienes dogmáticamente creen que se pueden hacer riquezas financiera para unos cuantos y de lo que ellos arrojen de la mesa después del banquete, se podrá recibir el beneficio que la nación que cada día crece pero en pobreza y abandono.
En este esquema de gobierno calderonista que a su vez heredó de Zedillo y a Fox, la educación como el pivote del desarrollo se relega en manos de la corrupción sindical y el campo se deja a la deriva con la confianza de que los campesinos tendrán la opción de trabajar en los Estados Unidos. A su vez, todo lo que significa esfuerzo y gobernar predicando con el ejemplo de austeridad y eficacia se ignora y elude, dando lugar al desastre de un equipo de gobierno sujeto a la suerte y a la apuesta de la globalización que ya da cuenta de un fracaso estrepitoso.
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