Adán Salgado Andrade
Huichapan Hidalgo, México. Cuando uno se entera de la violencia cotidiana que se comienza a extender ya por todo el país, es obligada pregunta cuestionar: ¿de qué ha servido la estrategia gubernamental de prácticamente militarizar varias zonas, emprendida contra la llamada “delincuencia organizada” y que además, torpemente, fue empleada como lema de campaña electoral por el panismo para justificar la reelección partidista de sus diputados y senadores? De nada, como evidencian los problemas que enseguida expongo (y que en muchos lugares de México están sucediendo, por desgracia).
Huichapan, este histórico, pintoresco municipio hidalguense, famoso por sus balnearios, que antes se jactaba de ser pacífico y de que nada sucedía allí – y en general, era algo que los gobernadores de Hidalgo alardeaban, que su estado era uno de los más estables del país –, en años recientes, ha mostrado una nueva cara. En particular, en Huichapan, las actividades económicas se han deteriorado mucho, más ahora con la crisis económica mundial, especialmente la estadounidense, ya que antes, Estados Unidos era efectivamente una válvula de escape para el sonado desempleo que siempre ha existido en este lugar (y esto se aplica a todos los pueblos y pequeñas ciudades del país, los cuales constantemente han padecido de un crónico desempleo debido a la tendencia nacional de concentrar en unas cuantas ciudades y polos de desarrollo las actividades económicas de todo tipo). Al pasar frente a la estación local de autobuses, pueden verse los letreros que anuncian las conexiones de autobuses que se ofrecen con ciudades estadounidenses como Dallas o Houston, en Texas, dirigidos a los potenciales huichapenses que pretendan probar suerte en ese país. Pero ahora ya son cada vez menos quienes se arriesgan, pues cuentan ya con los testimonios de muchos de sus “paisas” que han debido retornar de allá, debido a que se quedaron sin empleo y no pudieron hallar otro en muchos meses (Ver mi trabajo en Internet: “El regreso sin gloria del ‘otro lado’ de un indocumentado mexicano”).
Así que desempleo, más crisis, más los valores materialistas-consumistas tan inculcados por el capitalismo salvaje que nos sigue dominando, a pesar de la actual debacle económica, son un muy excelente caldo de cultivo para que todo tipo de actividades ilegales y delincuenciales se gesten, como ya desde hace unos tres años se ha venido desarrollando aquí.
Platico con Carlos (no es su verdadero nombre), residente de una comunidad cercana a Huichapan (por razones de seguridad omito decir el lugar y a lo que Carlos se dedica), quien ha podido dar cuenta del deterioro social que aquí y en los alrededores se ha venido dando. “Pues mira ¬– platica –, yo hace tres años tuve la oportunidad de venirme aquí por razones de empleo, era una muy buena oportunidad y que nos venimos mi esposa y mis dos hijos pequeños. La verdad es que nos encantó el lugar. Nosotros venimos del DF, de un lugar muy conflictivo, y cuando llegamos aquí, pues ¡nos enamoramos! Ni lo dudé en comprarme una casita por aquí para cambiar de residencia y quedarnos a vivir aquí…”.
Y así fue, Carlos, junto con su familia, disfrutaron de la tranquilidad que supuestamente la provincia ofrece, con menos contaminación, menos tráfico, menos gente, menos problemas, más convivencia con los vecinos… en fin, todo cuanto vivir en zonas rurales puede ofrecer.
Aunque algo de esa tranquilidad que tanto valoraban y presumían a su familia y amigos que siguen viviendo en la ciudad, se alteró un poco cuando comenzaron a secuestrar a gente de dinero de Huichapan desde hace poco menos de dos años. La gente decía que eran los “zetas”. Por ejemplo, un muy sonado caso fue el de un vendedor de barbacoa, apodado el “Cholito”, cuyo local es de los más afamados y concurridos del mercado local. Llegaron por él al puesto del mercado en donde tenía su negocio cinco sujetos haciéndose pasar por agentes judiciales y con lujo de violencia, a pesar de las decenas de clientes que en ese momento comían, lo golpearon y arrastrándolo lo metieron a un vehículo. Pedían dos millones de pesos a su familia por soltarlo. Y según se refiere, como no tenían todo el dinero, su mujer logró que lo dejaran libre pagando el rescate, parte en efectivo y parte con varios vehículos casi nuevos, como camionetas y autos caros, que la familia poseía. Bastante golpeado, pero, por fortuna, vivo, el famoso barbacoyero fue liberado por sus plagiarios.
Pero de plano la relativa tranquilidad que a pesar de aquellos hechos delictivos siguieron disfrutando Carlos y su familia, se vio interrumpida brutalmente del todo cuando fueron testigos de una terrible balacera que les heló, literalmente, la sangre, a unos cuantos metros de su domicilio, entre las “fuerzas del orden” y una supuesta banda de secuestradores, acantonada a unos cuantos metros de la casa de quien esto me refiere.
“Mira, pues eran como las cinco de la mañana, era martes, me acuerdo rebien. Yo ya estaba levantado, como siempre, preparándonos mi esposa y yo para alistar a nuestros hijos para que fueran a la escuela, que se levantaran, se bañaran, desayunaran y todo eso. Salí de la casa para ir al carro a sacar unos papeles que necesitaba… ¡y que veo pasar varias patrullas y camionetas de la AFI (se refiere a la ya disuelta, por corrupta e inepta, Agencia Federal de Investigaciones) y que me gritan ‘¡Métansen pa’dentro de su casa y no salgan para nada!’ y ya que me meto volando y que le digo a mi mujer lo que vi y pues nos quedamos de a tres… porque, ¿pues a qué iban esos cuates allí? Y pues luego luego supimos, porque al ratito que me metí, ni dos minutos pasaron, cuando comenzamos a oír los disparos, así, como cohetes, cuando truenan juntito a ti… ¡sí, así se escuchaba de fuerte la balacera!”.
Cuenta Carlos que más de dos horas duró el tiroteo entre los agentes federales y los supuestos secuestradores y que ellos se subieron al segundo piso de su casa. “¡Pues yo pensé que si nos tocaba una bala perdida, ahí íbamos a estar más seguros, porque no sabes cómo estábamos de espantados, en serio…!”. Y lo peor es que ya que terminaron los balazos, les ordenaron los de la AFI que no salieran para nada, hasta que ellos les dijeran, pues si lo hacían, serían considerados sospechosos. “Un señor que vive también cerca, que se le ocurre salirse como a la una, pues porque como no había ido a trabajar, pues quería ir a avisar, para que no lo fueran a correr, ¿no?, y que ya lo andaban agarrando, diciendo que era secuestrador, pero que les enseña sus credenciales y que lo dejan ir, ¿tú crees?”.
Quedaron tan afectados, que la esposa de Carlos, ese mismo día quería ya regresarse al DF, a la casa de sus papás, en donde vivían antes. “Pues yo que me pongo a platicar con ella, que pensara que no era justo que por la balacera, dejáramos todo lo que tanto esfuerzo nos había costado para vivir allí y ella me decía que cómo era posible que en el DF, a pesar de que era tan conflictivo y peligroso, nunca hubiéramos vivido esas cosas tan fuertes tan de cerca.”
Pienso, en efecto, al platicarme Carlos los acontecimientos referidos, y que todavía muestra cierta afectación al recordarlos en ese momento, que realmente antes, cuando aún no vivíamos en un narcoestado, una muy alta probabilidad de vivir violencia así sólo podía darse en una aglomerada, desquiciada ciudad como la de México y sus zonas aledañas, pero no en un pueblito tranquilo y pintoresco, como en el que viven Carlos y su familia.
“¿Y todavía quiere regresarse tu esposa?”, le pregunto. “Pues… no, ya se resignó. Como le dije, pues ahora, como están las cosas, esto puede suceder en cualquier lugar, ¿no?, y pues ya está más tranquila”.
Pero nuevamente Carlos y ella se han intranquilizado al saberse que por estos días, a pesar de que, se dice, mataron a varios de los secuestradores durante el espectacular y violento operativo y al resto los encarcelaron, secuestraron al hijo de unos acaudalados canteros (se les llama así a los dueños de los bancos de cantera, muy abundante mineral pétreo en esta región, bastante demandado en la construcción) y que no han podido arreglar aquéllos que lo suelten. “Pero entonces, ¿para qué sirvió el operativo?” cuestiono. Carlos se encoge de hombros. “Pues no sé… a lo mejor nada más fue la finta, ¿no?”, responde. Y me dice que ese caso no es el único que la gente platica, sino que se sabe de muchos otros acontecimientos que evidencian el fracaso de la lucha contra el “crimen organizado”, emprendida por esta inepta mal administración panista. “Mira, ¿ves ese cerro que está por allá? – me señala Carlos un cerro que domina el horizonte hacia el sur del lugar –, pues ahí, atrás, se rumora que hay un rancho muy grande, como hacienda, que se llama ‘El Astillero’, y que es un narcolaboratorio, y que está muy bien cuidado y vigilado por narcos… dicen que hasta el ejército lo cuida y que cuidado con el que se meta allí, que luego luego lo matan… ¿cómo ves?”
Suena lógico que, de ser cierto, cerca de Huichapan se procesara droga, pues por tantos inmigrantes, indocumentados o no, que iban a EU, no hace mucho tiempo todavía, quizá algunos de ellos sirvieran como distribuidores. “Pero, como te digo, eso es lo que se rumora entre la gente”, me vuelve a aclarar Carlos. “Y ya ves que dicen que la gente muchas veces prefiere a los narcos y hasta los protegen, que porque éstos la ayudan y todo, ¿no?”
En efecto, recuerdo qué tan querido era Caro Quintero entre sus paisanos cuando estaba activo, pues los ayudaba mucho, les construía escuelas, parques, iglesias… o que es lo mismo que hace la organización criminal “La Familia”, que opera en Michoacán, con su red de, digamos, “ayuda social” que brinda a muchos pobladores (no hace mucho, por ejemplo, estuve en un pequeño pueblo michoacano, y quedé muy sorprendido al entrar a un café-Internet y ver que se contaba con muy modernas y rápidas computadoras, dotadas de grandes pantallas de cristal líquido y una increíble, muy rápida conexión a red inalámbrica que ni siquiera se ve en sitios como en la ciudad de México, muy excesiva infraestructura computacional para los escasos usuarios que acudían al sitio, razoné en esa ocasión).
“¿Y qué has pensado, Carlos, vas a seguir aquí?”, pregunto finalmente a mi entrevistado. “Pues sí, cómo le digo a mi esposa, qué nos queda, ya tengo mi trabajo aquí y ya estamos establecidos… ahorita, como están las cosas, a cualquier lugar que te vayas va a pasar lo mismo… y ya ves que se las da el gobierno de que está combatiendo a los narcos… la verdad es que es puro cuento, hasta han de ponerse de acuerdo con ellos, ¿no crees?”, responde.
Sólo me queda asentir tristemente ante su resignada reflexión y concluir que, en efecto, vivimos, muy convenientemente ya para los mal administradores panistas y sus ansias de militarizar a todo el país, en un narcoestado (Ver mi trabajo en Internet: “La muy oportuna ‘descomposición’ del estado mexicano, pretexto del gobierno para incrementar y recrudecer la represión gubernamental”).
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
Huichapan Hidalgo, México. Cuando uno se entera de la violencia cotidiana que se comienza a extender ya por todo el país, es obligada pregunta cuestionar: ¿de qué ha servido la estrategia gubernamental de prácticamente militarizar varias zonas, emprendida contra la llamada “delincuencia organizada” y que además, torpemente, fue empleada como lema de campaña electoral por el panismo para justificar la reelección partidista de sus diputados y senadores? De nada, como evidencian los problemas que enseguida expongo (y que en muchos lugares de México están sucediendo, por desgracia).
Huichapan, este histórico, pintoresco municipio hidalguense, famoso por sus balnearios, que antes se jactaba de ser pacífico y de que nada sucedía allí – y en general, era algo que los gobernadores de Hidalgo alardeaban, que su estado era uno de los más estables del país –, en años recientes, ha mostrado una nueva cara. En particular, en Huichapan, las actividades económicas se han deteriorado mucho, más ahora con la crisis económica mundial, especialmente la estadounidense, ya que antes, Estados Unidos era efectivamente una válvula de escape para el sonado desempleo que siempre ha existido en este lugar (y esto se aplica a todos los pueblos y pequeñas ciudades del país, los cuales constantemente han padecido de un crónico desempleo debido a la tendencia nacional de concentrar en unas cuantas ciudades y polos de desarrollo las actividades económicas de todo tipo). Al pasar frente a la estación local de autobuses, pueden verse los letreros que anuncian las conexiones de autobuses que se ofrecen con ciudades estadounidenses como Dallas o Houston, en Texas, dirigidos a los potenciales huichapenses que pretendan probar suerte en ese país. Pero ahora ya son cada vez menos quienes se arriesgan, pues cuentan ya con los testimonios de muchos de sus “paisas” que han debido retornar de allá, debido a que se quedaron sin empleo y no pudieron hallar otro en muchos meses (Ver mi trabajo en Internet: “El regreso sin gloria del ‘otro lado’ de un indocumentado mexicano”).
Así que desempleo, más crisis, más los valores materialistas-consumistas tan inculcados por el capitalismo salvaje que nos sigue dominando, a pesar de la actual debacle económica, son un muy excelente caldo de cultivo para que todo tipo de actividades ilegales y delincuenciales se gesten, como ya desde hace unos tres años se ha venido desarrollando aquí.
Platico con Carlos (no es su verdadero nombre), residente de una comunidad cercana a Huichapan (por razones de seguridad omito decir el lugar y a lo que Carlos se dedica), quien ha podido dar cuenta del deterioro social que aquí y en los alrededores se ha venido dando. “Pues mira ¬– platica –, yo hace tres años tuve la oportunidad de venirme aquí por razones de empleo, era una muy buena oportunidad y que nos venimos mi esposa y mis dos hijos pequeños. La verdad es que nos encantó el lugar. Nosotros venimos del DF, de un lugar muy conflictivo, y cuando llegamos aquí, pues ¡nos enamoramos! Ni lo dudé en comprarme una casita por aquí para cambiar de residencia y quedarnos a vivir aquí…”.
Y así fue, Carlos, junto con su familia, disfrutaron de la tranquilidad que supuestamente la provincia ofrece, con menos contaminación, menos tráfico, menos gente, menos problemas, más convivencia con los vecinos… en fin, todo cuanto vivir en zonas rurales puede ofrecer.
Aunque algo de esa tranquilidad que tanto valoraban y presumían a su familia y amigos que siguen viviendo en la ciudad, se alteró un poco cuando comenzaron a secuestrar a gente de dinero de Huichapan desde hace poco menos de dos años. La gente decía que eran los “zetas”. Por ejemplo, un muy sonado caso fue el de un vendedor de barbacoa, apodado el “Cholito”, cuyo local es de los más afamados y concurridos del mercado local. Llegaron por él al puesto del mercado en donde tenía su negocio cinco sujetos haciéndose pasar por agentes judiciales y con lujo de violencia, a pesar de las decenas de clientes que en ese momento comían, lo golpearon y arrastrándolo lo metieron a un vehículo. Pedían dos millones de pesos a su familia por soltarlo. Y según se refiere, como no tenían todo el dinero, su mujer logró que lo dejaran libre pagando el rescate, parte en efectivo y parte con varios vehículos casi nuevos, como camionetas y autos caros, que la familia poseía. Bastante golpeado, pero, por fortuna, vivo, el famoso barbacoyero fue liberado por sus plagiarios.
Pero de plano la relativa tranquilidad que a pesar de aquellos hechos delictivos siguieron disfrutando Carlos y su familia, se vio interrumpida brutalmente del todo cuando fueron testigos de una terrible balacera que les heló, literalmente, la sangre, a unos cuantos metros de su domicilio, entre las “fuerzas del orden” y una supuesta banda de secuestradores, acantonada a unos cuantos metros de la casa de quien esto me refiere.
“Mira, pues eran como las cinco de la mañana, era martes, me acuerdo rebien. Yo ya estaba levantado, como siempre, preparándonos mi esposa y yo para alistar a nuestros hijos para que fueran a la escuela, que se levantaran, se bañaran, desayunaran y todo eso. Salí de la casa para ir al carro a sacar unos papeles que necesitaba… ¡y que veo pasar varias patrullas y camionetas de la AFI (se refiere a la ya disuelta, por corrupta e inepta, Agencia Federal de Investigaciones) y que me gritan ‘¡Métansen pa’dentro de su casa y no salgan para nada!’ y ya que me meto volando y que le digo a mi mujer lo que vi y pues nos quedamos de a tres… porque, ¿pues a qué iban esos cuates allí? Y pues luego luego supimos, porque al ratito que me metí, ni dos minutos pasaron, cuando comenzamos a oír los disparos, así, como cohetes, cuando truenan juntito a ti… ¡sí, así se escuchaba de fuerte la balacera!”.
Cuenta Carlos que más de dos horas duró el tiroteo entre los agentes federales y los supuestos secuestradores y que ellos se subieron al segundo piso de su casa. “¡Pues yo pensé que si nos tocaba una bala perdida, ahí íbamos a estar más seguros, porque no sabes cómo estábamos de espantados, en serio…!”. Y lo peor es que ya que terminaron los balazos, les ordenaron los de la AFI que no salieran para nada, hasta que ellos les dijeran, pues si lo hacían, serían considerados sospechosos. “Un señor que vive también cerca, que se le ocurre salirse como a la una, pues porque como no había ido a trabajar, pues quería ir a avisar, para que no lo fueran a correr, ¿no?, y que ya lo andaban agarrando, diciendo que era secuestrador, pero que les enseña sus credenciales y que lo dejan ir, ¿tú crees?”.
Quedaron tan afectados, que la esposa de Carlos, ese mismo día quería ya regresarse al DF, a la casa de sus papás, en donde vivían antes. “Pues yo que me pongo a platicar con ella, que pensara que no era justo que por la balacera, dejáramos todo lo que tanto esfuerzo nos había costado para vivir allí y ella me decía que cómo era posible que en el DF, a pesar de que era tan conflictivo y peligroso, nunca hubiéramos vivido esas cosas tan fuertes tan de cerca.”
Pienso, en efecto, al platicarme Carlos los acontecimientos referidos, y que todavía muestra cierta afectación al recordarlos en ese momento, que realmente antes, cuando aún no vivíamos en un narcoestado, una muy alta probabilidad de vivir violencia así sólo podía darse en una aglomerada, desquiciada ciudad como la de México y sus zonas aledañas, pero no en un pueblito tranquilo y pintoresco, como en el que viven Carlos y su familia.
“¿Y todavía quiere regresarse tu esposa?”, le pregunto. “Pues… no, ya se resignó. Como le dije, pues ahora, como están las cosas, esto puede suceder en cualquier lugar, ¿no?, y pues ya está más tranquila”.
Pero nuevamente Carlos y ella se han intranquilizado al saberse que por estos días, a pesar de que, se dice, mataron a varios de los secuestradores durante el espectacular y violento operativo y al resto los encarcelaron, secuestraron al hijo de unos acaudalados canteros (se les llama así a los dueños de los bancos de cantera, muy abundante mineral pétreo en esta región, bastante demandado en la construcción) y que no han podido arreglar aquéllos que lo suelten. “Pero entonces, ¿para qué sirvió el operativo?” cuestiono. Carlos se encoge de hombros. “Pues no sé… a lo mejor nada más fue la finta, ¿no?”, responde. Y me dice que ese caso no es el único que la gente platica, sino que se sabe de muchos otros acontecimientos que evidencian el fracaso de la lucha contra el “crimen organizado”, emprendida por esta inepta mal administración panista. “Mira, ¿ves ese cerro que está por allá? – me señala Carlos un cerro que domina el horizonte hacia el sur del lugar –, pues ahí, atrás, se rumora que hay un rancho muy grande, como hacienda, que se llama ‘El Astillero’, y que es un narcolaboratorio, y que está muy bien cuidado y vigilado por narcos… dicen que hasta el ejército lo cuida y que cuidado con el que se meta allí, que luego luego lo matan… ¿cómo ves?”
Suena lógico que, de ser cierto, cerca de Huichapan se procesara droga, pues por tantos inmigrantes, indocumentados o no, que iban a EU, no hace mucho tiempo todavía, quizá algunos de ellos sirvieran como distribuidores. “Pero, como te digo, eso es lo que se rumora entre la gente”, me vuelve a aclarar Carlos. “Y ya ves que dicen que la gente muchas veces prefiere a los narcos y hasta los protegen, que porque éstos la ayudan y todo, ¿no?”
En efecto, recuerdo qué tan querido era Caro Quintero entre sus paisanos cuando estaba activo, pues los ayudaba mucho, les construía escuelas, parques, iglesias… o que es lo mismo que hace la organización criminal “La Familia”, que opera en Michoacán, con su red de, digamos, “ayuda social” que brinda a muchos pobladores (no hace mucho, por ejemplo, estuve en un pequeño pueblo michoacano, y quedé muy sorprendido al entrar a un café-Internet y ver que se contaba con muy modernas y rápidas computadoras, dotadas de grandes pantallas de cristal líquido y una increíble, muy rápida conexión a red inalámbrica que ni siquiera se ve en sitios como en la ciudad de México, muy excesiva infraestructura computacional para los escasos usuarios que acudían al sitio, razoné en esa ocasión).
“¿Y qué has pensado, Carlos, vas a seguir aquí?”, pregunto finalmente a mi entrevistado. “Pues sí, cómo le digo a mi esposa, qué nos queda, ya tengo mi trabajo aquí y ya estamos establecidos… ahorita, como están las cosas, a cualquier lugar que te vayas va a pasar lo mismo… y ya ves que se las da el gobierno de que está combatiendo a los narcos… la verdad es que es puro cuento, hasta han de ponerse de acuerdo con ellos, ¿no crees?”, responde.
Sólo me queda asentir tristemente ante su resignada reflexión y concluir que, en efecto, vivimos, muy convenientemente ya para los mal administradores panistas y sus ansias de militarizar a todo el país, en un narcoestado (Ver mi trabajo en Internet: “La muy oportuna ‘descomposición’ del estado mexicano, pretexto del gobierno para incrementar y recrudecer la represión gubernamental”).
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
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