José Fernández Santillán
Es curioso y no carente de significado que el PRD haya nacido el mismo año en el que cayó el muro de Berlín. Esto es, mientras surgía la organización más importante que se ha dado la izquierda mexicana, a nivel internacional las fuerzas progresistas registraban la mayor crisis de su historia.
Mientras que aquí, en 1989, algunas corrientes que habían participado, un año antes, en la creación del Frente Democrático Nacional decidieron formar una organización política para darle continuidad a la lucha contra el fraude electoral y las políticas neoliberales, en el mundo se veía con pasmo cómo se venían abajo las estatuas de Marx, Engels, Lenin y Stalin empujadas por masas encolerizadas que vieron a esas efigies como símbolos de opresión. El hundimiento del socialismo real también jaló a los socialdemócratas, hermanos enemigos de los comunistas.
El asunto es que la debacle que afectó a la izquierda en todo el mundo aquí se sorteó a través de la unificación de las más diversas corrientes progresistas en torno de una figura carismática. Al pasar del tiempo el liderazgo cambió de mano, es decir, de Cuauhtémoc Cárdenas a Andrés Manuel López Obrador.
Lo que ha quedado claro, 20 años después, es que la sola presencia de un líder no basta para mantener cohesionado al PRD. Es más, ahora la figura del condottiero se ha vuelto su exacto opuesto: si en 2006, López Obrador fue el principal factor de unidad y fortaleza de la izquierda mexicana que alcanzó 35.33% de votos, hoy el tabasqueño se ha convertido en el principal factor de división y debilidad de la izquierda mexicana que, incluso sumando los votos del PRD, PT y Convergencia, no llegan a 20%.
Las discrepancias internas que pudieron manejarse a partir del equilibrio que proporcionaba el caudillo han aflorado con virulencia y es difícil que vuelvan al redil. Podrá haber una prolongación de la cohabitación conflictiva entre expresiones (tribus) rivales, pero no se podrá ocultar que la izquierda mexicana está fracturada.
Ciertamente, el pleito aquí no es entre comunistas y socialdemócratas como tradicionalmente lo fue en Europa, pero indudablemente sí lo es entre populistas (pejistas) y socialdemócratas (chuchos).
A nadie debe sorprender que las cosas hayan llegado a este límite: se trata de la maduración de posiciones que encontramos bien definidas en el mapa iberoamericano: de un lado está el bloque de los países bolivarianos como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua; de otro están las naciones socialdemócratas como España, Brasil, Chile y República Dominicana.
El Consejo Nacional del PRD, que inicia del día de hoy en Morelia, no debe ocultar esta diferencia. Más bien es a partir del reconocimiento de las discrepancias internas que se puede comenzar a hacer un replanteamiento de la línea que ha seguido hasta este momento ese instituto político. Me parece que la ciudadanía tendría un cuadro más exacto de lo que cada una de las dos grandes posiciones ofrece.
Hay quienes han hablado de convertir al PRD en un gran bloque de fuerzas; hay otros que han expresado la necesidad de que López Obrador se mueva definitivamente al PT y Convergencia. El asunto es que así como está hoy el PRD sirve para poca cosa.
Tomemos en cuenta que la izquierda internacional se rehizo y está en el poder en muchos países gracias a que definió muy bien lo que cada uno de sus componentes es y quiere hacer.
Es curioso y no carente de significado que el PRD haya nacido el mismo año en el que cayó el muro de Berlín. Esto es, mientras surgía la organización más importante que se ha dado la izquierda mexicana, a nivel internacional las fuerzas progresistas registraban la mayor crisis de su historia.
Mientras que aquí, en 1989, algunas corrientes que habían participado, un año antes, en la creación del Frente Democrático Nacional decidieron formar una organización política para darle continuidad a la lucha contra el fraude electoral y las políticas neoliberales, en el mundo se veía con pasmo cómo se venían abajo las estatuas de Marx, Engels, Lenin y Stalin empujadas por masas encolerizadas que vieron a esas efigies como símbolos de opresión. El hundimiento del socialismo real también jaló a los socialdemócratas, hermanos enemigos de los comunistas.
El asunto es que la debacle que afectó a la izquierda en todo el mundo aquí se sorteó a través de la unificación de las más diversas corrientes progresistas en torno de una figura carismática. Al pasar del tiempo el liderazgo cambió de mano, es decir, de Cuauhtémoc Cárdenas a Andrés Manuel López Obrador.
Lo que ha quedado claro, 20 años después, es que la sola presencia de un líder no basta para mantener cohesionado al PRD. Es más, ahora la figura del condottiero se ha vuelto su exacto opuesto: si en 2006, López Obrador fue el principal factor de unidad y fortaleza de la izquierda mexicana que alcanzó 35.33% de votos, hoy el tabasqueño se ha convertido en el principal factor de división y debilidad de la izquierda mexicana que, incluso sumando los votos del PRD, PT y Convergencia, no llegan a 20%.
Las discrepancias internas que pudieron manejarse a partir del equilibrio que proporcionaba el caudillo han aflorado con virulencia y es difícil que vuelvan al redil. Podrá haber una prolongación de la cohabitación conflictiva entre expresiones (tribus) rivales, pero no se podrá ocultar que la izquierda mexicana está fracturada.
Ciertamente, el pleito aquí no es entre comunistas y socialdemócratas como tradicionalmente lo fue en Europa, pero indudablemente sí lo es entre populistas (pejistas) y socialdemócratas (chuchos).
A nadie debe sorprender que las cosas hayan llegado a este límite: se trata de la maduración de posiciones que encontramos bien definidas en el mapa iberoamericano: de un lado está el bloque de los países bolivarianos como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua; de otro están las naciones socialdemócratas como España, Brasil, Chile y República Dominicana.
El Consejo Nacional del PRD, que inicia del día de hoy en Morelia, no debe ocultar esta diferencia. Más bien es a partir del reconocimiento de las discrepancias internas que se puede comenzar a hacer un replanteamiento de la línea que ha seguido hasta este momento ese instituto político. Me parece que la ciudadanía tendría un cuadro más exacto de lo que cada una de las dos grandes posiciones ofrece.
Hay quienes han hablado de convertir al PRD en un gran bloque de fuerzas; hay otros que han expresado la necesidad de que López Obrador se mueva definitivamente al PT y Convergencia. El asunto es que así como está hoy el PRD sirve para poca cosa.
Tomemos en cuenta que la izquierda internacional se rehizo y está en el poder en muchos países gracias a que definió muy bien lo que cada uno de sus componentes es y quiere hacer.
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