EEUU pasa al segundo momento de la “política del doble carril”
Sobre la base de un presidente ingenuo derrocado por las armas, que confía en el papel de Estados Unidos y su mediador –Oscar Arias-, para volver a la Casa Presidencial de Honduras, la contraofensiva estadounidense ha pasado a un segundo momento: arremeter contra el proceso “nuestroamericano” y liquidar a Hugo Chávez.
Hugo Moldiz Mercado*
Que el capitalismo está en crisis y que Estados Unidos padece de una hegemonía ideológica deteriorada en el continente, no cabe la menor duda. Pero que el centro imperial tiene una experiencia acumulada y suficiente, además de cuantiosos medios, como para tratar de volcar a su favor la direccionalidad de los procesos políticos, Honduras se encarga de ser un ejemplo contundente.
A más de quince días del golpe, fuertes “hilos invisibles” sustentan desde afuera a los golpistas, mientras el pueblo hondureño, a pesar de la represión que ya ha cobrado víctimas fatales, se mantiene insurgente. Las vacilaciones de Zelaya, quien cayó en la trampa de Hillary Clinton, no han alterado la disposición de lucha de “los de abajo” en su propósito de abrir canales de participación.
La “política del doble carril” desarrollada visiblemente por los Estados Unidos a partir del 28 de junio, cuando un artero golpe militar sacaba de Palacio al presidente Manuel Zelaya de Honduras, está en camino, si no hay una pronta reacción de las fuerzas sociales antisistémicas, de una consolidación con graves consecuencias para “Nuestra América”. La ultraderecha piensa que con el camino allanado para neutralizar a los movimientos sociales hondureños, hay que pasar a un segundo momento: detener el proceso emancipatorio “nuestroamericano” y “bloquear”, para revertir la tendencia continental, al presidente venezolano Hugo Chávez.
No es exagerado afirmar, por tanto, que la dualidad de la política estadounidense tiene, al mismo tiempo, una doble dimensión. En su dimensión interna se trata de mejorar las condiciones para afianzar el golpe de Estado y, por otro lado, detener el incipiente proceso de activación de la movilización social hondureña por la vía de distraer la atención en una larga e infructuosa mediación. La primera no dio resultado y la segunda, para continuar con la farsa, se producirá dentro de una semana.
No hay que buscar mucho para fundamentar la hipótesis. El presidente de facto, Roberto Micheletti, al regresar de Costa Rica manifestó en Tegucigalpa: “le dije al presidente Arias que lo que había pasado en Honduras no fue un golpe de Estado, sino una sucesión constitucional”. La ovación de sus seguidores, todos vestidos con finos trajes, fue brevemente interrumpida para seguir su curso cuando aseveró: “Si Zeyala vuelve, es para someterse a la justicia”.
En la política, entre otros factores, todo es cuestión de tiempo. Día que pasa, el objetivo estratégico del golpe se consolida y la mediación de Arias, hábilmente inducida por la secretaria de Estado, Hillary Clinton a costa de lo que parece ser una ingenuidad y vacilación de Zelaya al mismo tiempo, anuncia producir los resultados estratégicos esperados por los autores intelectuales de la contraofensiva imperial. Para muestra otro botón: “el diálogo produce milagros, pero no inmediatos y es posible que esto tome más tiempo de lo que hubiéramos esperado”, ha señalado cumpliendo su libreto el presidente de Costa Rica.
El actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y el ex presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, tienen mucho que contarle a Zelaya sobre los resultados eficientes que arroja para los Estados Unidos la “política del doble carril”.
La dimensión externa
La segunda dimensión, esta vez la externa, de la “política del doble carril” de los Estados Unidos en el caso Honduras es mucho más reveladora. La Casa Blanca, respaldada por un aparato mediático transnacional, se ha colocado en el centro del conflicto, apareciendo como la más interesada en la “restauración del orden democrático y constitucional a través del diálogo”, según ha sostenido Clinton el miércoles pasado.
Lo caricaturesco de la situación no es la posición estadounidense que “reconoce” a Zelaya como el único presidente, pero no retira a su embajador de Honduras, tampoco establece sanciones económico-comerciales ni mucho menos suspende su presencia militar en el país centroamericano. Lo caricaturesco es que esa posición goce de cierto crédito en círculos progresistas y de izquierda que contribuyen, de esa manera, a ocultar el papel que el imperialismo tiene en este golpe contra la democracia insurgente, con olor a pueblo, que no es la misma que la democracia controlada que demócratas y republicanos impulsaron desde la década de los ochenta.
La iniciativa es clara. La administración Obama camina en dirección de relegitimar su papel de “hermano mayor” en la “América de los americanos” y Honduras se lo puede facilitar, independientemente del costo político que pueda pagar la ayanquizada burguesía hondureña. El adelanto de elecciones, la renuncia de Micheletti o incluso el retorno de un domesticado Zelaya, figuran entre los efectos colaterales.
Esta decisión, “de restablecer los vínculos con América Latina”, ofrecida por el presidente estadounidense en la V cumbre de las Américas, ha encontrado terreno fértil en la confusión creada en la Asamblea General de la OEA, celebrada en San Pedro Sula de Honduras, cuando Thomas Shannon se adhirió, a último momento y a regañadientes (lo cual no fue informado por los medios de comunicación transnacional), a la derogación de la resolución que expulsaba a Cuba de ese organismo supranacional en 1962.
Este proceso de limpiarse la cara es tan eficiente que la participación de EEUU en el golpe de Estado, revelado por la vicepresidente del Congreso y algunos opositores, ha sido puesto en duda por algunos dirigentes de la izquierda latinoamericana y cuando mucho se ha lanzado la mirada acusadora contra las estructuras conspirativas (CIA y Pentágono) manejadas por los detentadores del poder real. Hacer énfasis en el peso de las estructuras por encima de las decisiones de Obama equivale a pensar que Estados Unidos atraviesa por un momento en el cual se ha producido una autonomía relativa del Estado respecto de sus clases dominantes. Eso es un absurdo. El titular de la Casa Blanca es parte de esa burguesía imperial.
Objetivos estratégicos
Hay algunos datos aportados por la realidad como para tener la certeza de que la combinación de la “política del doble carril” desarrollada por los Estados Unidos respecto de Honduras, en su doble dimensión, busca los siguientes objetivos, además de los arriba mencionados.
Primero, revertir o al menos detener la tendencia general prevaleciente en “Nuestra América” por la vía de un “aislamiento”, mediático y político de los gobiernos y líderes más rebeldes a los mandatos de las políticas estadounidenses. Si bien esa ha sido siempre la intención, hoy la Casa Blanca parece estar persuadida de estar en condiciones inmejorables.
Pero si hay quienes saben, después de su derrota en Vietnam, lo importante que es la concentración de fuego, son los “think Tank” del Pentágono. El objetivo central del duro ataque es el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, contra quien se ha descargado en los últimos días una combinación de ráfagas y misiles mediáticos de largo alcance.
El cálculo de la operación político-militar no es casual. En medio de una heroica resistencia del gobierno y el pueblo cubanos a la intensificación del bloqueo estadounidense después de la caída del bloque socialista, le ha correspondido a Chávez, a partir de 1998, lanzar una señal irrefutable de que sí era posible caminar por una dirección contraria a la mostrada por la globalización neoliberal. Sin la Venezuela revolucionaria, Cuba hubiese continuado sola, y el proceso emancipatorio hoy en curso en varios países, no es que se hubiese detenido, pero ciertamente habría sido más lento y plagado de enormes dificultades.
Le ha correspondido a Venezuela y Chávez ocupar, en el siglo XXI, la vanguardia política en la lucha por la independencia política y soberanía económica de “Nuestra América” que Cuba y Fidel Castro jugaron en solitario en las décadas de los 60 y 70.
El imperialismo está convencido de que a Cuba, hay que tratarla de manera diferente y no ha renunciado a la obsesiva idea de liquidar con la referencia ideológica y moral que la mayor de las antillas, Fidel y su pueblo, representan para el mundo y, en especial, para “Nuestra América”. No es que Estados Unidos haya excluido a Cuba de sus planes. La realidad muestra todo lo contrario, pero sus planes son otros.
Se trata, sin embargo, de liquidar a la fuerza política que ha sido capaz de abrir un nuevo sendero en pleno “fin de la historia” y que ha sido decisiva para construir los fundamentos teórico práctico de un proceso de integración “nuestroamericano”, del cual el ALBA y Petrocaribe representan sus máximas expresiones. Chávez es el “enemigo externo” que el imperio se ha propuesto sacar de escena y eliminarlo por cualquier medio que sea necesario.
Para el imperio, de lograrse eso, los procesos revolucionarios liderados por Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador serán más posibles de controlar y revertir. Ni que decir de otros gobiernos que han optado por la reforma social progresista.
Pero vayamos al segundo objetivo estratégico. Se busca debilitar y romper los débiles vínculos que existen entre los movimientos sociales y el presidente Zelaya, quien se coloca, erróneamente, en el centro del problema, cuando de lo que se trata, para el imperio y las clases dominantes hondureñas, es ponerle un fin a esa corriente plebiscitaria y protagónica de los pueblos en busca de una ampliación de la democracia. Las clases subalternas, con sus sindicatos y Unificación Democrática lo han entendido de esa manera y le han recordado al presidente derrocado, horas antes de su encuentro con Arias, que su marcha hacia una consulta que abra las puertas a una Asamblea Constituyente es irrenunciable.
El pueblo está en las calles y no hay tiempo que perder. De lo contrario, Zelaya puede terminar perdiendo soga y cabra, pero sobre todo, allanar el camino al imperio. Esa es la perversidad que muchas veces tiene la historia.
* Periodista, magíster en relaciones internacionales y miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.
Sobre la base de un presidente ingenuo derrocado por las armas, que confía en el papel de Estados Unidos y su mediador –Oscar Arias-, para volver a la Casa Presidencial de Honduras, la contraofensiva estadounidense ha pasado a un segundo momento: arremeter contra el proceso “nuestroamericano” y liquidar a Hugo Chávez.
Hugo Moldiz Mercado*
Que el capitalismo está en crisis y que Estados Unidos padece de una hegemonía ideológica deteriorada en el continente, no cabe la menor duda. Pero que el centro imperial tiene una experiencia acumulada y suficiente, además de cuantiosos medios, como para tratar de volcar a su favor la direccionalidad de los procesos políticos, Honduras se encarga de ser un ejemplo contundente.
A más de quince días del golpe, fuertes “hilos invisibles” sustentan desde afuera a los golpistas, mientras el pueblo hondureño, a pesar de la represión que ya ha cobrado víctimas fatales, se mantiene insurgente. Las vacilaciones de Zelaya, quien cayó en la trampa de Hillary Clinton, no han alterado la disposición de lucha de “los de abajo” en su propósito de abrir canales de participación.
La “política del doble carril” desarrollada visiblemente por los Estados Unidos a partir del 28 de junio, cuando un artero golpe militar sacaba de Palacio al presidente Manuel Zelaya de Honduras, está en camino, si no hay una pronta reacción de las fuerzas sociales antisistémicas, de una consolidación con graves consecuencias para “Nuestra América”. La ultraderecha piensa que con el camino allanado para neutralizar a los movimientos sociales hondureños, hay que pasar a un segundo momento: detener el proceso emancipatorio “nuestroamericano” y “bloquear”, para revertir la tendencia continental, al presidente venezolano Hugo Chávez.
No es exagerado afirmar, por tanto, que la dualidad de la política estadounidense tiene, al mismo tiempo, una doble dimensión. En su dimensión interna se trata de mejorar las condiciones para afianzar el golpe de Estado y, por otro lado, detener el incipiente proceso de activación de la movilización social hondureña por la vía de distraer la atención en una larga e infructuosa mediación. La primera no dio resultado y la segunda, para continuar con la farsa, se producirá dentro de una semana.
No hay que buscar mucho para fundamentar la hipótesis. El presidente de facto, Roberto Micheletti, al regresar de Costa Rica manifestó en Tegucigalpa: “le dije al presidente Arias que lo que había pasado en Honduras no fue un golpe de Estado, sino una sucesión constitucional”. La ovación de sus seguidores, todos vestidos con finos trajes, fue brevemente interrumpida para seguir su curso cuando aseveró: “Si Zeyala vuelve, es para someterse a la justicia”.
En la política, entre otros factores, todo es cuestión de tiempo. Día que pasa, el objetivo estratégico del golpe se consolida y la mediación de Arias, hábilmente inducida por la secretaria de Estado, Hillary Clinton a costa de lo que parece ser una ingenuidad y vacilación de Zelaya al mismo tiempo, anuncia producir los resultados estratégicos esperados por los autores intelectuales de la contraofensiva imperial. Para muestra otro botón: “el diálogo produce milagros, pero no inmediatos y es posible que esto tome más tiempo de lo que hubiéramos esperado”, ha señalado cumpliendo su libreto el presidente de Costa Rica.
El actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y el ex presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, tienen mucho que contarle a Zelaya sobre los resultados eficientes que arroja para los Estados Unidos la “política del doble carril”.
La dimensión externa
La segunda dimensión, esta vez la externa, de la “política del doble carril” de los Estados Unidos en el caso Honduras es mucho más reveladora. La Casa Blanca, respaldada por un aparato mediático transnacional, se ha colocado en el centro del conflicto, apareciendo como la más interesada en la “restauración del orden democrático y constitucional a través del diálogo”, según ha sostenido Clinton el miércoles pasado.
Lo caricaturesco de la situación no es la posición estadounidense que “reconoce” a Zelaya como el único presidente, pero no retira a su embajador de Honduras, tampoco establece sanciones económico-comerciales ni mucho menos suspende su presencia militar en el país centroamericano. Lo caricaturesco es que esa posición goce de cierto crédito en círculos progresistas y de izquierda que contribuyen, de esa manera, a ocultar el papel que el imperialismo tiene en este golpe contra la democracia insurgente, con olor a pueblo, que no es la misma que la democracia controlada que demócratas y republicanos impulsaron desde la década de los ochenta.
La iniciativa es clara. La administración Obama camina en dirección de relegitimar su papel de “hermano mayor” en la “América de los americanos” y Honduras se lo puede facilitar, independientemente del costo político que pueda pagar la ayanquizada burguesía hondureña. El adelanto de elecciones, la renuncia de Micheletti o incluso el retorno de un domesticado Zelaya, figuran entre los efectos colaterales.
Esta decisión, “de restablecer los vínculos con América Latina”, ofrecida por el presidente estadounidense en la V cumbre de las Américas, ha encontrado terreno fértil en la confusión creada en la Asamblea General de la OEA, celebrada en San Pedro Sula de Honduras, cuando Thomas Shannon se adhirió, a último momento y a regañadientes (lo cual no fue informado por los medios de comunicación transnacional), a la derogación de la resolución que expulsaba a Cuba de ese organismo supranacional en 1962.
Este proceso de limpiarse la cara es tan eficiente que la participación de EEUU en el golpe de Estado, revelado por la vicepresidente del Congreso y algunos opositores, ha sido puesto en duda por algunos dirigentes de la izquierda latinoamericana y cuando mucho se ha lanzado la mirada acusadora contra las estructuras conspirativas (CIA y Pentágono) manejadas por los detentadores del poder real. Hacer énfasis en el peso de las estructuras por encima de las decisiones de Obama equivale a pensar que Estados Unidos atraviesa por un momento en el cual se ha producido una autonomía relativa del Estado respecto de sus clases dominantes. Eso es un absurdo. El titular de la Casa Blanca es parte de esa burguesía imperial.
Objetivos estratégicos
Hay algunos datos aportados por la realidad como para tener la certeza de que la combinación de la “política del doble carril” desarrollada por los Estados Unidos respecto de Honduras, en su doble dimensión, busca los siguientes objetivos, además de los arriba mencionados.
Primero, revertir o al menos detener la tendencia general prevaleciente en “Nuestra América” por la vía de un “aislamiento”, mediático y político de los gobiernos y líderes más rebeldes a los mandatos de las políticas estadounidenses. Si bien esa ha sido siempre la intención, hoy la Casa Blanca parece estar persuadida de estar en condiciones inmejorables.
Pero si hay quienes saben, después de su derrota en Vietnam, lo importante que es la concentración de fuego, son los “think Tank” del Pentágono. El objetivo central del duro ataque es el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, contra quien se ha descargado en los últimos días una combinación de ráfagas y misiles mediáticos de largo alcance.
El cálculo de la operación político-militar no es casual. En medio de una heroica resistencia del gobierno y el pueblo cubanos a la intensificación del bloqueo estadounidense después de la caída del bloque socialista, le ha correspondido a Chávez, a partir de 1998, lanzar una señal irrefutable de que sí era posible caminar por una dirección contraria a la mostrada por la globalización neoliberal. Sin la Venezuela revolucionaria, Cuba hubiese continuado sola, y el proceso emancipatorio hoy en curso en varios países, no es que se hubiese detenido, pero ciertamente habría sido más lento y plagado de enormes dificultades.
Le ha correspondido a Venezuela y Chávez ocupar, en el siglo XXI, la vanguardia política en la lucha por la independencia política y soberanía económica de “Nuestra América” que Cuba y Fidel Castro jugaron en solitario en las décadas de los 60 y 70.
El imperialismo está convencido de que a Cuba, hay que tratarla de manera diferente y no ha renunciado a la obsesiva idea de liquidar con la referencia ideológica y moral que la mayor de las antillas, Fidel y su pueblo, representan para el mundo y, en especial, para “Nuestra América”. No es que Estados Unidos haya excluido a Cuba de sus planes. La realidad muestra todo lo contrario, pero sus planes son otros.
Se trata, sin embargo, de liquidar a la fuerza política que ha sido capaz de abrir un nuevo sendero en pleno “fin de la historia” y que ha sido decisiva para construir los fundamentos teórico práctico de un proceso de integración “nuestroamericano”, del cual el ALBA y Petrocaribe representan sus máximas expresiones. Chávez es el “enemigo externo” que el imperio se ha propuesto sacar de escena y eliminarlo por cualquier medio que sea necesario.
Para el imperio, de lograrse eso, los procesos revolucionarios liderados por Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador serán más posibles de controlar y revertir. Ni que decir de otros gobiernos que han optado por la reforma social progresista.
Pero vayamos al segundo objetivo estratégico. Se busca debilitar y romper los débiles vínculos que existen entre los movimientos sociales y el presidente Zelaya, quien se coloca, erróneamente, en el centro del problema, cuando de lo que se trata, para el imperio y las clases dominantes hondureñas, es ponerle un fin a esa corriente plebiscitaria y protagónica de los pueblos en busca de una ampliación de la democracia. Las clases subalternas, con sus sindicatos y Unificación Democrática lo han entendido de esa manera y le han recordado al presidente derrocado, horas antes de su encuentro con Arias, que su marcha hacia una consulta que abra las puertas a una Asamblea Constituyente es irrenunciable.
El pueblo está en las calles y no hay tiempo que perder. De lo contrario, Zelaya puede terminar perdiendo soga y cabra, pero sobre todo, allanar el camino al imperio. Esa es la perversidad que muchas veces tiene la historia.
* Periodista, magíster en relaciones internacionales y miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.
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