Jorge Gómez Barata
No existe un plan Arias para la solución del conflicto hondureño; lo que existe es un plan de Estados Unidos que el presidente Arias administra por delegación. Ese esquema presenta complejidades derivadas de la actual coyuntura latinoamericana donde se ha creado una correlación de fuerzas a la que el imperio jamás se había enfrentado.
A Estados Unidos, no le interesa regresar a la época de los golpes militares, de los gobiernos de facto y del gorilismo en América Latina; aunque tampoco coincidir, respaldar y mucho menos sumarse a posiciones de la izquierda avanzada.
Un retorno a las dictaduras militares significaría también un regreso a la insurgencia y un viraje de los cambios pacíficos y en democracia, a las revueltas, las explosiones sociales y probablemente a una lucha armada con demasiados componentes políticos. De ahí las ambigüedades norteamericanas ante la situación creada por el golpe de estado en Honduras.
Las ambigüedades mencionadas se asocian también a un momento de transición en el cual la administración Bush no ha cesado por completo y la de Obama no se ha instalado plenamente; entre una y la otra no hay sólo una diferencia de estilo sino de enfoque.
Liberada de los compromisos que el ejercicio del gobierno significaban y sin nada que perder, la ultraderecha neoconservadora estadounidense actúa abierta y provocadoramente, mientras los elementos liberales que acompañan a Obama, tratan de no ser ellos quienes, sin estar preparados, alteren delicados equilibrios, importantes no sólo de cara a los problemas de la política exterior, sino también para la política domestica, que incluye una crisis de grandes proporciones. Entre parecer dubitativo ante los golpistas hondureños o ser tildado de débil ante Chávez, Obama y Clinton prefieren lo primero.
Debido no sólo a las crisis derivadas de la pésima administración de Bush, sino también de la acumulación de problemas no resueltos asociados a servicios esenciales como los de salud, educación y seguridad social entre otros, y a la maduración de circunstancias negativas asociadas a deficiencias estructurales del sistema y que han de ser resueltas de modo perentorio, Obama tiene demasiados frentes abiertos a la vez y sus principales colaboradores: Clinton, Holder, Napolitano y Panetta, entre otros, se encuentran ocupados en importantes tareas y prioridades que requieren el máximo de atención.
Todas esas circunstancias y otros factores, algunos seguramente secretos, permiten a elementos de la ultraderecha agazapada en los servicios especiales del país, del Comando Sur y en la burocracia de los departamentos de Estado, Defensa y Seguridad Nacional, manipular la situación y realizar operaciones que matizan la orientación estratégica de la administración.
No sería extraño que la ultraderecha norteamericana en posiciones de influencia, incluso con algún poder de decisión y el resto de los sectores interesados en paralizar el ascenso de la izquierda y los sectores progresistas latinoamericanos, intenten crear una coyuntura propicia para escalar la confrontación con la Revolución Bolivariana y con los procesos de Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
Los movimientos del presidente Zelaya deben estar siendo monitoreados segundo a segundo con todos los recursos de inteligencia del Comando Sur y la CIA de modo que su entrada a territorio hondureño no resulte inadvertida. Manipulados por jerarquías encubiertas, tropas especiales del ejército hondureño, pueden ser empleadas para atentar o intentar detener a Zelaya y sus acompañantes, incluso para emplear la violencia contra las masas que siguen al presidente, creando condiciones para culpar de ello a los líderes de la izquierda latinoamericana, especialmente a Chávez.
Los riesgos de que se fabrique una provocación de grandes proporciones, mediante la cual pudieran crearse condiciones para una operación estratégica contra el movimiento revolucionario y progresista latinoamericano, están presentes. No debe olvidarse que la idea de “remontar las fuentes” es una vieja excusa para operar contra fuerzas que por su inequívoca solidaridad con el presidente depuesto, su enfrentamiento a las maniobras diversionistas y su respaldo al pueblo hondureño, se hacen visibles, asumen roles protagónicos y se colocan en ruta de colisión con el imperio.
En cualquier caso es preciso estar alertas y alertar también a la opinión pública. Honduras es una promesa mientras Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua son realidades. En términos estratégicos el imperio cree tener bajo control a Honduras pero no puede decir lo mismo de Suramérica. ¡Qué más quisieran ellos! Para eso trabajan y como el diablo: nunca duermen.
No existe un plan Arias para la solución del conflicto hondureño; lo que existe es un plan de Estados Unidos que el presidente Arias administra por delegación. Ese esquema presenta complejidades derivadas de la actual coyuntura latinoamericana donde se ha creado una correlación de fuerzas a la que el imperio jamás se había enfrentado.
A Estados Unidos, no le interesa regresar a la época de los golpes militares, de los gobiernos de facto y del gorilismo en América Latina; aunque tampoco coincidir, respaldar y mucho menos sumarse a posiciones de la izquierda avanzada.
Un retorno a las dictaduras militares significaría también un regreso a la insurgencia y un viraje de los cambios pacíficos y en democracia, a las revueltas, las explosiones sociales y probablemente a una lucha armada con demasiados componentes políticos. De ahí las ambigüedades norteamericanas ante la situación creada por el golpe de estado en Honduras.
Las ambigüedades mencionadas se asocian también a un momento de transición en el cual la administración Bush no ha cesado por completo y la de Obama no se ha instalado plenamente; entre una y la otra no hay sólo una diferencia de estilo sino de enfoque.
Liberada de los compromisos que el ejercicio del gobierno significaban y sin nada que perder, la ultraderecha neoconservadora estadounidense actúa abierta y provocadoramente, mientras los elementos liberales que acompañan a Obama, tratan de no ser ellos quienes, sin estar preparados, alteren delicados equilibrios, importantes no sólo de cara a los problemas de la política exterior, sino también para la política domestica, que incluye una crisis de grandes proporciones. Entre parecer dubitativo ante los golpistas hondureños o ser tildado de débil ante Chávez, Obama y Clinton prefieren lo primero.
Debido no sólo a las crisis derivadas de la pésima administración de Bush, sino también de la acumulación de problemas no resueltos asociados a servicios esenciales como los de salud, educación y seguridad social entre otros, y a la maduración de circunstancias negativas asociadas a deficiencias estructurales del sistema y que han de ser resueltas de modo perentorio, Obama tiene demasiados frentes abiertos a la vez y sus principales colaboradores: Clinton, Holder, Napolitano y Panetta, entre otros, se encuentran ocupados en importantes tareas y prioridades que requieren el máximo de atención.
Todas esas circunstancias y otros factores, algunos seguramente secretos, permiten a elementos de la ultraderecha agazapada en los servicios especiales del país, del Comando Sur y en la burocracia de los departamentos de Estado, Defensa y Seguridad Nacional, manipular la situación y realizar operaciones que matizan la orientación estratégica de la administración.
No sería extraño que la ultraderecha norteamericana en posiciones de influencia, incluso con algún poder de decisión y el resto de los sectores interesados en paralizar el ascenso de la izquierda y los sectores progresistas latinoamericanos, intenten crear una coyuntura propicia para escalar la confrontación con la Revolución Bolivariana y con los procesos de Ecuador, Bolivia y Nicaragua.
Los movimientos del presidente Zelaya deben estar siendo monitoreados segundo a segundo con todos los recursos de inteligencia del Comando Sur y la CIA de modo que su entrada a territorio hondureño no resulte inadvertida. Manipulados por jerarquías encubiertas, tropas especiales del ejército hondureño, pueden ser empleadas para atentar o intentar detener a Zelaya y sus acompañantes, incluso para emplear la violencia contra las masas que siguen al presidente, creando condiciones para culpar de ello a los líderes de la izquierda latinoamericana, especialmente a Chávez.
Los riesgos de que se fabrique una provocación de grandes proporciones, mediante la cual pudieran crearse condiciones para una operación estratégica contra el movimiento revolucionario y progresista latinoamericano, están presentes. No debe olvidarse que la idea de “remontar las fuentes” es una vieja excusa para operar contra fuerzas que por su inequívoca solidaridad con el presidente depuesto, su enfrentamiento a las maniobras diversionistas y su respaldo al pueblo hondureño, se hacen visibles, asumen roles protagónicos y se colocan en ruta de colisión con el imperio.
En cualquier caso es preciso estar alertas y alertar también a la opinión pública. Honduras es una promesa mientras Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua son realidades. En términos estratégicos el imperio cree tener bajo control a Honduras pero no puede decir lo mismo de Suramérica. ¡Qué más quisieran ellos! Para eso trabajan y como el diablo: nunca duermen.
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