Ejército repudiado… y humillado

Ricardo Rocha

Lejos quedaron los días en que al Ejército se le aplaudía en los desfiles. Hoy los soldados comienzan a ser sujetos de repudio en vastas zonas del país. Mal han pagado los gobiernos civiles la obediencia y lealtad de los militares.

Pero cuidado, hoy se sabe que los generales están al límite del hartazgo por muchas razones: ya son demasiados años en que han sido sometidos a un desgaste brutal en una guerra perdida contra el narco; a nadie le gusta librar batallas en las que saldrá derrotado; son miles sus muertos en tanto tiempo de recia e inútil porfía; pero también son miles los muertos que han causado en las balaceras de diario en todo el país. Y lo más grave, son ya cientos los muertos civiles en el fuego cruzado. Y peor aún, también suman cientos los muertos por crueldad, capricho o equivocación de los soldados. Y hay decenas de mujeres violadas por la soldadesca. Cifras de escándalo que ya nadie puede ocultar y que hoy tienen al Ejército mexicano en el banquillo de los acusados.

Nadie ha podido parar la creciente avalancha de señalamientos y denuncias de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales contra un Ejército que día a día gana fama en el mundo entero como una caterva de violadores y asesinos.

Por eso las preguntas para su comandante supremo, Felipe Calderón, son obligadas: ¿de verdad cree que los soldados bajo su mando se lo merecen? ¿Qué no ve riesgo alguno en que se nos deteriore una institución como el Ejército? ¿Ha valido la pena humillar a las armas nacionales por los resultados obtenidos en su llamada guerra contra el narco?

Para muchos, Calderón ha cruzado la línea de no retorno. Y a pesar del voto en contra el 5 de julio, persistirá en una estrategia que cree que lo legitima y fortalece: mantener al Ejército en las calles. Sin embargo, hay quienes creen que la presión internacional reventará el esquema mexicano en cualquier momento.

Yo soy de los que creo que el gobierno calderonista está obligado y a tiempo de cambiar radicalmente su estrategia frente al narco: hay que investigar inteligentemente y dejar de echar balazos en la calle. Lo que pasa es que en la primera opción se corre el riesgo de desnudar a peces muy gordos en todos los niveles de gobierno; en cambio, en la segunda lo más que puede pasar es que los soldados se carguen por error o a propósito a unos cuantos civiles.

Que quede muy claro: no nos oponemos al combate al narco. Lo que creemos es que resulta imperativo extirpar a quienes en nuestras policías y órganos de justicia trabajan para los cárteles y que son parte de eso que llamamos crimen organizado.

Urge también un gesto de justicia para los miles de mexicanos agraviados por un Ejército que se juzga a sí mismo por delitos del fuero común, a causa de la prevalencia de un fuero militar inconstitucional que deja a las víctimas y sus familiares sin acceso alguno a procesos judiciales. La Corte pronto habrá de pronunciarse al respecto. Por eso urge salvar a una de las pocas instituciones que nos quedan, antes de que sea demasiado tarde.

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