De electores a contribuyentes

Claudia Rodríguez

Los mexicanos tenemos una queja permanente con nuestros gobiernos y sus administraciones relativa al cobro de impuestos. Pero que nadie se equivoque, no es por que sin argumentos nos quejemos de su cobro, explicaciones existen. El hecho es que no hay una vinculación clara y consistente entre recaudación y destino de los impuestos aportados y las obras públicas que entrega el gobierno. Por años, la no rendición de cuentas de los gobernantes deja a la ciudadanía sin información clara sobre en qué se gastan los dineros de los impuestos pagados por los contribuyentes.

Ante el fúnebre panorama económico del país y el rumor de un tercer recorte hacendario en el 2009, la posibilidad de que se nos imponga un cobro tributario hasta por tener mascotas en casa como en los gobiernos santanistas, no está muy lejos.

El tributo a los gobiernos es de siempre. Para el caso nuestro, en el Códice Azteca se asienta que para beneficiarse en comunidad había que pagar impuestos en especie o mercancía y hasta en servicios al rey. Durante La Conquista, la recaudación giraba en relación a lo extraído en las minas, de tal suerte que los indígenas pagaban con trabajo de mineros y lo generado era para el Estado. A partir de 1810, la recaudación tuvo un impacto relevante con los aranceles que se generaban en las aduanas marítimas, no obstante la corrupción no permitía que al final los gobiernos contaran con ese dinero por lo que fue más fácil recurrir a cobrar un tributo real por cada puerta, cada ventana, cada caballo y hasta por el número de perros en cada hacienda, vivienda o local comercial.

A inicios del siglo XX, la recaudación en México diversifica y aumenta sus cobros y existen pagos tributarios por el uso de ferrocarril, de caminos, de luz, de teléfono, de gasolina, de alcohol y los denominados artículos de lujo.
Hoy en día, por casi todo lo que producimos y consumimos, se nos cobra un excedente que en teoría. debe de llegar a las arcas de la nación, para que –también en teoría—, se devuelva a la sociedad vía obra pública. Pero la realidad es que el aumento en la recaudación fiscal no produce más beneficios para los mexicanos vía la administración gubernamental.

Como en los gobiernos intermitentes de López de Santa Anna en donde un día sí y el otro también, las finanzas del país presentaban graves mermas y se recurría al cobro de impuestos por bienes o características de los inmuebles, así como por los animales que se poseyeran como indicativos del nivel socioeconómico, hoy estamos reviviendo aquéllas escenarios fiscales.

Es lógico, no obstante, que a mayor consumo de electricidad o de agua, se cobren tasas más altas de impuestos. Pero la lógica ya no aplica cuando se sobre tasan esos consumos de antemano. Ya se nos avisa incluso, la posibilidad de cobrarnos impuestos de todo tipo con base en el número de habitantes por vivienda o de trabajadores en comercio o empresa.

¡Ay aquéllos tiempos! y no los de Don Porfirio, sino los de las recientes campañas electorales en donde todo era menos impuestos, más servicios, escuelas, hospitales y más y más promesas. Ahora, de nuevo a la realidad, nos tratan los gobernantes cual su verdadero interés, meros contribuyentes.

Acta Divina... Alfredo Coutiño, director para América Latina de Moody’s Economy asegura que el gobierno de México perdió capacidad de acción para hacer frente a la mayor crisis que ha experimentado la economía mexicana en siete décadas, mientras los costos de la recesión se cargan del lado de los trabajadores, por lo que una vez efectuadas las elecciones del 5 de julio, se buscará elevar los ingresos al gravar alimentos y medicinas.

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