Guido Proaño A. / Opción
Dos acontecimientos de enorme trascendencia que marcan las circunstancias y las tendencias que caracterizan el escenario político regional se han producido en nuestro continente en los últimos meses. El uno es la resolución adoptada en la XXXIX Asamblea General de la Organización de Estados Americanos OEA, que permite a Cuba ocupar su lugar en esa organización y habla del cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales en América; el otro, el golpe de Estado operado el pasado 28 de junio en Honduras, para el que la oligarquía de ese país contó con el aval del gobierno de Washington.
Hasta la década de los noventa del siglo pasado, los Estados Unidos mantuvieron una ingerencia plena en todos los asuntos del quehacer diario de los gobiernos de la región –salvo en Cuba, claro está-, y el intervensionismo militar formaba parte de su diplomacia cuando los problemas eran mayores, como muestran las invasiones a República Dominicana, Grenada y Panamá. Pero ahora el fenómeno ha variado, la presencia de varios gobiernos progresistas evidencia el cambio cualitativo operado en los últimos años. El campo político ha quedado fragmentado entre gobiernos democráticos -más moderados o más “radicales”- y la derecha, situación que, a su vez, ha abierto el debate entre profundizar las políticas progresistas operadas por esos gobiernos, quedarse en el desarrollismo-reformista u optar por una vía auténticamente revolucionaria.
Aunque algunos analistas tomen como referencia de este viraje la primera victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (1998), lo cierto es que ese cambio fue incubándose antes al calor de la movilización popular en distintos puntos de la geografía americana. El Caracazo de 1989 en contra del ajuste neoliberal, la rebelión popular en Cochabamba (Bolivia, 2000) en contra de la privatización del agua, así como los levantamientos populares que pusieron fin a gobiernos serviles al imperialismo en Ecuador, Bolivia, Argentina, Paraguay mostraban la recuperación y desarrollo alcanzado por el movimiento popular en cada uno de los países, el anhelo de cambio anidado en los pueblos y las variaciones que se operaban en el tablero político. La Cumbre de Presidentes de Mar del Plata (nov 2005) dio ya un aviso a George Bush de lo que estaba ocurriendo; los Estados Unidos no consiguieron el reinicio de las negociaciones del ALCA, el gobierno venezolano y los integrantes del MERCOSUR cerraron filas en contra, pero sobre todo un gran movimiento social de oposición recorría todo el continente.
Así se explican los triunfos político-electorales Chávez, Lula, Evo, Vázquez, Correa… que hacen de este sub-continente un territorio que poco a poco deja de ser el patio trasero del imperialismo yanqui, en el que hacía las cosas a su gusto. Aseveración que la tomamos con cautela, pues, la oligarquía no ha sido aniquilada en ninguno de esos países, actúa y asecha en contra de los procesos políticos progresistas; la labor del imperialismo para subvertir la tendencia está en todo lado; hay países como Colombia y Perú en los que las debilidades del movimiento popular no han permitido aún echar del gobierno a personajes siniestros como Uribe y García; y, los errores y limitaciones políticas de algunos gobiernos despejan el campo para la recuperación de la derecha, como ocurre en Argentina.
El imperialismo hasta el momento se mostró tolerante con varios de esos gobiernos, mas esto no implica su complacencia. En abril de 2002 intentó sin éxito poner fin al gobierno de Hugo Chávez y, en su lugar, instaurar un gobierno reaccionario de empresarios y banqueros; en Bolivia los primeros intentos golpistas fueron denunciados el año 2007, y en ambos casos la embajada yanqui ha jugado el papel de centro de la conspiración.
El golpe de Estado en Honduras bien puede marcar un cambio en la política de los Estados Unidos hacia la región. No faltaron quienes se ilusionaron con la presencia de Barak Obama en la Casa Blanca, pero seguramente la realidad los estará golpeando. En Honduras no solo se juega la restitución del Presidente José Manuel Zelaya; allí se ensaya un proyecto político reaccionario para generalizarlo en la región, por lo que el combate de ese pueblo en contra de los golpistas requiere de nuestra total solidaridad.
Paradójicamente, fue en Honduras en donde se reunió la OEA para readmitir a Cuba, ahora es el centro de una crisis política en la que la derecha y el imperialismo han iniciado una cruzada para saldar cuentas con gobiernos progresistas que enarbolan la soberanía como una de sus principales banderas políticas.
Dos acontecimientos de enorme trascendencia que marcan las circunstancias y las tendencias que caracterizan el escenario político regional se han producido en nuestro continente en los últimos meses. El uno es la resolución adoptada en la XXXIX Asamblea General de la Organización de Estados Americanos OEA, que permite a Cuba ocupar su lugar en esa organización y habla del cambio en la correlación de fuerzas políticas y sociales en América; el otro, el golpe de Estado operado el pasado 28 de junio en Honduras, para el que la oligarquía de ese país contó con el aval del gobierno de Washington.
Hasta la década de los noventa del siglo pasado, los Estados Unidos mantuvieron una ingerencia plena en todos los asuntos del quehacer diario de los gobiernos de la región –salvo en Cuba, claro está-, y el intervensionismo militar formaba parte de su diplomacia cuando los problemas eran mayores, como muestran las invasiones a República Dominicana, Grenada y Panamá. Pero ahora el fenómeno ha variado, la presencia de varios gobiernos progresistas evidencia el cambio cualitativo operado en los últimos años. El campo político ha quedado fragmentado entre gobiernos democráticos -más moderados o más “radicales”- y la derecha, situación que, a su vez, ha abierto el debate entre profundizar las políticas progresistas operadas por esos gobiernos, quedarse en el desarrollismo-reformista u optar por una vía auténticamente revolucionaria.
Aunque algunos analistas tomen como referencia de este viraje la primera victoria electoral de Hugo Chávez en Venezuela (1998), lo cierto es que ese cambio fue incubándose antes al calor de la movilización popular en distintos puntos de la geografía americana. El Caracazo de 1989 en contra del ajuste neoliberal, la rebelión popular en Cochabamba (Bolivia, 2000) en contra de la privatización del agua, así como los levantamientos populares que pusieron fin a gobiernos serviles al imperialismo en Ecuador, Bolivia, Argentina, Paraguay mostraban la recuperación y desarrollo alcanzado por el movimiento popular en cada uno de los países, el anhelo de cambio anidado en los pueblos y las variaciones que se operaban en el tablero político. La Cumbre de Presidentes de Mar del Plata (nov 2005) dio ya un aviso a George Bush de lo que estaba ocurriendo; los Estados Unidos no consiguieron el reinicio de las negociaciones del ALCA, el gobierno venezolano y los integrantes del MERCOSUR cerraron filas en contra, pero sobre todo un gran movimiento social de oposición recorría todo el continente.
Así se explican los triunfos político-electorales Chávez, Lula, Evo, Vázquez, Correa… que hacen de este sub-continente un territorio que poco a poco deja de ser el patio trasero del imperialismo yanqui, en el que hacía las cosas a su gusto. Aseveración que la tomamos con cautela, pues, la oligarquía no ha sido aniquilada en ninguno de esos países, actúa y asecha en contra de los procesos políticos progresistas; la labor del imperialismo para subvertir la tendencia está en todo lado; hay países como Colombia y Perú en los que las debilidades del movimiento popular no han permitido aún echar del gobierno a personajes siniestros como Uribe y García; y, los errores y limitaciones políticas de algunos gobiernos despejan el campo para la recuperación de la derecha, como ocurre en Argentina.
El imperialismo hasta el momento se mostró tolerante con varios de esos gobiernos, mas esto no implica su complacencia. En abril de 2002 intentó sin éxito poner fin al gobierno de Hugo Chávez y, en su lugar, instaurar un gobierno reaccionario de empresarios y banqueros; en Bolivia los primeros intentos golpistas fueron denunciados el año 2007, y en ambos casos la embajada yanqui ha jugado el papel de centro de la conspiración.
El golpe de Estado en Honduras bien puede marcar un cambio en la política de los Estados Unidos hacia la región. No faltaron quienes se ilusionaron con la presencia de Barak Obama en la Casa Blanca, pero seguramente la realidad los estará golpeando. En Honduras no solo se juega la restitución del Presidente José Manuel Zelaya; allí se ensaya un proyecto político reaccionario para generalizarlo en la región, por lo que el combate de ese pueblo en contra de los golpistas requiere de nuestra total solidaridad.
Paradójicamente, fue en Honduras en donde se reunió la OEA para readmitir a Cuba, ahora es el centro de una crisis política en la que la derecha y el imperialismo han iniciado una cruzada para saldar cuentas con gobiernos progresistas que enarbolan la soberanía como una de sus principales banderas políticas.
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