Voto nulo

José Fernández Santillán

Convengamos en que uno de los elementos más novedosos para la difusión de las posturas políticas es Internet, pero la red, en sí misma, es un recurso neutro: a veces sirve para promover el voto a favor de una determinada opción, como el fenómeno social que llevó a Barack Obama a la Presidencia de EU; otras veces, en cambio, es aprovechado para desactivar el sufragio como lo que actualmente sucede en México. El contraste no puede ser más marcado: en la Unión Americana, Internet ayudó a echar de la Casa Blanca a los neoconservadores, al tiempo que abrió una prometedora opción para renovar los valores y las prácticas democráticas; en contraste, en México, la red electrónica está siendo utilizada para afectar a nuestra democracia aún en ciernes.

Han aparecido un cúmulo de páginas y blogs que llaman a ir a las urnas, pero a nulificar las papeletas para protestar contra la clase política tomada así en conjunto. Los promotores del voto nulo parten del supuesto de que todos los partidos y los candidatos son lo mismo. Delante de esa posición hay que decir, claro y fuerte, que es una absoluta mentira poner en el mismo costal al PRI, al PAN y al PRD, así como a los partidos chicos. Si algo caracteriza al proceso de democratización en nuestro país es que, a diferencia de lo que sucedió durante el Régimen de la Revolución, con un presidencialismo omnímodo, una sola elite en el poder y un sólo partido, hoy el presidencialismo ha sido acotado gracias a la pluralidad de dirigencias políticas y a la diversidad en el Legislativo.

El voto nulo es una edición más de la tesis neoconservadora de la sociedad contra la política en la que la parte social es buena, mientras que la parte política es mala, como si únicamente existieran el blanco y el negro en lugar de reconocer que el mundo es variopinto; ni todo es malo en la política ni todo es bueno en la sociedad. Como dicen Jean Cohen y Andrew Arato en su libro Sociedad Civil y Teoría Política: “Los movimientos sociales no siempre son intrínsecamente democráticos. Frecuentemente se involucran en acciones contrarias al espíritu democrático.” Ése es, precisamente, el sentido en el que están actuando, consciente o inconscientemente, los impulsores de esta manera de echar a perder el voto.

Las formas residuales de hacer política no se basan en ideas, sino en ocurrencias; no en propuestas, sino en poses. Son producto de un estado de ánimo, de una insatisfacción, sin tomarse la molestia de reflexionar sobre las consecuencias de sus acciones. Es la secuela de lo que ha dejado la campaña televisiva contra la política y los políticos que ahora encarna en grupos y personas ayunas de una construcción conceptual más amplia. Una consecuencia visible de esta manera de proceder es que están desviando la atención respecto de lo que verdaderamente importa; o sea, que el país está dominado por una oligarquía interesada en mantener un modelo de desarrollo que ya ha sido sustituido en muchos otros países, gracias a opciones exitosas como la que triunfó recientemente en EU capitaneada por Obama. Y eso se logró, vale la pena insistir, gracias al voto activo, no al voto pasivo.

Los simpatizantes del voto nulo le están haciendo el juego a aquellos que quieren mantener el statu quo; sin permitir que salga a flote alguna alternativa que nos pueda sustraer del marasmo. Como dice un refrán judío: “Cuando un tonto tira una piedra a un estanque, siete sabios no la sacan.”

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