Pulso crítico / J. Enrique Olivera Arce
El debate va. Las opciones de votar o no votar, inclinarse por el voto válido o por el voto nulo, a 20 días de la elección están en el ánimo de amplios sectores de la población.
En términos de racionalidad, siendo la democracia representativa en México asignatura pendiente por construir, el hacer valer lo dispuesto en la Constitución General de la República, que otorga a todo ciudadano el derecho a votar y ser votado, asumiéndose el pueblo como mandante, da lugar a que todas las opciones electorales sean respetables y legítimas, incluyendo el llamado voto en blanco o voto nulo. No obstante, la sola idea de castigar a la clase política impugnando de facto a un proceso electoral contrario a los intereses de las mayorías sin que tal determinación se haga acompañar por acciones organizadas de movilización social, no parece tener justificación alguna. No beneficia en nada a la ciudadanía ni tiene consecuencias legales, éticas o políticas para aquellos a los que se pretende castigar.
Una elección se gana, así sea por un voto, con la suma aritmética de sufragios válidos a favor de un partido o candidato, lo mismo si votan millones que si la participación en las urnas se reduce a unos cuantos miles. Lo demás, simple apunte para el anecdotario, o tema para tres años de denuncias y protestas que ni le van ni le vienen a la clase gobernante.
Sin embargo, “haiga sido como haiga sido” el origen de la campaña a favor del voto nulo, lo que no se puede perder de vista es que para el imaginario popular tiene un carácter simbólico que va más allá del marco legal, rebasando incluso el que tanto tenga de grosor y sensibilidad el carapacho que recubre el cinismo de la clase política. El descontento ciudadano ha ido en aumento, generalizándose, justificando la indignación y la búsqueda de instrumentos o vías alternativas por las cuales manifestar o canalizar el rechazo al actual estado de cosas. Y que mejor que en la coyuntura, darle la espalda a los partidos políticos negándoles el voto, aún a sabiendas de que con ello no cambia nada.
Si bien no estoy de acuerdo en lo personal con la aplicación de voto nulo como castigo al sistema político que prevalece en México, no puedo dejar de considerar que, frente al cómodo abstencionismo, el asistir a las urnas y votar, así sea de balde, constituye un paso progresista en el largo trecho por recorrer en la tarea de dignificación de la política y rescate de la democracia representativa. No porque los políticos escuchen y atiendan a la necesidad de cambio, ellos están en contra, sino visto como un aún tímido primer avance en la toma de consciencia nacional de la necesidad de avanzar en la tarea pendiente de construir desde abajo la organización popular y democrática de que hoy se carece; un partido político unitario capaz de oponerse a la tendencia fascista que hoy desde las altas esferas del poder real se impulsa en México con el contubernio del PAN y el PRI como soporte.
Bajo esta óptica, el voto nulo se entiende y justifica. Calderón Hinojosa se equivoca si cree que el pueblo de México está de acuerdo con su teoría de desideologización del quehacer público y las tareas del desarrollo económico y social, con la que pretende justificar la profundización de los procesos de privatización de la industria energética y alimentaria, de los servicios de educación y salud, así como la imposición de la flexibilización laboral y el congelamiento de los salarios. El voto nulo, en la coyuntura, le demostrará lo contrario.
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
El debate va. Las opciones de votar o no votar, inclinarse por el voto válido o por el voto nulo, a 20 días de la elección están en el ánimo de amplios sectores de la población.
En términos de racionalidad, siendo la democracia representativa en México asignatura pendiente por construir, el hacer valer lo dispuesto en la Constitución General de la República, que otorga a todo ciudadano el derecho a votar y ser votado, asumiéndose el pueblo como mandante, da lugar a que todas las opciones electorales sean respetables y legítimas, incluyendo el llamado voto en blanco o voto nulo. No obstante, la sola idea de castigar a la clase política impugnando de facto a un proceso electoral contrario a los intereses de las mayorías sin que tal determinación se haga acompañar por acciones organizadas de movilización social, no parece tener justificación alguna. No beneficia en nada a la ciudadanía ni tiene consecuencias legales, éticas o políticas para aquellos a los que se pretende castigar.
Una elección se gana, así sea por un voto, con la suma aritmética de sufragios válidos a favor de un partido o candidato, lo mismo si votan millones que si la participación en las urnas se reduce a unos cuantos miles. Lo demás, simple apunte para el anecdotario, o tema para tres años de denuncias y protestas que ni le van ni le vienen a la clase gobernante.
Sin embargo, “haiga sido como haiga sido” el origen de la campaña a favor del voto nulo, lo que no se puede perder de vista es que para el imaginario popular tiene un carácter simbólico que va más allá del marco legal, rebasando incluso el que tanto tenga de grosor y sensibilidad el carapacho que recubre el cinismo de la clase política. El descontento ciudadano ha ido en aumento, generalizándose, justificando la indignación y la búsqueda de instrumentos o vías alternativas por las cuales manifestar o canalizar el rechazo al actual estado de cosas. Y que mejor que en la coyuntura, darle la espalda a los partidos políticos negándoles el voto, aún a sabiendas de que con ello no cambia nada.
Si bien no estoy de acuerdo en lo personal con la aplicación de voto nulo como castigo al sistema político que prevalece en México, no puedo dejar de considerar que, frente al cómodo abstencionismo, el asistir a las urnas y votar, así sea de balde, constituye un paso progresista en el largo trecho por recorrer en la tarea de dignificación de la política y rescate de la democracia representativa. No porque los políticos escuchen y atiendan a la necesidad de cambio, ellos están en contra, sino visto como un aún tímido primer avance en la toma de consciencia nacional de la necesidad de avanzar en la tarea pendiente de construir desde abajo la organización popular y democrática de que hoy se carece; un partido político unitario capaz de oponerse a la tendencia fascista que hoy desde las altas esferas del poder real se impulsa en México con el contubernio del PAN y el PRI como soporte.
Bajo esta óptica, el voto nulo se entiende y justifica. Calderón Hinojosa se equivoca si cree que el pueblo de México está de acuerdo con su teoría de desideologización del quehacer público y las tareas del desarrollo económico y social, con la que pretende justificar la profundización de los procesos de privatización de la industria energética y alimentaria, de los servicios de educación y salud, así como la imposición de la flexibilización laboral y el congelamiento de los salarios. El voto nulo, en la coyuntura, le demostrará lo contrario.
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