Priistas empanizadas

Sara Olvera

Uno de los atributos de la democracia moderna es, sin duda, la participación política, que no se restringe a la emisión del voto ni a la militancia partidaria. Es, en su definición clásica, el interés genuino por la cosa pública.

En México, las mujeres feministas y otras con sentido común, mujeres de las organizaciones sociales, se constituyeron con éxito en masa crítica, a la que se refiere Carole Pateman cuando habla de ciudadanía incompleta en Perspectivas Feministas en Teoría Política.

Esa masa crítica es capaz de negociar cambios, crear instituciones y orientar políticas a favor de una causa. Las mujeres a las que me refiero tuvieron una ruta definida, claridad en el horizonte y un programa delineado desde los primeros años de la Revolución Mexicana. Sacrificaron, en parte, lo que hoy conocemos como autonomía y optaron por una estrategia de cuenta gotas.

Así consiguieron derechos importantes: el sufragio y el derecho al divorcio, a la educación y al trabajo, antes que otras muchas pobladoras de esta tierra. Encontraron enormes obstáculos cuando hablaron de libertades fundamentales, como la sexualidad y el derecho a controlar su cuerpo. Por esa razón fueron perseguidas en 1920.

No obstante, lograron gradualmente que en México se hicieran excepciones importantes para la interrupción legal del embarazo; muy temprano en la historia moderna del mundo, en nuestro país se definió como un delito la violación sexual y se prohibió el tráfico de menores y mujeres.

Esas mujeres también lograron una cuota de participación en la élite del poder; hubo mujeres con parcelas definidas de control en el mundo de los hombres desde los años 50; dominaron el presupuesto del desarrollo social y extendieron servicios fundamentales para las criaturas de las trabajadoras en los años de la postguerra.

En los años 70, esas mujeres, principalmente del Partido Revolucionario Institucional, porque era lo único que existía en una deficiente y truncada democracia, caminaron con mayor frecuencia de la que una pueda pensar, al lado de las nuevas demandas feministas.

Recuerdo que firmaron a favor del aborto en la segunda mitad de los años 80, tras un escándalo por el apresamiento de un grupo de mujeres que habían interrumpido su embarazo y fueron a parar a la vieja cárcel preventiva de Tlaxcoaque. Y ellas, como eran las del poder, hicieron la primera modificación a las reglas electorales ya en plena etapa neoliberal.

Eran, ¿cómo decirlo? importantísimas aliadas de las nuevas feministas y de millones de mujeres que son las verdaderas promotoras de los cambios en todo el mundo: las priistas de antaño, con voluntad de poder, calculaban, lo hacían con cuidado, desde su poder, sin arriesgar su poder, abrían oportunidades de avance. Antidemocráticas y todo, cedían.

Por eso da tanta rabia que esas mujeres, herederas de María Lavalle Urbina y Concha Michel, beneficiarias del discurso de Hermila Galindo en su visión del porvenir, estén convertidas en cómplices del feroz retroceso que se planea en la elite dominada por el trío misógino de Manlio Fabio Beltrones, desde el Senado, Felipe Calderón, desde la Presidencia de la República, y Jesús Ortega, desde el más grande partido de oposición y técnicamente de izquierda y progresista.

Ofende el silencio de Beatriz Paredes, dirigente máxima del PRI, sometida al jefe del trío misógino; ofende la boca cerrada de las gobernadoras de Zacatecas y Yucatán, Amalia García e Ivonne Aracelly Ortega Pacheco, respectivamente; el posicionamiento de Lilia Aragón, la diputada de la LIX legislatura que detuvo y detuvo la investigación del feminicidio; duele el silencio de la secretaria general del PRD, Hortensia Aragón, respecto del congreso de Chihuahua, que se niega sistemáticamente a legislar sobre la paridad, lucha de sus camaradas, amigas y paisanas en aquélla entidad

Duele tanto como su silencio respecto del derecho humano a interrumpir un embarazo.

Duelen los silencios de mujeres con tribunas diversas, de cara a los hombres del poder, que ocultan lo que sucede, por ejemplo, en Chihuahua, donde se legisló, contradictoriamente, casi al tiempo, sobre dar derechos al feto, y la cuota de 30/70 para que llegaran las mujeres al Congreso.

Del Congreso de Chihuahua salio el exhorto para que los congresos locales legislaran sobre los derechos del embrión. Duele la carta de Roberto Lara, de la LXVII legislatura, avalado por la comisión de equidad y género, con ese exhorto, que hoy es el pretexto para esas iniciativas.

Hoy ya suman 14 entidades, donde congresistas de los distintos partidos políticos apuestan por eliminar el derecho al aborto por violación o peligro de vida de la madre y otras excepciones; retrógrados, misóginos e impunes por obra y gracia de las mujeres con poder partidario que los encubren.

Las protestas por esta inmundicia, porque no hay paridad, porque se somete a unas cuantas mujeres que creen en la equidad, pero también en la institucionalidad y el gradualismo, llegan como bocanada de aire fresco desde los cuatro puntos cardinales del país. Por fortuna.

Algunas como feministas y otras dignísimas como Mónica Soto, del PRD, han llamado a cuentas a sus dirigencias partidarias que se han sumado a los más conservadores, a los de extrema derecha, a lo que la tradición del progreso que creímos ganado en 1910, los del PRI, dentro del PRI o fuera del PRI, en sus sucursales o dependencias como el Partido Verde Ecologista.

Da mucha rabia la lentitud de diputadas locales de esos otrora signos progresistas, más enfrascadas en sus pequeños privilegios. No he oído a las comisiones de equidad y género hacerse eco de la demanda de paridad en Chihuahua, tanto como no han tomado tribunas por el retroceso en las constituciones, ni he visto nada en las funcionarias de los Institutos de las Mujeres --con excepción del Distrito Federal-- que hayan exigido lo que la ley les obliga en materia de igualdad y derechos, tanto en sentido político como en derechos sexuales y reproductivos.

En fin, que estamos viviendo el fin de las formas engañosas de democracia tradicional que no hace justicia a las mujeres, por eso, aparecen las corrientes anuladoras del voto para decir no a todos los partidos políticos. Aunque yo no estoy de acuerdo.

La reflexión es que de todas formas llegarán los políticos de siempre, pero también las márgenes críticas que, igual, siempre serán capaces de continuar luchando, tener tribuna para decir y hacer, a pesar de las dificultades.

¿A usted no le da coraje que las priistas se hayan empanizado y muchas perredistas también?

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