México: ¿democracia fallida?

José Fernández Santillán

La condición política no presenta signos alentadores. Hay borrasca en el horizonte, al grado que podemos decir que la llamada transición a la democracia se ha estancado o, de plano, está retrocediendo. Y esto se debe a que, hasta ahora, no hemos sido capaces de reformar el marco institucional para adaptarlo a la nueva realidad del país. Hemos preferido mantener, sin grandes transformaciones, el viejo sistema presidencialista que tuvo como soporte la hegemonía del partido oficial sin tomar en cuenta que, desde 1997, en la Cámara de Diputados, ya no hay partido alguno que obtenga la mitad más uno de los escaños.

Lo que hoy tenemos es un gobierno dividido: por un lado, el Presidente de la República de extracción panista; de otro lado, un Poder Legislativo variopinto. En este ambiente ya no debería tener acomodo la política de la imposición; la política vertical marcada desde Los Pinos a San Lázaro. Lo que hoy prevalece, en cambio, es la política de la negociación; la política horizontal que ha realzado la importancia del Congreso de la Unión.

Recordemos que en 2006, después de las controvertidas elecciones, los más interesados en limar asperezas y retomar el camino de la negociación fueron el presidente Felipe Calderón y su partido. Y así sucedió: en los tres últimos años se logró establecer acuerdos entre los partidos para aprobar, por consenso, reformas como la petrolera, la electoral y la del Estado.

Paradojas del destino: el que rompió el clima de concordia fue el PAN al emprender una campaña de denuestos en contra de su principal aliado, el PRI. La apuesta es arriesgada porque el PAN espera alcanzar la mayoría absoluta y regresar a la vieja práctica de la hegemonía del partido oficial. De esta manera, no tendría que depender de las negociaciones y se haría factible el relanzamiento del presidencialismo. Pero eso es muy improbable. Esta actitud, poco meditada, provocará, seguramente, que el PAN se quede solo en la segunda parte del sexenio calderonista.

Hay, pues, atisbos de ingobernabilidad; de que la nuestra se convierta en una democracia fallida. ¿Quién va a tener confianza en el PAN después de que se le tendió la mano y, como respuesta, se obtuvieron diatribas? El cálculo político les falló: no pensaron que el delicado engranaje que logramos montar para establecer un clima de confianza requería un trabajo de filigrana política para mantenerlo funcionando. La actitud de los panistas fue todo lo contrario: darle con todo al más cercano de los competidores sin medir las consecuencias. La política cavernícola.

El panorama se presenta aún menos alentador en vista del deterioro social en curso y la mala imagen que tiene nuestro país en el extranjero. Cito un ejemplo: en el último número de la Revista Dissent (primavera de 2009), Jeff Faux publicó un artículo que, traducido al español, más o menos sería “El desafío mexicano de Obama”. En él señala que una de las cosas que se registran en nuestro país desde que se firmó el TLCAN es “el apabullante deterioro del orden social y político de México”. Tanto así que en enero del presente año Michael Hayden, director de la CIA, declaró al Baltimore Sun que las dos prioridades en materia de seguridad nacional para el nuevo presidente de EU son la amenaza nuclear de Irán, y la inestabilidad política en México.

Y, por si esto fuera poco, aparecen unos despistados promoviendo la anulación del voto. ¡A dónde vamos a parar!

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