México ante el desarme nuclear

OLGA PELLICER

Han ocurrido dos acontecimientos de signo distinto que obligan a poner sobre la mesa el tema del desarme nuclear. Por una parte, comenzaron en Moscú las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia sobre reducción de armas estratégicas. Refiriéndose a ellas, Barack Obama retomó los puntos centrales de su famoso discurso de Praga en abril, afirmando que es imperativo tomar el liderazgo para reducir y con el tiempo eliminar los peligros que representan las armas nucleares.

Por otra parte, Corea del Norte provocó de nuevo la indignación mundial al realizar un ensayo nuclear subterráneo y enviar dos nuevos misiles. Lanzó con ello un claro mensaje sobre su intención de continuar el camino hacia la posesión de armas nucleares; un proyecto descabellado para un país conducido por una dictadura envejecida que invierte recursos en instalaciones nucleares mientras la población se encuentra en niveles de miseria.

Los hechos anteriores cambian la mirada y el ánimo con que se contempla el desarme nuclear. Hay indudablemente nuevos vientos en Estados Unidos. A la posición del presidente, decidido a dar pasos en esa dirección, se aúna la opinión pública que urge a tomar medidas. Tal fue la posición asumida por The New York Times en su editorial del pasado 25 de mayo cuando, al comentar el ensayo norcoreano, señaló: “Si Washington tiene esperanza de aglutinar presión diplomática y sanciones económicas para contener las ambiciones nucleares de Irán y Corea del Norte, tiene que mostrar que está dispuesto a comportarse de acuerdo con las normas internacionales; por ello el Senado debe ratificar a la brevedad el Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares”.

Ese giro a favor de una política favorable al desarme nuclear no es casual. Hay una situación mundial cualitativamente distinta en que el papel tradicional de esas armas de destrucción masiva se ha vuelto obsoleto, y, en cambio, el peligro que representa su proliferación es mayor, al ser más difícil de controlar y revertir.

Las armas nucleares, como elemento central de la estrategia militar, ha perdido importancia para las naciones llamadas “países nucleares” (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia). Por ejemplo, los conflictos internacionales que hoy enfrenta Estados Unidos en Irak o Afganistán tienen más que ver con fuerzas convencionales flexibles, servicios de inteligencia y respuestas imaginativas a las condiciones existentes en el terreno que con el uso de armas nucleares. Éstas fueron importantes como factor de disuasión ante la Unión Soviética durante los años de la Guerra Fría, pero esa época ya pasó. Existen, pues, condiciones para revalorar la utilidad de las mismas, el costo tan elevado que representan y los peligros que conllevan al propiciar situaciones de alto riesgo muy difíciles de enfrentar.

Un ejemplo de tales riesgos es, justamente, la llegada de armas nucleares a países como Corea del Norte o Pakistán. El mayor problema que presentan los desafíos norcoreanos son las dudas acerca de cómo responder a ellos. Hay dudas sobre quién detenta el poder internamente; sus verdaderas intenciones, dada la posibilidad de que se trate del ejercicio de chantajes; el grado en que tiene, o no, el apoyo de los dirigentes chinos, y, en particular, sobre sus intenciones de vender material y tecnología nucleares a otros países igualmente erráticos y difíciles para negociar. El caso de Pakistán, a punto de caer en la ingobernabilidad, es todavía más complejo.

¿Qué significa esto para un país como México que hace algunos años tenía la causa del desarme nuclear en el centro de su política exterior?

El desencanto ante las posibilidades de avanzar hacia el desarme nuclear es hoy una nota dominante en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Diversos motivos lo explican, entre ellos el estancamiento de las negociaciones sobre desarme nuclear en los foros internacionales.

Las circunstancias para promover el desarme nuclear no son las mismas que existían cuando la política mexicana desempeñaba un papel destacado en la conferencia del desarme. Son otros los intereses que se hallan en juego y otros los objetivos que se están persiguiendo. Sin embargo, las aguas se están moviendo y urge definir si México desea formar parte de la nueva corriente hacia el desarme nuclear, o mantiene una posición distante, ignora los nuevos avances y peligros y se concentra en otras áreas del desarme, como es el combate al tráfico de armas pequeñas y convencionales.

Los problemas actuales del país explican que los diplomáticos mexicanos concedan más atención al tráfico de armas convencionales que a la añeja causa del desarme nuclear. Una preocupación central del gobierno de Felipe Calderón es obtener el apoyo estadunidense para que disminuya el flujo de tales armas, que vienen a dar a manos del crimen organizado con el objetivo, entre otros, de aumentar su poder de intimidación.

Hay, sin embargo, argumentos para retomar un papel activo en la corriente a favor del desarme nuclear: no perder el capital de prestigio que México ganó con un premio Nobel y un fuerte liderazgo para crear el Tratado de Tlatelolco; no soltar una demanda que sigue siendo válida y justificada; y, por último, diversificar el discurso de México hacia el exterior, evitando que gire principalmente en torno a la lucha contra el narcotráfico. Se requiere una mirada integral sobre los temas de la agenda internacional que permita proyectar a México como un país que también se ocupa de otros retos; los acontecimientos de las últimas semanas, en particular aquellos que confirman los peligros de la proliferación nuclear, obligan a recuperar un lugar más visible en esa faceta del desarme.

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