Elecciones. No esperemos que los lobos cambien de piel

Pulso crítico / J. Enrique Olivera Arce

Así como he considerado en mis opiniones que el voto en blanco o nulo no tendrá ningún efecto en la clase política a la que se pretende castigar el próximo 5 de julio, manifestándome a favor del voto válido así sea a favor del candidato o partido que consideremos menos peor, en congruencia debo admitir que nada garantiza que sea respetado el sufragio de las mayorías.

Tras los ejemplos de incivilidad política, por decir lo menos, que a lo largo del proceso electoral en marcha han puesto de manifiesto los partidos punteros de la contienda, nada ni nadie nos puede asegurar que las antidemocráticas conductas de quienes se han asumido como auspiciadores de la llamada “guerra sucia”, o “guerra de lodo”, sufran modificación alguna a partir de las cero horas del 5 de julio próximo.

Sería ingenuo pensar que los ejércitos de porros electorales (operadores les llaman), sus estrategas y sus conductores, de la noche a la mañana trocarán la piel de lobo por la de inicuas y mansas ovejas. Tanto el PRI como el PAN van por todo y así lo han manifestado públicamente; su objetivo es “carro completo”, hágase como se haga y no precisamente por la vía democrática o al amparo de los principios éticos y morales de la Madre Teresa.

En cada entidad federativa tanto el gobierno federal como los gobernadores tienen claro que en una elección de Estado quien tenga más saliva comerá más pinole. De ahí que en la ya polarizada contienda, tanto las huestes panistas como las priístas se disputarán cada voto al precio que sea. Unos y otros ya velan armas para, recurriendo a todas las técnicas conocidas de la tradicional “ingeniería electoral”, secuestrar una vez más la voluntad popular. No se puede esperar otra cosa y, sin embargo, me mantengo en lo dicho: que la responsabilidad del fracaso anunciado del ejercicio democrático del 5 de julio no quede en la ciudadanía. Hay que votar.

No se puede hacer de lado que, entre otras manifestaciones de la mapachería electoral, destaca la compra de votos mediante la cual los partidos políticos se aprovecharan de la necesidad de la gente. Sin embargo, la pobreza no está reñida con la dignidad y la convicción del elector de que su voz debe ser escuchada, pero, si el hambre aprieta, cuando menos que la recompensa valga la pena. Así que para aquellos que desde ahora tienen contemplado el vender su voto para beneficiar a tal o cual partido o candidato, lo menos que se les puede pedir es que vendan caro su amor, que ya habrá oportunidad de ponerse a mano con su conciencia.

Hay que asistir a las urnas y ejercer el derecho de voto. Ejerciendo también, eso sí, el derecho que nos ampara de vigilar hasta donde sea posible que partidos y candidatos no se agandallen y, si esto se da, denunciar públicamente la acción de los mapaches.

Con la satisfacción del deber cumplido y con plena conciencia de que la democracia se construye ejerciéndola, a partir del día siguiente, 6 de julio, podremos entonces valorar si valió la pena sufragar. El balón estará en los terrenos del IFE y el TRIFE y tocará entonces a la clase política demostrar a la ciudadanía si se hace merecedora a una nueva oportunidad o, de plano, prepara los bártulos para actuar en consecuencia cuando el clamor popular pida que se vayan todos.

Comentarios