Y el pueblo siguió con su rutina cotidiana

Álvaro Cepeda Neri

Las cúpulas burocrático-administrativas particularmente de la capital del país (que incluye a las que dependen del jefe de Gobierno Federal y al del Gobierno del Distrito Federal; al protagónico “gober” precioso de Peña Nieto, porque lo de “gober precioso” a Mario Marín no le va, pues, la verdad que es feo de “a deveritas” y el mexiquense ya clasificó como galán) como en San Luis Potosí, Oaxaca y Veracruz, exageraron en demasía las medidas sanitarias.

Y no obstante que las medidas de atención médica y alarma se impusieron autoritariamente en todas las entidades, dentro y fuera del país provocaron un escándalo cuyas consecuencias fueron las respuestas, entre draconianas y racistas de China, Argentina, Chile, Panamá (Haití hasta rechazó la ayuda mexicana que envió en un carguero con alimentos, por temor al contagio) y Cuba, y que exageraron algunos medios haciéndose eco de los desprecios que nos enviaron algunas declaraciones discriminatorias.

No es para (como hizo Calderón) montar en cólera nacionalista, por lo que hicieron, con todo su derecho y por exageradas que hayan sido las contramedidas internacionales. En circunstancias semejantes, el gobierno mexicano hubiera hecho lo mismo para proteger el contagio.

El caso es que mientras la burocracia, la clase media alta, funcionarios, comercios y centros de reunión fueron obligados a encerrarse en sus casas, el pueblo llano continuó con su rutina de todos los días. Millones de mexicanos siguieron su vida en todo el país o de lo contrario el desabasto de alimentos hubiera sido catastrófico.

Los mexicanos que no pueden parar en sus actividades: barrenderos, recolectores de basura, focos estos de contaminación permanente; trabajadores de empresas privadas, campesinos, mineros cuidando sus huelgas y la mayoría de la población económicamente activa siguieron con aquello de que “la vida tiene que continuar”.

Aún en las situaciones más graves de la humanidad, siempre los pueblos mantienen encendida la luz de la convivencia. Por todo el territorio estuvieron en activo los “marchantes”, en sus mercados “sobre ruedas” o tianguis; los empleados de los supermercados, tiendas medianas y pequeñas; los de las comidas rápidas en la calle, con sus tamales, tortas, quesadillas y tacos.

El pueblo mantuvo la vida material que transcurre sin descanso. Fue de los sectores de pobreza mal alimentados, sin atención médica, los que se curan con remedios o resistiendo los embates de las enfermedades por su hacinamiento, sin agua potable, sin electricidad... de entre ellos estuvieron los enfermos por la influenza y los que aportaron los muertos (que vaya usted, lector, a saber si solamente 26, con gobernantes mentirosos).

La población siguió con sus actividades, con miedo o sin él; sin tapabocas, encomendándose a sus creencias religiosas, para irla pasando y a los que no les llega el seguro popular. Y únicamente en esta emergencia, algunos de ellos fueron atendidos, con sus asegunes, en los hospitales públicos... los privados se hicieron de la vista gorda.

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