Michael Moore, la sanidad estadounidense y la respuesta de los medios

Vicenç Navarro / El Plural

Cuando el Ejército de EE.UU. invadió Irak, todos los medios de información y persuasión estadounidenses (desde el The New York Times hasta el canal televisivo CNN) así como la gran mayoría de intelectuales de aquel país apoyaron tal invasión aceptando las tesis del presidente Bush de que el régimen de Sadam Hussein en Irak representaba una amenaza para el mundo debido a su producción de armas de destrucción masiva. Sólo un número muy limitado de intelectuales (como Noam Chomsky, que a pesar de ser el intelectual estadounidense más conocido fuera de EE.UU. está vetado en los mayores medios de información de aquel país) cuestionaron los argumentos y la evidencia que la Administración Bush utilizó para justificar tal invasión. Otro fue Michael Moore que en su documental Fahrenheit 9/11 cuestionó la evidencia mostrada por el gobierno Bush para apoyar la invasión de Irak, documentando además las conexiones que la familia Bush tenía con las compañías petrolíferas y otros intereses económicos que estaban detrás de aquella invasión.

La predecible respuesta del establishment político, mediático e intelectual ante aquel documental fue el intentar desacreditarlo por todos los medios. A pesar del gran éxito de taquilla que fue, la gran mayoría de los medios de información y persuasión ridiculizaron el documental definiéndolo como “demagógico”, término que las derechas suelen utilizar para desmerecer los argumentos de sus críticos. La guerra de Irak ha costado la vida de 4.226 estadounidenses y 654.965 irakís (y continúan muriendo). Y, por fin, se ha visto y reconocido que no había ni se estaban produciendo armas de destrucción masiva en Irak. Y sin embargo, ninguno de aquellos medios que apoyaron a Bush ha pedido perdón al pueblo estadounidense o al pueblo irakí. Noam Chomsky, por cierto, continúa vetado en aquellos medios.

Michael Moore se ha centrado ahora en otro conflicto (no extranjero esta vez, sino doméstico) en el que también hay muertos. Cada año 18.000 estadounidenses (según el profesor David Himmerstein, de Harvard University, esta cifra es mucho mayor: más de 100.000 muertos) mueren por falta de atención médica. 18.000 muertos (seis veces el número de muertos que hubo en el atentado a las Torres Gemelas) son las víctimas de un conflicto doméstico en el que también hay vencedores y perdedores. Entre estos últimos están 46 millones de estadounidenses que no tienen ninguna cobertura sanitaria, y 102 millones que tienen una cobertura sanitaria insuficiente. La imposibilidad de pagar facturas médicas y pólizas de seguro médico privado es una de las causas mayores de bancarrota familiar. Y el 44% de las personas que se están muriendo declaran estar preocupadas por cómo ellas o sus familiares podrán pagar sus facturas médicas. No es sorprendente, por lo tanto, que la gran mayoría de la población estadounidense (64%) señale su descontento con el sistema de financiación privada de la sanidad. El sistema público cubre al Presidente, a los miembros del Congreso y a los miembros de las Fuerzas Armadas, así como al 52% del gasto incurrido por los ancianos (el programa Medicare). El Gobierno federal y el estatal (autonómico) pagan las facturas médicas de los muy pobres (que en realidad cubre sólo el 12% de la población pobre). La gran mayoría de la población tiene una cobertura privada e insuficiente.

El hecho de que no se haya cambiado tal sistema se debe al enorme poder de los vencedores en esta lucha doméstica. La privatización del sistema electoral estadounidense, implica que la financiación de las campañas electorales proviene de aportaciones de grandes grupos financieros y empresariales que pagan las campañas de los políticos. Así, las compañías de seguros sanitarios privados (que son las que dominan y gestionan el sistema sanitario) y la industria farmacéutica (que son las compañías que tienen mayores beneficios al año, 40.000 millones de dólares) pagaron respectivamente 2.185.722 dólares y 1.927.159 dólares al candidato Obama. Sicko, de Michael Moore, se centra en este conflicto doméstico, documentando esta realidad dramática para la mayoría del pueblo estadounidense, mostrando claramente las enormes deficiencias del sistema de financiación sanitario, las cuales son consecuencia del maridaje entre los poderes económicos y la clase política centrada en Washington.

Moore señala que el problema no es que EE.UU. no pueda resolver este problema por falta de dinero (el gasto sanitario es un 17% del PIB). No es un problema económico, sino un problema político. Son las conexiones políticas entre el mundo empresarial (las compañías de seguros y el complejo médico-industrial) y Washington. Y lo que ha irritado enormemente a la clase política de Washington es que Moore muestra como Cuba, un país muchísimo más pobre que EE.UU., ofrece cobertura universal a sus ciudadanos, cuando el gobierno federal la niega a los suyos. Esta referencia favorable a Cuba es más de lo que el establishment político-financiero y mediático puede tolerar. De ahí la enorme hostilidad del establishment (la película ha sido aplaudida en miles y miles de salas de proyección de barrios populares) hacia el documental. La CNN hizo un documental muy crítico, acusando a Moore de falsear y manipular los datos. En realidad, y tal como señaló Paul Krugman, fue el director del programa de la CNN, el Dr. Sanjay Gupta (próximo a la industria farmacéutica), el que manipuló los datos en su intento de desacreditar Sicko. El Sr. Gupta fue inicialmente propuesto por el Presidente Obama para que dirigiera los servicios federales de salud pública. El escándalo y protesta popular a aquel programa de la CNN (que manipuló los datos para desacreditar a Moore) forzó a que el Dr. Gupta debiera retirarse y que el Presidente Obama aceptara su renuncia a que fuera nombrado para tal cargo.

La crítica de la prensa española hacia el último documental de Moore ha sido predecible con notables excepciones. En su mayoría ha reproducido los comentarios del establishment mediático estadounidense calificándolo de “demagogo”, ”exagerado”, “aburrido” y un largo etcétera. El estilo Moore es típicamente estadounidense. Va directamente al grano, y habla con el lenguaje de la gente normal y corriente. De ahí su enorme popularidad entre las clases populares. No se acobarda frente a las estructuras de poder y no permite claroscuros. Es comprensible que el documental sorprenda en muchos círculos españoles que han idealizado EE.UU. y lo consideren muy duro. Y no hay duda de que su estilo es provocador y crea escándalo. Pero el espectador español tiene que ser consciente de que, aún cuando hay centros sanitarios de gran excelencia en EE.UU., el sistema de financiación de la sanidad estadounidense, basado en el aseguramiento privado (que las derechas en España quieren imitar) ha fracasado. Y el hecho de que la población desee un cambio en este sistema de financiación privada es prueba de ello. El documental de Moore debe entenderse en este contexto.

Una última observación: no iría mal que hubiera también un Michael Moore español que documentara, por ejemplo, el enorme poder que tienen en España las Mutuas Patronales que no pagan lo que se les debe a los familiares de los fallecidos por enfermedades laborales; o la excesiva influencia que la Banca tiene en la vida política de este país. ¿Dónde está el Michael Moore español?

Vicenç Navarro es catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Estudios Políticos y Políticas Públicas de la the Johns Hopkins University

(www.vnavarro.org)

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