Lo que la influenza nos dice

SABINA BERMAN

Empecemos con las obviedades macro y descendamos a las micro.

Que somos Naturaleza. Que aún si vivimos rodeados de cosas y noticias solo humanas, lo no humano nos acecha fuera y dentro de nuestro redondel autista, a veces para de pronto arrasar con nosotros, en forma de terremotos, huracanes o plagas.

Que somos Naturaleza que agrede de forma diaria y metódica a otras especies. Esclavizamos y hacinamos a los cerdos, a las aves, a las reses, a cuanto mamífero cuadrúpedo existe, e incluso a los peces y los moluscos, para trozar su carne, empaquetarla, frigorizarla y distribuirla, todo eso en cantidades y con procesos industriales.

Creamos así caldos de cultivo de tamaño industrial para el surgimiento de plagas, como lo fue el matadero de cerdos en Perote, Veracruz, en cuyas inmediaciones se dieron los primeros casos de influenza hace cerca de un año, aunque ningún médico, al menos un médico capaz y responsable, estuvo ahí para diagnosticarlo.

Que en la guerra diaria que sostenemos contra la Naturaleza se sigue cumpliendo la milenaria sentencia persa: Los peces grandes se comen a los pequeños, excepto cuando los pequeños son millares y van contra los grandes.

Que en el matadero de Perote, ya en febrero del 2009, cuando en sus alertas rutinarias la OMS preveía una nueva plaga, los dueños, gerentes y funcionarios públicos cometieron el pecado harto común de poner en un platillo de la balanza la ganancia de dinero y en el otro platillo la muerte de gente pobre; y se decidieron por no cerrar ni sanear el matadero y por no perder sus ganancias.

Al tiempo veremos si algún periodista desentierra esta historia, probablemente criminal.

Que los humanos vivimos en las ciudades muy juntos y respiramos muy textualmente el mismo aire, aunque nos dividan delgadas paredes. Pero lo que no separan las paredes sí lo separa el dinero. (El dinero, otra vez hay que hablar del dinero.)
Si la influenza nos unió, el dinero nos dividió en pobres y en ricos. Cierto: hay pobres y ricos en todas partes, pero en México la división en abismal, y su supuesto remedio, los servicios públicos, son una burla cruel.

Los pobres suman casi todos los muertos de esta crisis de influenza, porque los hospitales públicos no sólo no fueron suficientes para recibir cada caso: fueron negligentes y también criminales. En días próximos veremos multiplicadas en la prensa, si la prensa sigue haciendo su trabajo, las horribles historias de niños infectados que recibieron una aspirina y fueron enviados a casa; de la anciana con gripe que fue dejada sentada en la sala de espera entre dos señores con influenza, y así se contagió; del infectado que fue acostado entre mujeres parturientas, y así pudo haber matado, sin quererlo, a una docena de madres y bebés; del pobre tipo que recorrió ya enfermo varios hospitales donde no lo recibieron y murió en una cama arrinconada de un hospital atestado maldiciendo a México (como lo reportó Proceso 1696).

Pero sin duda lo que no falló en México fue la comunicación, al menos la emitida de cómo combatir el desastre. El gobierno federal y el de la Ciudad de México hicieron uso continuo de los medios masivos, la televisión y la radio, que en nuestro país alcanzan al 99% de la población. Y a la información y las medidas obligatorias oficiales, los medios masivos y la prensa añadieron más información y más medidas optativas útiles. Hubo información para todos, eso sí.

También hubo decisiones prontas de gobierno que, gracias a los medios de comunicación y a que tenemos instituciones amplias y disciplinadas, alcanzaron a parar el crecimiento geométrico de la plaga. Se detuvieron las clases escolares y buena parte de la actividad económica. El precio de que esto no hubiera sucedido espanta.

Lo que también la influenza nos redescubrió es que en los últimos 30 años los gobiernos han desmantelado a la ciencia mexicana. Siendo la novena economía mundial, debemos avergonzarnos de que nuestros científicos no cuenten con los instrumentos de punta para ser ellos los que den seguimiento a la evolución del virus y busquen el remedio de una vacuna.

Somos la novena economía del mundo ahora sí que de milagro (con más precisión: debido al milagro del petróleo), porque nuestros gobiernos han dejado sin herramientas a la inteligencia del país.

Por fin, la influenza nos redescubrió la crueldad inhumana de las farmacéuticas trasnacionales. El Tamiflu, el fármaco que es tal vez profiláctico de la enfermedad pero de seguro es su aniquilador, subió en nuestras farmacias de 700 a mil 200 pesos en un solo día (¿aumento ordenado por la empresa que produce el Tamiflu, Roche, o por los dueños de las farmacias?), luego desapareció, al parecer requisado por el gobierno para uso exclusivo en los hospitales, pero en el mercado negro se vende hoy en 5 mil pesos.

El gobierno hizo bien en requisarlo, pero eso ya dada la circunstancia de que en México existían 1 millón de dosis, mientras en Estados Unidos 50 millones.
Lo que parece hasta ahora seguro es que este año Roche multiplicará por 10 sus ganancias gracias al Tamiflu, como lo reportó Proceso 1696, sin que a nuestro gobierno se le ocurra intervenir para que abata su precio o se atreva a producir un fármaco genérico que les derrumbe el macabro negocio.

Si el gobierno no interviene, para los accionistas de Roche los mexicanos somos ahora los cerdos: millones de criaturas amenazadas por la muerte que ellos traducen en ganancias industriales.

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