Jorge Carpizo (Cortesía de El Periódico)
Se podía y se puede ser un gran ladrón, un gran delincuente, pero, con poder y dinero, se era y se es un gran señor. A veces la liebre salta en donde menos se espera; el narcotráfico ha sido un factor multiplicador de la corrupción en nuestro país, porque los valores morales ya habían sido lesionados por el sistema descrito y en el cual hemos vivido.
Así, por ejemplo, incluso en estados y ciudades conservadores, llegaban desconocidos y compraban grandes empresas, depositaban grandes cantidades en los bancos, adquirirían residencias lujosas, comenzaban a frecuentar a las mejores familias del lugar, las cuales aceptaban asistir a sus fiestas, e incluso a emparentar políticamente y a ser socios de los recién llegados. ¿Quiénes eran? No se sabía ni se quería saber, pero poseían fortunas inmensas y entonces eran bienvenidos. ¿Presentían los lugareños que esas fortunas podían estar ligadas al narcotráfico?
Existía en México –¿existe todavía? – una regla no escrita según la cual si una persona pertenecía a cierta dependencia y delinquía, había que ocultar el hecho para no desprestigiar a la institución; se le podía hasta separar del cargo, pero nada más; había que alejar a la dependencia del escándalo. Se pensaba que juzgar a un juez desprestigiaba al Poder Judicial, juzgar a un agente del ministerio público deterioraba a la procuraduría, juzgar a un sacerdote, lesionaba a su Iglesia, juzgar a un comunicador erosionaba a toda la profesión y así hasta el infinito, la cultura de la impunidad y de las complicidades en todo su esplendor. Antes que nada, el prestigio de la institución, el prestigio muy mal entendido, pretextos para seguir reforzando la impunidad.
La mentira y el disimulo –¿cinismo? – como parte del sistema. ¡Todos somos inocentes!: políticos, empresarios, banqueros, comunicadores, sacerdotes, líderes sindicales y sociales. ¡Todos somos inocentes! Todos lo pregonan y cada quien defiende su caso. Todos dicen que pueden justificar las mansiones en que viven –muchos de los millonarios estadounidenses y europeos no las tienen–, su colección de carros, sus casas de campo aquí y en el extranjero, su esposa e hijas adornadas con las alhajas más caras; todo ese dinero proviene de fuentes lícitas, sostienen. Poder, dinero, corrupción, impunidad y mentiras: la quinteta de la muerte para México.
Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
Se podía y se puede ser un gran ladrón, un gran delincuente, pero, con poder y dinero, se era y se es un gran señor. A veces la liebre salta en donde menos se espera; el narcotráfico ha sido un factor multiplicador de la corrupción en nuestro país, porque los valores morales ya habían sido lesionados por el sistema descrito y en el cual hemos vivido.
Así, por ejemplo, incluso en estados y ciudades conservadores, llegaban desconocidos y compraban grandes empresas, depositaban grandes cantidades en los bancos, adquirirían residencias lujosas, comenzaban a frecuentar a las mejores familias del lugar, las cuales aceptaban asistir a sus fiestas, e incluso a emparentar políticamente y a ser socios de los recién llegados. ¿Quiénes eran? No se sabía ni se quería saber, pero poseían fortunas inmensas y entonces eran bienvenidos. ¿Presentían los lugareños que esas fortunas podían estar ligadas al narcotráfico?
Existía en México –¿existe todavía? – una regla no escrita según la cual si una persona pertenecía a cierta dependencia y delinquía, había que ocultar el hecho para no desprestigiar a la institución; se le podía hasta separar del cargo, pero nada más; había que alejar a la dependencia del escándalo. Se pensaba que juzgar a un juez desprestigiaba al Poder Judicial, juzgar a un agente del ministerio público deterioraba a la procuraduría, juzgar a un sacerdote, lesionaba a su Iglesia, juzgar a un comunicador erosionaba a toda la profesión y así hasta el infinito, la cultura de la impunidad y de las complicidades en todo su esplendor. Antes que nada, el prestigio de la institución, el prestigio muy mal entendido, pretextos para seguir reforzando la impunidad.
La mentira y el disimulo –¿cinismo? – como parte del sistema. ¡Todos somos inocentes!: políticos, empresarios, banqueros, comunicadores, sacerdotes, líderes sindicales y sociales. ¡Todos somos inocentes! Todos lo pregonan y cada quien defiende su caso. Todos dicen que pueden justificar las mansiones en que viven –muchos de los millonarios estadounidenses y europeos no las tienen–, su colección de carros, sus casas de campo aquí y en el extranjero, su esposa e hijas adornadas con las alhajas más caras; todo ese dinero proviene de fuentes lícitas, sostienen. Poder, dinero, corrupción, impunidad y mentiras: la quinteta de la muerte para México.
Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
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