Por Opinión Invitada
José Alejandro González Garza
El voto no se vende, ¿verdad o mentira?
El reflejo, la respuesta automática formada por años y años de escuchar publicidad -propaganda, en realidad-, es que no, que el voto no se vende.
Sin embargo, ¿cuánto vale mi voto? ¿Qué tiene ese derecho personal al sufragio que hace que cientos de candidatos gasten millones de pesos por obtenerlo?
La pregunta no es estéril si retomamos el escándalo causado por la reciente generosidad del Gobierno estatal de Nuevo Leon en materia de despensas y otros beneficios para las clases más desprotegidas (y uso este término con toda intención).
Creo que el principal reclamo, abierto o no, recae en la "injusticia", denunciada por la Oposición, de utilizar recursos del erario para favorecer a determinados candidatos o partidos.
No se vale que la Federación, con su enorme presupuesto, apoye a los candidatos de su partido a través de programas sociales destinados a los pobres, anuncios con cargo al presupuesto de comunicación social o recibiendo apoyo a cambio de consideraciones especiales en la aplicación de la ley.
Tampoco se vale que el Estado haga lo mismo con los suyos y menos que los municipios lo hagan a través del contacto directo que tienen con la gente.
"No se vale". Así, entre comillas, porque en México todavía se aplica la ley selectivamente, a conveniencia de la autoridad, y lo cierto es que nuestro sistema político está basado en el clientelismo para la obtención de votos. Todos lo saben.
El clientelismo político es el intercambio extraoficial de favores entre una persona en posición de autoridad o poder -el patrono- a cambio de apoyo electoral de los clientes. Solía ser una relación diádica entre patrono y cliente, pero ha evolucionado hasta contemplar actualmente intermediarios que conocemos comúnmente como "líderes".
El fenómeno no es nuevo ni privativo de las democracias latinoamericanas, si bien se manifiesta ejemplarmente en ellas. En realidad, sus antecedentes se pueden remontar hasta la antigua Roma, donde los ciudadanos nobles y acaudalados fungían como patronos para los libertos y extranjeros que no tenían medios propios de subsistencia, por lo que vendían su apoyo a cambio de protección.
En Estados Unidos se conoce también como "machine politics" y funcionó por muchos años para mantener a un mismo grupo político en el poder en ciudades como Nueva York y Chicago. Mediante la incorporación de las clases marginadas, inmigrantes y minorías se creó una maquinaria política imbatible en tiempos de elección; a cambio de empleos, dádivas y la posibilidad de mejorar su condición social.
En efecto, el clientelismo opera ante la ausencia de cualquier posibilidad real de movilidad social, donde la única alternativa que tiene el individuo de mejorar consiste en vender o cambiar el singular patrimonio que el sistema jurídico le otorga -el voto- por beneficios tangibles y prácticos para su subsistencia.
La relación clientelar, sin embargo, no depende de un regalo en específico, si bien puede existir alguna dádiva fundacional de la relación, sino de la serie de creencias generalizadas y expectativas que se forman las partes involucradas sobre la permanencia de la misma y por ello de los beneficios y responsabilidades que ella conlleva.
Por otro lado, sería un error considerar que únicamente los más pobres son víctimas o partícipes del clientelismo político en nuestra sociedad.
Desafortunadamente, la democracia y el Estado de derecho en México son ideas que no han terminado de cuajar entre la población que se debate entre la conveniencia de pugnar por reglas claras de aplicación uniforme o la permanencia de un sistema extraoficial de favores y complicidades que propician la corrupción, pero arrojan la promesa de un éxito seguro con los contactos adecuados.
Sólo así se puede explicar la aportación extraordinaria de recursos en personal, tiempo y materiales que gente, empresas y demás organizaciones hacen a las campañas, con la natural expectativa de obtener algo a cambio en el futuro. Estas personas también venden su voto, por así decirlo. ¿A cambio de qué? Despensas, concesiones, empleos, consideraciones al legislar, licitar o juzgar y -en el mejor de los casos- buscan obtener a cambio un gobierno justo, equitativo e imparcial.
Usted, ¿a cambio de qué da su voto?
El autor es abogado por el ITESM y maestro en Derecho por la Universidad de Nueva York.
*** IMPORTANTE *** Revoluciones es un proyecto de información alternativa sin fines de lucro, para mantenernos en línea requerimos de tu apoyo. Puedes ayudarnos haciendo un deposito bancario, por mínimo que sea, hazlo en el banco HSBC, al número de cuenta 6271254999 a nombre de Samuel R. García o en transferencia electrónica abonando al número Clabe: 021180062712549990. Gracias.
José Alejandro González Garza
El voto no se vende, ¿verdad o mentira?
El reflejo, la respuesta automática formada por años y años de escuchar publicidad -propaganda, en realidad-, es que no, que el voto no se vende.
Sin embargo, ¿cuánto vale mi voto? ¿Qué tiene ese derecho personal al sufragio que hace que cientos de candidatos gasten millones de pesos por obtenerlo?
La pregunta no es estéril si retomamos el escándalo causado por la reciente generosidad del Gobierno estatal de Nuevo Leon en materia de despensas y otros beneficios para las clases más desprotegidas (y uso este término con toda intención).
Creo que el principal reclamo, abierto o no, recae en la "injusticia", denunciada por la Oposición, de utilizar recursos del erario para favorecer a determinados candidatos o partidos.
No se vale que la Federación, con su enorme presupuesto, apoye a los candidatos de su partido a través de programas sociales destinados a los pobres, anuncios con cargo al presupuesto de comunicación social o recibiendo apoyo a cambio de consideraciones especiales en la aplicación de la ley.
Tampoco se vale que el Estado haga lo mismo con los suyos y menos que los municipios lo hagan a través del contacto directo que tienen con la gente.
"No se vale". Así, entre comillas, porque en México todavía se aplica la ley selectivamente, a conveniencia de la autoridad, y lo cierto es que nuestro sistema político está basado en el clientelismo para la obtención de votos. Todos lo saben.
El clientelismo político es el intercambio extraoficial de favores entre una persona en posición de autoridad o poder -el patrono- a cambio de apoyo electoral de los clientes. Solía ser una relación diádica entre patrono y cliente, pero ha evolucionado hasta contemplar actualmente intermediarios que conocemos comúnmente como "líderes".
El fenómeno no es nuevo ni privativo de las democracias latinoamericanas, si bien se manifiesta ejemplarmente en ellas. En realidad, sus antecedentes se pueden remontar hasta la antigua Roma, donde los ciudadanos nobles y acaudalados fungían como patronos para los libertos y extranjeros que no tenían medios propios de subsistencia, por lo que vendían su apoyo a cambio de protección.
En Estados Unidos se conoce también como "machine politics" y funcionó por muchos años para mantener a un mismo grupo político en el poder en ciudades como Nueva York y Chicago. Mediante la incorporación de las clases marginadas, inmigrantes y minorías se creó una maquinaria política imbatible en tiempos de elección; a cambio de empleos, dádivas y la posibilidad de mejorar su condición social.
En efecto, el clientelismo opera ante la ausencia de cualquier posibilidad real de movilidad social, donde la única alternativa que tiene el individuo de mejorar consiste en vender o cambiar el singular patrimonio que el sistema jurídico le otorga -el voto- por beneficios tangibles y prácticos para su subsistencia.
La relación clientelar, sin embargo, no depende de un regalo en específico, si bien puede existir alguna dádiva fundacional de la relación, sino de la serie de creencias generalizadas y expectativas que se forman las partes involucradas sobre la permanencia de la misma y por ello de los beneficios y responsabilidades que ella conlleva.
Por otro lado, sería un error considerar que únicamente los más pobres son víctimas o partícipes del clientelismo político en nuestra sociedad.
Desafortunadamente, la democracia y el Estado de derecho en México son ideas que no han terminado de cuajar entre la población que se debate entre la conveniencia de pugnar por reglas claras de aplicación uniforme o la permanencia de un sistema extraoficial de favores y complicidades que propician la corrupción, pero arrojan la promesa de un éxito seguro con los contactos adecuados.
Sólo así se puede explicar la aportación extraordinaria de recursos en personal, tiempo y materiales que gente, empresas y demás organizaciones hacen a las campañas, con la natural expectativa de obtener algo a cambio en el futuro. Estas personas también venden su voto, por así decirlo. ¿A cambio de qué? Despensas, concesiones, empleos, consideraciones al legislar, licitar o juzgar y -en el mejor de los casos- buscan obtener a cambio un gobierno justo, equitativo e imparcial.
Usted, ¿a cambio de qué da su voto?
El autor es abogado por el ITESM y maestro en Derecho por la Universidad de Nueva York.
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