La Batalla de Puebla tuvo lugar el 5 de mayo de 1862 cerca de la ciudad de Puebla (México), en el ataque y defensa del Fuerte de Loreto y del Fuerte de Guadalupe, durante la invasión francesa de México. Fue una importante victoria mexicana con resonancia global, pues venció al ejército más experimentado y reputado de la época y se conmemora en México con la fiesta del Cinco de Mayo.
Antecedentes
Debido principalmente a la cantidad de deudas, Francia, Inglaterra y España subscribieron el Convenio de Londres, por la cual se comprometieron a intervenir por el uso de la fuerza en México para reclamar sus derechos como acreedores, mientras tanto el Presidente Benito Juárez declaro suspendidos los compromisos adquiridos y aplazó pagar la deuda a las naciones europeas. Tras desembarcar en Veracruz, España e Inglaterra aceptaron las explicaciones mexicanas dadas en los Tratados de La Soledad, los cuales tenían como fundamento, el respeto a la soberanía territorial, el reconocimiento de las naciones acreedoras al Estado Mexicano, la entrada al terreno de las negociaciones para llegar a acuerdos en común, que beneficiaría tanto a la República Mexicana, como a los intereses de las potencias invasoras, y por último, se permitiría que los soldados de los tres países se establecieran en las ciudades mexicanas de Orizaba, Córdoba y Tehuacán durante las negociaciones, debido a lo malsano del clima imperante en el puerto de Veracruz; en caso contrario, los soldados de las tres potencias se retirarían a las costas de Veracruz para así comenzar las hostilidades.
Solo los representantes de España e Inglaterra comprendieron la situación que guardaba la República Mexicana, al analizar los argumentos, decidieron negociar de manera independiente ante la autoridad mexicana, privilegiando a la nación mexicana con un triunfo diplomático, que dadas las difíciles circunstancias, permitió encauzar esfuerzos posteriormente hacia la intervención del Imperio Francés; pero ellos tenían otros planes. El primero, el pronto pago con intereses de la deuda, esto incluía un cobro exagerado por parte de la Casa Jecker, debido a destrozos causados durante la Guerra de Reforma, dos, tener control total y absoluto de las aduanas, así como intervención directa en la política económica del país, y tres, el más común, imponer un gobierno monárquico en México, con miras a contrarrestar el creciente poderío de los Estados Unidos.
Sin embargo, un mal entendido por parte de los representantes de las tres potencias, aunado a los ambiciosos planes de la representación francesa de sus propios tratados, inicio pronto las hostilidades con el ejército de Napoleón III, dando por iniciada la invasión francesa.
Al frente del ejército francés venía el general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, quien partió de Veracruz en dirección a la ciudad de México, pasando por Tehuacán y avanzado hacia el oeste. Para contrarrestar este avance, el gobierno mexicano de Juárez encargó el mando del Ejército de Oriente al general Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar de la guerra con los Estados Unidos.
El 16 de abril de 1862, el General Juan Prim, Jefe de la Fuerzas Españolas, escribía a Ignacio Zaragoza que, no habiéndose puesto de acuerdo los representantes de los tres países, solo los españoles e ingleses aceptarían los términos que Juárez decretara en los Tratados de la Soledad, y se reembarcarían de regreso a casa. También puso en alerta a Zaragoza que los franceses no aceptaron esto, pues vieron fallas en este decreto, y que exigían pronto el pago, pues se veían amenazados por los prusianos con una guerra, y no tenían con que solventar una guerra, por lo cual comenzarían una invasión hacia la capital de la República, supuestamente para poder obtener el pago de la deuda.
Después del fracaso de los Tratados Preliminares de La Soledad y el retiro de las flotas española e inglesa tras la escaramuza entre galos e hispanos en Córdoba, el ejército francés, al mando del general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, sale de Orizaba hacia el oeste. Había llegado envuelto en laureles de victoria, colgando de sus blasones los nombres de sus triunfos obtenidos en Solferino, Magenta, Argelia y Sebastopol, reflejaba esa actitud la insolencia y subestimación de Lorencez, al enviar al Mariscal de Francia Lannes, el siguiente mensaje: “Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a Su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros 6.000 valientes soldados, ya soy dueño de México”. Era un sueño absurdo el de Lorencez querer conquistar un país cinco veces más poblado que Francia, pero sostenida por la guerra civil que vivía México, y la no amenaza de Estados Unidos, pues también se encontraba en guerra civil.
A toda prisa, el gobierno federal de Benito Juárez García ordena a Zaragoza que organice el Ejército de Oriente, compuesto de cerca de 10 mil hombres, escaso número para el vasto territorio que deben cubrir. El general Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano húsar durante la guerra con los Estados Unidos, toma el mando del cuerpo, y se dirige hacia los límites entre Veracruz y Puebla, a fin de reconocer el avance del ejército francés, que ya entraba en combate con las tenaces guerrillas veracruzanas, las que no dejan de acosarle. El 22 de marzo ordena el fusilamiento de Manuel Robles Pezuela, detenido en Tuxtepec junto con algunos jefes conservadores, que logran escapar de las tropas del General Arteaga. Acusado de Alta Traición al buscar alianzas con los invasores, Pezuela se niega a creer que la sentencia será ejecutada, ya que piensa que a Arteaga no le convendría darle un mártir a los conservadores. Sin embargo, palidece y su esperanza desaparece cuando se entera que la orden no es de Arteaga, sino de Zaragoza. Fusilado el General Robles Pezuela en un costado de la iglesia de San Andrés Chalchicomula, mientras los conservadores reúnen tropas del orden de 1.200 hombres cerca de Atlixco, con esto se inicia la llamada Batalla Antidiplomática.
Por otro lado, un contingente del Ejército de Oriente de 4.000 efectivos, con Zaragoza a la cabeza, sale de la Cañada de Ixtapa para cortarle el paso a los franceses. El 28 de abril, en las Cumbres de Acultzingo tiene su primer encuentro con las fuerzas europeas. Zaragoza no pretende disputarle el paso al contrario, sino más bien foguear a sus soldados, faltos de experiencia, y al mismo tiempo causarle algunas pérdidas al enemigo. Las águilas napoleónicas pierden quinientos hombres, mientras las bajas mexicanas ascienden a medio centenar, entre ellos el bravo general José María Arteaga quien, tras haber batido a una columna francesa y llegado a solo cincuenta pasos de la reserva de Lorencez, ésta hizo fuego sobre la tropa mexicana y Arteaga cae del caballo, herido en la pierna derecha, que más tarde le sería amputada. Cumplida la misión, Zaragoza retorna con sus hombres a Ixtapa. “Pelean bien los franceses...” afirma Zaragoza, “...pero los nuestros matan bien”. Sin embargo, aún tiene desconfianza sobre el desempeño real de sus tropas en un combate en campo abierto, es decir, en batalla campal; el invasor se posesiona de las Cumbres.
Crónica
El día 2 de mayo, el ejército franco sale de San Agustín del Palmar. Entre ellos y la capital sólo se encuentra la Ciudad de Puebla de los Ángeles (hoy Puebla de Zaragoza) por donde los franceses esperan pasar entre aplausos y exclamaciones de los opositores de Juárez, siendo este el lugar más conservador del México del siglo XIX. Sin embargo, es Juárez quien ordena a Zaragoza que ahí se les presente batalla a los franceses.
El 3 de mayo Zaragoza arriba a Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una Brigada de Caballería, a fin de hostigar al invasor. La mayoría de la población de la conservadora Puebla es partidaria a la intervención, y los civiles se encierran en sus casas detestando el suceso, mientras los batallones mexicanos desfilan marcialmente entre las desiertas calles de la ciudad e ingresan en sus cuarteles.
Zaragoza sube a lo alto del cerro Guadalupe y en menos de una hora ya tiene el plan de batalla que va a seguir para la defensa de la plaza (ver tabla superior). De inmediato fortifica los reductos que se encuentran en los cerros de Loreto y Guadalupe. La guarnición cuenta tan solo con 6,700 hombres, escasamente armados, y para empeorar las cosas, la mayoría de la población, partidaria a la intervención, se niega a apoyar al ejército mexicano, peligrosamente falto de recursos. Se dice que tal fue la insolencia de los poblanos que Zaragoza exclamó desesperado “Qué bueno seria quemar Puebla”. Sólo lo detendría el hecho de que en "...la ciudad también hay criaturas inocentes”.
El 4 de mayo, los exploradores mexicanos vuelven con noticias de que los remanentes conservadores, al mando del General Leonardo Márquez se disponen a socorrer a los franceses. Zaragoza envía una brigada de dos mil hombres al mando del General Tomas O´Horan a Atlixco, con el fin de detener a Márquez, y se dispone a preparar la pelea. Organiza sus fuerzas para la defensa de la plaza con una Batería de Batalla y dos de Montaña, cubriendo Loreto y Guadalupe con 1.200 hombres, formando a los otros 3.500 en cuatro columnas, con una Batería de Campaña, tres Brigadas de Infantería y una de Caballería.
El ala derecha mexicana la cubren las tropas de Oaxaca, junto a los Batallones Patria, Morelos y Guerrero, al mando de Porfirio Díaz.
El sitio de honor, el centro de la línea, lo ocupan Berriózabal y La Madrid, con las tropas del Estado de México y San Luis. La izquierda se apoya en los cerros de Loreto y Guadalupe, con Miguel Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. La artillería sobrante es colocada en los fortines y reductos dentro de Puebla.
A las nueve con quince minutos de la mañana del 5 de mayo, los franceses aparecen en el horizonte, cruzando fuego con las Guerrillas de Caballería que se batían en retirada, cuyos jinetes no se repliegan hasta que la batalla francesa está formada y lista para avanzar.
El combate se inicia a las once y cuarto de la mañana. Se rompe el fuego de cañón y la infantería francesa avanza, al amparo de las baterías francesas, quienes arribaron delante de la infantería.
El 6° Batallón de la Guardia Nacional del Estado de Puebla (confundido erróneamente como zacapoaxtlas, ya que estos componían una compañía de dicho batallón, al igual que los xochiapulquenes) ocupó el puesto de honor y gloria ya que fue el primer cuerpo de guerra del Ejército de Oriente en hacer frente al enemigo y el primero en alcanzar un rechazo al ataque. El 10 de mayo de 1862, el General Ignacio Zaragoza expidió un certificado en donde reconoció tal hazaña. Así mismo, expidió al entonces Comandante Mayor del Batallón Tomás Segura, originario de Tetela de Ocampo, un certificado constatando que él fue el primer individuo en hacer frente al enemigo y el primero en rechazar su ataque. Este último certificado, así como muchos otros documentos sobre la Guerra de Reforma y la Segunda Intervención Francesa en México están resguardados en el Archivo Histórico Particular de la Familia Molina Bonilla en la Ciudad de Tetela de Ocampo, Puebla.
Dejando en su campamento una fuerza respetable, en el cuerpo del 99º de Línea, los franceses esquivan el combate a campo raso y desprenden una pequeña guerrilla por su izquierda, al tiempo que mueven por su derecha una gruesa columna de cuatro o cinco mil hombres entre las Haciendas de Amalucan y Los Álamos, avanzando a lo largo del camino e iniciándose la pelea frente a la Garita de Amozoc.
Zaragoza comprendió de inmediato el plan de Lorencez y dio las contraórdenes convenientes. Berriózabal avanza a paso veloz entre las rocas y se sitúa entre la hondonada que divide Loreto y Guadalupe; Antonio Álvarez, con los Carabineros de Pachuca, protege la izquierda de los reductos.
La línea de batalla mexicana forma un ángulo que se extiende desde Guadalupe hasta la Plaza de Román, frente a las posiciones enemigas.
Sobre el camino que conecta a la ciudad con la Garita de Amozoc se dispone La Madrid, protegiendo con las tropas potosinas a dos piezas de artillería. La derecha la cierra Díaz con la División de Oaxaca y los Lanceros de Toluca y Oaxaca.
Los franceses continúan su avance, colocando sus baterías frente a Guadalupe y devuelven el fuego mexicano que nace de aquella posición.
Los zuavos (regimiento de infantería francesa) ascienden entre Guadalupe y Los Álamos, perdiéndose de la vista de los fusileros mexicanos. De repente, aparecen frente al Fuerte de Guadalupe, el cual rompe fuego de fusil sobre la columna, que para en seco ante el fuego mexicano.
En ese instante, Berriózabal da la bienvenida con bayoneta calada a los zuavos, quienes se retiran en buen orden hasta ponerse fuera de tiro.
Un momento fue suficiente para que repusieran su moral y se lanzaran de nueva cuenta en pos de Guadalupe.
Los franceses, apoyados por el Primero y Segundo Regimiento de Infantería de Marina, se abalanzan sobre la línea mexicana, que los recibe a la bayoneta. Negrete, (del que se dice que exclamó “Yo tengo patria antes que partido” pronunciado el día anterior, al presentarse frente a Zaragoza y rogándole le dé un mando[cita requerida]), al ver a los franceses vacilar frente al fuego de los fortines, grita a todo pulmón a los centenares de indígenas Zacapoaxtlas, del 6º de la Guardia Nacional de Puebla: “En el nombre de Dios, ahora nosotros..." Saltando del parapeto, carga a paso veloz sobre los franceses, sorprendiendo a los soldados franceses ante los indios poblanos armados de machetes, lanzas, hoces, trinchetes y demás instrumentos de labranza, y trabando combate a fuego y arma blanca, logran las mexicanas banderas bellos triunfos... La columna francesa es rechazada de Guadalupe y en Loreto son contenidas otras columnas asaltantes, varias veces, mientras las baterías francesas prosiguen su fuego sobre los cerros, contestado por la artillería mexicana en lo alto de Guadalupe, logrando que los franceses retrocedieran de nuevo.
En aquel momento, el Coronel Rojo avisa a Álvarez que era tiempo de que la Caballería Mexicana entrara en acción para alcanzar una victoria completa. Cargan sin piedad los Carabineros de Pachuca sobre los restos de la columna, disparando sus carabinas y lanzando mandobles de sable sobre los franceses, quienes se retiran en buen orden a su campo.
A las dos y media de la tarde llega el primer Parte de Guerra a la capital:
Se ha roto el fuego de los dos lados y cae un fuerte aguacero. (Zaragoza)
Los capitalinos respiran aliviados. ¡¡Puebla no les había abierto las puertas!! Pero Zaragoza ya no podría contar con los dos mil hombres que había enviado a Atlixco dos días antes, con los cuales O´Horan batió a los reaccionarios de Márquez, impidiéndoles el auxilio a los franceses. Y cómo lamentaba el pueblo la explosión ocurrida en la Colecturia de Chalchicomula que privó a Zaragoza de mil trescientos de sus hombres más experimentados.
Lorencez se dispone a dar el último asalto, organizando una columna con los Cazadores de Vincennes y el Regimiento de zuavos y dirigiéndola a Guadalupe, mientras pone en marcha una segunda compuesta con los demás cuerpos, excepto el 99º de Línea, en reserva; la segunda columna ataca la derecha de la línea de Zaragoza.
A ésta le salen los Zapadores al mando de La Madrid y se traba un terrible combate de bayonetas. Una casa situada en la falda del cerro es el objetivo. Los franceses la toman y se guarecen en ella, pero son desalojados por los Zapadores; la tornan a recobrar y de nuevo son expulsados de ella por valientes tropas de La Madrid. El Cabo Palomino se mezcló entre los zuavos y se batió cuerpo a cuerpo con los arrogantes soldados franceses, y se posesiona de su estandarte como botín de guerra al caer muerto el portador del mismo.
Una fuerte tormenta cae sobre el campo, reblandeciendo el terreno, difícil de mantener para las tropas francesas, al tiempo que Zaragoza mandaba el parte telegráfico a la Presidencia en Ciudad de México. Envía al Batallón Reforma en auxilio de los cerros donde Zuavos y Cazadores disputaban la victoria. En Loreto había un cañón de 68 que causaba enormes estragos en la filas francesas. Los zuavos hacen un empuje desesperado y se abalanzan sobre la pieza. El artillero, sorprendido por la rapidez de la columna gala, tiene en sus manos la bala de cañón que no alcanzó a colocar en la boca de fuego. Aparece frente a él un zuavo, y tras éste, el resto del cuerpo que, una vez apoderados de ese fortín, levantarían la moral francesa y podría perderse la victoria conseguida. El artillero, arrojó la bala al soldado francés, que herido mortalmente por el golpe en la cabeza, rodó al foso del parapeto. Con esto los zuavos, por orden del Conde Lorencez retrocedieron, perseguidos sin cuartel por el Reforma.
Cuando la segunda columna llega a Guadalupe, protegidas por una formidable línea de tiradores, Porfirio Díaz que acude en auxilio de los Rifleros de San Luis, que estaban a punto de ser rodeadas por el contrario. Movió en columna al Batallón Guerrero, a las órdenes de Jiménez, ganándole el terreno a los franceses, trabándose un combate cuerpo a cuerpo y retrocediendo los asaltantes.
En apoyo del Guerrero, que se dejó ir demasiado lejos en persecución, Díaz envió a las tropas de Oaxaca, con los Coroneles Espinoza y Loaeza a la cabeza, dando impulso a los mexicanos, que expulsaron al enemigo de las cercanías. El éxito alentó a Porfirio, que destacó al Morelos con dos piezas de artillería a la izquierda, mientras por la derecha los Rifleros de San Luis se reponían de la pelea, antecedidos por una formidable Carga de Lanceros, dirigida por el mismísimo Díaz, que desbarató las filas del enemigo; Díaz quedó dueño del campo y necesitó repetidas órdenes de Zaragoza para regresar a sus posiciones.
En aquéllos momentos las columnas de Lorencez bajaron de Guadalupe en completa dispersión, rechazadas en su última intención y se replegaron a la Hacienda de San José. Se dice que Lorencez no pudo evitar el llanto de la derrota, con lo que decidió retirarse hacia Amozoc.
Consecuencias
En Palacio Nacional de Ciudad de México, Juárez y el resto del pueblo pasaban por un trance terrible. No tenían noticias de Puebla y el Gobierno había hecho salir precipitadamente al General Antillón al mando de los Cuerpos de Guanajuato, quedando como guardianes de la Capital sólo dos mil hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados. Si las tropas guanajuatenses se perdían, la Capital caería sin remedio. A las 5 y 49 minutos de la tarde volvió haber noticias de Zaragoza.
Este es el mensaje enviado:
Puebla, Mayo 5 de 1862. – Recibido en Ciudad de México a las cuatro y quince minutos de la tarde - General Ministro de la Guerra – Sobre el Campo a las dos y media – Dos horas y media nos hemos batido – El enemigo ha arrojado multitud de granadas – Las columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas, seguramente atacó con cuatro mil hombres – Todo su impulso fue sobre el cerro – En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. – I. Zaragoza
Puebla, Mayo 5 de 1862. – Puebla a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde – General Ministro de la Guerra – Las Armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del la plaza, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formando su batalla fuerte de cuatro mil y pico de hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato como desearía, porque el Gobierno sabe que para ello no tengo fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros.
Sírvase dar cuenta de este parte al Ciudadano Presidente de la República.
Libertad y Reforma. Cuartel General en el Campo de Batalla
General Ignacio Zaragoza.
Al finalizar la batalla, los franceses contabilizaban 476 muertos y 512 heridos. El Ejército de Oriente perdió 83 hombres, cerca de 250 heridos y 12 desaparecidos. El día 6, ya con los refuerzos de Guanajuato en los fortines, Zaragoza esperaba un nuevo ataque de Lorencez, pero éste, el 8, formó sus trenes y se retiró para San Agustín del Palmar, siendo saludado por la artillería republicana y la Banda de Guerra de los Carabineros, quienes tocaron Escape.
El 5 de septiembre del mismo año, Zaragoza contrajo la fiebre tifoidea, falleciendo el 8 de septiembre de 1862. Dejando vació el liderazgo de las fuerzas armadas de México en el general Jesús González Ortega, con lo cual, dio oportunidad de que las tropas invasoras obtuvieran refuerzos, municiones y demás armamento, tanto de distancia, como cuerpo a cuerpo.
Aunque la guerra no termino ahí,sino hasta 5 años después (1867),la batalla de Puebla se volvió desde entonces para los mexicanos un símbolo de resistencia en contra de la invasión de tropas extracontinentales.
Antecedentes
Debido principalmente a la cantidad de deudas, Francia, Inglaterra y España subscribieron el Convenio de Londres, por la cual se comprometieron a intervenir por el uso de la fuerza en México para reclamar sus derechos como acreedores, mientras tanto el Presidente Benito Juárez declaro suspendidos los compromisos adquiridos y aplazó pagar la deuda a las naciones europeas. Tras desembarcar en Veracruz, España e Inglaterra aceptaron las explicaciones mexicanas dadas en los Tratados de La Soledad, los cuales tenían como fundamento, el respeto a la soberanía territorial, el reconocimiento de las naciones acreedoras al Estado Mexicano, la entrada al terreno de las negociaciones para llegar a acuerdos en común, que beneficiaría tanto a la República Mexicana, como a los intereses de las potencias invasoras, y por último, se permitiría que los soldados de los tres países se establecieran en las ciudades mexicanas de Orizaba, Córdoba y Tehuacán durante las negociaciones, debido a lo malsano del clima imperante en el puerto de Veracruz; en caso contrario, los soldados de las tres potencias se retirarían a las costas de Veracruz para así comenzar las hostilidades.
Solo los representantes de España e Inglaterra comprendieron la situación que guardaba la República Mexicana, al analizar los argumentos, decidieron negociar de manera independiente ante la autoridad mexicana, privilegiando a la nación mexicana con un triunfo diplomático, que dadas las difíciles circunstancias, permitió encauzar esfuerzos posteriormente hacia la intervención del Imperio Francés; pero ellos tenían otros planes. El primero, el pronto pago con intereses de la deuda, esto incluía un cobro exagerado por parte de la Casa Jecker, debido a destrozos causados durante la Guerra de Reforma, dos, tener control total y absoluto de las aduanas, así como intervención directa en la política económica del país, y tres, el más común, imponer un gobierno monárquico en México, con miras a contrarrestar el creciente poderío de los Estados Unidos.
Sin embargo, un mal entendido por parte de los representantes de las tres potencias, aunado a los ambiciosos planes de la representación francesa de sus propios tratados, inicio pronto las hostilidades con el ejército de Napoleón III, dando por iniciada la invasión francesa.
Al frente del ejército francés venía el general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, quien partió de Veracruz en dirección a la ciudad de México, pasando por Tehuacán y avanzado hacia el oeste. Para contrarrestar este avance, el gobierno mexicano de Juárez encargó el mando del Ejército de Oriente al general Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano Húsar de la guerra con los Estados Unidos.
El 16 de abril de 1862, el General Juan Prim, Jefe de la Fuerzas Españolas, escribía a Ignacio Zaragoza que, no habiéndose puesto de acuerdo los representantes de los tres países, solo los españoles e ingleses aceptarían los términos que Juárez decretara en los Tratados de la Soledad, y se reembarcarían de regreso a casa. También puso en alerta a Zaragoza que los franceses no aceptaron esto, pues vieron fallas en este decreto, y que exigían pronto el pago, pues se veían amenazados por los prusianos con una guerra, y no tenían con que solventar una guerra, por lo cual comenzarían una invasión hacia la capital de la República, supuestamente para poder obtener el pago de la deuda.
Después del fracaso de los Tratados Preliminares de La Soledad y el retiro de las flotas española e inglesa tras la escaramuza entre galos e hispanos en Córdoba, el ejército francés, al mando del general Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, sale de Orizaba hacia el oeste. Había llegado envuelto en laureles de victoria, colgando de sus blasones los nombres de sus triunfos obtenidos en Solferino, Magenta, Argelia y Sebastopol, reflejaba esa actitud la insolencia y subestimación de Lorencez, al enviar al Mariscal de Francia Lannes, el siguiente mensaje: “Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a Su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros 6.000 valientes soldados, ya soy dueño de México”. Era un sueño absurdo el de Lorencez querer conquistar un país cinco veces más poblado que Francia, pero sostenida por la guerra civil que vivía México, y la no amenaza de Estados Unidos, pues también se encontraba en guerra civil.
A toda prisa, el gobierno federal de Benito Juárez García ordena a Zaragoza que organice el Ejército de Oriente, compuesto de cerca de 10 mil hombres, escaso número para el vasto territorio que deben cubrir. El general Ignacio Zaragoza, hasta entonces Secretario de Guerra y Marina y veterano húsar durante la guerra con los Estados Unidos, toma el mando del cuerpo, y se dirige hacia los límites entre Veracruz y Puebla, a fin de reconocer el avance del ejército francés, que ya entraba en combate con las tenaces guerrillas veracruzanas, las que no dejan de acosarle. El 22 de marzo ordena el fusilamiento de Manuel Robles Pezuela, detenido en Tuxtepec junto con algunos jefes conservadores, que logran escapar de las tropas del General Arteaga. Acusado de Alta Traición al buscar alianzas con los invasores, Pezuela se niega a creer que la sentencia será ejecutada, ya que piensa que a Arteaga no le convendría darle un mártir a los conservadores. Sin embargo, palidece y su esperanza desaparece cuando se entera que la orden no es de Arteaga, sino de Zaragoza. Fusilado el General Robles Pezuela en un costado de la iglesia de San Andrés Chalchicomula, mientras los conservadores reúnen tropas del orden de 1.200 hombres cerca de Atlixco, con esto se inicia la llamada Batalla Antidiplomática.
Por otro lado, un contingente del Ejército de Oriente de 4.000 efectivos, con Zaragoza a la cabeza, sale de la Cañada de Ixtapa para cortarle el paso a los franceses. El 28 de abril, en las Cumbres de Acultzingo tiene su primer encuentro con las fuerzas europeas. Zaragoza no pretende disputarle el paso al contrario, sino más bien foguear a sus soldados, faltos de experiencia, y al mismo tiempo causarle algunas pérdidas al enemigo. Las águilas napoleónicas pierden quinientos hombres, mientras las bajas mexicanas ascienden a medio centenar, entre ellos el bravo general José María Arteaga quien, tras haber batido a una columna francesa y llegado a solo cincuenta pasos de la reserva de Lorencez, ésta hizo fuego sobre la tropa mexicana y Arteaga cae del caballo, herido en la pierna derecha, que más tarde le sería amputada. Cumplida la misión, Zaragoza retorna con sus hombres a Ixtapa. “Pelean bien los franceses...” afirma Zaragoza, “...pero los nuestros matan bien”. Sin embargo, aún tiene desconfianza sobre el desempeño real de sus tropas en un combate en campo abierto, es decir, en batalla campal; el invasor se posesiona de las Cumbres.
Crónica
El día 2 de mayo, el ejército franco sale de San Agustín del Palmar. Entre ellos y la capital sólo se encuentra la Ciudad de Puebla de los Ángeles (hoy Puebla de Zaragoza) por donde los franceses esperan pasar entre aplausos y exclamaciones de los opositores de Juárez, siendo este el lugar más conservador del México del siglo XIX. Sin embargo, es Juárez quien ordena a Zaragoza que ahí se les presente batalla a los franceses.
El 3 de mayo Zaragoza arriba a Puebla, dejando a retaguardia de los franceses una Brigada de Caballería, a fin de hostigar al invasor. La mayoría de la población de la conservadora Puebla es partidaria a la intervención, y los civiles se encierran en sus casas detestando el suceso, mientras los batallones mexicanos desfilan marcialmente entre las desiertas calles de la ciudad e ingresan en sus cuarteles.
Zaragoza sube a lo alto del cerro Guadalupe y en menos de una hora ya tiene el plan de batalla que va a seguir para la defensa de la plaza (ver tabla superior). De inmediato fortifica los reductos que se encuentran en los cerros de Loreto y Guadalupe. La guarnición cuenta tan solo con 6,700 hombres, escasamente armados, y para empeorar las cosas, la mayoría de la población, partidaria a la intervención, se niega a apoyar al ejército mexicano, peligrosamente falto de recursos. Se dice que tal fue la insolencia de los poblanos que Zaragoza exclamó desesperado “Qué bueno seria quemar Puebla”. Sólo lo detendría el hecho de que en "...la ciudad también hay criaturas inocentes”.
El 4 de mayo, los exploradores mexicanos vuelven con noticias de que los remanentes conservadores, al mando del General Leonardo Márquez se disponen a socorrer a los franceses. Zaragoza envía una brigada de dos mil hombres al mando del General Tomas O´Horan a Atlixco, con el fin de detener a Márquez, y se dispone a preparar la pelea. Organiza sus fuerzas para la defensa de la plaza con una Batería de Batalla y dos de Montaña, cubriendo Loreto y Guadalupe con 1.200 hombres, formando a los otros 3.500 en cuatro columnas, con una Batería de Campaña, tres Brigadas de Infantería y una de Caballería.
El ala derecha mexicana la cubren las tropas de Oaxaca, junto a los Batallones Patria, Morelos y Guerrero, al mando de Porfirio Díaz.
El sitio de honor, el centro de la línea, lo ocupan Berriózabal y La Madrid, con las tropas del Estado de México y San Luis. La izquierda se apoya en los cerros de Loreto y Guadalupe, con Miguel Negrete a la cabeza de la Segunda División de Infantería. La artillería sobrante es colocada en los fortines y reductos dentro de Puebla.
A las nueve con quince minutos de la mañana del 5 de mayo, los franceses aparecen en el horizonte, cruzando fuego con las Guerrillas de Caballería que se batían en retirada, cuyos jinetes no se repliegan hasta que la batalla francesa está formada y lista para avanzar.
El combate se inicia a las once y cuarto de la mañana. Se rompe el fuego de cañón y la infantería francesa avanza, al amparo de las baterías francesas, quienes arribaron delante de la infantería.
El 6° Batallón de la Guardia Nacional del Estado de Puebla (confundido erróneamente como zacapoaxtlas, ya que estos componían una compañía de dicho batallón, al igual que los xochiapulquenes) ocupó el puesto de honor y gloria ya que fue el primer cuerpo de guerra del Ejército de Oriente en hacer frente al enemigo y el primero en alcanzar un rechazo al ataque. El 10 de mayo de 1862, el General Ignacio Zaragoza expidió un certificado en donde reconoció tal hazaña. Así mismo, expidió al entonces Comandante Mayor del Batallón Tomás Segura, originario de Tetela de Ocampo, un certificado constatando que él fue el primer individuo en hacer frente al enemigo y el primero en rechazar su ataque. Este último certificado, así como muchos otros documentos sobre la Guerra de Reforma y la Segunda Intervención Francesa en México están resguardados en el Archivo Histórico Particular de la Familia Molina Bonilla en la Ciudad de Tetela de Ocampo, Puebla.
Dejando en su campamento una fuerza respetable, en el cuerpo del 99º de Línea, los franceses esquivan el combate a campo raso y desprenden una pequeña guerrilla por su izquierda, al tiempo que mueven por su derecha una gruesa columna de cuatro o cinco mil hombres entre las Haciendas de Amalucan y Los Álamos, avanzando a lo largo del camino e iniciándose la pelea frente a la Garita de Amozoc.
Zaragoza comprendió de inmediato el plan de Lorencez y dio las contraórdenes convenientes. Berriózabal avanza a paso veloz entre las rocas y se sitúa entre la hondonada que divide Loreto y Guadalupe; Antonio Álvarez, con los Carabineros de Pachuca, protege la izquierda de los reductos.
La línea de batalla mexicana forma un ángulo que se extiende desde Guadalupe hasta la Plaza de Román, frente a las posiciones enemigas.
Sobre el camino que conecta a la ciudad con la Garita de Amozoc se dispone La Madrid, protegiendo con las tropas potosinas a dos piezas de artillería. La derecha la cierra Díaz con la División de Oaxaca y los Lanceros de Toluca y Oaxaca.
Los franceses continúan su avance, colocando sus baterías frente a Guadalupe y devuelven el fuego mexicano que nace de aquella posición.
Los zuavos (regimiento de infantería francesa) ascienden entre Guadalupe y Los Álamos, perdiéndose de la vista de los fusileros mexicanos. De repente, aparecen frente al Fuerte de Guadalupe, el cual rompe fuego de fusil sobre la columna, que para en seco ante el fuego mexicano.
En ese instante, Berriózabal da la bienvenida con bayoneta calada a los zuavos, quienes se retiran en buen orden hasta ponerse fuera de tiro.
Un momento fue suficiente para que repusieran su moral y se lanzaran de nueva cuenta en pos de Guadalupe.
Los franceses, apoyados por el Primero y Segundo Regimiento de Infantería de Marina, se abalanzan sobre la línea mexicana, que los recibe a la bayoneta. Negrete, (del que se dice que exclamó “Yo tengo patria antes que partido” pronunciado el día anterior, al presentarse frente a Zaragoza y rogándole le dé un mando[cita requerida]), al ver a los franceses vacilar frente al fuego de los fortines, grita a todo pulmón a los centenares de indígenas Zacapoaxtlas, del 6º de la Guardia Nacional de Puebla: “En el nombre de Dios, ahora nosotros..." Saltando del parapeto, carga a paso veloz sobre los franceses, sorprendiendo a los soldados franceses ante los indios poblanos armados de machetes, lanzas, hoces, trinchetes y demás instrumentos de labranza, y trabando combate a fuego y arma blanca, logran las mexicanas banderas bellos triunfos... La columna francesa es rechazada de Guadalupe y en Loreto son contenidas otras columnas asaltantes, varias veces, mientras las baterías francesas prosiguen su fuego sobre los cerros, contestado por la artillería mexicana en lo alto de Guadalupe, logrando que los franceses retrocedieran de nuevo.
En aquel momento, el Coronel Rojo avisa a Álvarez que era tiempo de que la Caballería Mexicana entrara en acción para alcanzar una victoria completa. Cargan sin piedad los Carabineros de Pachuca sobre los restos de la columna, disparando sus carabinas y lanzando mandobles de sable sobre los franceses, quienes se retiran en buen orden a su campo.
A las dos y media de la tarde llega el primer Parte de Guerra a la capital:
Se ha roto el fuego de los dos lados y cae un fuerte aguacero. (Zaragoza)
Los capitalinos respiran aliviados. ¡¡Puebla no les había abierto las puertas!! Pero Zaragoza ya no podría contar con los dos mil hombres que había enviado a Atlixco dos días antes, con los cuales O´Horan batió a los reaccionarios de Márquez, impidiéndoles el auxilio a los franceses. Y cómo lamentaba el pueblo la explosión ocurrida en la Colecturia de Chalchicomula que privó a Zaragoza de mil trescientos de sus hombres más experimentados.
Lorencez se dispone a dar el último asalto, organizando una columna con los Cazadores de Vincennes y el Regimiento de zuavos y dirigiéndola a Guadalupe, mientras pone en marcha una segunda compuesta con los demás cuerpos, excepto el 99º de Línea, en reserva; la segunda columna ataca la derecha de la línea de Zaragoza.
A ésta le salen los Zapadores al mando de La Madrid y se traba un terrible combate de bayonetas. Una casa situada en la falda del cerro es el objetivo. Los franceses la toman y se guarecen en ella, pero son desalojados por los Zapadores; la tornan a recobrar y de nuevo son expulsados de ella por valientes tropas de La Madrid. El Cabo Palomino se mezcló entre los zuavos y se batió cuerpo a cuerpo con los arrogantes soldados franceses, y se posesiona de su estandarte como botín de guerra al caer muerto el portador del mismo.
Una fuerte tormenta cae sobre el campo, reblandeciendo el terreno, difícil de mantener para las tropas francesas, al tiempo que Zaragoza mandaba el parte telegráfico a la Presidencia en Ciudad de México. Envía al Batallón Reforma en auxilio de los cerros donde Zuavos y Cazadores disputaban la victoria. En Loreto había un cañón de 68 que causaba enormes estragos en la filas francesas. Los zuavos hacen un empuje desesperado y se abalanzan sobre la pieza. El artillero, sorprendido por la rapidez de la columna gala, tiene en sus manos la bala de cañón que no alcanzó a colocar en la boca de fuego. Aparece frente a él un zuavo, y tras éste, el resto del cuerpo que, una vez apoderados de ese fortín, levantarían la moral francesa y podría perderse la victoria conseguida. El artillero, arrojó la bala al soldado francés, que herido mortalmente por el golpe en la cabeza, rodó al foso del parapeto. Con esto los zuavos, por orden del Conde Lorencez retrocedieron, perseguidos sin cuartel por el Reforma.
Cuando la segunda columna llega a Guadalupe, protegidas por una formidable línea de tiradores, Porfirio Díaz que acude en auxilio de los Rifleros de San Luis, que estaban a punto de ser rodeadas por el contrario. Movió en columna al Batallón Guerrero, a las órdenes de Jiménez, ganándole el terreno a los franceses, trabándose un combate cuerpo a cuerpo y retrocediendo los asaltantes.
En apoyo del Guerrero, que se dejó ir demasiado lejos en persecución, Díaz envió a las tropas de Oaxaca, con los Coroneles Espinoza y Loaeza a la cabeza, dando impulso a los mexicanos, que expulsaron al enemigo de las cercanías. El éxito alentó a Porfirio, que destacó al Morelos con dos piezas de artillería a la izquierda, mientras por la derecha los Rifleros de San Luis se reponían de la pelea, antecedidos por una formidable Carga de Lanceros, dirigida por el mismísimo Díaz, que desbarató las filas del enemigo; Díaz quedó dueño del campo y necesitó repetidas órdenes de Zaragoza para regresar a sus posiciones.
En aquéllos momentos las columnas de Lorencez bajaron de Guadalupe en completa dispersión, rechazadas en su última intención y se replegaron a la Hacienda de San José. Se dice que Lorencez no pudo evitar el llanto de la derrota, con lo que decidió retirarse hacia Amozoc.
Consecuencias
En Palacio Nacional de Ciudad de México, Juárez y el resto del pueblo pasaban por un trance terrible. No tenían noticias de Puebla y el Gobierno había hecho salir precipitadamente al General Antillón al mando de los Cuerpos de Guanajuato, quedando como guardianes de la Capital sólo dos mil hombres del Regimiento de Coraceros Capitalinos y algunos centenares de milicianos pobremente armados. Si las tropas guanajuatenses se perdían, la Capital caería sin remedio. A las 5 y 49 minutos de la tarde volvió haber noticias de Zaragoza.
Este es el mensaje enviado:
Puebla, Mayo 5 de 1862. – Recibido en Ciudad de México a las cuatro y quince minutos de la tarde - General Ministro de la Guerra – Sobre el Campo a las dos y media – Dos horas y media nos hemos batido – El enemigo ha arrojado multitud de granadas – Las columnas sobre el cerro de Loreto y Guadalupe han sido rechazadas, seguramente atacó con cuatro mil hombres – Todo su impulso fue sobre el cerro – En este momento se retiran las columnas y nuestras fuerzas avanzan sobre ellas. – I. Zaragoza
Puebla, Mayo 5 de 1862. – Puebla a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde – General Ministro de la Guerra – Las Armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse del la plaza, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formando su batalla fuerte de cuatro mil y pico de hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato como desearía, porque el Gobierno sabe que para ello no tengo fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros.
Sírvase dar cuenta de este parte al Ciudadano Presidente de la República.
Libertad y Reforma. Cuartel General en el Campo de Batalla
General Ignacio Zaragoza.
Al finalizar la batalla, los franceses contabilizaban 476 muertos y 512 heridos. El Ejército de Oriente perdió 83 hombres, cerca de 250 heridos y 12 desaparecidos. El día 6, ya con los refuerzos de Guanajuato en los fortines, Zaragoza esperaba un nuevo ataque de Lorencez, pero éste, el 8, formó sus trenes y se retiró para San Agustín del Palmar, siendo saludado por la artillería republicana y la Banda de Guerra de los Carabineros, quienes tocaron Escape.
El 5 de septiembre del mismo año, Zaragoza contrajo la fiebre tifoidea, falleciendo el 8 de septiembre de 1862. Dejando vació el liderazgo de las fuerzas armadas de México en el general Jesús González Ortega, con lo cual, dio oportunidad de que las tropas invasoras obtuvieran refuerzos, municiones y demás armamento, tanto de distancia, como cuerpo a cuerpo.
Aunque la guerra no termino ahí,sino hasta 5 años después (1867),la batalla de Puebla se volvió desde entonces para los mexicanos un símbolo de resistencia en contra de la invasión de tropas extracontinentales.
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