Gerardo Fernández Casanova
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Los escándalos en los calderos de la política mexicana se están convirtiendo en asunto cotidiano, incluso están perdiendo impacto mediático.
Los noticieros del duopolio televisivo hicieron caso omiso del campanazo que Miguel de la Madrid, ex presidente de México, propinó a su colega e inmediato sucesor, Carlos Salinas de Gortari, mediante el cual reconoció que, por carecer de información suficiente, se equivocó al entregarle la banda presidencial. Ante la valiente entrevista que le hizo la periodista Carmen Aristegui, que fue divulgada en su programa radial, reconoció que la familia de su sucesor medró exageradamente durante ese sexenio; cosa sabida. Pero lo más contundente de sus respuestas fue la confesión de que la justicia es un estorbo a la gobernabilidad y que la impunidad es funcional al sistema político; ejemplificó con el contubernio entre el gobierno y los sindicatos oficiales, mediante el cual mutuamente se perdonan los errores y las malversaciones. Todo lo dicho es conocido por la gente, pero en boca de un vocero tan involucrado se convierten en dinamita pura. De menor envergadura los desgarramientos editoriales de Roberto Madrazo y de Carlos Ahumada, en los que ambos se autoabsuelven de todo pecado y rajan leña contra todos los demás.
La campaña electoral para la renovación de la cámara de diputados, cada vez más instalada en el estilo yanqui de la política, en el que lo que cuenta es salir lo menos dañado de la guerra sucia, contribuye de manera eficaz al desenmascaramiento de la podredumbre del sistema político. Es de antonomasia un mensaje en los pendones propagandísticos del PRI, en el que dice, refiriéndose a los panistas: “Váyanse con los bolsillos llenos, pero ya váyanse”, lo cual constituye un altar a la impunidad y una clara aceptación de que la alternancia, para ellos, no es más que un quítate que ahí te voy, para hacer lo mismo. Es el cinismo que llegó para quedarse entre la clase política en el poder.
Mientras en la zahúrda de la política se reparte mierda al por mayor, la crisis permanente y las espontáneas, hacen mella en la condición de vida de la mayoría de la población. Ninguno de esos partidos hace la menor referencia a ellas; ni el PRI ni el PAN argumentan sobre la forma de resolverlas. El PAN dice que se requiere apoyar al tal Calderón, que está haciendo las cosas bien, en tanto que el PRI le achaca su incapacidad para gobernar. Hasta ahí. Por lo demás, que sean la compra del voto por la dádiva y el derroche de recursos propagandísticos los que definan al ganador, no sin dejar de utilizar la cosmética hollywoodense para impactar en el gusto del electorado, mediante candidatos “bonitos” que pretenden pasar por buenos.
En su debacle, la clase política tradicional se empeña en creer que aquí no pasa nada; que los millones de desempleados se quedarán tranquilos en sus casas esperando la salida natural de las crisis; que las mujeres se mantendrán sumisas mientras las cosas se resuelven; que .los campesinos se acomodarán a dormir al pie del huizache para dormir la siesta de su infortunio; que los pequeños empresarios y comerciantes quedarán conformes con bajar las cortinas de sus negocios sin protestar; que la juventud vea canceladas sus expectativas de estudio y empleo digno, o que los agravios de cada quien permanecerán guardados en el cajón del olvido individualista. Cuentan con la eficacia adormiladota de la televisión para asegurar que cada quien rumie su desgracia en casa.
Así suele suceder en la antesala de la tormenta: no pasa nada… hasta que pasa. Cada nuevo escándalo sirve de sacudida a la, de por sí, dañada estructura y agrega una nueva grieta. También suele suceder que se dan las voces de alarma y la elite, encerrada en su laberinto, hace oídos sordos a la inminencia de la catástrofe. Con el mayor sentido de la responsabilidad patriótica, López Obrador advierte que, de no renovarse la institucionalidad mexicana, no quedará otra alternativa que la debacle. La historia enseña con claridad que no hay pueblo que aguante tal acumulación de agravios y que sólo basta una chispa para encender un incendio de carácter incontrolable. Hay quienes apuestan al estallido, como prerrequisito para la revolución; ignoran que en la violencia podrá ganar quien quiera, menos el pueblo. Es preciso seguir apostando a la revolución pacífica por la vía electoral.
Las cosas tendrán que suceder, ojalá que sean para bien. De nosotros depende.
“Que el fraude electoral jamás se olvide”
Los escándalos en los calderos de la política mexicana se están convirtiendo en asunto cotidiano, incluso están perdiendo impacto mediático.
Los noticieros del duopolio televisivo hicieron caso omiso del campanazo que Miguel de la Madrid, ex presidente de México, propinó a su colega e inmediato sucesor, Carlos Salinas de Gortari, mediante el cual reconoció que, por carecer de información suficiente, se equivocó al entregarle la banda presidencial. Ante la valiente entrevista que le hizo la periodista Carmen Aristegui, que fue divulgada en su programa radial, reconoció que la familia de su sucesor medró exageradamente durante ese sexenio; cosa sabida. Pero lo más contundente de sus respuestas fue la confesión de que la justicia es un estorbo a la gobernabilidad y que la impunidad es funcional al sistema político; ejemplificó con el contubernio entre el gobierno y los sindicatos oficiales, mediante el cual mutuamente se perdonan los errores y las malversaciones. Todo lo dicho es conocido por la gente, pero en boca de un vocero tan involucrado se convierten en dinamita pura. De menor envergadura los desgarramientos editoriales de Roberto Madrazo y de Carlos Ahumada, en los que ambos se autoabsuelven de todo pecado y rajan leña contra todos los demás.
La campaña electoral para la renovación de la cámara de diputados, cada vez más instalada en el estilo yanqui de la política, en el que lo que cuenta es salir lo menos dañado de la guerra sucia, contribuye de manera eficaz al desenmascaramiento de la podredumbre del sistema político. Es de antonomasia un mensaje en los pendones propagandísticos del PRI, en el que dice, refiriéndose a los panistas: “Váyanse con los bolsillos llenos, pero ya váyanse”, lo cual constituye un altar a la impunidad y una clara aceptación de que la alternancia, para ellos, no es más que un quítate que ahí te voy, para hacer lo mismo. Es el cinismo que llegó para quedarse entre la clase política en el poder.
Mientras en la zahúrda de la política se reparte mierda al por mayor, la crisis permanente y las espontáneas, hacen mella en la condición de vida de la mayoría de la población. Ninguno de esos partidos hace la menor referencia a ellas; ni el PRI ni el PAN argumentan sobre la forma de resolverlas. El PAN dice que se requiere apoyar al tal Calderón, que está haciendo las cosas bien, en tanto que el PRI le achaca su incapacidad para gobernar. Hasta ahí. Por lo demás, que sean la compra del voto por la dádiva y el derroche de recursos propagandísticos los que definan al ganador, no sin dejar de utilizar la cosmética hollywoodense para impactar en el gusto del electorado, mediante candidatos “bonitos” que pretenden pasar por buenos.
En su debacle, la clase política tradicional se empeña en creer que aquí no pasa nada; que los millones de desempleados se quedarán tranquilos en sus casas esperando la salida natural de las crisis; que las mujeres se mantendrán sumisas mientras las cosas se resuelven; que .los campesinos se acomodarán a dormir al pie del huizache para dormir la siesta de su infortunio; que los pequeños empresarios y comerciantes quedarán conformes con bajar las cortinas de sus negocios sin protestar; que la juventud vea canceladas sus expectativas de estudio y empleo digno, o que los agravios de cada quien permanecerán guardados en el cajón del olvido individualista. Cuentan con la eficacia adormiladota de la televisión para asegurar que cada quien rumie su desgracia en casa.
Así suele suceder en la antesala de la tormenta: no pasa nada… hasta que pasa. Cada nuevo escándalo sirve de sacudida a la, de por sí, dañada estructura y agrega una nueva grieta. También suele suceder que se dan las voces de alarma y la elite, encerrada en su laberinto, hace oídos sordos a la inminencia de la catástrofe. Con el mayor sentido de la responsabilidad patriótica, López Obrador advierte que, de no renovarse la institucionalidad mexicana, no quedará otra alternativa que la debacle. La historia enseña con claridad que no hay pueblo que aguante tal acumulación de agravios y que sólo basta una chispa para encender un incendio de carácter incontrolable. Hay quienes apuestan al estallido, como prerrequisito para la revolución; ignoran que en la violencia podrá ganar quien quiera, menos el pueblo. Es preciso seguir apostando a la revolución pacífica por la vía electoral.
Las cosas tendrán que suceder, ojalá que sean para bien. De nosotros depende.
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