José Gil Olmos
En Italia, a una buena amiga le han cancelado esta semana dos reuniones con unos amigos (uno de ellos francés) desde que se supo que en México había surgido el virus de la influenza porcina. Ella lleva meses en Roma y sospecha que la cancelación de las reuniones es por el simple hecho de ser mexicana.
La ignorancia o la falta de información, como quiera verse, es una de las peores cosas que pueden ocurrir en momentos de emergencia, como el que ahora vivimos en la ciudad de México, con el brote del virus.
Desde que el jueves pasado a las 11 de la noche Felipe Calderón salió a decir que el virus porcino había afectado a ciertos sectores de la población, comenzaron a surgir múltiples versiones del origen, evolución y los efectos de esta enfermedad viral.
El manejo fascista del problema epidemiológico prendió el pánico y la psicosis social que hoy vivimos. La falta de una información certera y confiable nos llevó a comprar miles de cubrebocas pensando que con eso ya estábamos protegidos sin tomar en cuenta que su efectividad era de apenas un par de horas.
Conforme pasaron las horas, el gobierno de Calderón implementó una estrategia de medios en la cual darían la cara, en la mañana y en la tarde, los titulares de Salud, Educación y Trabajo para informar a la población cuál era la evolución de la epidemia. Se tomó la decisión de cerrar las escuelas hasta el 6 de mayo a nivel nacional y luego el gobierno capitalino determinó cerrar restaurantes, bares, changarros de comida, cantinas y clubes deportivos, entre otros centros de recreación; mientras que la Iglesia Católica ordenó el cierre de todas sus iglesias.
Así, de un día a otro, la ciudad de México transformó su cara. El tráfico disminuyó, salieron aproximadamente medio millón de personas a ciudades aledañas como Cuernavaca y Querétaro y otros más aprovecharon para mandar a sus familias a las playas más cercanas de Guerrero y Veracruz.
En las farmacias se agotaron los antigripales y los cubrebocas, y en los supermercados han empezado a surgir compras de pánico de alimentos enlatados, agua, verduras y carnes, menos la de puerco, a pesar de que ya se dijo que el contagio es de humano a humano.
Abarrotados los hospitales, clínicas y centros médicos de toda la ciudad, los que sufren un catarro o gripe son vistos como un peligro. Un estornudo es signo de peligro y pobre de aquel que lo haga en público porque de inmediato es señalado con las miradas y marginado de cualquier grupo.
La determinación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de poner primero en fase cuatro y hoy en cinco el nivel de contagio de la influenza, es decir, declarar que se trasmite entre los humanos y en todo el mundo, ha creado mayor preocupación entre los mexicanos por la falta de información de cuál es el comportamiento del virus y hasta cuando se tendrá una vacuna.
Además, el gobierno de Calderón ha mantenido en secreto a las familias de los 7 muertos por influenza, número de decesos que por ser tan pocos causó extrañeza entre la población, pues por las medidas adoptadas se pensaba que serían decenas.
Este sólo dato ha ocasionado que muchos piensen que se trate de un problema de salud que se esta manejando con tintes políticos para beneficiar al PAN en las elecciones del próximo 5 de julio. Se cree que Calderón quiere erigirse como héroe asumiendo como un triunfo de su gobierno el control de la pandemia.
La ausencia de una imagen de los muertos, la ausencia de datos precisos de qué población o de que zonas son los infectados; las versiones de que se ha obligado a las familias a no hablar y a quemar los cuerpos de sus muertos, así como las contradicciones entre el número de victimas fallecidas por el virus y la población infectada, ha alimentado más la psicosis social.
A seis días de que se declaró oficialmente la presencia del virus de influenza porcina, todavía siguen surgiendo dudas de qué estamos enfrentando, qué tipo de virus es el que ataca a los mexicanos, si los virales son efectivos y suficientes. Pero también cuál va a ser el impacto en la economía nacional y si estamos preparados para aguantar seis meses, tiempo que la OMS considera se necesita para tener una vacuna.
Son muchas las dudas que están surgiendo conforme pasa el tiempo y se disemina más el virus en otros estados del país. Todo parece indicar que el esfuerzo gubernamental esté en este momento concentrado en romper la cadena de contagio, y por ello se ha pedido evitar los saludos de mano o de beso en la mejilla y el contacto en grupos.
Pero se olvida que, sin información precisa y oportuna de lo que estamos enfrentando, el miedo social puede crecer y desbordarse, lo que nos llevaría a una situación de descontrol que nadie quiere.
En Italia, a una buena amiga le han cancelado esta semana dos reuniones con unos amigos (uno de ellos francés) desde que se supo que en México había surgido el virus de la influenza porcina. Ella lleva meses en Roma y sospecha que la cancelación de las reuniones es por el simple hecho de ser mexicana.
La ignorancia o la falta de información, como quiera verse, es una de las peores cosas que pueden ocurrir en momentos de emergencia, como el que ahora vivimos en la ciudad de México, con el brote del virus.
Desde que el jueves pasado a las 11 de la noche Felipe Calderón salió a decir que el virus porcino había afectado a ciertos sectores de la población, comenzaron a surgir múltiples versiones del origen, evolución y los efectos de esta enfermedad viral.
El manejo fascista del problema epidemiológico prendió el pánico y la psicosis social que hoy vivimos. La falta de una información certera y confiable nos llevó a comprar miles de cubrebocas pensando que con eso ya estábamos protegidos sin tomar en cuenta que su efectividad era de apenas un par de horas.
Conforme pasaron las horas, el gobierno de Calderón implementó una estrategia de medios en la cual darían la cara, en la mañana y en la tarde, los titulares de Salud, Educación y Trabajo para informar a la población cuál era la evolución de la epidemia. Se tomó la decisión de cerrar las escuelas hasta el 6 de mayo a nivel nacional y luego el gobierno capitalino determinó cerrar restaurantes, bares, changarros de comida, cantinas y clubes deportivos, entre otros centros de recreación; mientras que la Iglesia Católica ordenó el cierre de todas sus iglesias.
Así, de un día a otro, la ciudad de México transformó su cara. El tráfico disminuyó, salieron aproximadamente medio millón de personas a ciudades aledañas como Cuernavaca y Querétaro y otros más aprovecharon para mandar a sus familias a las playas más cercanas de Guerrero y Veracruz.
En las farmacias se agotaron los antigripales y los cubrebocas, y en los supermercados han empezado a surgir compras de pánico de alimentos enlatados, agua, verduras y carnes, menos la de puerco, a pesar de que ya se dijo que el contagio es de humano a humano.
Abarrotados los hospitales, clínicas y centros médicos de toda la ciudad, los que sufren un catarro o gripe son vistos como un peligro. Un estornudo es signo de peligro y pobre de aquel que lo haga en público porque de inmediato es señalado con las miradas y marginado de cualquier grupo.
La determinación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de poner primero en fase cuatro y hoy en cinco el nivel de contagio de la influenza, es decir, declarar que se trasmite entre los humanos y en todo el mundo, ha creado mayor preocupación entre los mexicanos por la falta de información de cuál es el comportamiento del virus y hasta cuando se tendrá una vacuna.
Además, el gobierno de Calderón ha mantenido en secreto a las familias de los 7 muertos por influenza, número de decesos que por ser tan pocos causó extrañeza entre la población, pues por las medidas adoptadas se pensaba que serían decenas.
Este sólo dato ha ocasionado que muchos piensen que se trate de un problema de salud que se esta manejando con tintes políticos para beneficiar al PAN en las elecciones del próximo 5 de julio. Se cree que Calderón quiere erigirse como héroe asumiendo como un triunfo de su gobierno el control de la pandemia.
La ausencia de una imagen de los muertos, la ausencia de datos precisos de qué población o de que zonas son los infectados; las versiones de que se ha obligado a las familias a no hablar y a quemar los cuerpos de sus muertos, así como las contradicciones entre el número de victimas fallecidas por el virus y la población infectada, ha alimentado más la psicosis social.
A seis días de que se declaró oficialmente la presencia del virus de influenza porcina, todavía siguen surgiendo dudas de qué estamos enfrentando, qué tipo de virus es el que ataca a los mexicanos, si los virales son efectivos y suficientes. Pero también cuál va a ser el impacto en la economía nacional y si estamos preparados para aguantar seis meses, tiempo que la OMS considera se necesita para tener una vacuna.
Son muchas las dudas que están surgiendo conforme pasa el tiempo y se disemina más el virus en otros estados del país. Todo parece indicar que el esfuerzo gubernamental esté en este momento concentrado en romper la cadena de contagio, y por ello se ha pedido evitar los saludos de mano o de beso en la mejilla y el contacto en grupos.
Pero se olvida que, sin información precisa y oportuna de lo que estamos enfrentando, el miedo social puede crecer y desbordarse, lo que nos llevaría a una situación de descontrol que nadie quiere.
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