Javier Flores
Apesar de que el tono del mensaje del licenciado Felipe Calderón, transmitido ayer, estuvo orientado a infundir tranquilidad a la población (lo cual me parece correcto, en comparación con la primera versión generadora de pánico), no estamos todavía en el terreno de las buenas noticias. El número de nuevos casos en nuestro país no ha declinado y los datos parecen oscurecerse, mientras los reportes sobre personas infectadas en Estados Unidos, Canadá y algunas naciones europeas muestran que la infección por el virus de la influenza porcina comienza a tomar proporciones pandémicas.
Una pregunta que resulta inquietante es: ¿cómo surgió este problema sanitario? Hoy, a los ojos del exterior, el origen es México. Significaría que la mutación del virus de la influenza porcina ocurrió aquí, transmitiéndose inicialmente entre personas en nuestro país, y de ahí se diseminó al mundo. Pero esto no es necesariamente cierto. Se trata de una excesiva simplificación. La globalización, que implica un intenso intercambio de personas y mercancías, hace muy difícil determinar con precisión los orígenes de una epidemia. Pero esta incógnita se irá resolviendo a mediano y largo plazos, mediante estudios orientados a responder a esta pregunta, que incluyen la caracterización precisa del virus, al parecer ya confirmado como la mutación del A/H1N1, uno de los más frecuentes en las granjas porcinas de Norteamérica. Pero desafortunadamente estamos lejos de participar como protagonistas de estas explicaciones.
En el mensaje de Calderón llama la atención un compromiso: en las próximas 72 horas, dijo, el país contará con laboratorios especializados para confirmar el tipo de virus presente de los casos de influenza porcina. Antes afirmó otra cosa muy interesante: señaló que originalmente especialistas mexicanos habían detectado al agente viral, pero que esto fue confirmado por los laboratorios más avanzados de Canadá y Estados Unidos. No tengo ninguna duda de que México cuenta con los expertos del más alto nivel para realizar esos estudios, pues conozco la capacidad de los científicos mexicanos. Pero lo que queda claro es que estamos tratando de resolver un problema de carencias que lleva varias décadas, por la escasa atención, e incluso el desprecio gubernamental hacia las actividades científicas y tecnológicas, lo cual, como vemos, nos hace completamente dependientes del exterior aun ante problemas en los que está en juego la vida de muchos mexicanos.
Otro ejemplo es el de las vacunas. Producir una vacuna no es tarea sencilla. Implica contar con muy altas capacidades científicas y técnicas. En la actualidad los laboratorios farmacéuticos trasnacionales se benefician de las carencias en la creación de conocimientos de las naciones en desarrollo. Los costos de la prevención resultan cada vez más altos, al grado de que compiten ya con los de la atención médica en el tercer nivel (hospitales especializados). Ante la epidemia de influenza que nos aqueja, estamos cruzados de brazos esperando que de algún lado surja una nueva vacuna específica contra este mal. En otros artículos he propuesto crear proyectos de cooperación internacional, por conducto de las academias de ciencias y de medicina, con sus homólogos de naciones que comparten problemas con nosotros, en particular en la región latinoamericana, con el fin de producir nuestras propias vacunas. Lo anterior resulta válido también para la producción de medicamentos antivirales.
Creo que una de las grandes lecciones de esta epidemia de influenza porcina es que nos muestra desnudos. Contamos con grandes capacidades en el área médica. Tenemos un buen sistema de vigilancia epidemiológica y un sistema de salud pública de primera línea, construido con gran esfuerzo a lo largo de muchos decenios. Pero las debilidades tan grandes que mostramos en el área científica y tecnológica nos hace dependientes del extranjero, cuyos expertos dirán la última palabra sobre el origen de esta pandemia y cómo prevenirla en el futuro.
Nota final. He recibido muchas preguntas y comentarios sobre uno de los temas tratados en mi artículo de ayer. Al respecto quiero decir que no está confirmada la utilidad de la aspirina como auxiliar entre las modalidades de prevención ante una epidemia como la que nos aqueja. La aspirina se ha ensayado en algunas experiencias clínicas en casos de influenza estacional. Por lo tanto, como ya lo he expresado, pido a los lectores ceñirse a las recomendaciones de las autoridades de Salud.
Apesar de que el tono del mensaje del licenciado Felipe Calderón, transmitido ayer, estuvo orientado a infundir tranquilidad a la población (lo cual me parece correcto, en comparación con la primera versión generadora de pánico), no estamos todavía en el terreno de las buenas noticias. El número de nuevos casos en nuestro país no ha declinado y los datos parecen oscurecerse, mientras los reportes sobre personas infectadas en Estados Unidos, Canadá y algunas naciones europeas muestran que la infección por el virus de la influenza porcina comienza a tomar proporciones pandémicas.
Una pregunta que resulta inquietante es: ¿cómo surgió este problema sanitario? Hoy, a los ojos del exterior, el origen es México. Significaría que la mutación del virus de la influenza porcina ocurrió aquí, transmitiéndose inicialmente entre personas en nuestro país, y de ahí se diseminó al mundo. Pero esto no es necesariamente cierto. Se trata de una excesiva simplificación. La globalización, que implica un intenso intercambio de personas y mercancías, hace muy difícil determinar con precisión los orígenes de una epidemia. Pero esta incógnita se irá resolviendo a mediano y largo plazos, mediante estudios orientados a responder a esta pregunta, que incluyen la caracterización precisa del virus, al parecer ya confirmado como la mutación del A/H1N1, uno de los más frecuentes en las granjas porcinas de Norteamérica. Pero desafortunadamente estamos lejos de participar como protagonistas de estas explicaciones.
En el mensaje de Calderón llama la atención un compromiso: en las próximas 72 horas, dijo, el país contará con laboratorios especializados para confirmar el tipo de virus presente de los casos de influenza porcina. Antes afirmó otra cosa muy interesante: señaló que originalmente especialistas mexicanos habían detectado al agente viral, pero que esto fue confirmado por los laboratorios más avanzados de Canadá y Estados Unidos. No tengo ninguna duda de que México cuenta con los expertos del más alto nivel para realizar esos estudios, pues conozco la capacidad de los científicos mexicanos. Pero lo que queda claro es que estamos tratando de resolver un problema de carencias que lleva varias décadas, por la escasa atención, e incluso el desprecio gubernamental hacia las actividades científicas y tecnológicas, lo cual, como vemos, nos hace completamente dependientes del exterior aun ante problemas en los que está en juego la vida de muchos mexicanos.
Otro ejemplo es el de las vacunas. Producir una vacuna no es tarea sencilla. Implica contar con muy altas capacidades científicas y técnicas. En la actualidad los laboratorios farmacéuticos trasnacionales se benefician de las carencias en la creación de conocimientos de las naciones en desarrollo. Los costos de la prevención resultan cada vez más altos, al grado de que compiten ya con los de la atención médica en el tercer nivel (hospitales especializados). Ante la epidemia de influenza que nos aqueja, estamos cruzados de brazos esperando que de algún lado surja una nueva vacuna específica contra este mal. En otros artículos he propuesto crear proyectos de cooperación internacional, por conducto de las academias de ciencias y de medicina, con sus homólogos de naciones que comparten problemas con nosotros, en particular en la región latinoamericana, con el fin de producir nuestras propias vacunas. Lo anterior resulta válido también para la producción de medicamentos antivirales.
Creo que una de las grandes lecciones de esta epidemia de influenza porcina es que nos muestra desnudos. Contamos con grandes capacidades en el área médica. Tenemos un buen sistema de vigilancia epidemiológica y un sistema de salud pública de primera línea, construido con gran esfuerzo a lo largo de muchos decenios. Pero las debilidades tan grandes que mostramos en el área científica y tecnológica nos hace dependientes del extranjero, cuyos expertos dirán la última palabra sobre el origen de esta pandemia y cómo prevenirla en el futuro.
Nota final. He recibido muchas preguntas y comentarios sobre uno de los temas tratados en mi artículo de ayer. Al respecto quiero decir que no está confirmada la utilidad de la aspirina como auxiliar entre las modalidades de prevención ante una epidemia como la que nos aqueja. La aspirina se ha ensayado en algunas experiencias clínicas en casos de influenza estacional. Por lo tanto, como ya lo he expresado, pido a los lectores ceñirse a las recomendaciones de las autoridades de Salud.
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