Jaime González (LIGA DE LA UNIDAD SOCIALISTA)
No habían pasado dos semanas desde que la ciudad de México había sufrido una grave y extendida carencia de agua (la cual, por cierto, no ha sido superada), cuando el jueves 23 de abril por la noche los gobiernos federal y del Distrito Federal anunciaron, de modo repentino y sorpresivo, una serie de medidas para intentar frenar una grave epidemia de influenza.
Esta situación puede apreciarse por la magnitud de las medidas: se suspendieron las clases en las escuelas, se suspendieron actos y concentraciones públicos, y se anunció una campaña de vacunación dirigida especialmente al personal médico y a las enfermeras de los hospitales. La urgencia y precipitación con que las medidas fueron decretadas se hicieron evidentes el viernes por la mañana, cuando una parte de la población que no se había enterado de la suspensión de clases llevó a sus hijos a las escuelas, para encontrarlas cerradas.
Y el sábado 25, las medidas anunciadas por el propio Felipe Calderón Hinojosa extremaron el rigor de la emergencia decretando que el gobierno federal podrá recluir a los enfermos en sus casas, y el ingreso sin aviso de las fuerzas del orden a domicilios particulares. Aunadas a otras disposiciones, de hecho Calderón ha declarado un estado de excepción en toda l república mexicana. Tales disposiciones, en tiempos como los actuales en que el gobierno ha sacado al ejército a las calles, entrañan un gran peligro para el pueblo mexicano
En un país profundamente dividido por el fraude electoral del 2006 y sus secuelas, no es de extrañarnos que muchas personas se hayan sentido confundidas, y que haya habido quienes creyeron que se trataba de una campaña para infundir miedo, con fines políticos o electorales. Pero el mismo día 24, la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó mediante un comunicado en su sitio de internet (www.who.int) que 854 personas en la ciudad de México habían sido reportadas con enfermedad tipo influenza, y que 59 de éstas habían muerto. Asimismo, se reportaban otros 24 casos de este tipo de enfermedad y tres muertes en San Luís Potosí, así como brotes en otras partes del país.
La razón por la cual las OMS le prestó tanta atención a la epidemia de influenza es que el análisis realizado por laboratorios canadienses de 18 muestras provenientes de los enfermos de México mostraban que se trata de una variedad desconocida hasta hoy de un virus de influenza altamente letal y contagioso. El tipo de virus detectado, catalogado como influenza A/H1N1, es similar al que ocasionó la más grande y mortífera pandemia (es decir, epidemia ocurrida en varios continentes simultáneamente) en toda la historia de la humanidad: la “influenza española” de 1918, que ocasionó la muerte de alrededor de 50 millones de personas en todo el mundo.
Con sus 20 millones de habitantes en la ciudad misma y en las áreas conurbadas, hay pocos lugares en el mundo donde una epidemia con este nivel de peligrosidad pueda presentar una amenaza tan grande como en la ciudad de México: los enormes hacinamientos en el transporte público, en los centros comerciales y en diversas actividades y áreas de la ciudad facilitan el contagio y la rápida expansión de una enfermedad como la influenza. Adicionalmente, la ciudad de México es un importante centro de operaciones económicas y de comunicaciones a nivel mundial, y existe un enorme flujo de pasajeros que viaja hacia prácticamente todos los países del mundo.
La preocupación de la OMS fue tal que su directora, Margaret Chan, suspendió repentinamente una visita a los EUA, para regresar al centro de su organización en Ginebra, Suiza.
El mismo día 24, los Centros para la Prevención y el Control de las Enfermedades de los EUA (www.cdc.gov) secundaron casi simultáneamente la ingente preocupación de la OMS. Asimismo, aclararon que se trata de un virus altamente transmisible de un humano a otro.
Es posible que el brote de esta peligrosísima cepa de la influenza A/H1N1 se haya originado en México. La mutación que dio origen a esta cepa, por supuesto, es un hecho biológico del cual no se debe culpar a nadie. Hay, sin embargo, varios aspectos muy preocupantes en lo que respecta a la conducta y a la política del gobierno mexicano.
Primero que nada, según el comunicado de la OMS, los casos de enfermedad tipo influenza comenzaron a ser reportados en el Distrito Federal desde el 18 de marzo. La epidemia tuvo que llegar a más de 800 casos, muchos de ellos pacientes hospitalizados, y a producir 59 muertes, para que las autoridades comenzaran a reaccionar y a alertar a la población.
De acuerdo a una denuncia publicada en el diario El universal el sábado 25 de abril por médicos residentes en hospitales de la Secretaría de Salud en el DF, hacía semanas que se sabía que venían muriendo dos y tres personas diarias a causa de enfermedad tipo influenza, y ya se habían presentado casos de personal de salud que había quedado contagiado (con por lo menos dos personas trabajadoras de salud muertas a consecuencia de este contagio). Por parte de las autoridades hubo amenazas de represalias contra cualquier médico residente que hablara con los medios sobre la gravedad de la situación que se estaba presentando en los hospitales.
Además de la torpeza médica y sanitaria mostrada por las autoridades ante el avance de la epidemia, ¿cómo es posible que en México no se cuente con la tecnología necesaria para analizar las muestras, y detectar las características genéticas de las cepas de virus de influenza?
El hecho es que el análisis tuvo que ser realizado en EUA y en Canadá. Esto significa que en varias ramas de la investigación científica, al igual que sucede en tantos otros campos (como es el caso de varios productos agrícolas fundamentales y de la tecnología petrolera) el gobierno mexicano ha abandonado la política de autosuficiencia, y se encuentra totalmente a merced de los EUA y de otros países del llamado “primer mundo”.
Durante la segunda mitad del siglo veinte, México estuvo en la vanguardia del mundo semiindustrializado en varias ramas de la investigación científica. Hoy, la ciencia mexicana ha quedado muy atrás ante el avance de países como Brasil y la India. Bien por Brasil, y bien por la India, y no digamos China; pero sólo podemos imaginarnos la estrechez de criterio y la mediocridad de la visión de los gobiernos mexicanos que han descuidado el avance científico en nuestro país.
La respuesta al brote ha sido tardía y precipitada. Peor aún, ante los hechos anteriormente presentados, es imposible despejar la impresión que fueron la OMS, Canadá y los EUA quienes presionaron al gobierno de México a admitir la gravedad de la situación y a declarar las medidas de emergencia.
En segu ndo lugar, y no menos importante, está la temible vulnerabilidad de la ciudad de México. Esta ciudad es heredera de un rasgo de rezago y falta de planeación, que arrastra desde el virreinato: la llamada macrocefalia política y económica, en la que en una sola ciudad se concentran tanto el poder político como el económico.
Ninguno de los partidos registrados ha presentado una propuesta para superar este problema, y ningún funcionario electo ha presentado siquiera una visión, ni mucho menos ha tenido la voluntad, de emprender el tipo de desarrollo distribuido en las treinta y dos entidades federativas, que es el tipo de desarrollo que el país necesita.
La ciudad de México, uno de los grandes centros económicos, culturales y de población que hay en el mundo, es también una ciudad profundamente vulnerable. La destrucción sembrada por el sismo de septiembre de 1985; la escasez de agua en muchas zonas conurbadas y de la ciudad misma; los desesperantes congestionamientos y la ineficiencia del transporte, son sólo algunos de los síntomas de la disfuncionalidad que padecemos. A todo ello, hoy se suma la epidemia de influenza.
La ciudad es cada día menos funcional desde el punto de vista de sus habitantes; sin embargo, representa una oportunidad extraordinaria para los mil millonarios que continúan acumulando riquezas sin importar los desastres que su sistema económico ha venido sembrando.
Hoy, la ciudad y el país entero reclaman que a la brevedad se comiencen a dar los pasos hacia un modelo de desarrollo planificado, que es el único que puedo resolver los ingentes problemas de la crisis urbana de la ciudad de México. Dicha planificación deberá hacer posible, además del desarrollo equitativo de las 32 entidades federativas, soluciones como el transporte colectivo, y la protección de áreas naturales, mismas que el desarrollo caótico ha venido destruyendo de manera irracional.
No habían pasado dos semanas desde que la ciudad de México había sufrido una grave y extendida carencia de agua (la cual, por cierto, no ha sido superada), cuando el jueves 23 de abril por la noche los gobiernos federal y del Distrito Federal anunciaron, de modo repentino y sorpresivo, una serie de medidas para intentar frenar una grave epidemia de influenza.
Esta situación puede apreciarse por la magnitud de las medidas: se suspendieron las clases en las escuelas, se suspendieron actos y concentraciones públicos, y se anunció una campaña de vacunación dirigida especialmente al personal médico y a las enfermeras de los hospitales. La urgencia y precipitación con que las medidas fueron decretadas se hicieron evidentes el viernes por la mañana, cuando una parte de la población que no se había enterado de la suspensión de clases llevó a sus hijos a las escuelas, para encontrarlas cerradas.
Y el sábado 25, las medidas anunciadas por el propio Felipe Calderón Hinojosa extremaron el rigor de la emergencia decretando que el gobierno federal podrá recluir a los enfermos en sus casas, y el ingreso sin aviso de las fuerzas del orden a domicilios particulares. Aunadas a otras disposiciones, de hecho Calderón ha declarado un estado de excepción en toda l república mexicana. Tales disposiciones, en tiempos como los actuales en que el gobierno ha sacado al ejército a las calles, entrañan un gran peligro para el pueblo mexicano
En un país profundamente dividido por el fraude electoral del 2006 y sus secuelas, no es de extrañarnos que muchas personas se hayan sentido confundidas, y que haya habido quienes creyeron que se trataba de una campaña para infundir miedo, con fines políticos o electorales. Pero el mismo día 24, la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó mediante un comunicado en su sitio de internet (www.who.int) que 854 personas en la ciudad de México habían sido reportadas con enfermedad tipo influenza, y que 59 de éstas habían muerto. Asimismo, se reportaban otros 24 casos de este tipo de enfermedad y tres muertes en San Luís Potosí, así como brotes en otras partes del país.
La razón por la cual las OMS le prestó tanta atención a la epidemia de influenza es que el análisis realizado por laboratorios canadienses de 18 muestras provenientes de los enfermos de México mostraban que se trata de una variedad desconocida hasta hoy de un virus de influenza altamente letal y contagioso. El tipo de virus detectado, catalogado como influenza A/H1N1, es similar al que ocasionó la más grande y mortífera pandemia (es decir, epidemia ocurrida en varios continentes simultáneamente) en toda la historia de la humanidad: la “influenza española” de 1918, que ocasionó la muerte de alrededor de 50 millones de personas en todo el mundo.
Con sus 20 millones de habitantes en la ciudad misma y en las áreas conurbadas, hay pocos lugares en el mundo donde una epidemia con este nivel de peligrosidad pueda presentar una amenaza tan grande como en la ciudad de México: los enormes hacinamientos en el transporte público, en los centros comerciales y en diversas actividades y áreas de la ciudad facilitan el contagio y la rápida expansión de una enfermedad como la influenza. Adicionalmente, la ciudad de México es un importante centro de operaciones económicas y de comunicaciones a nivel mundial, y existe un enorme flujo de pasajeros que viaja hacia prácticamente todos los países del mundo.
La preocupación de la OMS fue tal que su directora, Margaret Chan, suspendió repentinamente una visita a los EUA, para regresar al centro de su organización en Ginebra, Suiza.
El mismo día 24, los Centros para la Prevención y el Control de las Enfermedades de los EUA (www.cdc.gov) secundaron casi simultáneamente la ingente preocupación de la OMS. Asimismo, aclararon que se trata de un virus altamente transmisible de un humano a otro.
Es posible que el brote de esta peligrosísima cepa de la influenza A/H1N1 se haya originado en México. La mutación que dio origen a esta cepa, por supuesto, es un hecho biológico del cual no se debe culpar a nadie. Hay, sin embargo, varios aspectos muy preocupantes en lo que respecta a la conducta y a la política del gobierno mexicano.
Primero que nada, según el comunicado de la OMS, los casos de enfermedad tipo influenza comenzaron a ser reportados en el Distrito Federal desde el 18 de marzo. La epidemia tuvo que llegar a más de 800 casos, muchos de ellos pacientes hospitalizados, y a producir 59 muertes, para que las autoridades comenzaran a reaccionar y a alertar a la población.
De acuerdo a una denuncia publicada en el diario El universal el sábado 25 de abril por médicos residentes en hospitales de la Secretaría de Salud en el DF, hacía semanas que se sabía que venían muriendo dos y tres personas diarias a causa de enfermedad tipo influenza, y ya se habían presentado casos de personal de salud que había quedado contagiado (con por lo menos dos personas trabajadoras de salud muertas a consecuencia de este contagio). Por parte de las autoridades hubo amenazas de represalias contra cualquier médico residente que hablara con los medios sobre la gravedad de la situación que se estaba presentando en los hospitales.
Además de la torpeza médica y sanitaria mostrada por las autoridades ante el avance de la epidemia, ¿cómo es posible que en México no se cuente con la tecnología necesaria para analizar las muestras, y detectar las características genéticas de las cepas de virus de influenza?
El hecho es que el análisis tuvo que ser realizado en EUA y en Canadá. Esto significa que en varias ramas de la investigación científica, al igual que sucede en tantos otros campos (como es el caso de varios productos agrícolas fundamentales y de la tecnología petrolera) el gobierno mexicano ha abandonado la política de autosuficiencia, y se encuentra totalmente a merced de los EUA y de otros países del llamado “primer mundo”.
Durante la segunda mitad del siglo veinte, México estuvo en la vanguardia del mundo semiindustrializado en varias ramas de la investigación científica. Hoy, la ciencia mexicana ha quedado muy atrás ante el avance de países como Brasil y la India. Bien por Brasil, y bien por la India, y no digamos China; pero sólo podemos imaginarnos la estrechez de criterio y la mediocridad de la visión de los gobiernos mexicanos que han descuidado el avance científico en nuestro país.
La respuesta al brote ha sido tardía y precipitada. Peor aún, ante los hechos anteriormente presentados, es imposible despejar la impresión que fueron la OMS, Canadá y los EUA quienes presionaron al gobierno de México a admitir la gravedad de la situación y a declarar las medidas de emergencia.
En segu ndo lugar, y no menos importante, está la temible vulnerabilidad de la ciudad de México. Esta ciudad es heredera de un rasgo de rezago y falta de planeación, que arrastra desde el virreinato: la llamada macrocefalia política y económica, en la que en una sola ciudad se concentran tanto el poder político como el económico.
Ninguno de los partidos registrados ha presentado una propuesta para superar este problema, y ningún funcionario electo ha presentado siquiera una visión, ni mucho menos ha tenido la voluntad, de emprender el tipo de desarrollo distribuido en las treinta y dos entidades federativas, que es el tipo de desarrollo que el país necesita.
La ciudad de México, uno de los grandes centros económicos, culturales y de población que hay en el mundo, es también una ciudad profundamente vulnerable. La destrucción sembrada por el sismo de septiembre de 1985; la escasez de agua en muchas zonas conurbadas y de la ciudad misma; los desesperantes congestionamientos y la ineficiencia del transporte, son sólo algunos de los síntomas de la disfuncionalidad que padecemos. A todo ello, hoy se suma la epidemia de influenza.
La ciudad es cada día menos funcional desde el punto de vista de sus habitantes; sin embargo, representa una oportunidad extraordinaria para los mil millonarios que continúan acumulando riquezas sin importar los desastres que su sistema económico ha venido sembrando.
Hoy, la ciudad y el país entero reclaman que a la brevedad se comiencen a dar los pasos hacia un modelo de desarrollo planificado, que es el único que puedo resolver los ingentes problemas de la crisis urbana de la ciudad de México. Dicha planificación deberá hacer posible, además del desarrollo equitativo de las 32 entidades federativas, soluciones como el transporte colectivo, y la protección de áreas naturales, mismas que el desarrollo caótico ha venido destruyendo de manera irracional.
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