La mala noche de la política

Javier Sicilia

Para todos es evidente que la degradación de la democracia sobrepasa día con día la búsqueda de un pensamiento político. Los mexicanos, como siempre y en todo, llegamos tarde a la fiesta democrática, para darnos cuenta de que ella había dejado de existir cuando nosotros creíamos habitarla. Basta con subrayar que las grandes políticas que nacieron de la democracia –como lo mostró la indecencia de Sarkozy pidiendo la extradición de una delincuente y paseándose con su top model por las instituciones como un actor de Hollywood en los corredores de Cannes– pretenden regir el porvenir de las naciones con gestos mediáticos extraídos de la publicidad y de los canales televisivos.

Gran parte de nuestros políticos –la fotografía que presentó la primera plana de La Jornada el martes 10 de marzo no tiene desperdicio: un alto funcionario de la seguridad pública y un secretario de Hacienda que, haciendo valla, miraban con lascivia a Karla Bruni que pasaba frente a ellos– quisieran ser Sarkozy: caminar al lado de una top model, convertida en primera dama, y tener la osadía de presionar a un gobierno para que les devuelva a una criminal. El lujo y el poder de los caciques mexicanos, pero con el rostro de la democracia y de la extensión global. Seguramente un imitador del francés, como Peña Nieto, miraba, al lado de La Gaviota –no una top model internacional, pero sí una palpitante estrella de Televisa–, el arribo de la pareja francesa como el presagio de un porvenir.

Pero no necesitamos ir tan lejos en la igualación que generan la globalización y los espacios mediáticos para mirarlo. Una buena parte del país ha comenzado su campaña electoral para las elecciones intermedias, y, junto a los onerosos gastos de campaña en un país cada día más miserabilizado y copado por la violencia, podemos ver el espectáculo de esa degradación de la democracia. Los políticos que quieren representarnos, no sólo son en general desconocidos por nosotros, sino que carecen de cualquier pensamiento político. Si lo tuvieran, los conoceríamos. Venidos de los fondos de esos infiernos laicos que son las burocracias partidistas e institucionales, o de las oscuridades de las familias enriquecidas, su presencia entre nosotros se reduce a rostros que sonríen como si anunciaran dentífricos y a eslóganes publicitarios.

Hijos de la publicidad televisiva, pero ajenos a sus sutilezas mercadotécnicas, estos trepadores del espacio público contratan pésimas empresas de imagen para venderse como productos de mercado. Junto a fotografías de mala calidad, de poses desagradables y de colores mal seleccionados –hay que ver el colorete de bibelot de Martínez Garrigós, candidato a la Presidencia Municipal de Cuernavaca por el PRI, un imitador menor de Peña Nieto, para saber lo que los ciudadanos en período electoral tenemos que soportar cuando transitamos por las calles–, observemos los eslóganes, unos peores que otros (tomo los siguientes de la campaña de Morelos): “Primero Cuernavaca, primero tú”; “Urge humildad”; “Para que vivas bien”; “Resultados reales”; “Porque nos interesa tu vida, pena de muerte a secuestradores y asesinos”; “Acción responsable”; “Logremos que brillen las oportunidades”; “Ni un paso atrás por tu seguridad”. ¿Qué diferencia, que no sea la de la imaginación, con estos otros: “Energía para crecer”, de la leche Alpura, o “Junto a sus pequeños, grandes logros”, de un centro deportivo, o “No tienes que elegir con Cablemás”.

La política en su rostro democrático se ha convertido en anuncio y oferta de consumo de mala calidad. A falta de imaginación y de un pensamiento político, nuestros candidatos a la representación han sustituido la política por el mensaje relámpago de un eslogan y de un rostro mal fotografiado o mal agraciado y sin remedio. Su distancia entre nosotros y ellos es tan grande como su vulgaridad. Los problemas que presenta hoy la vida pública son ajenos a ellos porque los partidos que los avalan y los publicitan son también ajenos. Creen que todo se resuelve con una sonrisa, una frase que pretenden contundente y una acción que, como las realizadas por Calderón, no miden las consecuencias porque nacieron del eslogan. La vida pública no les interesa. Semejantes, en ínfimo grado, a Sarkozy, les interesa el glamur, el golpe mediático, la presunción y el sueldo. Si representan algo, es a sí mismos y a los intereses de los partidos y de quienes los encumbraron. Nada en ellos es voz nuestra; nada en ellos manifiesta la mínima intención de saber lo que realmente una democracia y un país que ha entrado en la encrucijada del fracaso industrial necesita; nada de ellos indica que escuchan a los ciudadanos que dicen querer representar. Si los vemos y los oímos, no es porque tengan algo que decirnos, sino porque toman el dinero de la ciudadanía y nos imponen su presencia y su falta de ingenio en los postes y las bardas de las ciudades.

Si algo nos enseñan es que los espacios verdaderamente políticos no están allí, sino en las calles, en las organizaciones civiles, en los vínculos de solidaridad, en los comités de barrios, ahí precisamente donde la gente ejerce su derecho a vivir con otros. Por ello, quizá, el más alto ejercicio político en estas elecciones es ir a las urnas y anular nuestro voto, decirles a todos ellos que no nos interesan.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.

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