Álvaro Cepeda Neri
El historiador Enrique Krauze (y sus acólitos del más antiguo conservadurismo a la extrema derecha contemporánea e intelectuales exquisitos prendidos a las ubres empresariales), a raíz de sus visitas (todo pagado) a Venezuela para analizar, a su manera, al populista Hugo Chávez, se ha vuelto más activo ideológicamente.
Y con motivo de sus palenques para presentar su libro –compitiendo con Luis Pazos para ver quién publica más– ha radicalizado su ferocidad, presa de intolerancia política y dizque cultural, propietario que presume de creerse el clon de Paz y deux ex machina intolerante con las demás religiones por él practicadas, para tratar de exorcizar a quienes no comulguen con sus ruedas de molino.
Es fanático del absoluto libre mercado; de la libertad absoluta y fisiocrática; desfasado del “dejar hacer, dejar pasar” (Ronald L. Meek, La fisiocracia), porque ignora el rendimiento histórico desde cuando menos la Ilustración a nuestra modernidad (de Kant a Kelsen); y de que la conducta ha de normarse jurídicamente y si es más o menos democrática y republicana la convivencia de una sociedad abierta, entonces los fines de esos medios jurídicos lo son de carácter republicano-democrático en la dirección de Tocquevielle a Popper.
Krauze se ha caracterizado por su militancia (como prolífico copiador de biografías políticas, sobre todo). Es adversario del priismo y enemigo a muerte del perredismo. Derechoso, sus inclinaciones están por el panismo, quizá repudiando a los yunquistas con los que choca por instinto religioso (El instinto religioso de R.C. Zaehner, y de Salvador Frausto y Témoris Greco, El vocero de Dios). Pero Krauze es, ante todo, exitoso comerciante: libros, conferencias, notas periodísticas, e ideólogo. A su regreso de Venezuela, se fue a la capital de España para celebrar el mesianismo chavista y ser entrevistado (El País, 16 mayo de 2008).
Tiene Krauze a sus preferidos y sólo ellos tienen cabida en su capilla. Han de tener tendencias neoconservadoras, simpatizantes de la democracia “sin adjetivos”, neoliberales que religiosamente postulen el libre mercado con libertad absoluta (pasando por alto la siempre necesaria regulación del mercado antes y después de Adam Smith, y su “mano invisible” con artritis durante todo el lapso del capitalismo “desde hace cuatro milenios y, en particular, del capitalismo de aventureros y de rapiña”).
Krauze, empero, perdona con sus intereses ideológicos y apoya al neoliberalismo comercial y que los mercados sean totalmente libres, como buen darwinista social que es (R. H. Coase, La empresa, el mercado y la ley, y de Norberto Reich, Mercado y derecho). Por lo tanto quiere empresarios, banqueros, financieros, patrones y, en suma, a toda la elite del dinero, dedicados a la explotación de los trabajadores y mucho muy activos, pero sólo apoyando a las políticas conservadoras y derechistas (en su tiempo lo fueron nazis y fascistas), y para combatir al resto de las políticas y máxime si son populistas, izquierdistas como todas aquellas que huelan a pueblo.
Si esos empresarios no la emprenden también contra los del centro a la izquierda, entonces deben ser colgados. Son los empresarios “miopes” (citando para parecer imparcial a Lenin): “Son especialistas en mirar a corto plazo… son tan miopes que nos van a vender las sogas con las que vamos a colgarlos” (Reforma, 12 de diciembre de 2008). Se duele Krauze de la situación política venezolana, mientras pasa por alto la mexicana con los azules del foxismo y del calderonismo.
Obviamente que todos los ciudadanos han de interesarse, actuar en los actos políticos y permanecer alertas políticamente. Pero Krauze los convoca a intervenir desaforadamente: “…En México, seguimos dormidos… el nivel de las páginas editoriales en los diarios es penosamente bajo, salvo excepciones”. No da nombres, tira la piedra y esconde la mano derecha.
Dice este intelectual orgánico del conservadurismo que en Venezuela existe “una izquierda democrática y liberal moderna”. Allá, pues, presume de estar a la izquierda en simpatías. Aquí se alinea a la derecha, y se va como siempre, contra las universidades públicas mexicanas y alaba las venezolanas porque éstas tienen estudiantes de extrema derecha.
En el exquisito Club de Industriales (corbata, saco, camisa blanca, como exigencia para poder librar la admisión, o a la entrada rentan la indumentaria), Krauze “alertó” a los empresarios como él para que dejen a un lado la “antipolítica” (como ya lo hacen a través del duopolio televisivo, a pesar de las sanciones si incurren en financiar campañas electorales contra los de centro-izquierda).
Krauze quiere un castillo de la pureza para constituir partidos y empresarios a imagen y semejanza de su ideología. Siempre ha tenido ambición por el poder, aunque sea tras el trono. Todo su trabajo es sobre el poder (Hans Kelsen, Eros y Kratos o la ambición por el poder de Aristocles, alias Platón). Y lo único que extraña es no tener “huevos rancheros” con harto picante cuando se va al extranjero.
Admira a Lula da Silva, odia a Hugo Chávez, a López Obrador. Admira a Calderón. Eso sí, para todo invoca, metafóricamente y no, al picante del chile (chili o ají, le corrigieron en Chile). La alternativa es clara: empresarios más activos y más allá de la frontera de la “antipolítica” o colgados con las sogas que ellos mismos, como buenos capitalistas del mercado libre absoluto, vendan, como propone el señor Krauze.
El historiador Enrique Krauze (y sus acólitos del más antiguo conservadurismo a la extrema derecha contemporánea e intelectuales exquisitos prendidos a las ubres empresariales), a raíz de sus visitas (todo pagado) a Venezuela para analizar, a su manera, al populista Hugo Chávez, se ha vuelto más activo ideológicamente.
Y con motivo de sus palenques para presentar su libro –compitiendo con Luis Pazos para ver quién publica más– ha radicalizado su ferocidad, presa de intolerancia política y dizque cultural, propietario que presume de creerse el clon de Paz y deux ex machina intolerante con las demás religiones por él practicadas, para tratar de exorcizar a quienes no comulguen con sus ruedas de molino.
Es fanático del absoluto libre mercado; de la libertad absoluta y fisiocrática; desfasado del “dejar hacer, dejar pasar” (Ronald L. Meek, La fisiocracia), porque ignora el rendimiento histórico desde cuando menos la Ilustración a nuestra modernidad (de Kant a Kelsen); y de que la conducta ha de normarse jurídicamente y si es más o menos democrática y republicana la convivencia de una sociedad abierta, entonces los fines de esos medios jurídicos lo son de carácter republicano-democrático en la dirección de Tocquevielle a Popper.
Krauze se ha caracterizado por su militancia (como prolífico copiador de biografías políticas, sobre todo). Es adversario del priismo y enemigo a muerte del perredismo. Derechoso, sus inclinaciones están por el panismo, quizá repudiando a los yunquistas con los que choca por instinto religioso (El instinto religioso de R.C. Zaehner, y de Salvador Frausto y Témoris Greco, El vocero de Dios). Pero Krauze es, ante todo, exitoso comerciante: libros, conferencias, notas periodísticas, e ideólogo. A su regreso de Venezuela, se fue a la capital de España para celebrar el mesianismo chavista y ser entrevistado (El País, 16 mayo de 2008).
Tiene Krauze a sus preferidos y sólo ellos tienen cabida en su capilla. Han de tener tendencias neoconservadoras, simpatizantes de la democracia “sin adjetivos”, neoliberales que religiosamente postulen el libre mercado con libertad absoluta (pasando por alto la siempre necesaria regulación del mercado antes y después de Adam Smith, y su “mano invisible” con artritis durante todo el lapso del capitalismo “desde hace cuatro milenios y, en particular, del capitalismo de aventureros y de rapiña”).
Krauze, empero, perdona con sus intereses ideológicos y apoya al neoliberalismo comercial y que los mercados sean totalmente libres, como buen darwinista social que es (R. H. Coase, La empresa, el mercado y la ley, y de Norberto Reich, Mercado y derecho). Por lo tanto quiere empresarios, banqueros, financieros, patrones y, en suma, a toda la elite del dinero, dedicados a la explotación de los trabajadores y mucho muy activos, pero sólo apoyando a las políticas conservadoras y derechistas (en su tiempo lo fueron nazis y fascistas), y para combatir al resto de las políticas y máxime si son populistas, izquierdistas como todas aquellas que huelan a pueblo.
Si esos empresarios no la emprenden también contra los del centro a la izquierda, entonces deben ser colgados. Son los empresarios “miopes” (citando para parecer imparcial a Lenin): “Son especialistas en mirar a corto plazo… son tan miopes que nos van a vender las sogas con las que vamos a colgarlos” (Reforma, 12 de diciembre de 2008). Se duele Krauze de la situación política venezolana, mientras pasa por alto la mexicana con los azules del foxismo y del calderonismo.
Obviamente que todos los ciudadanos han de interesarse, actuar en los actos políticos y permanecer alertas políticamente. Pero Krauze los convoca a intervenir desaforadamente: “…En México, seguimos dormidos… el nivel de las páginas editoriales en los diarios es penosamente bajo, salvo excepciones”. No da nombres, tira la piedra y esconde la mano derecha.
Dice este intelectual orgánico del conservadurismo que en Venezuela existe “una izquierda democrática y liberal moderna”. Allá, pues, presume de estar a la izquierda en simpatías. Aquí se alinea a la derecha, y se va como siempre, contra las universidades públicas mexicanas y alaba las venezolanas porque éstas tienen estudiantes de extrema derecha.
En el exquisito Club de Industriales (corbata, saco, camisa blanca, como exigencia para poder librar la admisión, o a la entrada rentan la indumentaria), Krauze “alertó” a los empresarios como él para que dejen a un lado la “antipolítica” (como ya lo hacen a través del duopolio televisivo, a pesar de las sanciones si incurren en financiar campañas electorales contra los de centro-izquierda).
Krauze quiere un castillo de la pureza para constituir partidos y empresarios a imagen y semejanza de su ideología. Siempre ha tenido ambición por el poder, aunque sea tras el trono. Todo su trabajo es sobre el poder (Hans Kelsen, Eros y Kratos o la ambición por el poder de Aristocles, alias Platón). Y lo único que extraña es no tener “huevos rancheros” con harto picante cuando se va al extranjero.
Admira a Lula da Silva, odia a Hugo Chávez, a López Obrador. Admira a Calderón. Eso sí, para todo invoca, metafóricamente y no, al picante del chile (chili o ají, le corrigieron en Chile). La alternativa es clara: empresarios más activos y más allá de la frontera de la “antipolítica” o colgados con las sogas que ellos mismos, como buenos capitalistas del mercado libre absoluto, vendan, como propone el señor Krauze.
Comentarios