Índice Político / Francisco Rodríguez
Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría
Albert Camus
IGUAL QUE HACE 15 años, el clima político se respira envenenado. Hace tres lustros, el entonces ocupante de Los Pinos se resistía a soltar el poder. Quien hoy ocupa la residencia presidencial no puede hacerse del mismo. En los extremos, el ambiente que priva es similar: rompimiento.
Carlos Salinas jugó con la posibilidad de reelegirse. Y hasta antes de aquel discurso pronunciado por Luis Donaldo Colosio el 6 de marzo de 1994, creyó que su mandato se prolongaría a través de quien sería su sucesor. También dejó que se jugase con la posibilidad del reemplazo del candidato. Manuel Camacho, comisionado por él para encontrar la paz perdida en Chiapas, atrajo reflectores dada lo inédito de la situación, hasta que el mismo "gran elector" pronunció aquél "no se hagan bolas" que, momentáneamente, zanjó el chismerío.
Salinas permitió asimismo que otros jugaran con su presunto enojo por aquel discurso con el que Colosio desvirtuaba el buen gobierno del que se decía de Agualeguas. Bastó con que citara a Justo Sierra –"el pueblo tiene hambre y sed de justicia"--, para que se hablara de un quiebre en su relación. Ernesto Zedillo fue así amanuense de José María Córdoba, quien dictó aquel memorándum en el que se advertía una situación tirante entre el entonces presidente y su candidato presidencial.
Tres días después sobrevino el asesinato. Un hecho que reveló aspectos importantes de la estructura de aquel sistema político mexicano, un sistema en el que el presidente de la República y el partido oficial constituían las dos piezas centrales. Régimen de partido de Estado que había nacido con un asesinato, el de Álvaro Obregón, y que inició su agonía con otro, el de Colosio.
El ambiente envenenado había cobrado así dos víctimas importantes. No sólo la vida del candidato presidencial. También la del sistema político "a la mexicana", habida cuenta de que el entonces ocupante de Los Pinos ya no pudo nombrar a su sucesor.
Ambiente con aroma de almendras. Como el del cianuro.
¿Conjura para asesinar a Colosio? ¿Conjura para ocultar al asesino o asesinos intelectuales?
Unas semanas antes de cumplirse el décimo aniversario del asesinato, el 10 febrero del 2004, día en que el candidato asesinado cumpliría 54 años de edad, don Luis Colosio Fernández, padre de Luis Donaldo, pronuncia un discurso en el que rechaza la tesis del asesino solitario, sostiene que el crimen ocurrió "en un clima de profundo deterioro" de las relaciones entre el candidato y el presidente Salinas, insiste en que en el entorno de este último se conspiraba en contra de la candidatura de Colosio y retoma la cuestión del cambio de candidato: "¿Acaso la designación de un candidato honorable a favor de la misma persona que había sido el principal contendiente de Donaldo por la candidatura del PRI no significó abrir de forma inédita la posibilidad de substitución del candidato?"
Quince años después el asesinato sigue sin ser aclarado.
Y el clima de enfrentamiento prevalece. Peor aún, agudizado por la polarización surgida del desafuero de Andrés Manuel López Obrador y del controvertido "triunfo" electoral de Felipe Calderón Hinojosa.
Vísperas de nuevos comicios y en el ambiente, otra vez, hay aroma de almendras. De cianuro.
Índice Flamígero: Salinas culpó a La Nomenklatura. Él y su maestro John Womack señalaron a los echeverristas. El propio Luis Echeverría, narró, fue a Los Pinos a proponerle a Emilio Gamboa Patrón como candidato sustituto. Y el círculo se cierra. Hoy, uno de los señalados, Augusto Gómez Villanueva, ex líder agrarista, ex secretario de la Reforma Agraria, ex precandidato presidencial, dirigente nacional del PRI, ex coordinador de la diputación priísta a la L Legislatura, ex embajador en Roma, ex senador y otra vez ex diputado, despacha como asesor de la dirección general de la Financiera Rural, a cargo de Enrique De la Madrid Cordero.
Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se mataría
Albert Camus
IGUAL QUE HACE 15 años, el clima político se respira envenenado. Hace tres lustros, el entonces ocupante de Los Pinos se resistía a soltar el poder. Quien hoy ocupa la residencia presidencial no puede hacerse del mismo. En los extremos, el ambiente que priva es similar: rompimiento.
Carlos Salinas jugó con la posibilidad de reelegirse. Y hasta antes de aquel discurso pronunciado por Luis Donaldo Colosio el 6 de marzo de 1994, creyó que su mandato se prolongaría a través de quien sería su sucesor. También dejó que se jugase con la posibilidad del reemplazo del candidato. Manuel Camacho, comisionado por él para encontrar la paz perdida en Chiapas, atrajo reflectores dada lo inédito de la situación, hasta que el mismo "gran elector" pronunció aquél "no se hagan bolas" que, momentáneamente, zanjó el chismerío.
Salinas permitió asimismo que otros jugaran con su presunto enojo por aquel discurso con el que Colosio desvirtuaba el buen gobierno del que se decía de Agualeguas. Bastó con que citara a Justo Sierra –"el pueblo tiene hambre y sed de justicia"--, para que se hablara de un quiebre en su relación. Ernesto Zedillo fue así amanuense de José María Córdoba, quien dictó aquel memorándum en el que se advertía una situación tirante entre el entonces presidente y su candidato presidencial.
Tres días después sobrevino el asesinato. Un hecho que reveló aspectos importantes de la estructura de aquel sistema político mexicano, un sistema en el que el presidente de la República y el partido oficial constituían las dos piezas centrales. Régimen de partido de Estado que había nacido con un asesinato, el de Álvaro Obregón, y que inició su agonía con otro, el de Colosio.
El ambiente envenenado había cobrado así dos víctimas importantes. No sólo la vida del candidato presidencial. También la del sistema político "a la mexicana", habida cuenta de que el entonces ocupante de Los Pinos ya no pudo nombrar a su sucesor.
Ambiente con aroma de almendras. Como el del cianuro.
¿Conjura para asesinar a Colosio? ¿Conjura para ocultar al asesino o asesinos intelectuales?
Unas semanas antes de cumplirse el décimo aniversario del asesinato, el 10 febrero del 2004, día en que el candidato asesinado cumpliría 54 años de edad, don Luis Colosio Fernández, padre de Luis Donaldo, pronuncia un discurso en el que rechaza la tesis del asesino solitario, sostiene que el crimen ocurrió "en un clima de profundo deterioro" de las relaciones entre el candidato y el presidente Salinas, insiste en que en el entorno de este último se conspiraba en contra de la candidatura de Colosio y retoma la cuestión del cambio de candidato: "¿Acaso la designación de un candidato honorable a favor de la misma persona que había sido el principal contendiente de Donaldo por la candidatura del PRI no significó abrir de forma inédita la posibilidad de substitución del candidato?"
Quince años después el asesinato sigue sin ser aclarado.
Y el clima de enfrentamiento prevalece. Peor aún, agudizado por la polarización surgida del desafuero de Andrés Manuel López Obrador y del controvertido "triunfo" electoral de Felipe Calderón Hinojosa.
Vísperas de nuevos comicios y en el ambiente, otra vez, hay aroma de almendras. De cianuro.
Índice Flamígero: Salinas culpó a La Nomenklatura. Él y su maestro John Womack señalaron a los echeverristas. El propio Luis Echeverría, narró, fue a Los Pinos a proponerle a Emilio Gamboa Patrón como candidato sustituto. Y el círculo se cierra. Hoy, uno de los señalados, Augusto Gómez Villanueva, ex líder agrarista, ex secretario de la Reforma Agraria, ex precandidato presidencial, dirigente nacional del PRI, ex coordinador de la diputación priísta a la L Legislatura, ex embajador en Roma, ex senador y otra vez ex diputado, despacha como asesor de la dirección general de la Financiera Rural, a cargo de Enrique De la Madrid Cordero.
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