Capitalismo, recesión y crisis

Luis Paulino Vargas Solís

El capitalismo mundial atraviesa una etapa excepcionalmente tormentosa, como no se veía en muchos decenios. En principio, esto puede ser visto como la crisis del capitalismo en su versión neoliberal. Ello se evidencia, con notable claridad, en el peso que adquieren, como detonantes de la actual situación problemática, ciertas características definitorias del carácter neoliberal de esta etapa de los últimos tres decenios.

En particular las siguientes: el desorden financiero, la especulación descontrolada y la insuficiencia de la demanda relativamente a los excesos de capacidad industrial. Sin embargo, la resolución de estos problemas pondría en cuestión, incluso de forma radical, los intereses que han liderado y hegemonizado el capitalismo durante este período de dominancia neoliberal. Ello plantea, entonces, contradicciones y conflictos de gran envergadura, alrededor de los cuales se hacen manifiestas las verdaderas raíces, naturaleza y alcances de la crisis. Pero la magnitud y significación de los problemas planteados, como asimismo las dimensiones del conflicto que se abre, sugieren que, en realidad, esta podría ser algo más –quizá mucho más- que una crisis del capitalismo neoliberal.

1. ¿Qué hay detrás de la actual crisis económica mundial?

Esta pregunta admite respuestas en niveles muy diversos y con grados de elaboración y complejidad igualmente variados. De momento me concentraré en lo más inmediato. Desde ese punto de vista, el asunto se sintetiza en lo siguiente: ha salido a la luz la dependencia patológica respecto del crédito y la deuda, desarrollada por el capitalismo neoliberal de los últimos 25 a 30 años. Claro que el crédito ha sido siempre de fundamental importancia para el funcionamiento del sistema. Pero en este período ese mecanismo ha adquirido mucha mayor importancia, y ha sido acompañado por un desarrollo hipertrofiado de la especulación.

Es algo que se constata con relativa facilidad, especialmente en lo que atañe a este primer decenio del siglo XXI. En los años 2001-2004, las tasas de interés en todo el mundo, y en particular en Estados Unidos, cayeron a niveles extraordinariamente bajos. Esto propició el endeudamiento, el cual, a su vez, impulsó el crecimiento económico. Aconteció así que el crédito y la deuda pusieron en marcha el auge inmobiliario como, más en general, el consumo de la gente.

Por su parte, el desorbitado crecimiento de la construcción se hizo parte de una bola de nieve que, rodando cuesta abajo a lo largo de los años 2002-2005, adquirió dimensiones monstruosas. Me refiero a la colosal maquinaria de deuda y especulación financiera que floreció montada sobre las hipotecas. Como por generación espontánea, gracias a la “creatividad” de los expertos en finanzas y con base en más deuda, surgieron nuevos instrumentos financieros, que asumían formas misteriosas, ocultas a cualquier control público y de imposible comprensión para nadie que no fuese un experimentado conocedor de los intríngulis de la alquimia financiera. Pero de este proceso de hipertrofia financiera bebían no solo los especuladores, sino también la gente común y corriente, cosa que, en el caso estadounidense, se evidenció con especial claridad, conforme la refinanciación de hipotecas –aprovechando los precios al alza de la vivienda- se convirtió en motor privilegiado para empujar el consumo de las familias.

Llegó el momento, sin embargo, en que se puso en evidencia el engaño de los créditos hipotecarios concedidos a personas que no podían cumplir con las obligaciones adquiridas. Pero, enseguida, ello también desnudó el resto de la mentira. Un castillo de naipes de dimensiones siderales –creado por los magos de las finanzas- empezó a derrumbarse. Fueron saliendo a la luz las inmensas pérdidas asociadas a esta ruleta especulativa y, con ello, iban apareciendo, aquí y allá, enormes empresas financieras al borde del colapso. Vimos entonces a las autoridades económicas de Estados Unidos y los otros países ricos, ensayar todo tipo de respuestas en un intento por frenar la crisis financiera. Con muy pobres resultados, evidentemente. En septiembre de 2008, y tras el derrumbe de Lehman Brothers, el sistema financiero se paralizó y el crédito se secó por completo. De ahí adelante la crisis financiera quedó definitivamente sobrepasada por la crisis económica. El acelerado deterioro económico se resume fácilmente en un dato contundente: en tan solo los últimos tres meses de 2008 la economía estadounidense perdió 1,6 millones de puestos de trabajo.

En el período 2004-2007 la economía mundial experimentó un auge extraordinario –con tasas de crecimiento a nivel mundial en los alrededores del 4,9% a 5,0 % anual- cuyo fundamento fue, sin duda, la maquinaria planetaria de deuda y especulación que se puso en marcha desde 2002, y cuyo centro motriz principal estaba situado en el corazón mismo del sistema, o sea, Estados Unidos. Desde los últimos meses de 2007 esa maquinaria empieza a frenarse. A partir de septiembre de 2008 queda desbaratada. Los tres centros desarrollados del capitalismo mundial –Estados Unidos, Europa y Japón- entran en recesión de forma simultánea. Algunos países europeos –Irlanda, Islandia y otros de la parte oriental del continente, Rusia incluida- se ven arrastrados en una situación de virtual colapso. La recesión es aguda en países de la periferia de la Unión Europea -España, Grecia y Portugal- pero también ataca con fuerzas las mayores economías del continente. China e India –las campeonas del crecimiento- enfrentan una ralentización sustancial. América Latina está recibiendo impactos violentos. La crisis es mundial y de alcances por completo inusuales. La posibilidad de una recesión aguda y prolongada no es descabellada. Es una amenaza cuya semilla quedó sembrada en suelo fértil durante el especulativo auge mundial de los años previos. Quizá podría ser frenada si logran acertar en paquetes masivos de estimulo fiscal concertados a escala mundial. Pero esto tan solo estaría reiterando el mecanismo de la deuda, si bien adquiriendo otras formas. Por lo tanto, dejaría elevadísimos costos de largo plazo.

2. ¿Por qué el capitalismo ha recurrido, de forma tan patológica y desproporcionada, al mecanismo de la deuda?

Posiblemente hay varios factores de significativa importancia que deben ser tenidos en cuenta para contestar esta pregunta. De momento haré referencia al que quizá ha sido el más importante en estos últimos años: ese ha sido el instrumento –aunque truculento y ficticio- al que se ha recurrido para crear poder de compra y dar salida a la producción masiva de las industrias a nivel mundial.

Es decir, hay exceso de capacidad productiva relativamente al poder adquisitivo en los mercados ¿Por qué sucede eso?

Primero, una razón del lado de la demanda, que tiene que ver con los procesos de aguda concentración de la riqueza y empobrecimiento de las clases medias que –con innegable éxito- han sido promovidos por el neoliberalismo en todo el mundo. Acontece que, cuanto más rico es usted, menor es la proporción de su ingreso que consume. Al otro lado, cuanto más pobre lo sea, menos puede consumir. Se combinan así dos tendencias –poquitos ricos cada vez más ricos y muchos pobres cada vez más pobres- que redundan en un solo efecto: menor demanda a nivel mundial.

Segundo, una razón del lado de la oferta: la expansión descontrolada de la capacidad productiva en todas las industrias. Ello se da bajo el influjo combinado de, al menos, los siguientes procesos:

- la transnacionalización de las inversiones y la producción, que han hecho de China y la India, y otros países de bajos salarios, usinas gigantescas

- la revolución tecnológica de los últimos decenios, que ha elevado sustancialmente la productividad. Además, esto tiene un efecto que agrava los problemas de insuficiencia de demanda, ya que ha elevado de forma permanente los niveles de desempleo y ha contribuido a precarizar agudamente el empleo.

Agreguemos que la sobreproducción es un problema estructural, inherente al capitalismo, ya que es producto de su tendencia irrefrenable a la acumulación de capital y la elevación de la productividad.

Por otra parte, la dogmática neoliberal, que glorifica y hace intocable la riqueza excesiva de los muy ricos, no solo ha debilitado las políticas sociales de los gobiernos y, más en general, las políticas destinadas a propiciar alguna mínima equidad en la distribución del ingreso y la riqueza. Además ello ha creado el ambiente ideológico y político que ha propiciado la especulación y ha soltado todas las amarras que podrían haberla contenido o limitado.

El crédito, la deuda y la especulación proporcionaron una falsa salida. Frente a esto, la situación actual, de colapso financiero y aguda recesión, marca un punto de no retorno: el capitalismo está obligado a encontrar alternativas viables si es que quiere sobrevivir a largo plazo. De otra forma, seguirá dando tumbos en un doloroso proceso de decadencia, que será más destructivo justo porque seguramente tenderá a dilatarse a lo largo de mucho tiempo.

3. ¿Qué fuerzas han conducido a este capitalismo especulativo y despilfarrador?

Tratar de contestar esto demanda hacer un poco de historia.

Los acuerdos de Bretton Woods (1944) crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y establecieron el llamado patrón oro-dólar, en virtud del cual esta moneda –la moneda nacional de Estados Unidos- pasó a ser, al mismo tiempo, moneda mundial. Así, todas las demás monedas expresaban su valor en dólares y éste en oro. Regían, en todos los casos, tasas fijas de cambio. Aquí el detalle esencial es el siguiente: esa función dual del dólar dejaba sentada la posibilidad de que Estados Unidos pudiera tener los déficits que le diera la gana en su balanza de pagos. Muy cómodo: serían “pagados” en dólares y, a su vez, estos serían aceptados por el mundo entero que, a cambio de mercancías, estaría así recibiendo papeles.

Y de cierto que los déficits hicieron aparición, ya desde los años cincuenta. Así, empezaron a hincharse las masas de dólares que circulaban fuera de las fronteras de los Estados Unidos, sin control por parte de ninguna autoridad monetaria nacional o internacional. Esto dio lugar al desarrollo de los que, en su momento, recibieron el nombre de euromercados.

A inicios de los setenta, estos desequilibrios externos que pesaban sobre el dólar, generaron la que quizá haya sido la primera crisis financiera importante del capitalismo tardío o maduro: el derrumbe de aquel patrón oro-dólar. Se dieron entonces dos cambios sustantivos: se suspendió la convertibilidad dólar-oro de forma que, en adelante, aquél quedó liberado de cualquier amarre o referente objetivo; y, además, se liberalizaron los tipos de cambio entre las divisas principales, las cuales pasaron a fluctuar en los mercados de forma más o menos “libre”.

Pero los desequilibrios externos de la economía estadounidense continuaron, agravados por el financiamiento de las aventuras militares del imperio. Se agrandaban así las masas de capitales expresados en dólares que circulaban a escala planetaria. Luego vendrían las crisis petroleras (1973-1974 y 1979) que gestaron los llamados petrodólares, los cuales, “reciclados” por los países petroleros en bancos del mundo rico, agregaron así más fuego a esa hoguera financiera. En ese contexto surgió la crisis de la deuda externa latinoamericana, la cual explota en los primeros años ochenta y da lugar a la penosísima “década perdida”.

Además, esa liberalización de los tipos de cambio que se da a inicios de los setenta, inaugura un proceso que, de forma progresiva, a lo largo de varios decenios, conduce a la liberalización creciente de los movimientos de capitales y de la especulación financiera en todas sus formas.

Por otra parte, en 1974-75 y 1981-82 tienen lugar recesiones importantes de repercusiones mundiales. En ese contexto se da el ascenso del neoliberalismo, favorecido por las características que estas situaciones problemáticas asumen, ya que combinaban inflación con recesión y alto desempleo. La ortodoxia neoclásica-keynesiana –dominante durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial- recibe así un ataque furioso. Es especialmente violenta la ofensiva contra el Estado de Bienestar y los derechos laborales. Esa contrarrevolución política e ideológica se consolida con la llegada al gobierno de Thatcher en Gran Bretaña (1979), Reagan en Estados Unidos (1981) y Kohl en R.F. Alemania (1982). No olvidemos, desde luego, el antecedente temprano, salvaje y genocida, de Pinochet en Chile.

Se inicia así la larga noche del reinado mundial del neoliberalismo, que luego se consolida con la caída del socialismo real de la Europa Oriental a finales de los ochentas e inicios de los noventas. La socialdemocracia se volvió neoliberalismo y, a su vez, los neoliberales proclamaron el triunfo definitivo del libre mercado que, en realidad, era la proclamación de la dictadura del capital transnacional. Para las clases trabajadoras y los pueblos del mundo entero, ello implicaba una dolorosísima derrota.

Entretanto, la revolución tecnológica de la informática, la microelectrónica, la robótica y las telecomunicaciones, potencia el desarrollo –en especial hacia los noventa- de la así llamada globalización, la cual toma la forma de amplios procesos de transnacionalización de las inversiones y la producción y, con ello, la exportación de empleos desde los países ricos, y el surgimiento de nuevos centros industriales en países de bajos salarios.

Esa revolución tecnológica también aporta un poderosísimo acicate a favor de la hipertrofia financiera-especulativa. Los mercados de capitales quedan integrados en tiempo real a nivel mundial y funcionan las 24 horas del día; los capitales financieros se vuelven ubicuos y desarrollan un millón de artimañas para burlar y anular todo control público. También ganan en “creatividad” y, con ello, en sofisticación. Va creciendo un calidoscopio de nuevos instrumentos financieros, cada vez más opacos y complejos.

Y, con ello, las crisis financieras se multiplican. Desde la del sistema monetario europeo a inicios de los noventa; la de México hacia 1995; la asiática en 1997. Y luego la rusa, la brasileña, la argentina, la turca. También la burbuja de Internet en Estados Unidos (segunda mitad de los noventa), directamente vinculada a lo financiero vía la especulación con los valores accionarios en bolsa. Hasta desembocar en la crisis financiera reciente, gestada en el centro rector de sistema e incubada en los créditos inmobiliarios, la cual ha devenido, como sabemos, una tormenta económica gigantesca de alcances planetarios.

4. ¿Qué observamos al cabo de estos 30 años de dominio mundial del neoliberalismo

Primero, hay una acumulación progresiva de desequilibrios financieros de dimensiones globales, los cuales se manifiestan principalmente como un inflamiento enfermizo de las actividades financieras-especulativas, todo lo cual está directamente vinculado a la función dual del dólar (moneda nacional y moneda mundial) y, por lo tanto, al papel de los Estados Unidos como superpotencia hegemónica del capitalismo mundial. Los grandes desequilibrios negativos de la economía estadounidense, son la fuente principal donde se origina la liquidez que ha alimentado la especulación financiera a escala global.

Segundo, este es un capitalismo desalmado, según lo atestigua su ataque a mansalva –aunque no siempre exitoso- contra el Estado de Bienestar, los derechos de las clases trabajadoras y la estabilidad económica de los grupos sociales medios. La contrapartida ha sido el enriquecimiento brutal de ínfimas minorías y el ahondamiento de los abismos sociales. Es en este orden de cosas donde mejor se perciben las diferencias entre este capitalismo neoliberal y su antecesor, el relativamente amansado capitalismo fordista de posguerra.

Tercero, este se un capitalismo que se volvió, en un mismo proceso, mucho más despilfarrador y especulativo. Eso se manifiesta con crudeza en lo financiero, pero no solo ahí. Quizá podría sintetizarse en un dato muy básico: esta forma de capitalismo ha olvidado por completo las virtudes del ahorro y el conservador comedimiento del buen burgués. Es un capitalismo descontroladamente angurriento, terriblemente cínico y corrupto.

La mirada de conjunto nos muestra un proceso de decadencia en proceso de agravamiento, cosa que se visibiliza en lo ideológico y político, y en lo ético y moral. En lo económico ello toma la forma de una fuga hacia el enriquecimiento fácil en la actividad financiera-especulativa y, por lo tanto, como un hinchamiento enfermizo de lo ficticio. Por su parte, los desarrollos productivos y tecnológicos –que privilegian la destrucción de empleos, el debilitamiento de los Estados de Bienestar y la subversión de las normas democráticas más elementales- dan lugar a una espiral consumista, despilfarradora y ambientalmente devastadora.

Lo que se observa es un sistema que parece haber trascendido el umbral de su madurez. Van saliendo a la luz signos claros de senilidad y descomposición. La involución se hace manifiesta en muchos frentes a la vez. Así, se pasa de un capitalismo fordista que garantizaba un mínimo de igualdad social y una dosis razonable de certidumbre en la vida de la gente, a un capitalismo neoliberal que polariza la sociedad, lanza a la pobreza a amplísimos sectores de la población e inocula grados exasperantes de incertidumbre e inestabilidad en la historia vital de la mayoría de las personas. Es un capitalismo donde la figura del burgués laborioso y ahorrativo (y seguramente mezquino), queda sustituida por la del prepotente y despilfarrador ejecutivo –macho alfa incluso aunque sea mujer- que domina la escena en las grandes bolsas de valores o en los despachos de las corporaciones transnacionales. En el mismo proceso las finanzas, la especulación y la búsqueda de ganancia fácil se convierten en el motor que mueve el funcionamiento sistémico en su conjunto. Producir pasa a ser asunto poco elegante y hasta secundario, de modo que la producción queda sujeta, de mil formas distintas, a los imperativos financieros, incluso a través de la especulación en bolsa destinada a maximizar artificiosamente las ganancias bursátiles. No obstante lo anterior, el sistema desarrolla, hasta el paroxismo, su capacidad para innovar el consumo, el cual se convierte en una alienante carrera hacia el infinito, en cuyo despliegue la crisis ambiental se profundiza hasta los límites de la catástrofe planetaria.

El ciclo reciente, originado en la especulación inmobiliaria, marca un punto culminante de estas tendencias. El hecho de que se gestara en el corazón mismo del sistema –Estados Unidos- amplificó sus efectos a nivel mundial. Pero, además, fue al modo de una inmensa telaraña que atrapó los sistemas financieros en una escala desconocida. Una burbuja mucho más grande ha dado lugar a un estallido mucho más estruendoso. No extraña, entonces, que la recesión resultante sea mucho más aguda.

No hay vuelta atrás. Restablecer condiciones básicas de estabilidad será, para el capitalismo, asunto terriblemente laborioso y complejo. El actual es, por lo tanto, un punto de quiebra: es altamente improbable que el capitalismo logre restituir condiciones aceptables de regulación sistémica si antes no logra introducir cambios sustantivos en las modalidades de su funcionamiento de los últimos decenios, el cual ha estado centrado en lo financiero, dominado por la especulación y caracterizado por el ahondamiento de los desequilibrios sociales.

Ello marca la diferencia entre la recesión actual y la crisis de fondo, subyacente a esa recesión.

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