Luis Paulino Vargas Solís
5. La crisis es otra cosa
El actual desbarajuste financiero y la aguda recesión que lo acompaña son, entonces, una manifestación episódica y aguda de la crisis. De ser correcta esta apreciación, ello tendría una consecuencia importante: salir de la recesión no es lo mismo que superar la crisis.
Obama propone un paquete de estímulo fiscal, gigantesco y sin precedentes (US$ 825 mil millones) que esencialmente persigue un objetivo: conjurar el peligro de una depresión, frenar la recesión y, eventualmente, restablecer el crecimiento y disminuir el desempleo. Aun cuando algunos componentes de esta propuesta tienen implicaciones en el mediano y largo plazo –por ejemplo, la inversión en infraestructura y en tecnologías más eficientes desde el punto de vista energético- en todo caso, no hay indicios convincentes en el sentido de que haya un propósito claro de enfrentar los problemas fundamentales subyacentes a la crisis. Por esa vía, y si las cosas van suficientemente bien, quizá en un plazo de dos o tres años la recesión habrá pasado. Pero los factores que precipitaron el actual desastre seguirán incólumes, con el agravante de que en el esfuerzo por salir de la recesión se habrán profundizado los grandes desequilibrios de la economía estadounidense y mundial que son, en buena medida, el origen mismo del desbarajuste.
Si persisten los problemas de fondo, igualmente persistirá el riesgo de nuevas situaciones traumáticas. O sea, la crisis seguirá viva y el sistema continuará oscilando al borde del abismo sin lograr restituir mínimas condiciones de estabilidad. Y como decía Krugman en un artículo de meses atrás: la próxima vez la cosa podría resultar completamente inmanejable. El problema es que tampoco Krugman –como en general ningún economista neoliberal o neokeynesiano- ha propuesta una sola solución de fondo. Además, y a decir verdad, la agudización de la recesión y la persistencia -no obstante el inmenso paquete de rescate de los US$ 700 mil millones- de gravísimos problemas financieros, sugieren claramente que aún se está muy lejos de hacer manejable la situación actual.
1. Entonces ¿cuáles son las reformas mínimas que el capitalismo mundial debería acometer para aspirar seriamente a dar por superada la crisis?
Sin entrar aún a discutir los desequilibrios globales originados en el papel del dólar como moneda mundial, en todo caso se identifican dos problemas morrocotudos que el sistema debería lograr resolver satisfactoriamente: a) la sobreproducción a nivel mundial, que se manifiesta en todas las industrias importantes; b) el sesgo financiero-especulativo que lo domina integralmente y que agrava sensiblemente su inestabilidad y su carácter anárquico y despilfarrador. A su vez, cada uno de estos dos órdenes de asuntos remite a un amplio abanico de otros problemas que se despliegan en distintos niveles.
El problema de la sobreproducción, como es obvio, combina problemas de exceso de oferta con otros de insuficiencia de demanda. El excedente de oferta hace manifiesta la expansión de la capacidad productiva en todas las industrias relevantes a nivel mundial, incluyendo el surgimiento de nuevos y poderosos núcleos industriales (como China). La debilidad de la demanda está vinculada al ataque orquestado a nivel mundial, durante los últimos treinta años, contra los derechos laborales, los salarios, el Estado de Bienestar y, en general, el sector público.
Dentro de los parámetros propios del capitalismo y, por lo tanto, sin entrar a cuestionar sus formas de desarrollo y funcionamiento, resolver estos problemas conlleva, de todas formas, exigencias sumamente complejas. Veamos.
- En el caso del problema de la sobreproducción desde el punto de vista de la insuficiencia de demanda (más adelante comentaré lo relativo a la sobreoferta)
Primero, habría que restituir el poder adquisitivo de los salarios (revalorizar la fuerza de trabajo), cosa que, necesariamente, debería estar acompañada de un relanzamiento de las organizaciones sindicales y de las normativas laborales.
Segundo, habría que recomponer las condiciones de empleo y salarios de los grupos medios -con el objetivo de recuperar su capacidad de compra- y de rentabilidad y sostenibilidad de las pequeñas empresas, a fin de reconstituir tejidos empresariales que tengan capacidad para generar una distribución más equitativa de la riqueza y los ingresos.
Tercero, también debería recomponerse el Estado de Bienestar y, en general, una participación estatal más fuerte y significativa en la economía, no solo como fuente generadora de demanda, sino también con el fin de recuperar niveles razonables de certidumbre en la vida de las gente, un grado aceptable de legitimidad del orden social y un redireccionamiento de la economía que prevenga, en un grado mínimo, los excesos especulativos que la dominan.
Pero en cada uno de estos casos se choca con obstáculos asociados al despliegue de la globalización durante los últimos decenios. Ésta no solo ha implicado exportar empleos hacia países de bajos salarios y reubicar inversiones e industrias. También ha propiciado el debilitamiento de las organizaciones sindicales, el desmantelamiento de los derechos laborales, la privatización de empresas estatales, el debilitamiento de las políticas de respaldo y fomento de las pequeñas empresas y la disminución de la fiscalidad de los Estados y del gasto público. Por lo tanto, tratar de resolver el problema de la demanda, implica poner en cuestionamiento todo este modelo de globalización (de expansión global de los capitales) y conlleva, en consecuencia, entrar en directa colisión con los intereses del capital transnacional que ha sido líder y principal beneficiario de esa globalización. Obviamente éste no querrá aceptar de buena gana nada que considere lesivo para sus intereses.
- En el caso de la hipertrofia financiera y especulativa
Como hemos discutido anteriormente, el crédito y la deuda –que alimentan la espiral especulativa- ha sido una fuga al vacío, tratando de generar poder de compra para la sobreabundante producción que satura los mercados. El colosal desbarajuste financiero y económico actual frena en seco esta posibilidad ¿Podrá el capitalismo resolver de forma perdurable sus problemas de mercados sobreofertados sin recurrir a ese pervertido mecanismo financiero?
Una dosis mínima de sensatez aconseja que se introduzcan modificaciones sustantivas en las formas de funcionamiento de los sistemas financieros. Ello incluiría no solamente reformular y ampliar las regulaciones a escala nacional, sino introducir nuevos y amplios mecanismos regulatorios a nivel mundial. Sobre todo, significa sistemas financieros donde se restituya una dosis mínima de racionalidad, en vez de la actual demencia especulativa. Y aunque a la luz de las traumáticas experiencias que estamos viviendo, esto pareciera ser cosa evidente, no necesariamente estarán de acuerdo con ello los grandes intereses financieros globales.
- El papel del dólar y la hegemonía planetaria de Estados Unidos
Pero lo cierto es que el meollo del problema –y a la vez el asunto más controversial- tiene que ver con la hegemonía global de Estados Unidos sintetizada en el dominio del dólar. Esto ha incubado, en el largo plazo, gigantescos desequilibrios financieros que se hacen manifiestos en la catástrofe actual y podrían generar, en el futuro, devastaciones peores.
Ahí ha nacido la liquidez en que ha estado sumida la economía mundial cosa que, a su vez, ha sostenido y alimentado la hipertrofia financiera y especulativa. Hasta en el mejor de los casos, estabilizar los sistemas financieros a nivel mundial y reorientar su funcionamiento hacia un sendero de mínima sensatez y racionalidad, deviene un empeño de muy improbable éxito en el tanto persistan los enormes desequilibrios gestados desde la economía de Estados Unidos. Pero, por otra parte, corregir estos desequilibrios implicaría cuestionar de forma directa el dominio estadounidense, particularmente en su faceta económica, en el tanto ese papel dominante en gran medida se ha sostenido gracias al subsidio masivo que el mundo entero les ha dado, mediante el financiamiento de sus grandes desequilibrio y, por esa vía, mediante el financiamiento de sus excesos consumistas y militares.
2. Medicación para los síntomas
Así pues, tanto en relación con las situaciones de insuficiencia de demanda y sobreproducción como respecto de los que plantea el sesgo financiero y especulativo del sistema, se reitera un mismo problema: el capitalismo necesita introducir cambios de considerable envergadura, pero éstos colisionan directamente con los intereses inmediatos del capital transnacional e, incluso, con los intereses geopolíticos de la potencia hegemónica. El conflicto entre los intereses de largo plazo del sistema y los intereses más inmediatos de las fracciones hegemónicas del capital, plantea un predicamento de excepcional complejidad.
Este no es un problema técnico, sino político en sentido amplio, donde se ponen en tensión fuerzas sociales, intereses, visiones ideológicas y proyectos políticos disímiles. Incluso, aunque no haya de por medio ningún propósito revolucionario, esto desata un choque de grandes proporciones. Dependiendo de la evolución que tenga este conflicto, podrían darse reacomodos profundos del capitalismo mundial, los cuales impactarían todos los ámbitos -sociales, políticos y económicos- y todos los niveles, incluyendo estados, organizaciones regionales y multilaterales y mercados mundiales. Y, en verdad, es posible que la sobrevivencia a largo plazo del sistema dependa de que tales reacomodos efectivamente tengan lugar.
Puede que prevalezcan las mismas fuerzas que han dominado durante los últimos decenios, lo cual implicaría que, en lo esencial, las condiciones actuales continuarían vigentes y la crisis sistémica seguiría en curso de agravamiento. O quizá podrían darse cambios de notables alcances. Pero aún si esto último aconteciera, ello no garantiza a priori que los resultados a que se llegue sean los que más convengan a la estabilidad y legitimación (a la regulación exitosa) del sistema capitalista mundial.
De tal modo, el desastre financiero y la severa recesión actual son tan solo episodios agudos que hacen manifiesta una crisis más profunda. En ese marco, las políticas aplicadas o propuestas en Estados Unidos y los otros países ricos son al modo de medicinas que actúan sobre los síntomas. Así, la Reserva Federal estadounidense y los otros bancos centrales principales han emitido dinero de forma masiva y vienen asumiendo deuda por cuantías gigantescas en un esfuerzo extenuante por frenar el colapso financiero. Otras políticas trasladan los costos directamente al fisco, primero con el famoso rescate financiero de US$ 700 mil millones y pronto con el paquete de estímulo fiscal impulsado por Obama. Más o menos similar es el caso en Europa y Japón.
Se evidencian dos cosas. Primero, incluso si se logra frenar el colapso financiero total y revertir la recesión sin que ésta se degrade en depresión, todavía quedará para el futuro un costo muy alto: una deuda pública sustancialmente incrementada; enormes cargas tributarias; presiones inflacionarias renovadas. Segundo, todavía no se propone nada suficientemente claro ni comprensivo que responda a una voluntad seria por enfrentar las causas de fondo de la crisis.
Es decir, el capitalismo está atrapado en las urgencias del momento, en tanto su visión de largo plazo está oscurecida por los intereses inmediatos de las fracciones hegemónicas del capital, en particular los grandes bancos y demás actores implicados en el negocio financiero-especulativo, así como las gigantescas corporaciones transnacionales.
8. Sobreproducción: el sistema en curso de autocorrección destructiva
Hemos visto que dos de los factores clave que subyacen a la crisis –la insuficiencia relativa de demanda y el sesgo financiero y especulativo prevaleciente a escala sistémica- exigirían reformas que colisionan directamente con los intereses de esos grupos hegemónicos del capital. Un tercer aspecto de la cuestión es el relativo al excedente de capacidad industrial existente a nivel mundial. Ello lanza ríos interminables de mercancías a los mercados, cuando, al mismo tiempo, la capacidad de compra está relativamente constreñida.
La recesión actual está empujando violentamente hacia una corrección parcial de esos excesos de capacidad. Ejemplos claros lo aportan las industrias de la construcción, la automovilística, tecnologías de la información, aviación, comercio detallista, textiles, las finanzas. Otras industrias se irán uniendo a este recuento siniestro. En todos los casos están en movimiento procesos similares: a veces cierre de empresas; o violentos procesos de reestructuración organizacional; o fusiones corporativas. En cualquiera de los casos se recortan miles de puestos de trabajo y se producen cierres, totales o parciales, de plantas o instalaciones.
No es un fenómeno nuevo. La historia del capitalismo está plagada de momentos de destrucción como estos, donde masas gigantescas de capital –real o simplemente financiero- desaparecen, trayendo consigo incertidumbre y angustia a la vida de millones de personas que se quedan sin empleo. Después de un tiempo se reinicia la acumulación de capital y renace la fiebre del crecimiento sin límites. El proceso actual seguramente será el de mayores alcances desde los años treinta del siglo XX. Por su parte, las agresivas políticas anti-recesivas en el fondo intentan frenar esa espiral de destrucción. De otra manera sus alcances serían simplemente devastadores.
Supongamos que las políticas actuales –en ejecución o propuestas- tengan éxito suficiente como para, al cabo de un período que podría durar varios años, frenar la recesión y estabilizar los sistemas financieros. Sin embargo, las causas de fondo de la crisis –asociadas a los desequilibrios financieros globales, la especulación financiera y la insuficiencia de demanda relativamente a las tendencias a la sobreproducción- seguirán incólumes. Con un par de agravantes. Por un lado, los costos enormes acumulados al cabo de una lucha tan furibunda contra el actual desbarajuste. Pero además es posible que en de esta forma queden puestas las bases para la próxima gran burbuja y el próximo estruendoso estallido.
No es difícil entender la razón. Hemos nadado en liquidez, originada principalmente en la hegemonía global del dólar y los desequilibrios de la economía estadounidense, y la cual ha sido, asimismo, el combustible que movía la locomotora financiero-especulativa que condujo a este desastre. Ahora, intentando conjurar la catástrofe, vemos a los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal, emitiendo dinero de forma masiva. En el actual ambiente de pánico, esa liquidez se vuelve conservadora; se esconde o busca refugios seguros (como los bonos del tesoro estadounidense). Pero cuando se estabilice la situación, ahí podría estar el combustible para el próximo episodio de demencia especulativa. Éste podría ser peor y, entonces, de peores consecuencias.
9. Una crisis de largo plazo y sin salida a la vista
Ese es, a grandes rasgos, el panorama en caso de que continúen prevaleciendo los actores e intereses que han dominado globalmente durante los tres decenios de predomino neoliberal. El capitalismo no habría resuelto su crisis y, con seguridad, las manifestaciones de inestabilidad tenderán a agudizarse.
Un cambio en las correlaciones de fuerza que conduzca al predominio de otros intereses y otras visiones ideológicas y políticas, es condición necesaria para superar esa crisis y restablecer una regulación del sistema que lo estabilice por un período relativamente extenso. Condición necesaria, sí, pero no suficiente, ya que, de todas formas, esa regulación debería resolver satisfactoriamente los gravísimos problemas actuales. Es indudable que esa no es una tarea fácil. Y ello por varias razones.
Primero, llevar adelante las reformas necesarias enfrentaría a los sectores más lúcidos del capital –que, en general, serían posiblemente aquellos vinculados a los mercados nacionales más que a la economía global- con esos otros, de vocación transnacional y financiera, que han prevalecido durante los últimos decenios. Los primeros –sin duda los más débiles- necesitarían establecer alianzas con grupos medios y clases trabajadoras a fin de poder tener algún chance de hacer prevalecer sus propuestas de política.
El conflicto que esto abriría sería de dimensiones cataclísmicas y, con seguridad, pondría en tensión los sistemas políticos del capitalismo. Aún bajo la hipótesis optimista de que tienda a prevalecer la visión ideológica y política de los sectores proclives a una reforma importante, en todo caso la magnitud del choque obligaría a fórmulas de transacción que, hasta en el mejor de los casos, implicaría reformas incompletas, que extirparían algunas semillas de crisis, pero dejarían otras vivas.
Una variante aún más compleja surgiría en el caso de una reactivación significativa del malestar y la protesta popular, cosa que, eventualmente, podría arrastrar a los grupos medios o sectores de éstos. Ello abriría un tercer frente relativamente autónomo respecto de las dos grandes fracciones del capital en pugna. Esto podría adquirir manifestaciones aún más complejas, si ese tercer polo de conflicto se bifurca a su vez en dos grandes ramales: uno constituido por movimientos sociales progresista y otro –posibilidad nada descabellada- que involucione hacia respuestas de derecha, de tintes neofacistas.
Si por otro lado se quisiera corregir los desequilibrios globales originados en los enormes déficits estadounidenses, eso no podría hacerse de otra forma que no fuese sustituyendo el dólar como moneda mundial por otra que –como propusiera Keynes en 1944- fuese, efectivamente, una divisa mundial y no la moneda nacional de ningún país (o unión económica) en particular. Pero, además, ello exigiría revolucionar a profundidad las modalidades de funcionamiento de la economía y sociedad estadounidenses. Ésta tendría que hacer compatibles sus niveles de gasto con los de producción, y esto, a su vez, no solo requeriría ajustes internos de grandes proporciones si no que, además, impactaría al conjunto de la economía mundial que, por muchos años, ha tenido en Estados Unidos una poderosísima maquinaria consumista que tritura gigantescas cantidades de mercancías producidas por el resto del mundo.
De tal forma, como ha sugerido Wallerstein, hay indicios fuertes en el sentido de que el sistema capitalista mundial está entrando en una fase crítica que, en el largo plazo, llevaría a su sustitución por un sistema distinto. Y aquí, como es innegable, entra en juego no solo las variables sociales, económicas y políticas –de por sí tan complejas- sino también la pavorosa crisis ambiental. Es, digámoslo así, un momento histórico de desorden caótico que abre distintas posibilidades de bifurcación. Cuál sea la vía que prevalezca y cuál, entonces, la naturaleza y forma de funcionamiento del sistema que vaya a emerger, es cosa imposible de saber a priori.
Pero, en cambio, la parte de la humanidad que tiene clara su convicción democrática y su deber ante las generaciones venideras, también ha de saber que le corresponde luchar para que esa sociedad futura sea radicalmente democrática; radicalmente igualitaria, justa y libre; radicalmente ecológica. Un lugar donde el derecho a una vida digna para todos los seres humanos, sea realidad vívida y cotidiana, y no una frase hueca en el discurso de los demagogos y privilegiados.
5. La crisis es otra cosa
El actual desbarajuste financiero y la aguda recesión que lo acompaña son, entonces, una manifestación episódica y aguda de la crisis. De ser correcta esta apreciación, ello tendría una consecuencia importante: salir de la recesión no es lo mismo que superar la crisis.
Obama propone un paquete de estímulo fiscal, gigantesco y sin precedentes (US$ 825 mil millones) que esencialmente persigue un objetivo: conjurar el peligro de una depresión, frenar la recesión y, eventualmente, restablecer el crecimiento y disminuir el desempleo. Aun cuando algunos componentes de esta propuesta tienen implicaciones en el mediano y largo plazo –por ejemplo, la inversión en infraestructura y en tecnologías más eficientes desde el punto de vista energético- en todo caso, no hay indicios convincentes en el sentido de que haya un propósito claro de enfrentar los problemas fundamentales subyacentes a la crisis. Por esa vía, y si las cosas van suficientemente bien, quizá en un plazo de dos o tres años la recesión habrá pasado. Pero los factores que precipitaron el actual desastre seguirán incólumes, con el agravante de que en el esfuerzo por salir de la recesión se habrán profundizado los grandes desequilibrios de la economía estadounidense y mundial que son, en buena medida, el origen mismo del desbarajuste.
Si persisten los problemas de fondo, igualmente persistirá el riesgo de nuevas situaciones traumáticas. O sea, la crisis seguirá viva y el sistema continuará oscilando al borde del abismo sin lograr restituir mínimas condiciones de estabilidad. Y como decía Krugman en un artículo de meses atrás: la próxima vez la cosa podría resultar completamente inmanejable. El problema es que tampoco Krugman –como en general ningún economista neoliberal o neokeynesiano- ha propuesta una sola solución de fondo. Además, y a decir verdad, la agudización de la recesión y la persistencia -no obstante el inmenso paquete de rescate de los US$ 700 mil millones- de gravísimos problemas financieros, sugieren claramente que aún se está muy lejos de hacer manejable la situación actual.
1. Entonces ¿cuáles son las reformas mínimas que el capitalismo mundial debería acometer para aspirar seriamente a dar por superada la crisis?
Sin entrar aún a discutir los desequilibrios globales originados en el papel del dólar como moneda mundial, en todo caso se identifican dos problemas morrocotudos que el sistema debería lograr resolver satisfactoriamente: a) la sobreproducción a nivel mundial, que se manifiesta en todas las industrias importantes; b) el sesgo financiero-especulativo que lo domina integralmente y que agrava sensiblemente su inestabilidad y su carácter anárquico y despilfarrador. A su vez, cada uno de estos dos órdenes de asuntos remite a un amplio abanico de otros problemas que se despliegan en distintos niveles.
El problema de la sobreproducción, como es obvio, combina problemas de exceso de oferta con otros de insuficiencia de demanda. El excedente de oferta hace manifiesta la expansión de la capacidad productiva en todas las industrias relevantes a nivel mundial, incluyendo el surgimiento de nuevos y poderosos núcleos industriales (como China). La debilidad de la demanda está vinculada al ataque orquestado a nivel mundial, durante los últimos treinta años, contra los derechos laborales, los salarios, el Estado de Bienestar y, en general, el sector público.
Dentro de los parámetros propios del capitalismo y, por lo tanto, sin entrar a cuestionar sus formas de desarrollo y funcionamiento, resolver estos problemas conlleva, de todas formas, exigencias sumamente complejas. Veamos.
- En el caso del problema de la sobreproducción desde el punto de vista de la insuficiencia de demanda (más adelante comentaré lo relativo a la sobreoferta)
Primero, habría que restituir el poder adquisitivo de los salarios (revalorizar la fuerza de trabajo), cosa que, necesariamente, debería estar acompañada de un relanzamiento de las organizaciones sindicales y de las normativas laborales.
Segundo, habría que recomponer las condiciones de empleo y salarios de los grupos medios -con el objetivo de recuperar su capacidad de compra- y de rentabilidad y sostenibilidad de las pequeñas empresas, a fin de reconstituir tejidos empresariales que tengan capacidad para generar una distribución más equitativa de la riqueza y los ingresos.
Tercero, también debería recomponerse el Estado de Bienestar y, en general, una participación estatal más fuerte y significativa en la economía, no solo como fuente generadora de demanda, sino también con el fin de recuperar niveles razonables de certidumbre en la vida de las gente, un grado aceptable de legitimidad del orden social y un redireccionamiento de la economía que prevenga, en un grado mínimo, los excesos especulativos que la dominan.
Pero en cada uno de estos casos se choca con obstáculos asociados al despliegue de la globalización durante los últimos decenios. Ésta no solo ha implicado exportar empleos hacia países de bajos salarios y reubicar inversiones e industrias. También ha propiciado el debilitamiento de las organizaciones sindicales, el desmantelamiento de los derechos laborales, la privatización de empresas estatales, el debilitamiento de las políticas de respaldo y fomento de las pequeñas empresas y la disminución de la fiscalidad de los Estados y del gasto público. Por lo tanto, tratar de resolver el problema de la demanda, implica poner en cuestionamiento todo este modelo de globalización (de expansión global de los capitales) y conlleva, en consecuencia, entrar en directa colisión con los intereses del capital transnacional que ha sido líder y principal beneficiario de esa globalización. Obviamente éste no querrá aceptar de buena gana nada que considere lesivo para sus intereses.
- En el caso de la hipertrofia financiera y especulativa
Como hemos discutido anteriormente, el crédito y la deuda –que alimentan la espiral especulativa- ha sido una fuga al vacío, tratando de generar poder de compra para la sobreabundante producción que satura los mercados. El colosal desbarajuste financiero y económico actual frena en seco esta posibilidad ¿Podrá el capitalismo resolver de forma perdurable sus problemas de mercados sobreofertados sin recurrir a ese pervertido mecanismo financiero?
Una dosis mínima de sensatez aconseja que se introduzcan modificaciones sustantivas en las formas de funcionamiento de los sistemas financieros. Ello incluiría no solamente reformular y ampliar las regulaciones a escala nacional, sino introducir nuevos y amplios mecanismos regulatorios a nivel mundial. Sobre todo, significa sistemas financieros donde se restituya una dosis mínima de racionalidad, en vez de la actual demencia especulativa. Y aunque a la luz de las traumáticas experiencias que estamos viviendo, esto pareciera ser cosa evidente, no necesariamente estarán de acuerdo con ello los grandes intereses financieros globales.
- El papel del dólar y la hegemonía planetaria de Estados Unidos
Pero lo cierto es que el meollo del problema –y a la vez el asunto más controversial- tiene que ver con la hegemonía global de Estados Unidos sintetizada en el dominio del dólar. Esto ha incubado, en el largo plazo, gigantescos desequilibrios financieros que se hacen manifiestos en la catástrofe actual y podrían generar, en el futuro, devastaciones peores.
Ahí ha nacido la liquidez en que ha estado sumida la economía mundial cosa que, a su vez, ha sostenido y alimentado la hipertrofia financiera y especulativa. Hasta en el mejor de los casos, estabilizar los sistemas financieros a nivel mundial y reorientar su funcionamiento hacia un sendero de mínima sensatez y racionalidad, deviene un empeño de muy improbable éxito en el tanto persistan los enormes desequilibrios gestados desde la economía de Estados Unidos. Pero, por otra parte, corregir estos desequilibrios implicaría cuestionar de forma directa el dominio estadounidense, particularmente en su faceta económica, en el tanto ese papel dominante en gran medida se ha sostenido gracias al subsidio masivo que el mundo entero les ha dado, mediante el financiamiento de sus grandes desequilibrio y, por esa vía, mediante el financiamiento de sus excesos consumistas y militares.
2. Medicación para los síntomas
Así pues, tanto en relación con las situaciones de insuficiencia de demanda y sobreproducción como respecto de los que plantea el sesgo financiero y especulativo del sistema, se reitera un mismo problema: el capitalismo necesita introducir cambios de considerable envergadura, pero éstos colisionan directamente con los intereses inmediatos del capital transnacional e, incluso, con los intereses geopolíticos de la potencia hegemónica. El conflicto entre los intereses de largo plazo del sistema y los intereses más inmediatos de las fracciones hegemónicas del capital, plantea un predicamento de excepcional complejidad.
Este no es un problema técnico, sino político en sentido amplio, donde se ponen en tensión fuerzas sociales, intereses, visiones ideológicas y proyectos políticos disímiles. Incluso, aunque no haya de por medio ningún propósito revolucionario, esto desata un choque de grandes proporciones. Dependiendo de la evolución que tenga este conflicto, podrían darse reacomodos profundos del capitalismo mundial, los cuales impactarían todos los ámbitos -sociales, políticos y económicos- y todos los niveles, incluyendo estados, organizaciones regionales y multilaterales y mercados mundiales. Y, en verdad, es posible que la sobrevivencia a largo plazo del sistema dependa de que tales reacomodos efectivamente tengan lugar.
Puede que prevalezcan las mismas fuerzas que han dominado durante los últimos decenios, lo cual implicaría que, en lo esencial, las condiciones actuales continuarían vigentes y la crisis sistémica seguiría en curso de agravamiento. O quizá podrían darse cambios de notables alcances. Pero aún si esto último aconteciera, ello no garantiza a priori que los resultados a que se llegue sean los que más convengan a la estabilidad y legitimación (a la regulación exitosa) del sistema capitalista mundial.
De tal modo, el desastre financiero y la severa recesión actual son tan solo episodios agudos que hacen manifiesta una crisis más profunda. En ese marco, las políticas aplicadas o propuestas en Estados Unidos y los otros países ricos son al modo de medicinas que actúan sobre los síntomas. Así, la Reserva Federal estadounidense y los otros bancos centrales principales han emitido dinero de forma masiva y vienen asumiendo deuda por cuantías gigantescas en un esfuerzo extenuante por frenar el colapso financiero. Otras políticas trasladan los costos directamente al fisco, primero con el famoso rescate financiero de US$ 700 mil millones y pronto con el paquete de estímulo fiscal impulsado por Obama. Más o menos similar es el caso en Europa y Japón.
Se evidencian dos cosas. Primero, incluso si se logra frenar el colapso financiero total y revertir la recesión sin que ésta se degrade en depresión, todavía quedará para el futuro un costo muy alto: una deuda pública sustancialmente incrementada; enormes cargas tributarias; presiones inflacionarias renovadas. Segundo, todavía no se propone nada suficientemente claro ni comprensivo que responda a una voluntad seria por enfrentar las causas de fondo de la crisis.
Es decir, el capitalismo está atrapado en las urgencias del momento, en tanto su visión de largo plazo está oscurecida por los intereses inmediatos de las fracciones hegemónicas del capital, en particular los grandes bancos y demás actores implicados en el negocio financiero-especulativo, así como las gigantescas corporaciones transnacionales.
8. Sobreproducción: el sistema en curso de autocorrección destructiva
Hemos visto que dos de los factores clave que subyacen a la crisis –la insuficiencia relativa de demanda y el sesgo financiero y especulativo prevaleciente a escala sistémica- exigirían reformas que colisionan directamente con los intereses de esos grupos hegemónicos del capital. Un tercer aspecto de la cuestión es el relativo al excedente de capacidad industrial existente a nivel mundial. Ello lanza ríos interminables de mercancías a los mercados, cuando, al mismo tiempo, la capacidad de compra está relativamente constreñida.
La recesión actual está empujando violentamente hacia una corrección parcial de esos excesos de capacidad. Ejemplos claros lo aportan las industrias de la construcción, la automovilística, tecnologías de la información, aviación, comercio detallista, textiles, las finanzas. Otras industrias se irán uniendo a este recuento siniestro. En todos los casos están en movimiento procesos similares: a veces cierre de empresas; o violentos procesos de reestructuración organizacional; o fusiones corporativas. En cualquiera de los casos se recortan miles de puestos de trabajo y se producen cierres, totales o parciales, de plantas o instalaciones.
No es un fenómeno nuevo. La historia del capitalismo está plagada de momentos de destrucción como estos, donde masas gigantescas de capital –real o simplemente financiero- desaparecen, trayendo consigo incertidumbre y angustia a la vida de millones de personas que se quedan sin empleo. Después de un tiempo se reinicia la acumulación de capital y renace la fiebre del crecimiento sin límites. El proceso actual seguramente será el de mayores alcances desde los años treinta del siglo XX. Por su parte, las agresivas políticas anti-recesivas en el fondo intentan frenar esa espiral de destrucción. De otra manera sus alcances serían simplemente devastadores.
Supongamos que las políticas actuales –en ejecución o propuestas- tengan éxito suficiente como para, al cabo de un período que podría durar varios años, frenar la recesión y estabilizar los sistemas financieros. Sin embargo, las causas de fondo de la crisis –asociadas a los desequilibrios financieros globales, la especulación financiera y la insuficiencia de demanda relativamente a las tendencias a la sobreproducción- seguirán incólumes. Con un par de agravantes. Por un lado, los costos enormes acumulados al cabo de una lucha tan furibunda contra el actual desbarajuste. Pero además es posible que en de esta forma queden puestas las bases para la próxima gran burbuja y el próximo estruendoso estallido.
No es difícil entender la razón. Hemos nadado en liquidez, originada principalmente en la hegemonía global del dólar y los desequilibrios de la economía estadounidense, y la cual ha sido, asimismo, el combustible que movía la locomotora financiero-especulativa que condujo a este desastre. Ahora, intentando conjurar la catástrofe, vemos a los bancos centrales, encabezados por la Reserva Federal, emitiendo dinero de forma masiva. En el actual ambiente de pánico, esa liquidez se vuelve conservadora; se esconde o busca refugios seguros (como los bonos del tesoro estadounidense). Pero cuando se estabilice la situación, ahí podría estar el combustible para el próximo episodio de demencia especulativa. Éste podría ser peor y, entonces, de peores consecuencias.
9. Una crisis de largo plazo y sin salida a la vista
Ese es, a grandes rasgos, el panorama en caso de que continúen prevaleciendo los actores e intereses que han dominado globalmente durante los tres decenios de predomino neoliberal. El capitalismo no habría resuelto su crisis y, con seguridad, las manifestaciones de inestabilidad tenderán a agudizarse.
Un cambio en las correlaciones de fuerza que conduzca al predominio de otros intereses y otras visiones ideológicas y políticas, es condición necesaria para superar esa crisis y restablecer una regulación del sistema que lo estabilice por un período relativamente extenso. Condición necesaria, sí, pero no suficiente, ya que, de todas formas, esa regulación debería resolver satisfactoriamente los gravísimos problemas actuales. Es indudable que esa no es una tarea fácil. Y ello por varias razones.
Primero, llevar adelante las reformas necesarias enfrentaría a los sectores más lúcidos del capital –que, en general, serían posiblemente aquellos vinculados a los mercados nacionales más que a la economía global- con esos otros, de vocación transnacional y financiera, que han prevalecido durante los últimos decenios. Los primeros –sin duda los más débiles- necesitarían establecer alianzas con grupos medios y clases trabajadoras a fin de poder tener algún chance de hacer prevalecer sus propuestas de política.
El conflicto que esto abriría sería de dimensiones cataclísmicas y, con seguridad, pondría en tensión los sistemas políticos del capitalismo. Aún bajo la hipótesis optimista de que tienda a prevalecer la visión ideológica y política de los sectores proclives a una reforma importante, en todo caso la magnitud del choque obligaría a fórmulas de transacción que, hasta en el mejor de los casos, implicaría reformas incompletas, que extirparían algunas semillas de crisis, pero dejarían otras vivas.
Una variante aún más compleja surgiría en el caso de una reactivación significativa del malestar y la protesta popular, cosa que, eventualmente, podría arrastrar a los grupos medios o sectores de éstos. Ello abriría un tercer frente relativamente autónomo respecto de las dos grandes fracciones del capital en pugna. Esto podría adquirir manifestaciones aún más complejas, si ese tercer polo de conflicto se bifurca a su vez en dos grandes ramales: uno constituido por movimientos sociales progresista y otro –posibilidad nada descabellada- que involucione hacia respuestas de derecha, de tintes neofacistas.
Si por otro lado se quisiera corregir los desequilibrios globales originados en los enormes déficits estadounidenses, eso no podría hacerse de otra forma que no fuese sustituyendo el dólar como moneda mundial por otra que –como propusiera Keynes en 1944- fuese, efectivamente, una divisa mundial y no la moneda nacional de ningún país (o unión económica) en particular. Pero, además, ello exigiría revolucionar a profundidad las modalidades de funcionamiento de la economía y sociedad estadounidenses. Ésta tendría que hacer compatibles sus niveles de gasto con los de producción, y esto, a su vez, no solo requeriría ajustes internos de grandes proporciones si no que, además, impactaría al conjunto de la economía mundial que, por muchos años, ha tenido en Estados Unidos una poderosísima maquinaria consumista que tritura gigantescas cantidades de mercancías producidas por el resto del mundo.
De tal forma, como ha sugerido Wallerstein, hay indicios fuertes en el sentido de que el sistema capitalista mundial está entrando en una fase crítica que, en el largo plazo, llevaría a su sustitución por un sistema distinto. Y aquí, como es innegable, entra en juego no solo las variables sociales, económicas y políticas –de por sí tan complejas- sino también la pavorosa crisis ambiental. Es, digámoslo así, un momento histórico de desorden caótico que abre distintas posibilidades de bifurcación. Cuál sea la vía que prevalezca y cuál, entonces, la naturaleza y forma de funcionamiento del sistema que vaya a emerger, es cosa imposible de saber a priori.
Pero, en cambio, la parte de la humanidad que tiene clara su convicción democrática y su deber ante las generaciones venideras, también ha de saber que le corresponde luchar para que esa sociedad futura sea radicalmente democrática; radicalmente igualitaria, justa y libre; radicalmente ecológica. Un lugar donde el derecho a una vida digna para todos los seres humanos, sea realidad vívida y cotidiana, y no una frase hueca en el discurso de los demagogos y privilegiados.
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