Ivonne Melgar / Retrovisor
En la semana de Carlos Slim, muchas cosas se han perdido: la mesura, por supuesto; el lugar común de que los gobiernos de derecha actúan sólo y principalmente a favor de la oligarquía; acaso un secretario de Estado y, sin duda, la idea presidencial de apuntalar la reforma en telecomunicaciones.
Se ignora si deliberada o accidentalmente, pero lo cierto es que el magnate mexicano dejó atrás la imagen de empresario conciliador, ajeno a la estridencia y las reseñas de las revistas del corazón.
Lo habíamos visto como autor del Pacto de Chapultepec en la antesala de las elecciones presidenciales de 2006, con llamados a la civilidad política. Y, aunque se sabía de su buena relación con Andrés Manuel López Obrador, durante el conflicto pos electoral fijó postura a favor de acatar los resultados del IFE y el dictamen del Tribunal.
Aunque no aceptaba todas las invitaciones de Los Pinos, el dueño del Grupo Carso venía acudiendo cada vez más a diversos anuncios gubernamentales, mismos que adquirían proyección mediática por su presencia: el plan de inversiones privadas en infraestructura a inicios de 2008 o alguna cena de honor para un gobernante extranjero.
En noviembre pasado, Slim aceptó sumarse a la comitiva de Calderón y acompañarlo en sus visitas a Chile y Argentina, hasta donde se han extendido sus negocios telefónicos. Fueron varias horas de vuelo y convivencia.
Con ese antecedente, el empresario se convirtió en testigo especial del anuncio del plan anticrisis el 7 de enero. A las afueras de Palacio Nacional ofreció una entrevista de banqueta que duró unos 40 minutos.
Consideró que la respuesta de la administración federal era “muy buena”.
El 26 de enero, un día antes de que Calderón viajara al Foro Económico Mundial de Davos, Slim accedió a ser parte de una privadísima y selecta comida que en Los Pinos se dio a los ex mandatarios Felipe González, Julio María Sanguinetti, Ricardo Lagos y Romano Prodi, invitados al foro que sobre la crisis organizó el Senado.
Dos semanas después, este lunes, las declaraciones catastrofistas del empresario de que esta sería la peor crisis de desempleo de la historia, fueron asimiladas por el gobierno federal como un desafío.
“Que se le haga la boca chicharrón”, se respondió el martes desde el gabinete. Y se decidió que la réplica corriera a cargo del secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón. Esto no sólo desplazó en su papel de cabeza de sector al titular de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, sino que, además, puso en el ring a un personaje considerado antagónico a Slim.
Porque si Lozano Alarcón no logró su expectativa en 2006 de ocupar la cartera de Comunicaciones y Transportes fue porque el Presidente no quería herir la susceptibilidad de empresarios como Slim.
Y aunque representantes del magnate llamaron a Los Pinos para aclarar que los dichos de la gravedad de la crisis tenían más que ver con Estados Unidos y nunca la intención de confrontarse con el gobierno, el giro está dado: el hombre económicamente más poderoso del país dejó claro que no le gusta el modelo económico ni la política fiscal del gobierno.
Más todavía: el presidente Calderón, que ha cuidado desmarcarse de la rijosidad característica de su antecesor, también giró al enviar el miércoles un mensaje a Slim: lo importante en esta crisis es ayudar, no atemorizar.
Si bien el empresario más importante no representa a todos los inversionistas y hombres de negocios, lo ocurrido en las últimas horas marca un precedente que dificulta la visión maniquea de que los gobiernos de derecha se sostienen gracias al respaldo convenenciero de “los ricos”.
Como en un mundo al revés, en el balance de la semana, el PRI, el PRD y otros opositores al gobierno procedieron como defensores de Slim. Se trata de un apoyo que podría resultar determinante si, en la coyuntura electoral, se vuelve recíproco. No hay que olvidar que el segundo hombre más acaudalado del planeta tiene trayectoria en el financiamiento de campañas. Y, aunque siempre ha cuidado ser plural en el reparto, esto ahora puede dar un giro.
Independientemente de lo que el dueño de Telmex decida hacer en términos partidistas, la evidencia de estas horas es que el poder económico camina sin que el poder político y del gobierno puedan dirigirlo.
De manera que sí un día su “sí” valió para darle fiabilidad a un resultado electoral, al oficialismo, a un acto presidencial, pues ahora no podemos impedir que su “no” al optimismo gubernamental genere estragos.
Y vaya que los habrá. Porque al margen de quién o cómo se dieron los actos de espionaje en contra del secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, las filtraciones de sus diálogos privados en torno al manejo de un sector público, como el de las telecomunicaciones, difícilmente podrán aliviarse con comunicados de condena contra esa práctica ilegal.
El balconeo del ex priista y ex salinista materializa, con un exceso descarnado, las dificultades del poder público para contender con los intereses privados.
Y mucho más: las conversaciones del secretario Téllez con sus colaboradores en torno a sus pugnas con la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) revela que los problemas del Estado para encauzar las presiones de los particulares se acentúan por la falta de cohesión en el aparato gubernamental de primer nivel.
Lo que hay detrás de las conversaciones telefónicas alambreadas —además de la vulnerabilidad ciudadana en esta materia— no sólo es la paradoja de un espiado secretario —justo el responsable de las comunicaciones—.
En las palabras de Téllez igualmente se advierte eso que ya hemos comentado aquí: el sentimiento de exclusión de un grupo de secretarios, funcionarios y políticos panistas que padecen la desconfianza de Los Pinos y que esta vez difícilmente podrá ser remontada por el titular de la SCT.
La gravedad de su potencial salida va más allá del costo personal. Téllez fue el encargado de dar la cara para explicar las causas del avionazo del 4 de noviembre en el que murió Juan Camilo Mouriño.
Incluso, si al final logra quedarse en el cargo, la semana de Slim dejará en el secretario de Comunicaciones y en todo lo que su interlocución representa, un boquete.
Y es que al margen de los pasos que el Presidente tome o deje de dar en torno a lo sucedido con el empresario y con el secretario vinculado a sus negocios, el gobierno ha perdido la batalla de impulsar la transformación de las telecomunicaciones. Sin intentarlo siquiera, es una reforma fallida.
En la semana de Carlos Slim, muchas cosas se han perdido: la mesura, por supuesto; el lugar común de que los gobiernos de derecha actúan sólo y principalmente a favor de la oligarquía; acaso un secretario de Estado y, sin duda, la idea presidencial de apuntalar la reforma en telecomunicaciones.
Se ignora si deliberada o accidentalmente, pero lo cierto es que el magnate mexicano dejó atrás la imagen de empresario conciliador, ajeno a la estridencia y las reseñas de las revistas del corazón.
Lo habíamos visto como autor del Pacto de Chapultepec en la antesala de las elecciones presidenciales de 2006, con llamados a la civilidad política. Y, aunque se sabía de su buena relación con Andrés Manuel López Obrador, durante el conflicto pos electoral fijó postura a favor de acatar los resultados del IFE y el dictamen del Tribunal.
Aunque no aceptaba todas las invitaciones de Los Pinos, el dueño del Grupo Carso venía acudiendo cada vez más a diversos anuncios gubernamentales, mismos que adquirían proyección mediática por su presencia: el plan de inversiones privadas en infraestructura a inicios de 2008 o alguna cena de honor para un gobernante extranjero.
En noviembre pasado, Slim aceptó sumarse a la comitiva de Calderón y acompañarlo en sus visitas a Chile y Argentina, hasta donde se han extendido sus negocios telefónicos. Fueron varias horas de vuelo y convivencia.
Con ese antecedente, el empresario se convirtió en testigo especial del anuncio del plan anticrisis el 7 de enero. A las afueras de Palacio Nacional ofreció una entrevista de banqueta que duró unos 40 minutos.
Consideró que la respuesta de la administración federal era “muy buena”.
El 26 de enero, un día antes de que Calderón viajara al Foro Económico Mundial de Davos, Slim accedió a ser parte de una privadísima y selecta comida que en Los Pinos se dio a los ex mandatarios Felipe González, Julio María Sanguinetti, Ricardo Lagos y Romano Prodi, invitados al foro que sobre la crisis organizó el Senado.
Dos semanas después, este lunes, las declaraciones catastrofistas del empresario de que esta sería la peor crisis de desempleo de la historia, fueron asimiladas por el gobierno federal como un desafío.
“Que se le haga la boca chicharrón”, se respondió el martes desde el gabinete. Y se decidió que la réplica corriera a cargo del secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón. Esto no sólo desplazó en su papel de cabeza de sector al titular de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, sino que, además, puso en el ring a un personaje considerado antagónico a Slim.
Porque si Lozano Alarcón no logró su expectativa en 2006 de ocupar la cartera de Comunicaciones y Transportes fue porque el Presidente no quería herir la susceptibilidad de empresarios como Slim.
Y aunque representantes del magnate llamaron a Los Pinos para aclarar que los dichos de la gravedad de la crisis tenían más que ver con Estados Unidos y nunca la intención de confrontarse con el gobierno, el giro está dado: el hombre económicamente más poderoso del país dejó claro que no le gusta el modelo económico ni la política fiscal del gobierno.
Más todavía: el presidente Calderón, que ha cuidado desmarcarse de la rijosidad característica de su antecesor, también giró al enviar el miércoles un mensaje a Slim: lo importante en esta crisis es ayudar, no atemorizar.
Si bien el empresario más importante no representa a todos los inversionistas y hombres de negocios, lo ocurrido en las últimas horas marca un precedente que dificulta la visión maniquea de que los gobiernos de derecha se sostienen gracias al respaldo convenenciero de “los ricos”.
Como en un mundo al revés, en el balance de la semana, el PRI, el PRD y otros opositores al gobierno procedieron como defensores de Slim. Se trata de un apoyo que podría resultar determinante si, en la coyuntura electoral, se vuelve recíproco. No hay que olvidar que el segundo hombre más acaudalado del planeta tiene trayectoria en el financiamiento de campañas. Y, aunque siempre ha cuidado ser plural en el reparto, esto ahora puede dar un giro.
Independientemente de lo que el dueño de Telmex decida hacer en términos partidistas, la evidencia de estas horas es que el poder económico camina sin que el poder político y del gobierno puedan dirigirlo.
De manera que sí un día su “sí” valió para darle fiabilidad a un resultado electoral, al oficialismo, a un acto presidencial, pues ahora no podemos impedir que su “no” al optimismo gubernamental genere estragos.
Y vaya que los habrá. Porque al margen de quién o cómo se dieron los actos de espionaje en contra del secretario de Comunicaciones y Transportes, Luis Téllez, las filtraciones de sus diálogos privados en torno al manejo de un sector público, como el de las telecomunicaciones, difícilmente podrán aliviarse con comunicados de condena contra esa práctica ilegal.
El balconeo del ex priista y ex salinista materializa, con un exceso descarnado, las dificultades del poder público para contender con los intereses privados.
Y mucho más: las conversaciones del secretario Téllez con sus colaboradores en torno a sus pugnas con la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) revela que los problemas del Estado para encauzar las presiones de los particulares se acentúan por la falta de cohesión en el aparato gubernamental de primer nivel.
Lo que hay detrás de las conversaciones telefónicas alambreadas —además de la vulnerabilidad ciudadana en esta materia— no sólo es la paradoja de un espiado secretario —justo el responsable de las comunicaciones—.
En las palabras de Téllez igualmente se advierte eso que ya hemos comentado aquí: el sentimiento de exclusión de un grupo de secretarios, funcionarios y políticos panistas que padecen la desconfianza de Los Pinos y que esta vez difícilmente podrá ser remontada por el titular de la SCT.
La gravedad de su potencial salida va más allá del costo personal. Téllez fue el encargado de dar la cara para explicar las causas del avionazo del 4 de noviembre en el que murió Juan Camilo Mouriño.
Incluso, si al final logra quedarse en el cargo, la semana de Slim dejará en el secretario de Comunicaciones y en todo lo que su interlocución representa, un boquete.
Y es que al margen de los pasos que el Presidente tome o deje de dar en torno a lo sucedido con el empresario y con el secretario vinculado a sus negocios, el gobierno ha perdido la batalla de impulsar la transformación de las telecomunicaciones. Sin intentarlo siquiera, es una reforma fallida.
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