La muy lucrativa y globalizadora industria del ocio: El caso Six Flags

Adán Salgado Andrade

Parque de diversiones “Six Flags”. Ciudad de México. Desde la ubicación del así llamado “parque temático” (theme park) Six Flags, se nota el elitismo urbano, ya que el lugar está localizado muy cerca de Santa Fe, una de las zonas más exclusivas de la ciudad de México, al suroeste de ésta.

Por lo mismo, la lejanía de buena parte de otras zonas citadinas, de entrada, lo vuelven inaccesible. Es casi una necesidad llegar en auto, y aunque en la página electrónica del parque se dan opciones para llegar (principalmente para personas que vengan de provincia, las de medios a altos ingresos, claro, pues son los que puede darse ese lujo, como veremos), sobre todo desde las estaciones de autobuses foráneos, el transporte público hacia el sitio es caro y poco eficiente, debido a la citada lejanía. Una fachada de grandes arcos de piedra, con el logo de “Six Flags”, dan la bienvenida a los ansiosos paseantes, ávidos de emociones sin fin y de “diversión de primer mundo”, ¡VIP!, dentro del parque.

El lugar, conocido anteriormente como “Reino Aventura”, buscó desde su fundación, en marzo de 1982 (por cierto que en plena crisis económica, durante los últimos, conflictivos meses del sexenio de José López Portillo), “revolucionar” el concepto de diversión, dejar atrás, en un muy disneylandesco estilo de primer mundo, lo hasta entonces conocido y concebido como “recreación”. Sí, a partir de ese momento no sería ya “cool” ir de día de campo a la Marquesa o ir al parque de la colonia a jugar fútbol, o asistir a la feria local, la de anticuados, “peligrosos” y viejos juegos… No, “Reino Aventura” ofrecía un “novedoso concepto recreativo” comparable con, por ejemplo, Disneylandia, con tal de que los aires modernizadores y occidentalizadores, imprescindibles para que todo país subdesarrollado aspirara al desarrollo, nos tocaran con lo más adelantado en tecnología de la diversión. Y fue como en alrededor de 45 hectáreas de fértiles terrenos se erigió dicho parque, cuyo concepto original, con algunas variantes, se ha mantenido hasta nuestros días.

Y ya es entrar al estacionamiento, que comienzan a ofrecerse ciertos privilegios para aquéllos que, no conformes con asistir a ese elitista lugar, pueden proporcionarse lujos extras, con tal de que destaquen de entre el resto de las ansiosas masas de divertientes. Por pago anticipado del estacionamiento, más un cargo extra (alrededor de cien pesos, unos siete dólares), se le ofrece al visitante dejar su auto en “lugar preferencial”, destacando el empleado (con un pregón que la empresa le exige repetir tal cual a cada automovilista, so pena de ser amonestado, como nos explicó luego un ex trabajador), un joven muy quemado por el sol, “para que cuando se vaya, salga rápido y no se entretenga con las aglomeraciones que se hacen”. Si ese primer “sablazo” no es aceptado, entonces ya se habrá logrado un primer ahorro, un pequeño porcentaje, sin embargo, en vista de los altos precios que por todo se cobran en el lugar, como veremos.

Por varios años el parque se llamó “Reino Aventura”, hasta que en 1992 se reestructuró para hacerlo más atractivo y se bautizó como “El nuevo Reino Aventura” (se compraron más juegos y fue cuando se adquirió a la famosísima ballena Keiko, con tal de hacerlo aún más atractivo). De nueva cuenta, en 1995 (año de otra brutal crisis económica, la del “efecto tequila”), cambió su administración y se le volvió a llamar “Reino Aventura”. Finalmente, en 1999, la empresa estadounidense “Premier Parks”, dedicada a operar parques temáticos por todo el mundo, compró “Reino Aventura”, al que bautizó de inmediato como “Six Flags México” y adoptando ella misma algún tiempo después el nombre de “Six Flags, Inc.”, dado que ya por entonces se había popularizado aquella denominación. Esa compañía es la más grande operadora de parques temáticos en Estados Unidos y tiene varias franquicias en otros sitios, como en el que entramos en ese momento.

Y al acercarnos a la taquilla, a pesar de ser domingo, la cola de espera no es tan larga, quizá, razono, porque aún con todos los “granes atractivos” que contiene Six Flags, las sombras de la depresión económica mundial se comienzan a sentir. Sobre todo por los altos precios que se cobran para acceder. Así, la entrada “general”, con derecho, supuestamente, a todos los juegos, cuesta nada menos que $315 pesos (unos 22 dólares), en un país en donde el ochenta por ciento de los sueldos son de dos salarios mínimos cuando mucho, o sea, unos 107 pesos diarios (7.64 dólares), es decir, le costaría a un trabajador que percibiera esa cantidad alrededor de tres días de labor entrar al lugar (o seis días, si sólo ganara un sueldo, como sucede con el 60% de los trabajadores). Pero también se ofrecen privilegios para quien esté dispuesto a desembolsar “un poco más de dinero”. Así que por $590 pesos ($42 dólares), se puede adquirir el llamado pase “VIP”, el cual le concede al desahogado comprador, que se pueda subir a todos los juegos, sin restricciones, al igual que el pase general, pero sin tener que hacer fila (aunque más tarde pude apreciar que, de todos modos, los portadores del pase VIP, debían de formarse y esperar turno), sobre todo en las diversiones que son consideradas como las “más cotizadas”: la montaña rusa (roller coaster) más alta que hay, bautizada como Superman, la de Batman, segunda en altura o el Kilawea, una suerte de grandísimo martillo, que también somete a sus usuarios a violentos movimientos de giros y caídas libres. Pero además con ese privilegiado pase, se cuenta con “asientos preferenciales en los espectáculos que se ofrecen”: el show de delfines y elefantes marinos del acuario y uno en donde se reproducen escenas de Batman y sus personajes, con acrobacias y doblajes, a un lado de esa ya mencionada montaña rusa, nombrada como el legendario hombre murciélago. Habiendo, quien esto narra, adquirido el boleto normal, por supuesto, ya por fin se pasan los torniquetes para entrar a “la diversión sin límite”. De inmediato nos recibe una ambientación de fábula, de cuento de hadas, donde no existe pobreza, ni marginación, ni problemas sociales, ni descontento… no, al contrario, todo mundo se ve contento… ¡contentísimo! Y ya comienzan también a aparecer los infaltables juegos mecánicos, de fabricación estadounidense la mayoría, dado que justo es en Estados Unidos en donde se da la imposición de una supuesta recreación basada en el empleo de máquinas que someten al usuario a giros bruscos, deslizamientos de más de 100 kilómetros por hora, sacudidas, rotaciones, traslaciones… de tal manera que, incluso, se debe de contar con una adecuada salud y ciertas condiciones para emplear tales instalaciones, lo que claramente se advierte en los letreros colocados a la entrada de cada uno de esos “divertidos” juegos (por ejemplo, se indica que no deben de padecerse males cardiacos, ni estar recién operados o bajo efecto de drogas o alcohol). Compañías como Arrow Dynamics (EU), Bolliger & Mabillard (EU-Suiza), Bradley and Kaye (EU), Chance Rides (EU), A+Playgrounds (EU), Atomic Themeworks Mfng. Inc. (Canadá), Koala Playgroup (EU), Phunzone (EU), West Coast Netting (EU), Worlds of Wow! (EU), entre otras, fabrican el tipo de juegos mecánicos que pueden hallarse en los parques temáticos de todo el mundo, tales como Six Flags, de la cadena estadounidense con sede en Texas, lugar en donde, en 1961, se creó el primero de sus parques, como competencia a “Disneylandia” que, por aquel entonces, era pionera en ese “revolucionario” concepto de diversión, mezcla de juegos mecánicos y ambientaciones de lugares fantásticos o legendarios, tal y como también se hizo con “Reino Aventura”, en el cual, desde su fundación, se ofrecían “mundos” como el marroquí, el francés, el suizo, el vaquero… y un estereotipado concepto del “mundo de los niños”.

Y es que todo dentro del capitalismo tiende a mercantilizarse, pues cualquier actividad que permita obtener una ganancia será abordada por aquél, especialmente en los críticos tiempos en que estamos viviendo, con recurrentes crisis y recesiones mundiales, como la actual. Así, la llamada industria del ocio ha mercantilizado el empleo del “tiempo libre”, aquél del que la gente dispone cuando no está cumpliendo con ninguna labor, tal como el trabajo o el estudio. En lugar de leer o, como dije, ir de día de campo, jugar, reunirse con familiares o amigos, se le impone, por cuestiones de globalización, manipulación y estandarización social, que comprar diversión, si es que verdaderamente quiere ser “cool”, estar “in” y no “out”. Y para ello existen todas las corporaciones cuya finalidad principal es la del entretenimiento, que además de obtener sus ganancias exclusivamente vendiendo “diversión”, por otro lado, imponen patrones de comportamiento que garanticen estabilidad política y social. Hollywood, con sus taquilleras películas de acción, héroes y aventuras, cadenas televisivas (NBC, CBS, FOX…) con estereotipadas programaciones por cable, las compañías de lujosos cruceros por el mar, la industria de los videojuegos, el muy lucrativo y beligerante pasatiempo del “Gotcha”, que es como “jugar a la guerra” (Ver mi artículo en Internet “Gotcha o de cómo se convirtió a la indeseada guerra en un divertido juego dominical”), los casinos en Las Vegas o los parques temáticos de Walt Disney Inc. (la que también posee estudios cinematográficos y cadenas televisivas, claro) o los de “Six Flags Inc.”, como en el que nos encontramos “divirtiéndonos” en ese preciso instante, además de que, repito, generan fabulosas ganancias (tan sólo Hollywood produce ingresos anuales por alrededor de $35,000 millones de dólares, la industria de los videojuegos logra alrededor de $12,000 millones anuales, los parques temáticos, otro tanto, y así), representan una forma del control ideológico que se ha buscado imponer mediante la “globalización”. Por tanto, la industria del ocio sacará partido de aquellos con dinero excedente como para invertirlo en puro placer y retroalimenta en todo el mundo la idea de que así es como se deben de divertir quienes aspiren a ser “modernos y avanzados”.

Y ahí deambulamos, entre los juegos mecánicos y escenarios de ensueño de Six Flags.

En todos los juegos, además de las advertencias a las que aludo arriba, hay una especie de regla precautoria en cuya parte superior hay tres escalas: una roja, que marca 90 centímetros, por debajo de la cual, ninguna persona, sobre todo niños, con estatura menor a dicha medida puede pasar (pero también seguramente estará la restricción para personas con atrofia corporal, supongo). Una más es amarilla, de entre 90 y 120 centímetros, de acuerdo a la cual, los niños pueden abordar el juego acompañados de un adulto. Por último, una verde, de más de 120 centímetros, la que señala que a partir de esa edad, todo mundo puede acceder, advertido, pues, de las restricciones que señalan los letreros. Los empleados que operan las “sanas” diversiones mecánicas están todos perfectamente uniformados, muy serios casi todos, y repitiendo robóticamente, a cada rato, las medidas que la gente debe de cumplir al subir al juego, como asegurarse o no sacar las manos (lo que de todos modos muchos hacen), lo que no puede cargar (como cámaras de video o fotográficas)… así, todo el tiempo. Un ex empleado, quien nos pidió el anonimato, al que llamaremos Juan, acerca de esas restricciones, no platicó: “Son bastante estrictos los supervisores, debes que tener el uniforme impecable, siempre con el cabello corto, rasurado, siempre promocionando tu producto, si esás vendiendo algo, con tu local presentable y limpio. No puedes hacer absolutamente nada que no sea permanecer en tu puesto parado y aguantando estoicamente, tal cual soldado, esperando mas órdenes de tus supervisores. El charlar con los demás trabajadores no está permitido, tampoco puedes comer ningún refrigerio, a excepción de agua, no puedes distraerte mientras estás en tu sitio, como que leas, escuches música… ni puedes utilizar celulares, ni entrar al parque con dinero o pertenencias valiosas”. Sí, increíble, el ingreso de los trabajadores, según platica Juan, es sin dinero, pues es una carcelaria medida de los administradores para evitar que se queden con el dinero que obtienen por todas aquellas actividades que son “extras” a la entrada general, tales como, por ejemplo, juegos de destreza, como el tiro de dados, de bolas atinándole a un objetivo, el tiro al blanco… y muchos otros, los que cuestan treinta pesos en promedio, pero que en muy corto tiempo, por la momentánea adicción que generan, pueden esos treinta pesos convertirse en 60, 90, 120… ¡mucho más! Y, como dije, para garantizar que los empleados no se queden con nada, es que se les somete a una humillante revisión. “Te revisan al entrar y al salir del área del parque para que no introduzcas o extraigas más efectivo del que debes de reportar al final del día, y te revisan de forma ¡muy minuciosa!, cuidando de que no se les escape nada en absoluto. No, los empleados no se pueden quedar con nada del dinero que se gane en los juegos o establecimientos de alimentos en los que trabajan. Como te dije, entras al área del parque sin dinero propio y sales absolutamente en las mismas. En caso de que te sobre dinero de la cuenta, tienes que reportarlo y tu supervisor se hará cargo” agrega Juan. Así pues, con ese trato de internos de un reclusorio, más que de trabajadores, es suficiente, supongo, para intimidar a los mal pagados empleados, quienes actualmente ganan en promedio $100 pesos por día (unos $7 dólares) por ocho horas diarias, servicio médico, sólo en caso necesario y de vez en cuando, cupones para “gozar”, sus familiares o amigos, del parque. “Sí puedes faltar, pero sólo con previo aviso y no te pagan, aún si justificas tu falta por enfermedad, y tengo entendido que te dan seguro, pero tienes que tramitarlo”, refiere Juan, acerca de los permisos que se dan por cuestiones de salud, así que sí pueden enfermarse los trabajadores, pero dejarán de ganar dinero por estarlo… ¡vaya injusticias! Claro, es entendible que la empresa, con tal de maximizar sus ganancias, trate así a sus empleados, tal y como en una ensambladora de autos, por ejemplo, se someten a fuertes restricciones a sus obreros, con tal de que cumplan eficientemente su jornada. Aquí se fabrican carros, en Six Flags, se “hace diversión”.

Efectivamente, esto más parece una maquiladora en donde el producto principal es la “diversión a raudales”. Los empleados realizan correctamente su trabajo, sin mostrar emoción o gesto alguno (a lo mejor hasta eso les prohíben) ante el griterío que la gente lanza cuando todos, niños y adultos, experimentan la fuertes emociones que les provocan la velocidad, las vueltas, las sacudidas, las rotaciones… a todo lo que los muy sofisticados juegos mecánicos los someten. Pero a decir de mis acompañantes, quienes llegaron a ir cuando el parque era aún “Reino Aventura”, antes la duración era mayor, o los juegos daban dos recorridos. Ahora, simplemente, se demora más en la fila, esperando a subir, que el tiempo que toma sentarse en el carro o vagón del juego, completar el trayecto y salir, entre mareado y estrujado por las sacudidas, la velocidad y las rotaciones. Aunque viendo las veloces subidas, bajadas, involuciones, rotaciones, giros… que más parecen una forma de tortura, que “diversión pura”, considero que en algunos casos, con los dos o tres minutos que toma “divertirse”, basta. Bueno, pero si es cierto que actualmente muchos de los juegos duran muy poco, eso indicaría simplemente las formas en que los administradores buscarían optimizar y eficientizar al máximo sus recursos para obtener la mayor ganancia posible, sobre todo en estos tiempos de recesión económica. Y eso incluye menores tiempos de trabajo de sus máquinas (lo que ahorraría energía eléctrica), cobros mayores, con tal de obtener una ganancia del menor número de personas que entrará a “divertirse” y mayor rigidez con sus empleados, como sigue narrando Juan. “Mira, yo tenía que vender, en el lugar que me asignaran del parque, algodón de azúcar, andaba de aquí para allá, según se necesitara. La mayor parte de las veces me ponían un puesto en un área específica, para permanecer ahí vendiendo el producto durante la mayor parte del día. Y eso era muy desgastante física y mentalmente, porque de lo único que se trataba era de vender y promocionar, sí, la productividad era lo más importante, no importaba cuan cansado el trabajador se encontrara, no, ni siquiera se podía dar el lujo de distraerse un poco para despejar la mente o reponerse físicamente. Yo, como vendedor que estaba a cargo de un puesto móvil, no fijo, carecía de derecho alguno a sentarme, a descansar unos minutos, a pesar de lo largo de tu jornada, no importaba el extenuante sol o cuan agotadas estuvieran tus piernas después de estar parado durante 8 horas seguidas. Mira, ni siquiera te daban un banco para sentarte un rato. Además, cuando no estabas ocupado atendiendo al cliente, los supervisores te exigían que estuvieras durante largos periodos de tiempo en la explanada promocionando el producto, haciendo malabares y maromas para atraer a la gente, aún si no había mas que unas cuantas personas en el área. Te prohibían hablar con tus compañeros vendedores de otros puestos, porque si lo hacías, consideraban que no estabas trabajando y te llamaban la atención. Ni siquiera podías llevar tu ipod o mp3 para, aunque fuera, desabochornarte del excesivo trabajo, porque, pues no atiendes, promocionas o haces algodones con las orejas, ¿no?, entonces, no encontraba razón alguna para que no pudiera escuchar un poco de música mientras atendía a la gente y continuaba con mis actividades.” Este elocuente testimonio de Juan me aclara porque, como comento arriba, casi todos los empleados son tan serios y, digamos, propios. Aunque hay otros, de algunas áreas, como los del acuario, que más bien tendrían otra categoría, como animadores, y por ello es que deben de mostrarse tan alegres y dispuestos a hacer reír a la gente, no tan mecánicos en su actuar (los payasos que mojan a la gente al principio del espectáculo de los delfines y lobos de mar haciendo gracias y volteretas en el acuario, son particularmente, esos sí, divertidos, pero a costa, como señalé, de mojar a varios de los espectadores, lo que pudiera provocar la molestia de algunos). Otro caso es el de las chicas que dan el tour por la llamada “Cabaña del tío Chueco”, singular divertimento construido en pendiente, que simula una casa en donde todo está inclinado y se muestran trucos ópticos en que parecería, por ejemplo, que el agua corre hacia arriba y no hacia abajo. En este sitio también las animadoras aparentan estar contentas con lo que dicen y hacen (muestran los trucos ópticos, recitando un pregón que, supongo, ya está perfectamente aprendido luego de varias veces al día de repetirlo). Sin embargo, la posición que deben de soportar, una inclinación que calculo será de unos sesenta grados (cuesta trabajo permanecer de pie sin sostenerse de algo, pues debido al declive, la gravedad jala bastante al cuerpo), al final de sus actividades, debe de dejarles algunas secuelas, como pies, tobillos y piernas adoloridos, además de la sensación de mareo debido a lo inclinado, que perdura en el visitante aún durante varios minutos de concluido el espectáculo.

Pero a pesar de tales inconvenientes, la diversión y la manera de enganchar a los visitantes con gastos extras a las entradas, deben de continuar. Y la primera de ellas es la casi obligada foto que rapidísimas cámaras digitales toman a los emocionados paseantes cuando están a bordo de los juegos mecánicos, como las montañas rusas u otros parecidos. Las fotos se toman en alguna veloz bajada, así que retratan las caras, entre emocionadas, nerviosas, pasmadas, azoradas, asustadas… los cuerpos tensos, las manos sujetándose fuertemente (aunque hay algunos que, violando las disposiciones, no se sujetan y levantan las manos, siendo esas instantáneas involuntarios testigos de su desacato)… y así por el estilo. Ya cuando los usuarios concluyen su “diversión”, al salir, varios monitores muy estratégicamente colocados, muestran las fotos de todos los que abordaron los receptáculos del juego. Sí, y entonces para adquirir esa décima de segundo de “divertida” temeridad, habrá que desembolsar, según el tamaño de la foto y la cantidad de copias, desde un mínimo de $80 pesos ($5.7 dólares), hasta más de cuatrocientos pesos (casi $30 dólares). Aunque esta vez, a pesar de ser domingo, fuera de que las personas se veían en el monitor que contenía la respectiva foto, pocos fueron los que compraban su instante de fama. Incluso, uno de los supervisores se acercó al lugar y preguntó al empleado, un joven de unos 20 años, que cómo iba la cosa. “Bajón, está bajón esto”, respondió éste, dando a entender que muy pocos estaban comprando sus “divertidas” fotos. La crisis parece pegar hasta a esa instantánea temeridad.

Sin embargo, algo distinto sucede con otros de los divertimentos extras que se ofrecen, como el tiro de bolas en sus distintas versiones (tirar unos dados, encestar una pelota, pegar en un blanco y encestar… y varios más), en donde cada tiro cuesta treinta pesos. Son aquí los niños los más inclinados a intentar esas suertes (como que están diseñados muy atractiva y especialmente para éstos) y fácilmente su tenacidad en pedir (o más bien exigir) a sus padres que les compren tiros, puede llevar a que en muy pocos minutos, cinco, seis o más tiros se paguen, llegando a desembolsar sus progenitores $200 pesos o arriba. Y tiene razón Juan, nuestro ex empleado, al decir que deben de estar los encargados todo el tiempo promocionando el juego y tratando de atraer a mucha gente. Uno, en especial, llama mucho la atención, pues se trata del viejo juego de pegar con un mazo a un cilindro, el cual impulsa un contrapeso que se desliza a lo largo de un poste. Si el golpe es suficientemente fuerte, suena una alarma y el ejecutante del mazaso se gana un muñeco de peluche. Varios lo intentan, pero cuando ven minados sus esfuerzos (el golpe debe de ejecutarse mediante una especial técnica), el empleado hace alardes de su habilidad, más que de su fuerza, y muestra que sí es posible que el contrapeso llegue a la punta del poste y suene la alarma. En una media hora que estuve observando a hombres que trataban de hacerlo, el empleado tuvo que ejecutar unas seis veces el golpe del mazo, lo que me hizo pensar que si no lo hace bien, es decir, con cierta relajación de sus músculos y algo de calentamiento, luego de su turno, también debe de quedar con ciertas secuelas, tales como dolor de brazos, hombros, espalda… pero como dice Juan, todo eso lo deben de hacer forzosamente, con tal de atraer al mayor número de usuarios y disuadirlos a que gasten su dinero.

¿Y a qué horas comen los empleados?, pregunto a Juan. “Tu escoges una hora para comer, puedes llevar tu propia comida o comprarla en el comedor de trabajadores por 30 pesos, según recuerdo, la que incluye sopa, arroz, guisado, postre y tu vaso de agua, pero ese comedor está fuera del área del parque. Sí puedes ir al baño cuando tuvieras la necesidad, pero tienes que encargarle el puesto a alguien, ya sea un compañero o supervisor, en lo que ibas, porque si no, te debes de aguantar”. Así que primero están las necesidades de ganancia de la empresa, antes que las necesidades fisiológicas de los abnegados, sufridos empleados.

Pero en lo que la gente no parece medirse es en el gasto de golosinas, comida chatarra y fast food en puestos y locales diseminados, muy estratégicamente, por todo el parque. Y los precios a los que se ofrecen todos esos “productos alimenticios” son bastante elevados, pues, por ejemplo, una bebida que normalmente en otros lados costaría $4 pesos, como máximo, en el parque cuesta hasta diez pesos. Frituras de poco contenido nutricional, aderezadas con químicos que simulan ser queso o carne (conocidos aquí como “Nachos”), cuestan $45 pesos. Y el colmo son las franquicias de “fast food” que hay allí, como “Burguer King” (¡estadounidense negocio, el complemento ideal para este estadounidense parque!), en donde el precio de sus paquetes es dos o tres veces más caro que fuera del lugar.

Así que entrándole a todo, además de los boletos “VIP” para no tener que hacer fila, una familia de cinco miembros, digamos los padres y tres hijos adolescentes, comprando las atracciones adicionales, las temerarias fotos, adquiriendo golosinas y comiendo allí, comprando souvenirs, pagando por los juegos extras (de hecho hay juegos que requieren un pago adicional), adquiriendo el estacionamiento preferencial… en fin, “gozando de la diversión sin límites que sólo Six Flags puede ofrecer”, podrían fácilmente erogar entre $4000 y $5000 pesos (entre $285 y $357 dólares), o sea, de 40 a 50 días del salario aproximadamente ganado por los empleados de Six Flags, los de los bajos mandos, claro, a los que me he referido en el artículo, obtenido tan difícilmente por ellos.

¿Y te exigen mucho para entrar a trabajar allí?, le pregunto a Juan. “Una solicitud de empleo, dos fotografías tamaño infantil y credencial de elector. No recuerdo que me hayan solicitado alguna otra cosa”, responde. Sería demasiado exigir más para tan bajos salarios que se dan y la rigidez y explotación a la que son sometidos los empleados, casi todos jóvenes de entre 18 y 22 años, según refiere Juan, “aunque los supervisores tenían que ser mayores de 23 años”. Por lo mismo, dice que la movilidad laboral es muy alta, pues muy pocos duran más de un año. “Tres meses después de mi salida, regresé, y había muchos compañeros que ya no estaban y muy pocos que seguían. Y a los 2 años que volví a ir, ya no conocía a nadie de mi área”.

”Aunque conocí a un par de personas que se desvivían con tal de ganar más y ascender a supervisores, no sin haberse dedicado en cuerpo y alma a lo que hacían. Hubo semanas enteras en las que trabajaban 12 horas enteras para obtener $120 en un día, ¡de 9 a 9, imagínate cómo quedaban de cansados!”. Claro, pues como en toda empresa, esas personas fueron presas de la cantaleta de que si se esfuerzan, si “le echan ganas”, pueden ir ascendiendo y quizá, algún día, ser directores o gerentes, clásico discurso que se emplea para disuadirlos a dejarse exprimir aún más, como bien dice Juan.

“Pero nos llevábamos muy bien, a pesar de todo, como que tanta explotación te hace solidarizarte uno con otro”, comenta Juan, acerca de la convivencia que llevaba con sus igualmente explotados compañeros.

Pero, bueno, tanta rigidez ha redundado en que, por fortuna, nunca ha habido un accidente en el lugar (algo positivo en todo esto debe de haber), ni a la gente, ni a los empleados, por lo menos ninguno que Juan recuerde. “Aunque sí te puedo decir que sé de amigos y amistades que han subido ebrios a los juegos, en contra de las indicaciones”. ¡Vaya temeridad etílica!, razono.

Aún con todo y las restricciones, cuenta Juan que de todos modos existía cierta camaradería entre los empleados, se hacían bromas y cosas así. “A nuestra edad no se puede ser tan rígido y propio, y nos las arreglábamos para divertirnos, convivir y bromear entre nosotros siempre que podíamos, cuando los supervisores no estaban cerca, pero siempre de forma sana por supuesto. Aparte, dentro de lo que cabe, nuestro supervisor, en particular, era bastante flexible con nosotros. El problema resultaban ser los demás supervisores, quienes eran en extremo obsesivos y exigentes”. Claro, a fin de cuentas, trabajan en un parque de diversiones, no en una fábrica, y supongo que hay que estar a tono con “la diversión sin límites” que se ofrece.

Llegada la noche, si aún se tienen ánimos para divertirse, puede uno presenciar el show de Batman, en donde una suerte de “stuntmen” hacen acrobacias y suertes que recuerdan las cintas del murcielaguesco personaje (¡vaya, pues no podía faltar tan hollywoodesco complemento para tan globalizada diversión). Y luego viene un colorido, luminoso desfile, de disfrazados y vistosos personajes, con tal de que el público asistente sienta que efectivamente los miles de pesos que gastó resultaron bien desquitados.

¿Pero de verdad no hay forma de que los empleados se queden con algo de dinero?, cuestiono por último a Juan. Se queda pensativo un momento. “Mira, llegué a conocer a compañeros que de una u otra forma lograban sacar el dinero extra de las ventas, por lo regular no pasaba de 100 pesos más, que sobraban de forma misteriosa. Había manera de hacer que los números cuadraran al corte de caja; sobre todo si trabajabas en los algodones. Todo esto, como te dije, a pesar de que te revisaban al entrar y al salir del área del parque muy minuciosamente para que no introdujeras o extrajeras más efectivo del que tenías que reportar al final del día, pero ya sabes lo que dicen: que al final un suicida si realmente quiere morir se suicidará, no importa qué tanto hagas para evitarlo, siempre encontrará una manera de hacerlo”, declara, irónico, sonriente.

Sí, concluyo, quizá sea un desquite ante tantas injusticias cometidas contra ellos en ese globalizado, ideologizante, lucrador parque… ¡o quizá sólo lo hagan por divertirse a raudales también!

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