La desmitificación de Slim

Jorge Buendía

Las declaraciones de Carlos Slim en el Senado significan un momento clave en las relaciones del empresario, pero también del empresariado, con el Estado y la sociedad mexicana.

En primer lugar, hay que destacar el contexto de la declaración. Después de la andanada de descalificaciones presidenciales hacia quienes auguran un sombrío futuro para el país, los llamados “catastrofistas”, Slim no tuvo empacho en plantear un escenario todavía más negro. Slim, de manera calculada, decidió sumarse a las filas del catastrofismo sin importarle la admonición presidencial. Puesto a escoger entre la visión del presidente Calderón y la de sus críticos, se sumó a la de estos últimos. Naturalmente que pudo haber evadido el tema pero prefirió no hacerlo. Por ello, su participación en el Senado fue principalmente una intervención política.

Segundo, la gran cantidad de críticas que Slim ha recibido por su discurso marca el inicio de una nueva etapa: la desmitificación del ingeniero Slim. Por temor, interés o simpatía, la realidad es que la crítica a Carlos Slim, salvo algunas excepciones, había estado fuera de la agenda mediática nacional. Los cuestionamientos a Slim, por parte de autoridades, periodistas y académicos, han sido frontales e incisivos. Lo que antes se decía en privado, ahora se dice abiertamente y frente al micrófono. La pregunta es si la crítica continuará o sólo fue motivada por la coyuntura.

Tercero, muchas de las críticas al ingeniero Slim tienen como trasfondo lo que se considera ausencia de responsabilidad social. Ante una de las crisis más graves que ha enfrentado el país, Slim eligió hablar como ciudadano y no como el hombre más rico de México y del mundo. Cuando el público esperaba propuestas y recomendaciones para enfrentar el momento actual, el invitado estrella decidió compartir sus preocupaciones y temores. El discurso no estuvo a la altura de las expectativas.

En todo esto puede haber algo muy positivo: la sociedad mexicana, o en su defecto la comentocracia, ha medido al ingeniero Slim con una vara diferente a la que venía utilizando. Lo fundamental ahora es que la misma vara se aplique a los grandes líderes económicos del país y no sólo a su exponente más visible. A todos nos conviene un empresariado con un fuerte compromiso social.

LAS TELEVISORAS Y EL IFE

En el mundo actual, televisión e información es sinónimo. Si la Reforma Electoral intentó limitar o nulificar la influencia de las televisoras durante el proceso electoral, éstas han mostrado que la tarea es prácticamente imposible. En última instancia, más allá de la opinión personal que se tenga sobre Televisa o TV Azteca, uno debe preguntarse quién debe tener voz y participación en las campañas. El espíritu de la nueva legislación es que los partidos y sus candidatos tengan el monopolio de las actividades electorales. En otras palabras, ellos son los actores autorizados para participar y a los votantes sólo nos corresponde la última palabra.

Es una obviedad señalar que en un régimen democrático, la sociedad debe participar. Nos guste o no, la sociedad está compuesta por grupos de interés, por empresas privadas, por sindicatos y también por las iglesias. Lo que hoy estamos viviendo es consecuencia de una lamentable legislación. Las actividades electorales de los grupos de poder hay que regularlas y exponerlas de manera transparente. Es imposible prohibirlas. Sólo los enamorados de un poder estatal omnímodo, que únicamente existe en su imaginación, pueden abogar por el monopolio de los partidos políticos. Como si hiciera falta un monopolio estatal más.

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