John Saxe-Fernández
“Imperialización” y no “globalización” es la categoría adecuada para explicar lo que ocurre en la economía y la política del país. La privatización y extranjerización sigilosa e inconstitucional de Pemex-CFE y la apertura total a la producción subsidiada de maíz, frijol, caña de azúcar y leche en polvo de EU, al entrar en vigor el capítulo agropecuario del TLCAN en 2008, son ejemplos de un fenómeno de larga data, cuya intensidad y ritmo se acelera. Es, además, un “diseño demográfico” que expulsa anualmente a 600 mil connacionales, centrado en una guerra de clase desplegada en nombre de la tasa de ganancias desde el Banco Mundial (BM), el FMI y el BID, con las desleales complicidades empresarial-gubernamentales de acá. Pero no es un proceso lineal: la imperialización sucede bajo una dinámica compleja con una atroz ruina de la economía popular y de la clase media, que incluye una “geopolítica del desalojo”, en medio de agudas contradicciones y, paradójicamente, de una “crisis oligárquico-imperial” con fuertes impactos constitucionales y en los equilibrios cívico-militares.
La historia del país muestra que desregulación bancaria, aperturismo comercial, especulación financiera, explotación de la fuerza de trabajo y depredación de los recursos naturales desembocaron en ciclos de guerra civil que cobraron poco más de un millón de vidas. El subdesarrollo, el desempleo y la polarización, lejos de aminorar, se acrecientan con el TLC, gestado bajo impulso, préstamos y recetas del BM-FMI y del BID, parte de un “bilateralismo intensivo” que ahora Bush, con el aval de Calderón, amplía a la “seguridad nacional”, el derecho penal y el Poder Judicial.
El proceso, con nombres y apellidos, emana de una red de complicidades, intereses y transas de clase acentuadas desde la crisis de 1982 y del sometimiento neoliberal a las ambiciones y lucros del capital monopolista de dentro y de fuera, consignados en Forbes y en el portafolio de negocios de Pemex. Ello con su cauda de despidos –cientos de miles de ferrocarrileros, trabajadores y técnicos de Pemex-CFE, “desalojados” de sus puestos de trabajo– y del desarme de los contratos colectivos.
El “modelo”, lejos de conducirnos al primer mundo, como proclamaban tecnocracia e intelectuales “anexos”, ahogó al país y su vital sector agropecuario en más desempleo, sometimiento y subdesarrollo, “expulsando” a millones, en su mayoría hombres entre los 15 y 45 años, forzados a migrar. El BM, promotor de la apertura, reconoce que el campo expelió a un cuarto de su población en 10 años. En EU ya residen 29 millones de mexicanos, 19 millones de ellos nacidos allá.
La “geopolítica del “desalojo”, que envía al norte a millares de personas para que se desempeñen como nannies, cocineros, domésticas, jardineros, recolectores de basura, etcétera, se intensificará 10 por ciento en 2008, dejando en el camino miles de “indocumentados”, perseguidos, rechazados, muertos o ingresados en campos de detención. Lo que es acompañado de un asimétrico flujo migratorio “de norte a sur”, como detectó Mike Davis (TomDispatch.com 12/10/07), compuesto de masas de estadunidenses que ingresan a México “para gozar de retiros gloriosos de bajo presupuesto y de segundos hogares comprables en México”. Según Davis, el número de “gringos” que viven en México creció con el TLCAN “de 200 mil a un millón (una cuarta parte de todos los expatriados de EU)”. Y con más de 70 millones de ellos “aguardando expectantes su retiro dentro de las próximas dos décadas, los expertos predicen una marejada de inmigración barata buscando climas cálidos… La demanda de tierra está subiendo el valor de la propiedad en detrimento de los habitantes locales, que junto a sus niños terminan viviendo en tugurios o simplemente se ven forzados a emigrar al norte, mostrando el lado de la medalla del aumento de la invasión”.
Debe concitar atención el magno desalojo de mexicanos de su espacio nacional y la mencionada “invasión” (silenciosa), como otro motivo de fondo de la política económica, demográfica y de seguridad de EU, impulsada desde Los Pinos y Hacienda. Las consecuencias geopolíticas, perceptibles en Baja California, son extensivas a todo México. No es algo nuevo, como apreciará quien recuerde el papel de los “colonos” en la anexión de Texas a EU: Davis advierte que la generación de baby-boomers (nacidos entre 1946 y 1964) no está sólo preparando “un retiro eventual”, sino que “está especulando cada vez más en propiedades y condominios mexicanos llevándose sus tiendas tipo Hooters, Burger King y Starbucks”. Si no es frenado, este asimétrico dinamismo “migratorio”, de ida y vuelta, “probablemente produzca una marginalización social intolerable y la devastación ecológica”.
Ya docenas de grupos campesinos, de trabajadores y derechos humanos y los comercializadores agrícolas (La Jornada, 31/12/07, p. 7) advierten que este esquema provocará “una catástrofe económica y social para la mayoría de los productores, inseguridad alimentaria y vulnerabilidad para la seguridad y gobernabilidad” del país.
Texto del 3 de enero de 2008
“Imperialización” y no “globalización” es la categoría adecuada para explicar lo que ocurre en la economía y la política del país. La privatización y extranjerización sigilosa e inconstitucional de Pemex-CFE y la apertura total a la producción subsidiada de maíz, frijol, caña de azúcar y leche en polvo de EU, al entrar en vigor el capítulo agropecuario del TLCAN en 2008, son ejemplos de un fenómeno de larga data, cuya intensidad y ritmo se acelera. Es, además, un “diseño demográfico” que expulsa anualmente a 600 mil connacionales, centrado en una guerra de clase desplegada en nombre de la tasa de ganancias desde el Banco Mundial (BM), el FMI y el BID, con las desleales complicidades empresarial-gubernamentales de acá. Pero no es un proceso lineal: la imperialización sucede bajo una dinámica compleja con una atroz ruina de la economía popular y de la clase media, que incluye una “geopolítica del desalojo”, en medio de agudas contradicciones y, paradójicamente, de una “crisis oligárquico-imperial” con fuertes impactos constitucionales y en los equilibrios cívico-militares.
La historia del país muestra que desregulación bancaria, aperturismo comercial, especulación financiera, explotación de la fuerza de trabajo y depredación de los recursos naturales desembocaron en ciclos de guerra civil que cobraron poco más de un millón de vidas. El subdesarrollo, el desempleo y la polarización, lejos de aminorar, se acrecientan con el TLC, gestado bajo impulso, préstamos y recetas del BM-FMI y del BID, parte de un “bilateralismo intensivo” que ahora Bush, con el aval de Calderón, amplía a la “seguridad nacional”, el derecho penal y el Poder Judicial.
El proceso, con nombres y apellidos, emana de una red de complicidades, intereses y transas de clase acentuadas desde la crisis de 1982 y del sometimiento neoliberal a las ambiciones y lucros del capital monopolista de dentro y de fuera, consignados en Forbes y en el portafolio de negocios de Pemex. Ello con su cauda de despidos –cientos de miles de ferrocarrileros, trabajadores y técnicos de Pemex-CFE, “desalojados” de sus puestos de trabajo– y del desarme de los contratos colectivos.
El “modelo”, lejos de conducirnos al primer mundo, como proclamaban tecnocracia e intelectuales “anexos”, ahogó al país y su vital sector agropecuario en más desempleo, sometimiento y subdesarrollo, “expulsando” a millones, en su mayoría hombres entre los 15 y 45 años, forzados a migrar. El BM, promotor de la apertura, reconoce que el campo expelió a un cuarto de su población en 10 años. En EU ya residen 29 millones de mexicanos, 19 millones de ellos nacidos allá.
La “geopolítica del “desalojo”, que envía al norte a millares de personas para que se desempeñen como nannies, cocineros, domésticas, jardineros, recolectores de basura, etcétera, se intensificará 10 por ciento en 2008, dejando en el camino miles de “indocumentados”, perseguidos, rechazados, muertos o ingresados en campos de detención. Lo que es acompañado de un asimétrico flujo migratorio “de norte a sur”, como detectó Mike Davis (TomDispatch.com 12/10/07), compuesto de masas de estadunidenses que ingresan a México “para gozar de retiros gloriosos de bajo presupuesto y de segundos hogares comprables en México”. Según Davis, el número de “gringos” que viven en México creció con el TLCAN “de 200 mil a un millón (una cuarta parte de todos los expatriados de EU)”. Y con más de 70 millones de ellos “aguardando expectantes su retiro dentro de las próximas dos décadas, los expertos predicen una marejada de inmigración barata buscando climas cálidos… La demanda de tierra está subiendo el valor de la propiedad en detrimento de los habitantes locales, que junto a sus niños terminan viviendo en tugurios o simplemente se ven forzados a emigrar al norte, mostrando el lado de la medalla del aumento de la invasión”.
Debe concitar atención el magno desalojo de mexicanos de su espacio nacional y la mencionada “invasión” (silenciosa), como otro motivo de fondo de la política económica, demográfica y de seguridad de EU, impulsada desde Los Pinos y Hacienda. Las consecuencias geopolíticas, perceptibles en Baja California, son extensivas a todo México. No es algo nuevo, como apreciará quien recuerde el papel de los “colonos” en la anexión de Texas a EU: Davis advierte que la generación de baby-boomers (nacidos entre 1946 y 1964) no está sólo preparando “un retiro eventual”, sino que “está especulando cada vez más en propiedades y condominios mexicanos llevándose sus tiendas tipo Hooters, Burger King y Starbucks”. Si no es frenado, este asimétrico dinamismo “migratorio”, de ida y vuelta, “probablemente produzca una marginalización social intolerable y la devastación ecológica”.
Ya docenas de grupos campesinos, de trabajadores y derechos humanos y los comercializadores agrícolas (La Jornada, 31/12/07, p. 7) advierten que este esquema provocará “una catástrofe económica y social para la mayoría de los productores, inseguridad alimentaria y vulnerabilidad para la seguridad y gobernabilidad” del país.
Texto del 3 de enero de 2008
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