Debo confesar que, al llegar a Estados Unidos, “se me cayó algo.”
Sí, emigrar a otro país tiene sus costos. Cuesta esfuerzo, cuesta dinero (y a veces mucho, aunque le cuenten otra cosa). Cuesta traumas personales al alejarse de la familia, de los amigos, de todo lo que uno conocía.
Implica ir a lo desconocido, a sufrir. A batallar. Todo en busca de algo mejor.
Lo que nunca me dijeron es que, dentro de ese precio, iba también mi título profesional.
Porque cuando uno llega aquí, lo primero que se nos cae son nuestros apreciados títulos de “Doctor,” “Ingeniero,” “Arquitecto” o el supertaquillero “Licenciado.”
Yo estudié la carrera de Ciencias de la Comunicación. Generación 1985-1989, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Campus Tampico (pa’que se den un “quemón”). Me titulé en 1990. De inmediato, el título fue enmarcado y puesto en lugar visible de mi casa. Cual debe ser.
Cuando llegué a Estados Unidos, lo primero que hice fue sacar ese pergamino (por cierto, hecho de piel de cochino, con texto escrito a mano y mi foto) y usarlo de escudo ante cualquiera que se me pusiera delante. O sea: “Yo soy LICENCIADO. Mi trabajo me costó. Respete, no somos iguales.”
¿La primera reacción? Simplemente lo pusieron a un lado y me dijeron: “Enséñame qué es lo que sabes hacer, no lo que estudiaste”.
Oh, decepción...
Luego me di cuenta de que no era el único. Aquí no vale que uno sea Don Cacahuate Tercero, Conde de Tal o Cual, Maestro Honoris Causa por la Universidad de Conchinchina. A los gringos los títulos les vienen muy “wilson”. Acá no hay “Licenciados.” Nadie lo es. Tampoco “ingeniero” “o arquitecto.” Es decir, esas palabras las consideran profesiones, oficios. Nunca títulos nobiliarios. (La única excepción son los médicos, quienes son siempre Doctores).
Así que el “Licenciado” Zapata se convirtió en... Mr. Zapata (Mister Zapata). Un título compartido por otros 150 millones de personas que viven en Estados Unidos. (Y a quienes, seguramente, su trabajo NO “les costó”.)
Debo admitir que la metamorfosis me tuvo sin cuidado. Mientras viví en México, nunca usé el título (aunque mi trabajo SÍ me costó). O bueno, sí lo usé una vez, para salir de un problema que tuve con un “tamarindo” que me quería infraccionar sin motivo. Sólo mis alegatos y mi insistencia en ser LICENCIADO me salvaron de la consabida mordida.
Pero en Estados Unidos esto les vale sorbete. Uno es SEÑOR o SEÑORA, punto. No Licenciados o Ingenieros, aunque se hayan titulado con honores.
Vaya, si hasta las muchachas valoran más el título de MISS (Señorita) aun cuando sean Doctoras en Física Nuclear. Quizá porque lo de doctoras siempre lo van a ser y lo de señoritas... bueno. El caso es que es más apreciable.
(Tanto, que muchas mantienen el título de MISS muuuuuuucho después de que verdaderamente lo merezcan. Pero esa es otra historia).
Peor aún: uno descubre que al llegar, nuestros apreciados títulos universitarios no son considerados “avanzados” en este país. Uno, de licenciado (con estudios de cuatro años en una universidad) apenas si alcanza el grado de BACHILLER (Bachelor’s) en Estados Unidos. De hecho, cualquier universitario con 4 ó 5 años de estudio apenas se considera un UNDERGRADUATE (Sub-Graduado).
¿Abogados? Esos tienen que estudiar cuatro años la universidad, sacar la licenciatura (Bachelor’s), y DESPUÉS estudiar otros tres o cuatro años en un Colegio de Leyes antes de salir con el título de abogados y presentar un examen que John Kennedy Jr tronó tres veces antes de pasar.
Para los médicos la cosa es peor: Requiere además de los cuatro años de Bachelor’s, el postgrado e internado. O sea, hasta 10 ó 12 años de estudios universitarios.
(Los tiempos varían por escuela y depende de cada estudiante—si tiene el tiempo y el dinero para terminar todo de golpe o por partes—, pero más o menos así va la cosa).
O sea, para ser abogado o médico en EU, uno debe tener estudios de postgrado, antes de ser aceptado en este selecto grupo de profesionistas. Cuatro años de universidad no son nada.
Pero a pesar de que una persona concluya todos sus estudios universitarios, y se gradúe de cualquier carrera, estas eminencias seguirán siendo llamados Mr. (Señor) o Mrs. (Señora). Así son de parcos y directos los anglosajones.
Los mexicanos (y latinos en general) sufrimos un shock al lidiar con esta costumbre. Tenemos una fijación cultural o histórica con los títulos, quizá por la tradición española de los hidalgos. No importa cómo, pero toda familia que se precie debe tener un Licenciado, un Ingeniero o un Doctor entre sus filas.
Y vemos que cada año egresan miles y miles de profesionistas sin chamba. No sólo en México, sino en toda Latinoamérica.
Algunos se meten a trabajar de lo que haya: Taxistas, taqueros, empleados... Pero eso sí, el título no se lo bajan ni a patadas. “Mi trabajo me costó”.
En otros países la cosa es peor: Un uruguayo me contó historias patéticas de universitarios argentinos que se negaban rotundamente a limpiar pisos o cortar hierbas. Acababan de llegar a Estados Unidos, sin hablar inglés, sin conocer a nadie, sin tener trabajo ni dinero. Ah, pero eso sí, ellos DEBÍAN encontrar un empleo “acorde con su título”.
“Imagínate vos, muchos preferían regresarse a Argentina, antes que limpiar baños. Y en aquél entonces la gente en Argentina se estaba casi muriendo de hambre”, me contaba el uruguayo entre carcajadas.
El título era algo importante para estas personas. El prestigio, la dignidad. Antes que nada.
“¿Y usted a qué se dedicaba antes de venir aquí?”, le pregunté al uruguayo.
“Yo fui militar, estoy jubilado”, respondió. “Y cuando llegué aquí vine a hacer de todo. No importa que allá fuera coronel o general, aquí no puedo esperar que me hagan caravanas por eso”.
Pero la obsesión latinoamericana por los títulos está más firme que nunca, al parecer.
Han habido casos que, de no resultar patéticos, serían graciosos: padres que privan a toda la familia por graduar a su hijo con un título universitario. Aunque el muchacho acabe chambeando de algo totalmente distinto.
Algunos tendrán suerte y ejercerán sus carreras, aunque con bajos salarios. Otros ni eso.
A veces checo la sección de empleos en los periódicos locales de Dallas, en inglés.
¿Qué se ofrece? ¿Qué trabajos están disponibles en Estados Unidos, el país más rico del planeta?
Muchos, claro. Hay bastantes empresas a las que les urgen empleados a pesar de la recesión.
Pero casi ninguna busca licenciados ni médicos.
No, la mayoría de las empresas buscan técnicos. Científicos, ingenieros, quizá. Pero no porque sus títulos suenen bonito, sino porque son las carreras más necesitadas por la industria. No solo en Estados-Unidos, sino en el mundo.
Sobre todo los técnicos: Donde quiera se necesitan personas que sepan manejar maquinaria, equipo especializado. O que los compongan. Gente que maneje computadoras, que las programe, que las arregle.
Les urgen personas que sepan hacer programas, software. Que sepan matemáticas, física, química. No necesariamente al nivel de licenciado.
Aclaremos: No estamos diciendo que es mejor ser técnico que profesional. Entre uno estudie más, se prepare más, mejor. Aumentarán sus posibilidades de sobrevivir en un mundo más competido.
Pero tampoco hay que hacer el feo a las carreras técnicas. Son una herramienta que puede sacar de pobres a muchas familias, aunque sus egresados no tengan títulos tan rimbombantes con los “Lics”, “Cepes” o “LAEs.”
Muchos empleados han alcanzado niveles de vida decentes y estables gracias a estos “trabajitos” de obreros o técnicos. Quizá nunca tengan el “caché” (real o inventado) que implica ser universitario. Pero vivirán tranquilos, tendrán dinero en su bolsa para el gasto y no pasarán desempleo.
En el futuro, seguramente, estos empleos van a aumentar en demanda, no sólo en México y Estados Unidos, sino en países como China. La gente que sepa de matemáticas, de física, de computadoras, de maquinaria, será muy apreciada.
Lo contrario para nosotros, los “humanistas”: Desdichadamente para los que estudiamos “licenciaturas”, nuestros conocimientos son muy ofertados y poco demandados.
Pero lo más triste es que no todas las familias reconocen el valor de un técnico. Y se aferran en tener un licenciado a como dé lugar.
“Yo llegué aquí con mi título de dentista de México”, contaba una destacada odontóloga mexicana viviendo en Dallas. “Me dolió ver que aquí no me lo valían, tuve que comenzar a estudiar la misma carrera de nuevo en Estados Unidos. Y me sorprendí de lo diferente que es la manera de trabajar, de la manera de enseñar y practicar. Me benefició”.
No todos pueden lograr estudiar dos carreras, claro. Sobre todo con los precios de las colegiaturas en Estados Unidos, por las nubes. Pero como esta persona, cada vez más inmigrantes nos damos cuenta de que primero necesitamos aprender, mostrar lo que podemos hacer. Y hasta después, podemos exigir que nos respeten. A nadie le cae bien una persona que exija ser respetada basado únicamente en un pomposo título.
A los gringos, no. Muchísimo menos a los “paisanos” que se han partido la espalda trabajando años acá para lograr lo que tienen hoy.
Como dice Marcos, cuando le endilgo el título de “Jefe”: “A mí bájame el cargo y súbeme el sueldo”.
© La Crónica | CÉSAR FERNANDO ZAPATA |
Sí, emigrar a otro país tiene sus costos. Cuesta esfuerzo, cuesta dinero (y a veces mucho, aunque le cuenten otra cosa). Cuesta traumas personales al alejarse de la familia, de los amigos, de todo lo que uno conocía.
Implica ir a lo desconocido, a sufrir. A batallar. Todo en busca de algo mejor.
Lo que nunca me dijeron es que, dentro de ese precio, iba también mi título profesional.
Porque cuando uno llega aquí, lo primero que se nos cae son nuestros apreciados títulos de “Doctor,” “Ingeniero,” “Arquitecto” o el supertaquillero “Licenciado.”
Yo estudié la carrera de Ciencias de la Comunicación. Generación 1985-1989, Universidad Autónoma de Tamaulipas, Campus Tampico (pa’que se den un “quemón”). Me titulé en 1990. De inmediato, el título fue enmarcado y puesto en lugar visible de mi casa. Cual debe ser.
Cuando llegué a Estados Unidos, lo primero que hice fue sacar ese pergamino (por cierto, hecho de piel de cochino, con texto escrito a mano y mi foto) y usarlo de escudo ante cualquiera que se me pusiera delante. O sea: “Yo soy LICENCIADO. Mi trabajo me costó. Respete, no somos iguales.”
¿La primera reacción? Simplemente lo pusieron a un lado y me dijeron: “Enséñame qué es lo que sabes hacer, no lo que estudiaste”.
Oh, decepción...
Luego me di cuenta de que no era el único. Aquí no vale que uno sea Don Cacahuate Tercero, Conde de Tal o Cual, Maestro Honoris Causa por la Universidad de Conchinchina. A los gringos los títulos les vienen muy “wilson”. Acá no hay “Licenciados.” Nadie lo es. Tampoco “ingeniero” “o arquitecto.” Es decir, esas palabras las consideran profesiones, oficios. Nunca títulos nobiliarios. (La única excepción son los médicos, quienes son siempre Doctores).
Así que el “Licenciado” Zapata se convirtió en... Mr. Zapata (Mister Zapata). Un título compartido por otros 150 millones de personas que viven en Estados Unidos. (Y a quienes, seguramente, su trabajo NO “les costó”.)
Debo admitir que la metamorfosis me tuvo sin cuidado. Mientras viví en México, nunca usé el título (aunque mi trabajo SÍ me costó). O bueno, sí lo usé una vez, para salir de un problema que tuve con un “tamarindo” que me quería infraccionar sin motivo. Sólo mis alegatos y mi insistencia en ser LICENCIADO me salvaron de la consabida mordida.
Pero en Estados Unidos esto les vale sorbete. Uno es SEÑOR o SEÑORA, punto. No Licenciados o Ingenieros, aunque se hayan titulado con honores.
Vaya, si hasta las muchachas valoran más el título de MISS (Señorita) aun cuando sean Doctoras en Física Nuclear. Quizá porque lo de doctoras siempre lo van a ser y lo de señoritas... bueno. El caso es que es más apreciable.
(Tanto, que muchas mantienen el título de MISS muuuuuuucho después de que verdaderamente lo merezcan. Pero esa es otra historia).
Peor aún: uno descubre que al llegar, nuestros apreciados títulos universitarios no son considerados “avanzados” en este país. Uno, de licenciado (con estudios de cuatro años en una universidad) apenas si alcanza el grado de BACHILLER (Bachelor’s) en Estados Unidos. De hecho, cualquier universitario con 4 ó 5 años de estudio apenas se considera un UNDERGRADUATE (Sub-Graduado).
¿Abogados? Esos tienen que estudiar cuatro años la universidad, sacar la licenciatura (Bachelor’s), y DESPUÉS estudiar otros tres o cuatro años en un Colegio de Leyes antes de salir con el título de abogados y presentar un examen que John Kennedy Jr tronó tres veces antes de pasar.
Para los médicos la cosa es peor: Requiere además de los cuatro años de Bachelor’s, el postgrado e internado. O sea, hasta 10 ó 12 años de estudios universitarios.
(Los tiempos varían por escuela y depende de cada estudiante—si tiene el tiempo y el dinero para terminar todo de golpe o por partes—, pero más o menos así va la cosa).
O sea, para ser abogado o médico en EU, uno debe tener estudios de postgrado, antes de ser aceptado en este selecto grupo de profesionistas. Cuatro años de universidad no son nada.
Pero a pesar de que una persona concluya todos sus estudios universitarios, y se gradúe de cualquier carrera, estas eminencias seguirán siendo llamados Mr. (Señor) o Mrs. (Señora). Así son de parcos y directos los anglosajones.
Los mexicanos (y latinos en general) sufrimos un shock al lidiar con esta costumbre. Tenemos una fijación cultural o histórica con los títulos, quizá por la tradición española de los hidalgos. No importa cómo, pero toda familia que se precie debe tener un Licenciado, un Ingeniero o un Doctor entre sus filas.
Y vemos que cada año egresan miles y miles de profesionistas sin chamba. No sólo en México, sino en toda Latinoamérica.
Algunos se meten a trabajar de lo que haya: Taxistas, taqueros, empleados... Pero eso sí, el título no se lo bajan ni a patadas. “Mi trabajo me costó”.
En otros países la cosa es peor: Un uruguayo me contó historias patéticas de universitarios argentinos que se negaban rotundamente a limpiar pisos o cortar hierbas. Acababan de llegar a Estados Unidos, sin hablar inglés, sin conocer a nadie, sin tener trabajo ni dinero. Ah, pero eso sí, ellos DEBÍAN encontrar un empleo “acorde con su título”.
“Imagínate vos, muchos preferían regresarse a Argentina, antes que limpiar baños. Y en aquél entonces la gente en Argentina se estaba casi muriendo de hambre”, me contaba el uruguayo entre carcajadas.
El título era algo importante para estas personas. El prestigio, la dignidad. Antes que nada.
“¿Y usted a qué se dedicaba antes de venir aquí?”, le pregunté al uruguayo.
“Yo fui militar, estoy jubilado”, respondió. “Y cuando llegué aquí vine a hacer de todo. No importa que allá fuera coronel o general, aquí no puedo esperar que me hagan caravanas por eso”.
Pero la obsesión latinoamericana por los títulos está más firme que nunca, al parecer.
Han habido casos que, de no resultar patéticos, serían graciosos: padres que privan a toda la familia por graduar a su hijo con un título universitario. Aunque el muchacho acabe chambeando de algo totalmente distinto.
Algunos tendrán suerte y ejercerán sus carreras, aunque con bajos salarios. Otros ni eso.
A veces checo la sección de empleos en los periódicos locales de Dallas, en inglés.
¿Qué se ofrece? ¿Qué trabajos están disponibles en Estados Unidos, el país más rico del planeta?
Muchos, claro. Hay bastantes empresas a las que les urgen empleados a pesar de la recesión.
Pero casi ninguna busca licenciados ni médicos.
No, la mayoría de las empresas buscan técnicos. Científicos, ingenieros, quizá. Pero no porque sus títulos suenen bonito, sino porque son las carreras más necesitadas por la industria. No solo en Estados-Unidos, sino en el mundo.
Sobre todo los técnicos: Donde quiera se necesitan personas que sepan manejar maquinaria, equipo especializado. O que los compongan. Gente que maneje computadoras, que las programe, que las arregle.
Les urgen personas que sepan hacer programas, software. Que sepan matemáticas, física, química. No necesariamente al nivel de licenciado.
Aclaremos: No estamos diciendo que es mejor ser técnico que profesional. Entre uno estudie más, se prepare más, mejor. Aumentarán sus posibilidades de sobrevivir en un mundo más competido.
Pero tampoco hay que hacer el feo a las carreras técnicas. Son una herramienta que puede sacar de pobres a muchas familias, aunque sus egresados no tengan títulos tan rimbombantes con los “Lics”, “Cepes” o “LAEs.”
Muchos empleados han alcanzado niveles de vida decentes y estables gracias a estos “trabajitos” de obreros o técnicos. Quizá nunca tengan el “caché” (real o inventado) que implica ser universitario. Pero vivirán tranquilos, tendrán dinero en su bolsa para el gasto y no pasarán desempleo.
En el futuro, seguramente, estos empleos van a aumentar en demanda, no sólo en México y Estados Unidos, sino en países como China. La gente que sepa de matemáticas, de física, de computadoras, de maquinaria, será muy apreciada.
Lo contrario para nosotros, los “humanistas”: Desdichadamente para los que estudiamos “licenciaturas”, nuestros conocimientos son muy ofertados y poco demandados.
Pero lo más triste es que no todas las familias reconocen el valor de un técnico. Y se aferran en tener un licenciado a como dé lugar.
“Yo llegué aquí con mi título de dentista de México”, contaba una destacada odontóloga mexicana viviendo en Dallas. “Me dolió ver que aquí no me lo valían, tuve que comenzar a estudiar la misma carrera de nuevo en Estados Unidos. Y me sorprendí de lo diferente que es la manera de trabajar, de la manera de enseñar y practicar. Me benefició”.
No todos pueden lograr estudiar dos carreras, claro. Sobre todo con los precios de las colegiaturas en Estados Unidos, por las nubes. Pero como esta persona, cada vez más inmigrantes nos damos cuenta de que primero necesitamos aprender, mostrar lo que podemos hacer. Y hasta después, podemos exigir que nos respeten. A nadie le cae bien una persona que exija ser respetada basado únicamente en un pomposo título.
A los gringos, no. Muchísimo menos a los “paisanos” que se han partido la espalda trabajando años acá para lograr lo que tienen hoy.
Como dice Marcos, cuando le endilgo el título de “Jefe”: “A mí bájame el cargo y súbeme el sueldo”.
© La Crónica | CÉSAR FERNANDO ZAPATA |
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