Miguel Ángel Granados Chapa
Si alguna vez tuvo sentido, la fórmula convencional para desear "¡feliz y próspero año nuevo" lo ha perdido por completo en esta oportunidad, porque raras veces fueron tan claros los signos de que para la mayor parte de las personas el ciclo que se inicia no vendrá acompañado de los elementos que hacen felices a las personas y les proveen bienestar creciente. Si bien nos va, tendrán que vivir con modestia los que podían hacerlo con cierta holgura, y se volverán menesterosos quienes mal que bien colmaban sus necesidades básicas. Claro que seguirá habiendo un millón o dos de personas a los que ninguna crisis afecta porque poseen patrimonios resistentes y suelen ser dueños de habilidades que les permiten obtener provecho de situaciones adversas para la mayoría. Pero casi todas las capas de la sociedad resentirán los crecientes efectos perniciosos de una crisis que no es como las que ha padecido México de modo casi rítmico, cíclico, sino que por su extensión universal genera consecuencias difícilmente eludibles.
No es de buen gusto predecir males, y no le cuadra hacerlo a un espíritu generalmente optimista como el de quien firma estas líneas. Pero es imposible sustraerse a la realidad, cuyas líneas principales quedaron ya trazadas en el año que acaba de expirar. No nos caerán infortunios por sorpresa, sino que ocurrirá lo previsible, que es previsible porque está en curso. La economía entrará en una espiral perversa en que efectos nocivos generan nuevos efectos nocivos. El consumo decaerá porque los desempleados no tienen poder adquisitivo y su número aumenta a tal punto que aun las autoridades encargadas de la estadística laboral, generalmente prestas a disfrazar y aun ocultar las cifras verdaderas, han tenido que reconocer una tasa de desempleo mayor que nunca. Crecerá la morosidad de los tarjetahabientes, castigados por altas tasas de interés impagables, y los bancos tendrán que restringir el crédito para no quedar al descubierto.
Menores flujos de dinero inciden a su vez en achicamiento de la economía, como empezará a verse de inmediato en el mercado de vehículos automotores, en que acaso quede lugar sólo para el consumo conspicuo, el de las enormes camionetas blindadas o que lo parecen. Por añadidura, el jueves pasado quedó abierta la frontera para automóviles y camiones usados procedentes de Estados Unidos, que abatirá los precios en ese mercado, en beneficio de los compradores que, a la larga, pagarán costos mayores, directamente por el mantenimiento oneroso e indirectamente por el daño social que las gangas automotrices generarán al alterar el medio ambiente a causa de su tecnología obsoleta.
La crisis económica incluirá la creciente salida de capitales, mexicanos o extranjeros, y la disminución de los ingresos principales de nuestro país, pues se abatirá el turismo, los precios del petróleo se mantendrán en los bajos niveles a que tendieron en los últimos meses de 2008, y dejarán de crecer las remesas de quienes trabajan en Estados Unidos a causa de la propia recesión estadunidense que los planes audaces y al mismo tiempo prudentes del nuevo presidente de ese país apenas podrán revertir en el plazo inmediato.
Las dificultades materiales de la gente en general acrecentarán la inseguridad, que encuentra en la pobreza un conveniente caldo de cultivo. Jóvenes imposibilitados para incorporarse al mercado laboral, cuenten con calificación o sin ella, tendrán a la mano la terrible tentación de engrosar la peor expresión de la economía informal, el narcomenudeo, una actividad que tiene clientela creciente y ofrece gratificaciones prontas y gordas. Es verdad que también está plagada de riesgos, como el de la muerte violenta causada por choques entre grupos rivales o por ajuste de cuentas. Pero el peligro de ser detenido y encarcelado no inhibirá a ningún muchacho de nuevo ingreso a esa innoble rama de la economía, porque sabe que el riesgo es menor, casi inexistente y salvable.
En ese escenario, dibujado aquí a grandes y burdos trazos (pero que no será radicalmente distinto si se le esboza con información precisa), se renovará la Cámara de Diputados, y media docena de entidades elegirán gobernador. El proceso electoral animará un poco la economía, porque el gasto de los partidos y los órganos electorales, aun disminuido, es fastuoso, pero generará tensiones sociales mayores que las causadas por la disputa electoral normal, pues la crisis económica y de la seguridad exacerban los ánimos y los hace proclives al choque y al disenso.
Como ocurrió en elecciones locales en los años 2006 y 2007, el PRI resultará el partido mejor librado en la contienda que se resolverá en julio. Quizá no haga retroceder el tiempo hasta antes de 1997 y no alcanzará, como dejó de hacerlo en ese año, la mayoría absoluta en la nueva legislatura. Pero apenas cabe duda que formará el grupo parlamentario de mayor tamaño, no por sus méritos ni por su acierto al presentar candidatos, sino por la irresponsabilidad e ineficacia de sus oponentes.
Si bien al partido tricolor lo afecta la falta de un liderazgo único, como el que inveteradamente ejerció el presidente de la República, sus disensiones no lo aproximan a la ruptura porque son resolubles con un adecuado reparto de posiciones y el poder y el dinero que ello conlleva. En cambio, la división interna en el PAN y en el PRD (y en su frente más amplio) puede causar daño electoral a esas formaciones. No es que las diferencias sean causadas por factores diversos que el dinero y el poder. Pero en ambos casos se agregan a la disputa interna tomas de posición, doctrinarias e ideológicas, como las que oponen al panismo histórico, centrista, con el de la extrema derecha que está en abierta impugnación al gobierno.
Y no se diga lo que ocurre y ocurrirá en el PRD, que no podrá mantener los niveles de votación a que llegó hace dos años, por la virtual escisión que ya padece, que no se resolverá en fractura pero tampoco se aliviará.
No será, pues, un buen año, casi por donde lo miremos. Sólo queda un posible factor atenuante: poner al mal tiempo buena cara. Ojalá podamos hacerlo.
Si alguna vez tuvo sentido, la fórmula convencional para desear "¡feliz y próspero año nuevo" lo ha perdido por completo en esta oportunidad, porque raras veces fueron tan claros los signos de que para la mayor parte de las personas el ciclo que se inicia no vendrá acompañado de los elementos que hacen felices a las personas y les proveen bienestar creciente. Si bien nos va, tendrán que vivir con modestia los que podían hacerlo con cierta holgura, y se volverán menesterosos quienes mal que bien colmaban sus necesidades básicas. Claro que seguirá habiendo un millón o dos de personas a los que ninguna crisis afecta porque poseen patrimonios resistentes y suelen ser dueños de habilidades que les permiten obtener provecho de situaciones adversas para la mayoría. Pero casi todas las capas de la sociedad resentirán los crecientes efectos perniciosos de una crisis que no es como las que ha padecido México de modo casi rítmico, cíclico, sino que por su extensión universal genera consecuencias difícilmente eludibles.
No es de buen gusto predecir males, y no le cuadra hacerlo a un espíritu generalmente optimista como el de quien firma estas líneas. Pero es imposible sustraerse a la realidad, cuyas líneas principales quedaron ya trazadas en el año que acaba de expirar. No nos caerán infortunios por sorpresa, sino que ocurrirá lo previsible, que es previsible porque está en curso. La economía entrará en una espiral perversa en que efectos nocivos generan nuevos efectos nocivos. El consumo decaerá porque los desempleados no tienen poder adquisitivo y su número aumenta a tal punto que aun las autoridades encargadas de la estadística laboral, generalmente prestas a disfrazar y aun ocultar las cifras verdaderas, han tenido que reconocer una tasa de desempleo mayor que nunca. Crecerá la morosidad de los tarjetahabientes, castigados por altas tasas de interés impagables, y los bancos tendrán que restringir el crédito para no quedar al descubierto.
Menores flujos de dinero inciden a su vez en achicamiento de la economía, como empezará a verse de inmediato en el mercado de vehículos automotores, en que acaso quede lugar sólo para el consumo conspicuo, el de las enormes camionetas blindadas o que lo parecen. Por añadidura, el jueves pasado quedó abierta la frontera para automóviles y camiones usados procedentes de Estados Unidos, que abatirá los precios en ese mercado, en beneficio de los compradores que, a la larga, pagarán costos mayores, directamente por el mantenimiento oneroso e indirectamente por el daño social que las gangas automotrices generarán al alterar el medio ambiente a causa de su tecnología obsoleta.
La crisis económica incluirá la creciente salida de capitales, mexicanos o extranjeros, y la disminución de los ingresos principales de nuestro país, pues se abatirá el turismo, los precios del petróleo se mantendrán en los bajos niveles a que tendieron en los últimos meses de 2008, y dejarán de crecer las remesas de quienes trabajan en Estados Unidos a causa de la propia recesión estadunidense que los planes audaces y al mismo tiempo prudentes del nuevo presidente de ese país apenas podrán revertir en el plazo inmediato.
Las dificultades materiales de la gente en general acrecentarán la inseguridad, que encuentra en la pobreza un conveniente caldo de cultivo. Jóvenes imposibilitados para incorporarse al mercado laboral, cuenten con calificación o sin ella, tendrán a la mano la terrible tentación de engrosar la peor expresión de la economía informal, el narcomenudeo, una actividad que tiene clientela creciente y ofrece gratificaciones prontas y gordas. Es verdad que también está plagada de riesgos, como el de la muerte violenta causada por choques entre grupos rivales o por ajuste de cuentas. Pero el peligro de ser detenido y encarcelado no inhibirá a ningún muchacho de nuevo ingreso a esa innoble rama de la economía, porque sabe que el riesgo es menor, casi inexistente y salvable.
En ese escenario, dibujado aquí a grandes y burdos trazos (pero que no será radicalmente distinto si se le esboza con información precisa), se renovará la Cámara de Diputados, y media docena de entidades elegirán gobernador. El proceso electoral animará un poco la economía, porque el gasto de los partidos y los órganos electorales, aun disminuido, es fastuoso, pero generará tensiones sociales mayores que las causadas por la disputa electoral normal, pues la crisis económica y de la seguridad exacerban los ánimos y los hace proclives al choque y al disenso.
Como ocurrió en elecciones locales en los años 2006 y 2007, el PRI resultará el partido mejor librado en la contienda que se resolverá en julio. Quizá no haga retroceder el tiempo hasta antes de 1997 y no alcanzará, como dejó de hacerlo en ese año, la mayoría absoluta en la nueva legislatura. Pero apenas cabe duda que formará el grupo parlamentario de mayor tamaño, no por sus méritos ni por su acierto al presentar candidatos, sino por la irresponsabilidad e ineficacia de sus oponentes.
Si bien al partido tricolor lo afecta la falta de un liderazgo único, como el que inveteradamente ejerció el presidente de la República, sus disensiones no lo aproximan a la ruptura porque son resolubles con un adecuado reparto de posiciones y el poder y el dinero que ello conlleva. En cambio, la división interna en el PAN y en el PRD (y en su frente más amplio) puede causar daño electoral a esas formaciones. No es que las diferencias sean causadas por factores diversos que el dinero y el poder. Pero en ambos casos se agregan a la disputa interna tomas de posición, doctrinarias e ideológicas, como las que oponen al panismo histórico, centrista, con el de la extrema derecha que está en abierta impugnación al gobierno.
Y no se diga lo que ocurre y ocurrirá en el PRD, que no podrá mantener los niveles de votación a que llegó hace dos años, por la virtual escisión que ya padece, que no se resolverá en fractura pero tampoco se aliviará.
No será, pues, un buen año, casi por donde lo miremos. Sólo queda un posible factor atenuante: poner al mal tiempo buena cara. Ojalá podamos hacerlo.
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