Eugenia Gutiérrez González (CIMAC)
Respeto. Eso han conseguido. Son las mujeres zapatistas, las indígenas rebeldes que hace quince años, junto con sus compañeros, se alzaron contra una violencia milenaria que las había enterrado y le gritaron al mundo "¡vivimos!".
En aquellos primeros días de la revuelta en Chiapas, en enero de 1994, cuando el impacto de la irrupción armada nos hizo mirar y escuchar a varios grupos indígenas que anunciaban el inicio de una rebelión organizada bajo las siglas del EZLN, pocos sabían de la lucha de esas mujeres. Con el paso del tiempo entendimos que miles de ellas participaban en ese movimiento que enarbolaba once demandas básicas: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Supimos, entonces, que su movimiento marcaría el cambio de siglo.
En Chiapas estaba ocurriendo algo que alteraría el contenido de los libros de historia de México. Las jóvenes valientes no seguían a la tropa sino que le daban sentido y sustento. De la Adelita idolatrada por el sargento se daba un salto abismal a la ocupación de cargos en la milicia: mujeres tzeltales, tzotziles, mames, zoques y tojolabales eran capitanas, mayoras, comandantas.
Las zapatistas, además, llevaban años luchando por el reconocimiento de sus derechos al interior de sus comunidades, y aunque el mundo ignoraba su existencia, la Ley Revolucionaria de Mujeres tenía meses de haber entrado en vigor.
Con sus diez apartados, esa ley reivindicaba para las mujeres indígenas el derecho a participar en su organización de manera voluntaria y decidida, a ser elegidas para tener cargos comunitarios, a trabajar y recibir un salario justo, a decidir el número de hijas e hijos que pudieran cuidar, a ejercer la libertad en el amor y en la vida sexual, a recibir, junto con sus hijas e hijos, atención primaria en salud y educación, a no ser maltratadas nunca.
Obligatoriamente, nuestro respeto
Transcurrieron los años y nacieron las Juntas de Buen Gobierno y los Caracoles. Así, en agosto de 2003, las comunidades indígenas en resistencia arrancaban lo que hoy es un sistema autogestivo e innovador, y donde el zapatismo armado se va consolidando como vigilante respetuoso de la vida de las comunidades autónomas que rigen su propio destino civil y pacífico.
En el marco del nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno y de los Caracoles hablaron, como siempre lo hacen, las mujeres en lucha por sus derechos. Con la transparente contundencia que caracteriza el discurso zapatista, la comandanta Fidelia lanzó entonces una advertencia que, al paso de los años, han ido cumpliendo miles de indígenas rebeldes. Aquel 9 de agosto de 2003, Fidelia nos lo advirtió:
"Nosotras vamos a obligar obligatoriamente nuestro respeto como mujeres que somos, aun pongan su carita triste. Porque todavía hay muchas partes de México que nosotras las mujeres somos maltratadas, despreciadas, explotadas y dicen que no servimos, que no valemos, que no tenemos ningún derecho. Pero hoy este momento se ha cumplido, que lo vamos a hacer: que por obligación nos tienen que respetar."
Al insistir en el respeto a las mujeres como un deber, Fidelia, que hablaba por muchas, desafiaba por completo las leyes de la mecánica patriarcal, ésas que mueven motores y estructuras no sólo en México –paraíso de feminicidas y pederastas– sino en países donde el desprecio a la mitad de sus habitantes es obligatorio, por decreto, tanto en las leyes humanas como en los preceptos divinos.
Una vez más, las mujeres zapatistas cuestionaban de raíz los violentos dogmas de la misoginia tradicional para ofrecer una oportunidad a amigos y a enemigos: vivir con ética y con justicia, en equilibrio, sin abusar nunca de la fuerza. "No los estoy regañando, escúchenlo bien, que se llama obligación nuestro respeto como mujer que somos," concluía Fidelia.
En ese nuevo contexto de vida comunitaria autogobernada, las mujeres zapatistas han trabajado tiempo completo en el buen gobierno para ganarse el respeto que merecen. Al paso de los años hemos visto a esas mujeres abrirse camino en medio de una presión constante por parte de grupos militares, policíacos y paramilitares que han cercado sus comunidades día y noche.
Dueñas de una voz propia, nos han hablado de cómo cumplen con sus responsabilidades, ya sea en su casa, en el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, en el trabajo de bases de apoyo o en sus relaciones intracomunitarias.
Las hemos conocido por sus discursos o por sus participaciones en eventos nacionales e internacionales. Pero, sobre todo, las hemos conocido por sus logros. A diferencia del 1 de enero de 1994, cuando eran invisibles y no tenían nada, hoy existen para el resto del mundo y tienen trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y un poco de paz.
Salud para nosotras
En una entrevista realizada este año por un colectivo de mujeres urbanas en el Caracol de La Garrucha, donde ya está funcionando la nueva Clínica Comandanta Ramona, las promotoras de salud sexual y reproductiva explicaron con una sencillez muy compleja los objetivos generales de este proyecto que han echado a andar: "La salud es colectiva. Sólo si todas y todos tenemos la buena salud, puede exigir una verdadera salud para el pueblo."
Hablantes nativas de tzeltal, jóvenes y ancianas promotoras de salud respondieron en español la pregunta de cómo se tomó esta decisión tan importante:
"Se ha nombrado las compañeras promotoras y parteras de salud sexual y reproductiva. Plantea un compromiso. Para empezar es llevar una atención principalmente a las mujeres, que el compromiso es el trabajo con las mujeres y también con los hombres y por supuesto con los niños y niñas. Pero lo más importante es con las mujeres".
"En el transcurso de estos años, desde que empezamos con el trabajo de salud sexual y reproductiva, fuimos adaptando, creando una forma distinta que nos ayudó a ir incorporando diferentes cosas y con diferentes partes centrales como son la capacitación médica, género, capacitaciones para capacitadora, servicios y la cosmovisión indígena."
La incansable lucha por la vida que han dado estas mujeres va rindiendo frutos. Y el hecho de que ocurra precisamente en México, uno de los países más violentos del mundo para mujeres, niños y jóvenes, no hace sino brindar esperanza y ejemplo a los otros feminismos, a los que se cada día se viven fueran de esas comunidades.
No tienen mesas sobrecargadas de alimentos ni parecen estarlas buscando. Comen lo suficiente. Falta mucho para que tengan acceso a la tecnología avanzada o a las vías de comunicación. Pero sus hijas e hijos ya no se mueren de diarrea, ya no padecen hambre. Han construido sus propias escuelas para formarse ellas y formar a los que siguen. Nada de lo que tienen les ha sido regalado. Todo lo consiguieron por sí mismas, con sus compañeros, en comunidad y en lucha. Para ellas, las celebraciones de Año Nuevo son y serán un acto en memoria de quienes murieron peleando en enero de 1994.
Quince años y nuevo capítulo de resistencia
Quince años después de haberse atrevido a desafiar toda clase de opresiones, las mujeres zapatistas han visto cumplida una demanda que debiera enarbolar y alcanzar todo ser humano, ésa que aparentemente no figuraba entre las once demandas originales pero que, en realidad, las articulaba todas: respeto.
Al obtenerlo a partir de su firmeza, seguridad y confianza, mujeres como Ramona, Susana, Miriam, Hortensia, Florencia, Everilda, Elena, niña Lupita o niña Toñita han escrito las primeras páginas de una historia que no podrá ser eliminada ya de los anaqueles de la resistencia. En estos días, con su participación en el Festival Internacional de la Digna Rabia en Chiapas, estarán redactando otro capítulo.
Nuestro planeta arranca un año más de vida envuelto en profundas tribulaciones. El Medio Oriente se ve sacudido de nuevo por el rencor y la ambición de poder. En todos los países y en todos los continentes, la comida, el vestido, los medios de transporte y el acceso a la salud, la educación o la cultura siguen siendo privilegios que se compran. Todo indica que el único pronóstico confiable para el 2009 es una profunda crisis económica mundial.
Pero la lucha de las mujeres zapatistas nos recuerda que es posible convivir de otra manera porque, como ellas lo han demostrado, en este mundo tan lastimado por el odio, la venganza y la muerte, de vez en cuando se puede contar una historia extraordinaria.
Eugenia Gutiérrez González es académica de la UNAM, ganadora en 2008 del reconocimiento Rostros de la discriminación, convocado por el Consejo Nacional contra la Discriminación, por su trabajo "Una reseña del encuentro de las mujeres. La Comandanta Ramona y las Zapatistas". Creó junto con Claudia Ytuarte, Cristina Oehmichen y Aída Hernández, el Foro Itinerante Mujeres, Violencia e Impunidad: Diálogos entre la academia y la sociedad civil.
Respeto. Eso han conseguido. Son las mujeres zapatistas, las indígenas rebeldes que hace quince años, junto con sus compañeros, se alzaron contra una violencia milenaria que las había enterrado y le gritaron al mundo "¡vivimos!".
En aquellos primeros días de la revuelta en Chiapas, en enero de 1994, cuando el impacto de la irrupción armada nos hizo mirar y escuchar a varios grupos indígenas que anunciaban el inicio de una rebelión organizada bajo las siglas del EZLN, pocos sabían de la lucha de esas mujeres. Con el paso del tiempo entendimos que miles de ellas participaban en ese movimiento que enarbolaba once demandas básicas: trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Supimos, entonces, que su movimiento marcaría el cambio de siglo.
En Chiapas estaba ocurriendo algo que alteraría el contenido de los libros de historia de México. Las jóvenes valientes no seguían a la tropa sino que le daban sentido y sustento. De la Adelita idolatrada por el sargento se daba un salto abismal a la ocupación de cargos en la milicia: mujeres tzeltales, tzotziles, mames, zoques y tojolabales eran capitanas, mayoras, comandantas.
Las zapatistas, además, llevaban años luchando por el reconocimiento de sus derechos al interior de sus comunidades, y aunque el mundo ignoraba su existencia, la Ley Revolucionaria de Mujeres tenía meses de haber entrado en vigor.
Con sus diez apartados, esa ley reivindicaba para las mujeres indígenas el derecho a participar en su organización de manera voluntaria y decidida, a ser elegidas para tener cargos comunitarios, a trabajar y recibir un salario justo, a decidir el número de hijas e hijos que pudieran cuidar, a ejercer la libertad en el amor y en la vida sexual, a recibir, junto con sus hijas e hijos, atención primaria en salud y educación, a no ser maltratadas nunca.
Obligatoriamente, nuestro respeto
Transcurrieron los años y nacieron las Juntas de Buen Gobierno y los Caracoles. Así, en agosto de 2003, las comunidades indígenas en resistencia arrancaban lo que hoy es un sistema autogestivo e innovador, y donde el zapatismo armado se va consolidando como vigilante respetuoso de la vida de las comunidades autónomas que rigen su propio destino civil y pacífico.
En el marco del nacimiento de las Juntas de Buen Gobierno y de los Caracoles hablaron, como siempre lo hacen, las mujeres en lucha por sus derechos. Con la transparente contundencia que caracteriza el discurso zapatista, la comandanta Fidelia lanzó entonces una advertencia que, al paso de los años, han ido cumpliendo miles de indígenas rebeldes. Aquel 9 de agosto de 2003, Fidelia nos lo advirtió:
"Nosotras vamos a obligar obligatoriamente nuestro respeto como mujeres que somos, aun pongan su carita triste. Porque todavía hay muchas partes de México que nosotras las mujeres somos maltratadas, despreciadas, explotadas y dicen que no servimos, que no valemos, que no tenemos ningún derecho. Pero hoy este momento se ha cumplido, que lo vamos a hacer: que por obligación nos tienen que respetar."
Al insistir en el respeto a las mujeres como un deber, Fidelia, que hablaba por muchas, desafiaba por completo las leyes de la mecánica patriarcal, ésas que mueven motores y estructuras no sólo en México –paraíso de feminicidas y pederastas– sino en países donde el desprecio a la mitad de sus habitantes es obligatorio, por decreto, tanto en las leyes humanas como en los preceptos divinos.
Una vez más, las mujeres zapatistas cuestionaban de raíz los violentos dogmas de la misoginia tradicional para ofrecer una oportunidad a amigos y a enemigos: vivir con ética y con justicia, en equilibrio, sin abusar nunca de la fuerza. "No los estoy regañando, escúchenlo bien, que se llama obligación nuestro respeto como mujer que somos," concluía Fidelia.
En ese nuevo contexto de vida comunitaria autogobernada, las mujeres zapatistas han trabajado tiempo completo en el buen gobierno para ganarse el respeto que merecen. Al paso de los años hemos visto a esas mujeres abrirse camino en medio de una presión constante por parte de grupos militares, policíacos y paramilitares que han cercado sus comunidades día y noche.
Dueñas de una voz propia, nos han hablado de cómo cumplen con sus responsabilidades, ya sea en su casa, en el Comité Clandestino Revolucionario Indígena, en el trabajo de bases de apoyo o en sus relaciones intracomunitarias.
Las hemos conocido por sus discursos o por sus participaciones en eventos nacionales e internacionales. Pero, sobre todo, las hemos conocido por sus logros. A diferencia del 1 de enero de 1994, cuando eran invisibles y no tenían nada, hoy existen para el resto del mundo y tienen trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y un poco de paz.
Salud para nosotras
En una entrevista realizada este año por un colectivo de mujeres urbanas en el Caracol de La Garrucha, donde ya está funcionando la nueva Clínica Comandanta Ramona, las promotoras de salud sexual y reproductiva explicaron con una sencillez muy compleja los objetivos generales de este proyecto que han echado a andar: "La salud es colectiva. Sólo si todas y todos tenemos la buena salud, puede exigir una verdadera salud para el pueblo."
Hablantes nativas de tzeltal, jóvenes y ancianas promotoras de salud respondieron en español la pregunta de cómo se tomó esta decisión tan importante:
"Se ha nombrado las compañeras promotoras y parteras de salud sexual y reproductiva. Plantea un compromiso. Para empezar es llevar una atención principalmente a las mujeres, que el compromiso es el trabajo con las mujeres y también con los hombres y por supuesto con los niños y niñas. Pero lo más importante es con las mujeres".
"En el transcurso de estos años, desde que empezamos con el trabajo de salud sexual y reproductiva, fuimos adaptando, creando una forma distinta que nos ayudó a ir incorporando diferentes cosas y con diferentes partes centrales como son la capacitación médica, género, capacitaciones para capacitadora, servicios y la cosmovisión indígena."
La incansable lucha por la vida que han dado estas mujeres va rindiendo frutos. Y el hecho de que ocurra precisamente en México, uno de los países más violentos del mundo para mujeres, niños y jóvenes, no hace sino brindar esperanza y ejemplo a los otros feminismos, a los que se cada día se viven fueran de esas comunidades.
No tienen mesas sobrecargadas de alimentos ni parecen estarlas buscando. Comen lo suficiente. Falta mucho para que tengan acceso a la tecnología avanzada o a las vías de comunicación. Pero sus hijas e hijos ya no se mueren de diarrea, ya no padecen hambre. Han construido sus propias escuelas para formarse ellas y formar a los que siguen. Nada de lo que tienen les ha sido regalado. Todo lo consiguieron por sí mismas, con sus compañeros, en comunidad y en lucha. Para ellas, las celebraciones de Año Nuevo son y serán un acto en memoria de quienes murieron peleando en enero de 1994.
Quince años y nuevo capítulo de resistencia
Quince años después de haberse atrevido a desafiar toda clase de opresiones, las mujeres zapatistas han visto cumplida una demanda que debiera enarbolar y alcanzar todo ser humano, ésa que aparentemente no figuraba entre las once demandas originales pero que, en realidad, las articulaba todas: respeto.
Al obtenerlo a partir de su firmeza, seguridad y confianza, mujeres como Ramona, Susana, Miriam, Hortensia, Florencia, Everilda, Elena, niña Lupita o niña Toñita han escrito las primeras páginas de una historia que no podrá ser eliminada ya de los anaqueles de la resistencia. En estos días, con su participación en el Festival Internacional de la Digna Rabia en Chiapas, estarán redactando otro capítulo.
Nuestro planeta arranca un año más de vida envuelto en profundas tribulaciones. El Medio Oriente se ve sacudido de nuevo por el rencor y la ambición de poder. En todos los países y en todos los continentes, la comida, el vestido, los medios de transporte y el acceso a la salud, la educación o la cultura siguen siendo privilegios que se compran. Todo indica que el único pronóstico confiable para el 2009 es una profunda crisis económica mundial.
Pero la lucha de las mujeres zapatistas nos recuerda que es posible convivir de otra manera porque, como ellas lo han demostrado, en este mundo tan lastimado por el odio, la venganza y la muerte, de vez en cuando se puede contar una historia extraordinaria.
Eugenia Gutiérrez González es académica de la UNAM, ganadora en 2008 del reconocimiento Rostros de la discriminación, convocado por el Consejo Nacional contra la Discriminación, por su trabajo "Una reseña del encuentro de las mujeres. La Comandanta Ramona y las Zapatistas". Creó junto con Claudia Ytuarte, Cristina Oehmichen y Aída Hernández, el Foro Itinerante Mujeres, Violencia e Impunidad: Diálogos entre la academia y la sociedad civil.
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