Plomo endurecido

Ricardo Raphael

No se trata de otro zapatazo, ni en esta ocasión habrá agilidad que alcance para esquivar el golpe.

Es la guerra en Oriente Próximo la que recibe al nuevo presidente de Estados Unidos. Abrupto y tronante comienza Barack Obama su aterrizaje en el mundo real.

Casi 500 palestinos han muerto en la última semana por el bombardeo que Israel impuso sobre la Franja de Gaza, esa minúscula ratonera de 362 kilómetros de extensión donde habita más de un millón y medio de seres humanos; una de las regiones más densamente pobladas del mundo.

Después de lanzar su artillería aérea, la infantería israelí penetró por tierra el sábado pasado encontrándose con decenas de cuerpos enterrados bajo los escombros de los edificios públicos, las mezquitas y las escuelas.

Sin auxilio, más de 700 heridos requieren atención urgente. No hay, sin embargo, ayuda humanitaria que sirva para paliar la masacre. Desde Ginebra el Comité Internacional de la Cruz Roja denunció al gobierno de Israel por haber bloqueado la entrada de sus equipos médicos a la zona devastada.

Algo similar sucede con los corresponsales extranjeros. No hay noticia que pueda corroborarse porque también las puertas de ingreso a la Franja de Gaza han sido tapiadas para impedir la observación de la prensa internacional.

El motivo para esta guerra lo ofreció Hamas el pasado 19 de diciembre, cuando lanzó más de 550 cohetes y morteros caseros sobre territorio israelí, ocasionando la muerte de cinco personas.

Este grupo integrado por fundamentalistas islámicos no está solo en su amenaza. Presumiblemente, detrás suyo se encuentran los gobiernos de Siria y también de Irán. Ambos han utilizado a Hamas para mejorar sus respectivas posiciones estratégicas en la región.

Con el financiamiento sirio e iraní Hamas ha reclutado más de 16 mil leales, bien abastecidos de pólvora y armamento. Esta red de activistas radicalizados ha desmantelado la base de legitimidad del presidente palestino Mahmud Abbas, quien alguna vez prometió convertirse en garantía para el diálogo y la cooperación con el gobierno vecino.

Hezbolá, grupo fundamentalista instalado en Líbano, respalda igualmente las actividades bélicas de Hamas. Su extendida red de terrorismo se agrega como componente peligrosísimo para la dilatación de esta guerra. Israel tiene ambos frentes abiertos y bien pueden terminar juntos en una combinación muy explosiva.

El gobierno israelí tampoco llegó sin aliados a esta guerra. Sin importarle el desastre heredado a su sucesor, George W. Bush ha tomado posición clara frente a los hechos: “Los ataques israelíes son una respuesta justa al lanzamiento de cohetes por parte de Hamas,” afirmó el todavía presidente de Estados Unidos.

(Si la justicia se mide por el número de muertos —5 contra 500— o en la capacidad de ataque de unos y otros, a la Casa Blanca bien le haría falta un rasero distinto de medición).

Los gobiernos de Egipto, Jordania y Arabia Saudita también comparten respectivo rechazo hacia las acciones de Hamas. No aprecian el desleal papel jugado por Irán y Siria.

Sin embargo, esos tres países igual padecen densas redes tejidas con hilo fundamentalista que simpatizan con los enemigos de Israel. Hecho que impone una fuerte división social sobre estas naciones del mundo árabe.

Las condiciones coincidentes en Oriente Próximo son propicias para un escalamiento bélico de proporciones terroríficas. Las muertes de civiles palestinos y de militares israelíes apenas comienzan a contarse. Si esta acción bélica se extiende hacia Líbano, por la eventual participación de Hezbolá, el escenario se hará impredecible.

Barack Obama se asumió durante su campaña presidencial como un mensajero de la nueva era que haría cambiar los modos y las formas de relación entre las naciones del mundo. Con la operación Israelí que lleva el torcido nombre de Plomo Endurecido, la prédica de Obama se enfrentará a su primera prueba de fuego.

Cortesía El Universal

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