Manuel Alcántara / Infolatam
... Pareciera que el darwinismo político por el que los partidos han sabido adaptarse a un medio ambiente que ha contado con circunstancias muy adversas (periodos de hiperinflación, juicios a las dictaduras militares, ajuste neoliberal, crisis económicas, escándalos de corrupción, enfrentamiento de poderes, ...) ha sido la principal nota dominante.
Mientras que el medio ambiente pareció favorecer en la década que se iniciaba en 2000 a las formaciones de centro izquierda, es muy posible que en la que se inicia el año próximo sean las formaciones de centro derecha las mejor adaptadas para afrontar los cambios que se avecinan.
Los partidos políticos pueden analizarse de acuerdo con los resultados electorales que obtienen tras la celebración de los comicios y también de conformidad con las actitudes que tienen hacia ellos los ciudadanos medidas a través de las encuestas de opinión pública. Al integrar ambas visiones se obtiene un escenario extremadamente complejo en el que aparecen dos líneas argumentales tenuemente marcadas pero que tienen cierta consistencia.
La primera se refiere a un escenario donde la política es patrimonio de actores integrados por partidos que cuentan con cierta tradición en su actividad. Fijan programas con más o menos claras orientaciones ideológicas, se alternan con relativa frecuencia en el poder al que suministran efectivos humanos, y cuentan con un reducido apoyo de la población en términos de la aceptación de su papel como ocurre en otros lugares del mundo, aunque bien es cierto que la desconfianza que proyectan es algo más acusada.
La segunda comporta un escenario donde la política, tras un lento proceso de deterioro partidista en términos de su atomización, pérdida de liderazgos y proliferación de escándalos vinculados a la corrupción, ha visto que, lejos de desaparecer la participación popular, ésta se activa y dinamiza una nueva situación donde los viejos partidos son irrelevantes y las nuevas formas de conducción política, altamente personalizadas, no precisan, de momento, de la instrumentalización partidista.
Este escenario no oculta, sin embargo, el drama que viven los partidos políticos latinoamericanos que no es otro que el de mantener su papel estelar como ejes representantes de los ciudadanos y que viene articulado en dos direcciones: su capacidad de mantener lazos efectivos con las organizaciones sociales, siendo inclusivos, y, en segundo lugar, ser representativos de alternativas políticas reales. En una situación dominada por la profunda desigualdad, generada tanto sobre bases económicas como sociales y culturales, la inclusión es la gran asignatura pendiente de la política latinoamericana. La irrupción del movimiento indígena en la política boliviana es una evidencia de ello.
Pero, además, la difusión irrestricta durante tres lustros del pensamiento único vertebrado en torno a los principios doctrinarios del neoliberalismo ha reducido notablemente la competición programática estrechando enormemente el campo de juego político. En países como Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá o República Dominicana la competencia política se lleva a cabo en márgenes de muy escasa diferenciación ideológica.
Por otra parte, la liza política ha terminado contemplando sucesivas escenas de "ida y vuelta" de partidos que se desligaron de sus principios estatistas originarios para liderar el cambio neoliberal y volver a sus posiciones iniciales. Tanto el Partido Justicialista argentino como el PRI mexicano son una prueba fehaciente de ello. Todo ello se lleva a cabo en un escenario que no es homogéneo y en el que la diversidad y el dinamismo de los distintos sistemas de partidos ofrece demasiadas incógnitas.
Si se toman los países latinoamericanos desde el momento inicial de la transición a la democracia hasta el que se tiene a inicios de 2009 y se observa el o los partidos que estaban en el poder, fuera en el Ejecutivo o que constituyera(n) una minoría relevante en el Legislativo, se constata que a lo largo de ese lapso, que ya para algunos países dura treinta años, son solamente cinco los países que han registrado un cambio muy profundo en su sistema de partidos. Se trata de Bolivia, Colombia, Ecuador, Guatemala y Venezuela.
Pareciera que el darwinismo político por el que los partidos han sabido adaptarse a un medio ambiente que ha contado con circunstancias muy adversas (periodos de hiperinflación, juicios a las dictaduras militares, ajuste neoliberal, crisis económicas, escándalos de corrupción, enfrentamiento de poderes, ...) ha sido la principal nota dominante. La casi plena continuidad en los restantes casos nacionales con pequeñas modificaciones en Brasil, Paraguay y Perú, es la nota dominante. Mientras que el medio ambiente pareció favorecer en la década que se iniciaba en 2000 a las formaciones de centro izquierda, es muy posible que en la que se inicia el año próximo sean las formaciones de centro derecha las mejor adaptadas para afrontar los cambios que se avecinan.
... Pareciera que el darwinismo político por el que los partidos han sabido adaptarse a un medio ambiente que ha contado con circunstancias muy adversas (periodos de hiperinflación, juicios a las dictaduras militares, ajuste neoliberal, crisis económicas, escándalos de corrupción, enfrentamiento de poderes, ...) ha sido la principal nota dominante.
Mientras que el medio ambiente pareció favorecer en la década que se iniciaba en 2000 a las formaciones de centro izquierda, es muy posible que en la que se inicia el año próximo sean las formaciones de centro derecha las mejor adaptadas para afrontar los cambios que se avecinan.
Los partidos políticos pueden analizarse de acuerdo con los resultados electorales que obtienen tras la celebración de los comicios y también de conformidad con las actitudes que tienen hacia ellos los ciudadanos medidas a través de las encuestas de opinión pública. Al integrar ambas visiones se obtiene un escenario extremadamente complejo en el que aparecen dos líneas argumentales tenuemente marcadas pero que tienen cierta consistencia.
La primera se refiere a un escenario donde la política es patrimonio de actores integrados por partidos que cuentan con cierta tradición en su actividad. Fijan programas con más o menos claras orientaciones ideológicas, se alternan con relativa frecuencia en el poder al que suministran efectivos humanos, y cuentan con un reducido apoyo de la población en términos de la aceptación de su papel como ocurre en otros lugares del mundo, aunque bien es cierto que la desconfianza que proyectan es algo más acusada.
La segunda comporta un escenario donde la política, tras un lento proceso de deterioro partidista en términos de su atomización, pérdida de liderazgos y proliferación de escándalos vinculados a la corrupción, ha visto que, lejos de desaparecer la participación popular, ésta se activa y dinamiza una nueva situación donde los viejos partidos son irrelevantes y las nuevas formas de conducción política, altamente personalizadas, no precisan, de momento, de la instrumentalización partidista.
Este escenario no oculta, sin embargo, el drama que viven los partidos políticos latinoamericanos que no es otro que el de mantener su papel estelar como ejes representantes de los ciudadanos y que viene articulado en dos direcciones: su capacidad de mantener lazos efectivos con las organizaciones sociales, siendo inclusivos, y, en segundo lugar, ser representativos de alternativas políticas reales. En una situación dominada por la profunda desigualdad, generada tanto sobre bases económicas como sociales y culturales, la inclusión es la gran asignatura pendiente de la política latinoamericana. La irrupción del movimiento indígena en la política boliviana es una evidencia de ello.
Pero, además, la difusión irrestricta durante tres lustros del pensamiento único vertebrado en torno a los principios doctrinarios del neoliberalismo ha reducido notablemente la competición programática estrechando enormemente el campo de juego político. En países como Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá o República Dominicana la competencia política se lleva a cabo en márgenes de muy escasa diferenciación ideológica.
Por otra parte, la liza política ha terminado contemplando sucesivas escenas de "ida y vuelta" de partidos que se desligaron de sus principios estatistas originarios para liderar el cambio neoliberal y volver a sus posiciones iniciales. Tanto el Partido Justicialista argentino como el PRI mexicano son una prueba fehaciente de ello. Todo ello se lleva a cabo en un escenario que no es homogéneo y en el que la diversidad y el dinamismo de los distintos sistemas de partidos ofrece demasiadas incógnitas.
Si se toman los países latinoamericanos desde el momento inicial de la transición a la democracia hasta el que se tiene a inicios de 2009 y se observa el o los partidos que estaban en el poder, fuera en el Ejecutivo o que constituyera(n) una minoría relevante en el Legislativo, se constata que a lo largo de ese lapso, que ya para algunos países dura treinta años, son solamente cinco los países que han registrado un cambio muy profundo en su sistema de partidos. Se trata de Bolivia, Colombia, Ecuador, Guatemala y Venezuela.
Pareciera que el darwinismo político por el que los partidos han sabido adaptarse a un medio ambiente que ha contado con circunstancias muy adversas (periodos de hiperinflación, juicios a las dictaduras militares, ajuste neoliberal, crisis económicas, escándalos de corrupción, enfrentamiento de poderes, ...) ha sido la principal nota dominante. La casi plena continuidad en los restantes casos nacionales con pequeñas modificaciones en Brasil, Paraguay y Perú, es la nota dominante. Mientras que el medio ambiente pareció favorecer en la década que se iniciaba en 2000 a las formaciones de centro izquierda, es muy posible que en la que se inicia el año próximo sean las formaciones de centro derecha las mejor adaptadas para afrontar los cambios que se avecinan.
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