Miguel Angel Granados Chapa
En Nuevo León el consejo estatal del PAN está "explorando" una posible alianza con el Panal, el partido de Elba Esther Gordillo. Tres de los cuatro precandidatos al gobierno del estado están gozosamente de acuerdo con ese vínculo, del que esperan ser beneficiarios. Disintió uno solo de ellos, y el abanderado panista en la contienda anterior, que fue derrotado por el del PRI, se escandalizó por la unión electoral de su partido con la dirigente magisterial, a la que describió en términos crudos, tanto que el líder del Panal condicionó el nexo que se explora a que deje de insultarse a su jefa (que no tiene cargo alguno en ese partido y quizá tampoco milita en él, aunque sea de su propiedad).
De consumarse la unión, los dos partidos saldrían ganando. A Acción Nacional no le caerán mal decenas de miles de votos para recuperar la gubernatura, que ya ganó hace doce años, y el Panal se aseguraría posiciones que quizá no obtendría librado a su sola fuerza. Pretende que el PAN le garantice dos diputaciones locales, una alcaldía y dos docenas de regidurías en varios municipios. Hace tres años, en su debut comicial, el partido de Gordillo no alcanzó ninguna posición ejecutiva y sólo obtuvo dos curules, por la vía de representación proporcional, que es el mínimo que busca mantener ahora.
En el planteamiento de esa eventual alianza, el PAN neoleonés ha razonado con claridad lógica pero con perjuicio de su ética política. Calcula que el voto magisterial le permitirá volver a gobernar esa entidad. Da por sentado que el Panal es el brazo electoral del SNTE, y no sólo no le importa sino que apetece que esa fuerza sea ejercida a su favor. Esa pragmática posición es sólo una muestra más de que el partido blanquiazul padece una fascinación por el corporativismo que antaño detestó. O dijo detestar, porque ahora hay que preguntarse por la sinceridad de los principios panistas, que era posible honrar cuando no había posibilidad de deshonrarlos. Pero en cuanto la hubo fueron rotos fácilmente.
Uno de los móviles para la fundación del PAN fue precisamente la denuncia del corporativismo. El presidente Cárdenas, para desarrollar su política de masas, las organizó. Bajo el control del PNR primero y del PRM después, fueron creadas poderosas centrales, una campesina y otra obrera, la CNC y la CTM. Esas agrupaciones fueron escarnecidas por la crítica panista, que decía ver en ellas una esencial falta de respeto a la libertad personal en aras de un colectivismo tramposo.
Al paso de los años, y en cuanto llegó al poder, el PAN se ha beneficiado de ese colectivismo tramposo, del corporativismo que era una de sus bestias negras. Lo hace al menos de dos maneras. Por un lado, se ha avenido con las propias organizaciones priistas, a las que dejó de ver defectuosas y viciadas para encontrarles virtudes al grado de compartir con ellas el poder. Por otra parte, ha buscado crear sus propias corporaciones. Ese es el caso de la Confederación Sindical Mexicana (CSM) y de la Unión Nacional Integradora de Organizaciones Solidarias y Economía Social, un largo nombre ideado para que su acrónimo sea significativo: Unamos.
Ambas agrupaciones fueron creadas desde el gobierno. Sin recato alguno, el director del Fondo Nacional de Apoyo para las Empresas Sociales (Fonaes), ubicado en la Secretaría de Desarrollo Social, se convirtió en junio de 2004 en dirigente de Unamos, cuya planta fundadora estuvo integrada por grupos a los que el propio Fonaes patrocinó. Ese líder postizo, Javier López Macías, tuvo al menos un rapto de sinceridad cuando afirmó, en su discurso inaugural, que "el gobierno va a hacer el cambio de arriba hacia abajo".
Al recibir a los dirigentes de la Alianza Sindical Mexicana (precedente inmediato de la CSM), el presidente Vicente Fox se refirió a la tradición sindical de las agrupaciones reunidas en la nueva central. Se refería a los sindicatos propatronales que el sector privado de Monterrey organizó en los años treinta para evitar que los trabajadores de sus empresas fueran absorbidos por el sindicalismo oficial. La Federación Nacional de Sindicatos Independientes dio así pie a la Alianza favorecida por la Secretaría del Trabajo, entonces todavía bajo el mando de Carlos Abascal. Su sucesor, Francisco Xavier Salazar, fue un activista del nuevo corporativismo: amén de inventar un líder minero para sumarlo a este propósito, alentó una escisión en la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) y el grupo disidente se adhirió a la alianza para constituir la Confederación Sindical Mexicana, a la que la Secretaría del Trabajo de la actual administración trata con delicadas deferencias, en contraste con el trato hostil que reserva a las organizaciones que no le son gratas.
No son redundantes, cumplen sus propios propósitos, pero no hubiera hecho falta que el PAN en el poder organizara su propio corporativismo. Su idilio con el que sirvió de puntal al régimen autoritario que presuntamente sería desmantelado tan pronto se instaurara la democracia panista es tan ardiente que ha permitido olvidar a casi todos los panistas la naturaleza que atribuyeron a los nuevos socios de su partido.
Todavía en la elección de 2000 trabajadores petroleros panistas sufrieron castigo por su oposición al liderazgo del sindicato de Pemex, que precisamente ese año intermediaba para llevar a la campaña presidencial priista quinientos millones de pesos, parte de una cantidad mayor recibida de la dirección de la empresa pública.
Poco después, el gobierno abandonó a esa militancia opositora y anudó su lazo con Carlos Romero Deschamps, que se volvió foxista y hoy está a partir un piñón con el nuevo gobierno, que sigue engrosando las cuentas bancarias del comité nacional y de su líder y le aseguró que sus privilegios no serán disminuidos en la organización de la industria que surja de la reforma aprobada el año pasado.
Ese trato complicitario entre el presidente Calderón y el sindicato petrolero se extiende a las otras agrupaciones obreras del corporativismo priista: los electricistas y los ferrocarrileros, los azucareros y los trabajadores de la radiodifusión, la CTM y el Congreso del Trabajo ven en el Ejecutivo a un jefe, ni siquiera un compañero, tal como vieron a los presidentes priistas en el arreglo satisfactorio para todos (menos para los asalariados) que caracterizó al régimen autoritario presidencialista.
El punto más alto del más que pragmático, cínico avenimiento del partido de la gente decente con el corporativismo de la gente que no lo es (según dictamen de los propios panistas) es el que une a Calderón con Elba Esther Gordillo. Ella lo ha apoyado desde la elección interna por la candidatura presidencial panista y, de varios modos, abierta y solapadamente, contribuyó a su llegada a la Presidencia. El pago explícito por ese invaluable servicio ha sido ceder una parcela de poder a la dirigente magisterial, que cada vez que puede ensancha su territorio a partir de pactos como el que está gestándose en Nuevo León y los que ya operaron en Guanajuato y Baja California. El abandono de los principios panistas en ese campo incluye tolerar a su voluble aliada el que se coaligue, cuando así conviene a su interés, con el propio PRI que echó de sus filas a la lideresa.
Cae más pronto un hablador que un cojo, reza un refrán que denuncia la incongruencia de un predicador. Así ha caído el PAN.
En Nuevo León el consejo estatal del PAN está "explorando" una posible alianza con el Panal, el partido de Elba Esther Gordillo. Tres de los cuatro precandidatos al gobierno del estado están gozosamente de acuerdo con ese vínculo, del que esperan ser beneficiarios. Disintió uno solo de ellos, y el abanderado panista en la contienda anterior, que fue derrotado por el del PRI, se escandalizó por la unión electoral de su partido con la dirigente magisterial, a la que describió en términos crudos, tanto que el líder del Panal condicionó el nexo que se explora a que deje de insultarse a su jefa (que no tiene cargo alguno en ese partido y quizá tampoco milita en él, aunque sea de su propiedad).
De consumarse la unión, los dos partidos saldrían ganando. A Acción Nacional no le caerán mal decenas de miles de votos para recuperar la gubernatura, que ya ganó hace doce años, y el Panal se aseguraría posiciones que quizá no obtendría librado a su sola fuerza. Pretende que el PAN le garantice dos diputaciones locales, una alcaldía y dos docenas de regidurías en varios municipios. Hace tres años, en su debut comicial, el partido de Gordillo no alcanzó ninguna posición ejecutiva y sólo obtuvo dos curules, por la vía de representación proporcional, que es el mínimo que busca mantener ahora.
En el planteamiento de esa eventual alianza, el PAN neoleonés ha razonado con claridad lógica pero con perjuicio de su ética política. Calcula que el voto magisterial le permitirá volver a gobernar esa entidad. Da por sentado que el Panal es el brazo electoral del SNTE, y no sólo no le importa sino que apetece que esa fuerza sea ejercida a su favor. Esa pragmática posición es sólo una muestra más de que el partido blanquiazul padece una fascinación por el corporativismo que antaño detestó. O dijo detestar, porque ahora hay que preguntarse por la sinceridad de los principios panistas, que era posible honrar cuando no había posibilidad de deshonrarlos. Pero en cuanto la hubo fueron rotos fácilmente.
Uno de los móviles para la fundación del PAN fue precisamente la denuncia del corporativismo. El presidente Cárdenas, para desarrollar su política de masas, las organizó. Bajo el control del PNR primero y del PRM después, fueron creadas poderosas centrales, una campesina y otra obrera, la CNC y la CTM. Esas agrupaciones fueron escarnecidas por la crítica panista, que decía ver en ellas una esencial falta de respeto a la libertad personal en aras de un colectivismo tramposo.
Al paso de los años, y en cuanto llegó al poder, el PAN se ha beneficiado de ese colectivismo tramposo, del corporativismo que era una de sus bestias negras. Lo hace al menos de dos maneras. Por un lado, se ha avenido con las propias organizaciones priistas, a las que dejó de ver defectuosas y viciadas para encontrarles virtudes al grado de compartir con ellas el poder. Por otra parte, ha buscado crear sus propias corporaciones. Ese es el caso de la Confederación Sindical Mexicana (CSM) y de la Unión Nacional Integradora de Organizaciones Solidarias y Economía Social, un largo nombre ideado para que su acrónimo sea significativo: Unamos.
Ambas agrupaciones fueron creadas desde el gobierno. Sin recato alguno, el director del Fondo Nacional de Apoyo para las Empresas Sociales (Fonaes), ubicado en la Secretaría de Desarrollo Social, se convirtió en junio de 2004 en dirigente de Unamos, cuya planta fundadora estuvo integrada por grupos a los que el propio Fonaes patrocinó. Ese líder postizo, Javier López Macías, tuvo al menos un rapto de sinceridad cuando afirmó, en su discurso inaugural, que "el gobierno va a hacer el cambio de arriba hacia abajo".
Al recibir a los dirigentes de la Alianza Sindical Mexicana (precedente inmediato de la CSM), el presidente Vicente Fox se refirió a la tradición sindical de las agrupaciones reunidas en la nueva central. Se refería a los sindicatos propatronales que el sector privado de Monterrey organizó en los años treinta para evitar que los trabajadores de sus empresas fueran absorbidos por el sindicalismo oficial. La Federación Nacional de Sindicatos Independientes dio así pie a la Alianza favorecida por la Secretaría del Trabajo, entonces todavía bajo el mando de Carlos Abascal. Su sucesor, Francisco Xavier Salazar, fue un activista del nuevo corporativismo: amén de inventar un líder minero para sumarlo a este propósito, alentó una escisión en la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) y el grupo disidente se adhirió a la alianza para constituir la Confederación Sindical Mexicana, a la que la Secretaría del Trabajo de la actual administración trata con delicadas deferencias, en contraste con el trato hostil que reserva a las organizaciones que no le son gratas.
No son redundantes, cumplen sus propios propósitos, pero no hubiera hecho falta que el PAN en el poder organizara su propio corporativismo. Su idilio con el que sirvió de puntal al régimen autoritario que presuntamente sería desmantelado tan pronto se instaurara la democracia panista es tan ardiente que ha permitido olvidar a casi todos los panistas la naturaleza que atribuyeron a los nuevos socios de su partido.
Todavía en la elección de 2000 trabajadores petroleros panistas sufrieron castigo por su oposición al liderazgo del sindicato de Pemex, que precisamente ese año intermediaba para llevar a la campaña presidencial priista quinientos millones de pesos, parte de una cantidad mayor recibida de la dirección de la empresa pública.
Poco después, el gobierno abandonó a esa militancia opositora y anudó su lazo con Carlos Romero Deschamps, que se volvió foxista y hoy está a partir un piñón con el nuevo gobierno, que sigue engrosando las cuentas bancarias del comité nacional y de su líder y le aseguró que sus privilegios no serán disminuidos en la organización de la industria que surja de la reforma aprobada el año pasado.
Ese trato complicitario entre el presidente Calderón y el sindicato petrolero se extiende a las otras agrupaciones obreras del corporativismo priista: los electricistas y los ferrocarrileros, los azucareros y los trabajadores de la radiodifusión, la CTM y el Congreso del Trabajo ven en el Ejecutivo a un jefe, ni siquiera un compañero, tal como vieron a los presidentes priistas en el arreglo satisfactorio para todos (menos para los asalariados) que caracterizó al régimen autoritario presidencialista.
El punto más alto del más que pragmático, cínico avenimiento del partido de la gente decente con el corporativismo de la gente que no lo es (según dictamen de los propios panistas) es el que une a Calderón con Elba Esther Gordillo. Ella lo ha apoyado desde la elección interna por la candidatura presidencial panista y, de varios modos, abierta y solapadamente, contribuyó a su llegada a la Presidencia. El pago explícito por ese invaluable servicio ha sido ceder una parcela de poder a la dirigente magisterial, que cada vez que puede ensancha su territorio a partir de pactos como el que está gestándose en Nuevo León y los que ya operaron en Guanajuato y Baja California. El abandono de los principios panistas en ese campo incluye tolerar a su voluble aliada el que se coaligue, cuando así conviene a su interés, con el propio PRI que echó de sus filas a la lideresa.
Cae más pronto un hablador que un cojo, reza un refrán que denuncia la incongruencia de un predicador. Así ha caído el PAN.
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